Me permite
«Soy yo. Estaba por aquí
abajo.
Invítame a un café.»
«Estoy un poco liado.»
«Es igual. Tú sigues
con lo tuyo y yo hablo
de lo mío
con tu mujer.»
Ji ji ji.
Qué gracia.
Y para cuando quieres
darte cuenta
la has cagado
una vez más.
«Sube, anda.
Me estaba haciendo falta
descansar cinco minutos...»
Las más elementales faltas
de educación
son las que más me han desarmado
siempre. El proverbial
«Me permite...».
Te lo sueltan
con la delicadeza
de un revólver
clavado en las costillas.
Perdone.
Me permite.
¿Puedo?
¿Molesto?
¿No te importa?
En absoluto.
Cómo me va a importar.
Y abres la puerta.
Y entran en tu casa.
Y se comen tu comida.
Y se fuman tu tabaco.
Y se beben
tu café.
Y si no se follan
a tu esposa
y le dan por saco
al perro
es por pura
casualidad.
Dos horas más tarde,
se levantan
se limpian la boca
de la jeta
y se rascan
la del culo,
eructan,
encienden un cigarro,
se meten tu mechero
en el bolsillo,
te dan un espaldarazo
y se van.
Silbando
tan alegremente
como el que sale
de una barbería.
Y tú te quedas
boquiabierto
y derrotado
en medio del desastre
y te acuerdas de su madre,
y de la tuya.
De cómo coño
pudo ser
que entre tantas cosas
inservibles
se olvidara de enseñarte
la más fundamental:
cómo cojones
decir que no.
Me ven ahora
25 de diciembre de 2014
¿Me permite? / Roger Wolfe
3 de diciembre de 2014
Sabiduría
Sabiduría
Una mujer
que pasa en bicicleta
a las dos de la mañana,
hermosas piernas morenas
bombeando los pedales
mientras la brisa le alza el vestido
y revela
un perfecto milagro
de carne femenina en movimiento.
Nuestros ojos
se cruzan un momento
y ya se ha ido.
Son cosas como ésa
las que te hacen darte cuenta
de lo poco que realmente sabes
de nada.
Roger Wolfe
Parpadeo/ Roger Wolfe
Parpadeo
Pedro Salinas
dice en un poema;
que no quiere dejar de sentir
el dolor de la ausencia
de la mujer a la que ama
porque eso es lo único
que le queda de ella:
el dolor.
No recuerdo sus palabras exactas.
Él lo dice mejor que yo.
Eran otros tiempos.
Salinas está muerto.
La mujer a la que amaba también.
Pronto lo estaremos todos.
La vida es un mero parpadeo.
Abre los ojos
y ciérralos
Roger Wolfe
28 de noviembre de 2014
En Blanco y negro
Me despierto y hay un vaso medio lleno
de bourbon encima de la mesa, unas cerillas,
un paquete de Winston en el que alguien
ha garabateado su número de teléfono; son las siete
y cinco minutos de la mañana, James Mason me contempla
en blanco y negro desde el televisor, y vocaliza
palabras que no logro entender ni oír siquiera.
Y después de levantarme y acercarme
al baño, y echar el asco y las entrañas
por las cañerías, y tirar de la cadena, se me ocurre
que es agradable estar vivo y hacer la guerra
y el amor y este poema, y que el mundo
bien merece
otra mirada.
27 de noviembre de 2014
Madrid, Metro, Noche
MADRID, METRO, NOCHE
Gente
con la vista
clavada
en el suelo,
preguntándose
por la vida,
la de verdad...
porque no puede ser
que sea
solo eso..
