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24 de abril de 2012

Lia Karavia / Lo que motiva mi silencio



Lo que motiva mi silencio

El que os habléis con tal belleza
es lo que motiva mi silencio, Pablo Neruda,
Yanis Ritsos, Langston Jius.
Sin embargo, hago una excepción esta noche
porque vosotros no habéis visto a mi amado
con torso desnudo en el claro de luna
las espaldas de mármol
los brazos de dura luz
el largo cuello de cisne
vosotros no habéis escuchado su tierno suspiro
que ensancha su tórax de guerrero mítico
y no seria justo
dejar que se deslice este momento en el olvido
sin hacer elogio de tal valentía.


“La señal”, (1973)

6 de abril de 2012

Provelengios, Aristomenis El mar: El regreso

Provelengios, Aristomenis, Poemas antiguos y nuevos: Mar, Librería Estía de G. Kasdonis, Atenas, 1896, pp. 291 – 294.





Ship, Konstantinos Volanakis

Con lágrimas me despido de ti, pequeña patria mía,
de ti que duermes en un fresco mar azul
donde los vientos te mecen.
¡De ti que te golpea eternamente una ola navegante
que rompe plateada en tus altas costas
donde las espumas te rocían!
¡Oh, recíbeme en las calmas colinas donde corra,
donde beba tu dulce luz, donde beba olores,
sintiendo alrededor mío ángeles,
que llegan de aquellos años viejos
y que vuelan con sus doradas alas aquí en el solaz
con santas, ocultas canciones!
Se torna blanca entre el verdor de las ramas nuestra casa.
¡Ah, cómo brinca y salta en el pecho el corazón
que vuelve a lo pasado!
¡Qué sueños y recuerdos en mi alma despiertan!
Así en la llanura los pájaros se levantan, dan vueltas,
en el paso del hombre sorprendidos.
Aquí la luz del sol encontré una vez,
aquí sentí por vez primera la dicha de esta tierra,
mi primera lágrima se desbordó.
Aquí acerqué por primera vez a mis mejillas el agua interminable
y corrí aquí y brinqué, como un vivaz niñito,
entre la isleña naturaleza.
Ahí está todavía nuestro gran y permanente moral,
donde de niño me mecí en sus fuertes ramas
y extendí sobre mí su sombra.
Él me despertaba dulcemente el suave pecho
y me enseñó a cantar mi primera canción
con su murmullo escondido.
Enyerbada sigue en pie la escuela desierta,
sus paredes se desquebrajaron ya por su vejez,
anidan ahora murciélagos
ahí donde los niñitos daban vida al pueblo
e iluminaba, como flores de jardín,
tantas pequeñas dichas y esperanzas.
Todavía florecía la palmera frente a la iglesia,
donde cortábamos los ramos, límpidos en el rocío.
Sobre su techo viejo
las golondrinas construyen, como otrora, los nidos,
y veo sus imágenes antiguas todavía,
que besaba con mi boca floreciente.
También el viejo molino sigue en pie,
lo veo y observo que no ha dejado de girar desde el antiguo tiempo
con sus alas todas blancas.
¡Alrededor de mí, el mar! ¡Frente a mis ojos
como vistosa pintura se abre, abarcando
desde los peñascos hasta las estrellas!
Balsas entre las olas surcan apacibles.
¡Oh, qué anhelo me llevaba hacia lugares lejanos,
como si pudiera verlos todavía como de niño!
Otra vez los veo; sueños no tengo en el corazón.
Vi el mundo y deseo a una región de tu arena
volver con el cuerpo cansado.
Me despido de ti con lágrimas, pequeña patria mía,
hada del Blanco mar, novia del rocío
e hija amada del viento del norte.
Tú que me llenaste de canciones el alma,
llévate hoy mi pobre canción que sale sonora
de un corazón conmovido.

Traducción: Alejandro Aguilar

27 de marzo de 2012

Giannis Ritsos


Giannis Ritsos


Octubre 1940

Abren las ventanas
quienes saludan a aquellos que se van
y viceversa.
Las calles se llenaron de tambores y banderas.
Alzado el amanecer abandera nuestros sueños
y Grecia brilla entre las luces de nuestros sueños.
El sol lavado
con su cara limpia y mirando al hombre,
saluda las calles que van a la lucha.
Automóviles pasan llenos de gente.
Se despiden en las puertas y ríen,
después se escuchan las botas militares en el asfalto,
la gran canción de los pasos valerosos
que se alarga y se apaga en el fondo de la calle
como la estación nocturna con las luces apagadas.
Ahí esperan los trenes,
silban por un tiempo fuera de la ciudad,
se escuchan los disparos de despedida
y enseguida todo calla y espera.
Leemos los últimos encabezados:
Vencimos. Vencimos
¡Siempre gana la razón!
Un día vencerá el hombre.
Un día la libertad vencerá la guerra.
Un día venceremos para siempre.
Atenas, Noviembre de 1940, Giannis Ritsos.
Traducción: Alejandro Aguilar

