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13 de abril de 2014

Wislawa Szymborska / JAN VERMEER VAN DELFT



En alegoría de la pintura, la modelo es una muchacha que modestamente dirige al suelo su tierna mirada y que está envuelta por un azul arrebatador; naturalmente, ha sido colocada en una pose determinada, pero para que esta sea lo menos ostentosa y forzada posible. Si hay en ella ironía, esta no deriva del contraste compositivo, sino que inunda la totalidad de la obra y está presente en el brillo de la trompeta, en los pliegues de la cortina y en la luz que, desde la ventana, desciende sobre el embaldosado blanquinegro.



En mujer sentada tocando la espineta veo el milagro de la luz del día cayendo sobre diferentes tipos de materia: sobre la piel humana y la seda de un vestido; sobre el tapizado de una silla y la blanqueada pared. Un milagro que Vermeer repite constantemente, pero siempre con nuevas variantes y originales revelaciones. La muchacha pone sus manos sobre la espineta como si quisiera tocarnos un pasaje, para hacernos una broma, para recordarnos algo. Vuelve la cabeza hacia nosotros con una hermosa media sonrisa sobre su demasiado bello rostro. En esa sonrisa hay una reflexión y una pizca de indulgencia maternal. Y así ha estado mirándonos durante trescientos años.
Lecturas no obligatorias
Wislawa Szymborska

25 de julio de 2012

Entremeses Miguel de Cervantes Mas Lecturas no obligatorias

Miguel de Cervantes


      El número de obras escritas por Cervantes no es tan desalentador como en el caso de Lope de Vega. Tampoco fueron apreciadas de la misma forma a través de las diferentes épocas. Los románticos vieron en La Numancia una obra maestra dentro del género de la tragedia. Hoy se suelen interpretar más sus comedias y, sobre todo, sus entremeses. Son campo abonado para la ingeniosidad escénica, poseen el germen de la espontaneidad, hay en ellos danza, música y canto. Tanto es así que resulta difícil creer que estas alegres piezas escénicas se engendraran en un calabozo. Pero tratándose de Cervantes, tampoco es para extrañarse: la primera parte del Quijote nació también en prisión. Muchos de sus contemporáneos lo hubiesen dado todo por ver, aunque fuera de lejos, el semblante del escritor español más grande. El carcelero gozaba gratis de tales vistas y, probablemente, no le provocaba ninguna emoción especial. Seguro que el censor de Madrid, el marqués de Torres, se sorprendió mucho al ver cómo unos distinguidos franceses estaban tan ansiosos de conocer al honorabilísimo don Miguel. ¿Quién? ¿Ese hambrón? ¿Ese vagabundo? ¿Ese manco? ¿Acaso no había nada mejor que ver en todo el Reino? Lástima que esa anécdota no llegara a sus oídos. Se hubiese podido convertir en otro entremés, quizás al nivel del mejor de esta selección, El retablo de las maravillas. Esta pequeña obra de teatro posee, como sostienen los investigadores, elementos autobiográficos. Es una réplica burlona a los exámenes de pureza racial a que fue sometido el autor durante la última etapa de su carrera como recaudador de impuestos. Pobre Cervantes. No consiguió en su vida nada más que eternidad.


Traducción del español y epílogo de Zofia Szleyen. Ilustraciónes  de Josef Wilkon. Cracovia. Wydawnictwo Literakle. 1967