K. Iribarren
13 de noviembre de 2014
Cómo enfrentarse a Ulises( James Joyce)
—
Fue mi padre quien me aconsejó una y otra vez, enfáticamente, la lectura del Ulises. Sus recomendaciones siempre eran certeras y su pasión por este libro más que evidente —él se lo había leído casi de tirón la primera vez y creyó, equivocadamente, que a mí me iba a suceder lo mismo— así que intenté sumergirme en su lectura dos o tres veces. Y dos o tres veces abandoné la novela tras un par de capítulos, pensando que mejor dedicaba mis esfuerzos a libros menos inhóspitos. Hay algo en el inicio del Ulises que puede desinflar el ánimo incluso de lectores bien entrenados y dispuestos. De hecho, es el único libro que he tenido que abandonar no porque fuese un mal libro, sino porque me sentía sobrepasado. Esta es una sensación que muchos lectores experimentan con esta novela, aunque hay una minoría privilegiada, o afortunada, o quizá sencillamente más evolucionada que consigue sumergirse en la obra ya con el primer contacto. Si escribo estas líneas es precisamente porque no pertenezco a esa selecta minoría, pero conseguí terminar amando el Ulises y me gustaría animar a otros a que lo consigan también. La curiosidad por descubrir los ignotos alicientes del libro —y, por qué no decirlo, el orgullo de “voy a ser capaz de leer esto y no sólo de pasear los ojos por los renglones”— me impulsó finalmente a no dejarme vencer, a buscar los ratos indicados en que poder prestarle la debida atención y a hacer el esfuerzo de superar esos primeros capítulos. El esfuerzo fue recompensado. Aun así, hay que admitir que no se trata de un libro para todos los públicos y que su lectura es francamente difícil, pero no es un callejón sin salida.
Joyce quería que se hablase de su Ulises hasta hacer de la novela una obra inmortal , y logró su objetivo.
Qué es este libro y para qué sirve
Ulises es, ante todo, un experimento. Aunque en realidad prefiero considerarlo un juguete literario. Es el juguete de James Joyce: el escritor irlandés quiso crear una obra repleta de paralelismos encubiertos y significados ocultos cuyo descubrimiento tuviese ocupados a los críticos durante generaciones. No cabe duda de que consiguió su objetivo: aún hoy, las innumerables referencias camufladas en el texto son objeto de estudio. No nos detendremos aquí en hacer un sesudo análisis de los significados del libro, pero resulta inevitable hacer algún comentario al respecto. Ulises narra una jornada en la vida de varios individuos cualesquiera en el Dublín de los años veinte. Lo hace a través de dieciocho capítulos muy diferentes entre sí, tanto en tono como en estilo. Según el propio Joyce indicó a algunos amigos, cada capítulo de Ulises hace referencia a un personaje o episodio de la Odisea de Homero. El título de la novela ya da una pista de ello: el Ulises de la Odisea era el personaje literario favorito de Joyce y le convirtió en título y centro de su juguete literario, pero en el libro no hay ningún personaje con ese nombre. El equivalente de Ulises en la novela es uno de los protagonistas, llamado Leopold Bloom, y su particular odisea no transcurre a través del océano sino por las calles de una pintoresca Dublin. Molly Bloom, su esposa, es una moderna encarnación de Penélope, la esposa de Ulises. Y Stephen Dedalus no sólo refiere a Telémaco —el hijo de Ulises y Penélope— sino que es una especie de alter ego del propio James Joyce. Además, ciertos capítulos constituyen alusiones veladas a los cíclopes, las sirenas, Calipso, Proteo y demás mitología homérica. No vamos a adentrarnos más en todos estos paralelismos y en otros secretos del texto. En todo caso cualquier lector puede recurrir a los esquemas que el propio James Joyce envió a sus amigos Carlo Linati y Stuart Gilbert. Ambos esquemas difieren un tanto entre sí pero dan una muy buena idea de cuáles son todos los motivos ocultos en el libro.
Qué me va a ocurrir cuando lea esta novela
…si es que podemos llamarlo novela. Ulises es como una de aquellas viejas radios de onda larga, en las cuales uno giraba la rueda intentando captar lejanas emisoras que hablaban lenguas desconocidas. De la radio surgían ecos, silbidos y fragmentos de charla o música que parecían llegados de otro mundo: una aparente cacofonía sin sentido que podía aburrirte o exasperarte hasta que comenzabas a acostumbrarte a ella. Al final, los extraños sonidos del cósmico vacío de la radio se transformaban en un nuevo tipo de música, cuya rareza formaba parte del encanto mismo del hecho de intentar localizar nuevas emisiones. En Ulises, el lector está obligado a hacer el esfuerzo de sintonizar su radio para poder captar la emisora de Joyce. Es muy difícil estar en la misma onda justo al empezar la lectura, y eso produce un aburrimiento o una exasperación en muchos lectores que en términos de ciclismo podríamos llamar la “pájara del Ulises”. Pero si uno hace el esfuerzo de seguir pedaleando, la cuesta inicial del libro puede llegar a ser superada. Aunque hemos de resintonizar nuestra radio al comenzar cada nuevo capítulo —tan diferentes son entre sí— llega un momento en que comenzamos a entender las reglas del juego de Joyce. Y es entonces cuando empezamos a disfrutar incluso de los pasajes más experimentales y estrafalarios de la obra.