La figura de la ausencia



Lo que se fue, aquí echa raíz, en la misma posición, triste, mudo

como un gran florero de casa que fue vendido alguna vez

en momentos difíciles,

y en la esquina de la recámara, ahí donde se sostenía el florero,

queda el vacío denso en la misma figura del florero, inmovible,

reluciendo claro en el rayo solar, cuando abren a veces

las ventanas,

y dentro del mismo florero, que ha cambiado su esencia

con la misma equivalente esencia del cristal del vacío,

queda de nuevo aquél mismo espacio, un poco más dolorosamente sonante

tan sólo.

Detrás del florero se distingue el color de la pared

más oscuro, más profundo, más onírico,

como si quedara la sombra del florero dibujada en un sarcófago.

Y, alguna vez, en la noche, en un momento silencioso,

o también en el día, entre las conversaciones,

escuchas en el fondo de ti algún sonido agudo, amargo y ondulante

como un dedo invisible que traspasara

aquél ausente, sensible, cristalino recipiente

Traducción: Alejandro Aguilar.


Mira, hermano mío

Mira hermano mío, cómo hemos aprendido a conversar
de forma muy tranquila y sencilla.
Nos entendemos ahora, no se necesita más.

Y mañana propongo volvernos aún más sencillos.
Encontraremos esas palabras que pesan lo mismo
en todos los corazones, en todos los labios.
Así, llamando al pan, pan y al vino, vino.[*]

Y de tal forma que sonrían los demás y digan
“Poemas así te hago cien cada hora”.
Eso queremos nosotros también.

Porque nosotros no cantamos para distinguirnos, hermano mío,
de la gente.
Nosotros cantamos para juntar a la gente.

Traducción de BEATRIZ CÁRCAMO
[NOTA:
* La expresión en traducción literal es “llamar a los higos, higos y a la artesa, artesa”]

26 de marzo de 2012

Poetas griegos surrealistas ( Giorgos Sarantaris)-(Estambul 1908 – Atenas 1941)


Giorgos Sarantaris (Constantinopla, 1908-1941), fue hijo de un comerciante que se mudó a Bolonia, donde el poeta pudo conocer la vida literaria de la villa, donde estudió leyes, pudiendo comparar esta vida y esas literaturas con las decadentes de la Atenas de entonces. Desde su juventud mostró un talento excepcional para la poesía y un notable conocimiento de los asuntos estéticos de los años de entreguerras. Regresó a Atenas en 1931, dando a la poesía griega nuevos aires y bríos. Al estallar la Segunda Guerra Mundial se alistó en las fuerzas armadas y marchó al frente de Albania, donde enfermó y murió. Entre sus mas celebrados libros de poemas figuran Los amores del tiempo (1933), Estrellas (1933), El cielo (1934), Carta para una dama (1936) y A los amigos de la otra alegría (1940). Escribió también crítica literaria y textos filosóficos.


He visto el cielo…

He visto el cielo con mis ojos,
con mis ojos abrí sus ojos,
con mi lengua habló.
Nos hicimos hermanos y platicamos.
Pusimos la mesa y cenamos
como si todo el tiempo estuviera frente a nosotros.

Recuerdo que el sol reía.

Que reía y lloraba, lo recuerdo.

En otro tiempo el mar…

En otro tiempo el mar nos había levantado en sus alas,
junto con él bajábamos al sueño,
junto con él pescábamos los pájaros en el aire.
En aquellos días nadábamos entre las voces y los colores.
En las tardes nos acostábamos bajo los árboles y las nubes.
En las noches despertábamos para cantar.
Era entonces el tiempo tempestad, catástrofe del mundo.
Y sólo después, silencio,
pero nosotros íbamos sin que nadie nos impidiera
esparcirnos y alegrarnos.
De los montes a las montañas nos conducía la Galaxia
y cuando faltaba el mar, estaba cerca Dios.

Sueño.

Como nube blanca
tu sombra cubre el sueño
en el paraíso difícil de encontrar donde duermo.
Escucho cómo cantas bajo el sol,
pero entre tu voz me mareo
y no veo el cielo.

La poesía.
(Prólogo)

No puedo encontrar ya, qué quiere decir poesía. Se me va la idea.
Lo sabía, pero ahora se me va. Si alguien me preguntara
en este momento, me avergonzaría. Porque estando
en el fondo seguro que la poesía es una esencia,
inmutable como la vida. Y escondo, me escondo, algo
escondo, de alguien me escondo. Cuando comienzo a volverme
loco, y me apeno.

¿Pero la poesía? Alguien será capaz de decir
a los otros, no a mí. ¡Aunque sé qué es poesía huyo!

Alma.