El único error que nadie debería cometer al enfrentarse al Ulises es el de esperar un argumento convencional, bien expuesto a la vista del lector y que le permita seguir leyendo por el mero interés de comprobar cómo se desarrollan los acontecimientos. No existe tal cosa en este libro y de hecho el argumento es lo de menos. Ulises es un collage, una narración cubista tan descompuesta en pedazos que deja de parecer una narración como tal. Hay que leerlo sabiendo de antemano que resultará difícil empezar a disfrutarlo hasta no conseguir formarse cierta visión global de lo que el libro pretende. Y para ello es necesario leer unos cuantos capítulos que nos permitan tomar perspectiva sobre el conjunto, como cuando uno se aleja unos metros de un gran cuadro para poder contemplarlo —y entenderlo— mejor.
Dublin, caótico escenario de una nueva Odisea.
Un ejercicio literario interesante es el de comparar Ulises con otras de las dos grandes novelas de su tiempo: En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y La montaña mágica de Thomas Mann. Aparte de su importancia literaria y su contemporaneidad, la comparación entre las tres obras tiene ciertas razones de ser. Para empezar, tenemos tres sensibilidades distintas a la hora de describir la realidad. En busca del tiempo perdido es un libro pictórico que retrata el mundo con la atención al detalle y la profusión de pinceladas de un cuadro barroco. La montaña mágica es un libro musical, como una sinfonía en el que el ritmo y la duración son elementos fundamentales para reflejar un concepto de la vida basado en su fugacidad y lo imparable del paso del tiempo. Ulises, en cambio, es un libro bíblico: distintos textos que, como en la Biblia, parecen provenir de diferentes autores y épocas, escritos con estilos de lo más variopinto y a veces incluso contradictorios entre sí. El libro de Joyce es tan heterogéneo como la Biblia y resulta imposible atribuirle un estilo dominante. Cada capítulo tiene un narrador diferente, una forma de escribir —y de puntuar— distinta y un carácter completamente ajeno al anterior.
Pero además, los tres libros citados tienen la banalidad como uno de sus temas principales. En la vasta novela de Proust, la superficialidad burguesa de los personajes y entornos planea por todas las páginas. El propio Proust es partícipe de esta superficialidad, pero su sensibilidad, su aguda inteligencia y su talento literario le permiten intelectualizarla y justificarla hasta crear una verdadera Ciencia de lo Banal. Thomas Mann, en cambio, analiza esa superficialidad burguesa desde fuera, como observador crítico: admite sus encantos y no niega sentirse atraído por ellos, pero también los censura y emite un juicio severo sobre esa visión insustancial de la existencia. Con esa categorización moral, Mann eleva la trivialidad no por sí misma, sino como objeto —aunque sea negativo— de una reflexión filosófica profunda. James Joyce, sin embargo, ni justifica ni condena la banalidad. Es la suya otro tipo de superficialidad: la vulgaridad, es decir, la vacuidad sin refinamientos de las vidas del pueblo llano. Pero Ulises no reflexiona —no abierta ni continuamente— sobre esa vulgaridad: la utiliza como materia prima, pero jamás hay un intento de elevarla por sobre sí misma. De hecho, esa vulgaridad unida a la relativa insustancialidad del argumento sirven a Joyce para destacar la forma sobre el fondo y el continente sobre el contenido. Si Ulises narrase una profunda tragedia o tuviese un argumento conmovedor ya no sería el libro que es. La odisea vulgar que sólo dura un día y cuyo pedestre escenario es la más bien poco homérica Dublín constituye la esencia intrascendente necesaria para la exaltación de la literatura misma, como artefacto y como arte. La novela está más allá de lo que cuenta y más allá de los personajes que la protagonizan, la novela como pieza artística es aquí lo importante y no ha de importar cuál es el contenido de ese arte. Como en un bodegón donde se hace arte con la imagen de una jarra y un par de ristras de ajos, la innobleza del tema carece de importancia en Ulises: es la creatividad y sentido estético del artista que está retratando ese mismo tema lo que debemos admirar.
4 de noviembre de 2014
Miguel Hernández / No salieron jamás
No salieron jamás
del vergel del abrazo,
y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.
Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas tajantes.
Y los rígidos rayos.
Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron
por el viento impulsados
entre bocas deshechas.
Recorrieron naufragios
cada vez más profundos,
en sus cuerpos, sus brazos.
Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y lunas,
de noviembres y marzos,
aventados se vieron
como polvo liviano:
aventados se vieron:
pero siempre abrazados.
Miguel Hernández
(Cancionero y romancero de ausencias, 1938-1941)
3 de noviembre de 2014
He leído tantos hermosos poemas de amor / Gonzalo Escarpa
He leído tantos hermosos poemas de amor
Lope de Vega, Cristina Peri Rossi, Garcilaso
tantos hermosos poemas
Ibn' Arabi, Basho, Leopoldo María Panero, Ángel González
tantos poetas volcados,
entregados íntegramente a la expresión de lo inaudito
Jaime Sabines, Gil de Biedma, Pessoa, Luis Cernuda
tantos hermosos poemas, tanta vida vívida, vivida
son ellos los que dicen amor
cada vez que yo digo cenicero
Gonzalo Escarpa
(Fatiga de materiales, 2006)
17 de octubre de 2014
Hoy es mi Cumpleaños
Gracias amigos por haberme acompañado en este blog que comencé hace siete años aproximadamente, sin saber que temas iba a tratar, ha sido una experiencia que me ha significado hacer muchos amigos, Aprender mucho al al hacer mis entradas y leer las vuestras, a veces se me hace dificil escribir algo, entonces descanso un tiempo hasta que vuelve la inspiración.
15 de agosto de 2014
Roger Wolfe /El trabajo sucio
EL TRABAJO SUCIO
Yo haré
el trabajo
sucio.
Karmelo C. Iribarren
He vuelto a la poesía.
a la que siempre
me ha gustado:
la poesía elegíaca, narrativa,
de reflexión profunda y medidas dosis de ensimismamiento.
Leo a Parcerisas, a Joan Margarit.
Releo a Juan Luis Panero,
a Cesare Pavese y a Cernuda.
Descubro los poemas amorosos
de Abelardo Linares. Me deslumbro.
Son una maravilla.
Buena parte de mi propia
poesía no es así, lo sé.
Pero uno no siempre escribe
lo que le gusta leer.
Uno no escribe necesariamente
lo que quiere, sino lo que debe escribir.
Uno mira alrededor y se da cuenta
de que hay montañas de ropa sin lavar.
El trabajo sucio.
Alguien -como dice
mi amigo Iribarren- lo tiene que hacer.
Afuera canta un mirlo (2010)
14 de agosto de 2014
Final real de Isadora
![]() |
Isasora Duncan |
Dora Angela Duncan, conocida como Isadora Duncan (San Francisco, 27 de mayo de 1878 - Niza, 14 de septiembre de 1927)
Fue una bailarina estadounidense.
En los últimos años de su vida gustaba de los hombres más jóvenes que ella.
Un día un muchacho pasó a recogerla a su casa llevándole un Bugatti de reciente modelo para mostrárselo. Realmente a Isadora le interesaba el joven, y el auto fue el pretexto, pues este joven trabajaba para una distribuidora de autos.
Ella salió a recibirlo y subió al auto, que era de esos que tenían las llantas no al ras de la carrocería, sino un poco hacia afuera, y las ruedas traseras quedaban muy cerca de la cabina de manejo (creo que el auto era de dos plazas, o sea, dos asientos solamente).
La asistente de Isadora le dijo que se llevara un abrigo porque estaba fresco el clima, pero ella no hizo caso, sólo llevaba un chal.
Al subir al auto se enrolló el chal al cuello, sin notar que una punta quedó muy cerca de la llanta trasera (la que estaba de su lado). Al arrancar el auto el chal se atascó en la rueda, la cabeza de Isadora sufrió un tremendo jalón hacia atrás y la bailarina se desnucó. Murió al instante.
El chal al viento
Cuento Breve (ficción)
El chal al viento
La dama aún conservaba cierta belleza y, sobre todo, los movimientos y
la presencia que hacían que todos se volvieran para mirarla. Sus ojos
hacían que su cuerpo no tuviera límites; allí donde sus manos o sus
pasos no alcanzaban llegaba su mirada penetrante.
Mientras paseaba por la orilla del mar, decidió poner a prueba su seducción que esperaba mantener intacta a pesar de los años. Eligió a un joven mecánico que lustraba con vanidad un Bugatti reluciente.
―¿Me lleva a pasear? ―preguntó, coqueta. El muchacho sonrió y le ofreció su brazo para subir al coche.
―Usted me recuerda a uno de mis hijos ―dijo la dama mientras se instalaba en el asiento del acompañante.
―Pero usted no es tan vieja, señora ―intentó una gentileza el mecánico.
―Isadora. Me llamo Isadora ―contestó la dama con una sonrisa, mientras se acomodaba el largo chal rojo para que lo llevara el viento.
Mientras paseaba por la orilla del mar, decidió poner a prueba su seducción que esperaba mantener intacta a pesar de los años. Eligió a un joven mecánico que lustraba con vanidad un Bugatti reluciente.
―¿Me lleva a pasear? ―preguntó, coqueta. El muchacho sonrió y le ofreció su brazo para subir al coche.
―Usted me recuerda a uno de mis hijos ―dijo la dama mientras se instalaba en el asiento del acompañante.
―Pero usted no es tan vieja, señora ―intentó una gentileza el mecánico.
―Isadora. Me llamo Isadora ―contestó la dama con una sonrisa, mientras se acomodaba el largo chal rojo para que lo llevara el viento.
27 de julio de 2014
Miguel Hernández / Aceituneros
ACEITUNEROS
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
23 de julio de 2014
Miguel Hernández/Llamo al toro de España
“Llamo al toro de España”
Alza, toro de España: levántate, despierta.Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.
Despiértate.
Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.
Levántate.
Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.
Esgrímete.
Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.
Desencadénate.
Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.
Yérguete.
No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante,
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.
Víbrate.
No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.
Revuélvete.
Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.
Truénate.
No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.
Abalánzate.
Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.
Revuélvete.
Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.
Atorbellínate.
De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.
Sálvate.
Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.
Sálvate.
Miguel Hernandez Gilabert
Orihuela (Alicante), 30 de Octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942
Menandro /WHO' S WHO
Menandro
WHO' S WHO
Para saber quién eres
investiga
las tumbas a lo largo del camino,
cuyas entrañas acumulan
osamentas y polvo
de tiranos, de reyes y de sabios
y de diversos hombres engreídos
por sus linajes o riquezas
o su buena figura;
cosas que no pudieron resguardar a ninguno
contra la desazón del tiempo.
Bajo la misma tierra
convergen todos los mortales.
Míralos:
así descubrirás quién eres.
Traducción Jaime Garcìa Terrès
22 de julio de 2014
La leyenda de Nuestro Padre Jesús, “El Abuelo”
![]() |
Leyenda de Nuestro Padre Jesús,“El Abuelo”. |

Hay varias versiones de la leyenda. Yo he seleccionado la que me parece más bella.
Una tarde de agosto de 1590, un viejo peregrino, cansado, pidió asilo para pasar la noche en una modesta casería cercana al Puente de la Sierra -antigua zona de huertas situada a pocos kilómetros al sur de la ciudad de Jaén-. El anciano, que venía de muy lejos, se dirigía a Jaén pero, como estaba anocheciendo, a su llegada encontraría las puertas de la ciudad cerradas y rogó que le dejaran pernoctar bajo techo. Los labradores, piadosos y humanitarios, no dudaron un instante en concederle hospitalidad.
Lo primero que hicieron fue cenar en la lonja de la casa para aprovechar el escaso hilo de viento existente. Mientras comían, el forastero se fijó en un gran tronco de pino que hacía las veces de banco donde sentarse. El viajero, que desde niño había trabajado con la madera, se lo pidió para hacer una imagen de Jesús en agradecimiento a su acogida.
Antes de retirarse a la habitación para descansar, pidió a la pareja que trasladara el tronco al dormitorio porque nada más levantarse, viajaría a Jaén para ver el paño del Santo Rostro y a su regreso comenzaría la escultura.
Cuando pasaron dos días, el matrimonio estaba preocupado porque en ese tiempo no habían escuchado ni el más mínimo ruido procedente de la estancia lo que era muy extraño porque, al tratarse de la talla de un madero, tendrían que producirse golpes con las gubias y escoplos. Aún así, esperaron otro día más.
Nada más amanecer, subieron silenciosos por la estrecha escalera hasta el desván donde debía estar el viajero. Encontraron la puerta entreabierta, la empujaron suavemente y sus ojos quedaron deslumbrados al encontrar la figura de Jesús, casi desnudo, con el cuerpo ensangrentado y encorvado por el peso de la cruz, la mirada angustiada, dirigida al suelo y la boca entreabierta por el dolor, desde donde escapaba un hilo de sangre entre la comisura de sus labios.
Cuando se repusieron de su asombro, los labradores buscaron algún rastro del viejo caminante que había realizado tan magnífica obra pero solo hallaron una nota que les decía: «a través de esta imagen, amadle con todo el corazón en la seguridad de que nunca os abandonará».
Pronto se supo en toda la ciudad el extraordinario acontecimiento, siendo innumerables las personas que acudieron a contemplarlo a la casería cercana al Puente de la Sierra.
Las autoridades eclesiásticas decidieron, entonces, trasladar la imagen al convento de los Carmelitas Descalzos, donde siguió recibiendo público culto.
Esta es la razón por la que a esta imagen se la conoce como "El Abuelo".
La talla de Nuestro Padre Jesús es de finales del siglo XVI o principios del XVII y algunos la atribuyen a Sebastián de Solís que, sufragada con las limosnas de los vecinos de Jaén, la haría por encargo de los PP. Carmelitas Descalzos.
12 de julio de 2014
Óscar Hahn / UNA NOCHE EN EL CAFÉ BERLIOZ
![]() |
Muriel mi amante muerta |
Una noche en el Café Berlioz
Yo he visto su cara en otra parte le dije
cuando entró en el Café Berlioz
Soy de otra dimensión contestó sonriendo
y avanzó hacia el fondo del salón
Ella finge escribir en su mesa de mármol
pero me observa de reojo
Desde mi mesa veo su cuello desnudo
Como un aerolito cruzó mi mente
el rostro de Muriel mi amante muerta
Usted es zurda le dije acercándome
Hacemos la pareja perfecta
Tomé su lápiz y escribí “te amo”
con mi mano derecha en la servilleta
Rey del lugar común respondió sin mirarme
mientras le echaba azúcar al té
Me ha clavado una estaca en el corazón
Me ha lanzado una bala de plata
Me ha ahorcado con una trenza de ajo
Volví confundido a mi mesa
con la cola de diablo entre las piernas
En este punto las sombras de los clientes
pagaron y se fueron del Café Berlioz
Váyanse espíritus les dije furioso
agitando mi paraguas chamuscado
¿Hay alguna Muriel aquí?
gritó la mesera desde el umbral
Cuando ella caminó hacia la puerta
vi que tenía una rosa en la mano
Por favor tráiganme la cuenta
que ya está por salir el sol
La lluvia penetra por los agujeros de mi memoria
Muriel Muriel
¿por qué me has abandonado?
3 de julio de 2014
1 de julio de 2014
Orhan Pamuk / El momento mas feliz
Fue el momento más feliz de mi vida y no lo sabía.
De haberlo sabido, ¿habría podido proteger dicha felicidad?
¿Habría sucedido todo de otra manera?
Sí, de haber comprendido que aquel era el momento más feliz de mi vida, nunca lo habría dejado escapar.
Ese momento dorado en que una profunda paz espiritual envolvió todo mi ser quizá durara solo unos segundos, pero me pareció que la felicidad lo convertía en horas, años.
Orhan Pamuk - El museo de la inocencia
29 de junio de 2014
Oscar Hahn/ Los fantasmas de lisboa
Los fantasmas de Lisboa
Dónde estará el pasado que tuvimos
el pasado que tuve entre tus brazos
En la calle resuenan nuestros pasos
pero no estamos: nos desvanecimos
Dónde estarán los besos que nos dimos
la tristeza tan dulce de los fados
tus promesas tus llantos mis enfados
nuestros cuerpos que un día compartimos
Asustados los nuevos ocupantes
de nuestro cuarto en el hotel escuchan
la risa de personas que se duchan
Como los personajes de Pessoa
somos almas sin cuerpo: dos amantes
que penan en las noches de Lisboa.
Óscar Hahn
(Apariciones profanas, 2002)
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