Conciencia, manifestación de conmoción,
te burlas de la existencia.

Los amores del tiempo
frecuentan tus paisajes,
tiemblas en las hojas del ser,
llenas el universo,
no conoces la salida,
anhelas viajes.

En tus espaldas aletea el mundo,
te baña de luz el sol.

El sueño entre los ojos.

El sueño entre los ojos canta
como si fuera el agua de la fuente,
como si fuera el pastor del cuento
que tenía barba blanca
y recogía niños para mandarlos al cielo.
Allá están ellos, antes de que él muera.

Hablo…

Hablo porque existe un cielo que me escucha.
Hablo porque hablan tus ojos
y no existe mar ni existe ahora
donde tus ojos no hablan.

Tus ojos hablan, yo bailo.
Un poco de rocío hablan y yo bailo.
Un poco de hierba pisan mis pies.
El viento, que nos escucha, sopla.

Existencia.

Existencia,
regalo en nuestra cándida esencia,
risa que graba
la noche que nos abarca.
Sobre los álamos
dejó su corona.

Trae al bosque dormido
el susurro del sueño
que a nosotros los silenciosos
despertó.

El viento y la primavera.

El viento corre entre nuestros corazones
como cielo que perdió su camino.
Árboles intentan atarle las manos,
pero en vano se esfuerzan.

El viento respira entre nuestros corazones
como ejército que se lanza a la lucha.
Le da la bienvenida la primavera en el valle,
lo saludan los aromas de la tierra.

La primavera es un virgen que conocimos
y que a todos nos besó con ánimo antes de que se lo pidiéramos.
Ahora abraza al aire y enloquece
y nos obliga a amarlo.

El poco tiempo de los pájaros.

Entre el cielo inmenso,
el poco tiempo de los pájaros.
¿Es tristeza?
¿Es dicha?
La luz viene,
elige a los pájaros.
La luz destruye.
Entre nosotros siempre uno,
aquél que conoce la juventud del cielo
y que vuela con los pájaros
entre el éter.

(24.5.1936)

Nuestro corazón.

Nuestro corazón es una ola que no rompe
en la costa. ¿Quién adivina el mar
de donde sale nuestro corazón? Pero es
nuestro corazón una ola secreta, sin espuma.
Sin hablar toca tierra. Y sin ruido sube
por el relieve de un anhelo, que no conoce

Hablo
Hablo porque existe un cielo
que me escucha
porque me hablan tus ojos
y no hay mar ni país
donde los ojos no hablen
Hablan tus ojos y bailo
hablan del rocío y yo bailo
mis pies van sobre la hierba
y el viento, que nos oye, sopla.
El mar de aquellos tiempos
El mar, en aquellos tiempos,
nos había levantado en sus alas,
y bajábamos al sueño
y pescábamos en el aire los pájaros
En el día nadábamos en las voces y colores
y en las noches nos tirábamos bajo los árboles y las nubes
Despertábamos para cantar
Fueron tiempos tempestuosos
y sólo cuando regresaba la tranquilidad
nos íbamos sin que nada molestara la alegría
Desde las rocas hasta las montañas nos guiaba la Galaxia
y cuando nos faltaba la mar estaba Dios.
Te escribo versos
Te escribo versos
y no sé
qué es lo que no me deja besarte.
No es el mar,
no es el cielo,
nada me lo impide
- no te beso y no sé si te amo.
Vientos
Los pájaros que escuchábamos
dejaron de ser pájaros;
de repente se hicieron vientos
que nos enloquecen.
De la belleza
La más dulce virgen
adorna un cuarto
y hace feliz el pensamiento.
Diremos que somos felices
y que es nuestro turno
de ser inmortales.
Besar la belleza
en la boca
y en su fino vestido.


Traducción: Alejandro Aguilar

25 de marzo de 2012

Kostas Karyotakis-Domingo

 

Domingo


El sol a lo más alto ascenderá

hoy que es domingo.

Sopla el aire y mueve

un almiar en aquella colina.



Pondrán lo de las fiestas, y todos

tendrán un corazón ligero:

mira a los niños en la calle,

fíjate en las flores en el huerto.



Ahora campanas que tocan,

son Dios en verdad.

Más allá, las nubes se desvanecen

y crece el cielo.



Deja al mundo en su dicha

y ven, mi alma, para que te cante,

como una cancioncita alegre,

una canción de la muerte.


De Poemas y Narraciones, Hermes, 1972.

Traducción: Alejandro Aguilar.

30 de septiembre de 2009

La Ciudad Constantino Kavafis

La ciudad te seguirá

La ciudad


Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita:
Y está mi corazón -como un cadáver sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí.
donde tantos años pasé destruí y perdí".

Nuevos lugares no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá . Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño , en toda la tierra la destruiste

1984/1910

Kavafis íntegro, Miguel Castillo Didier

Η Πόλις

Είπες· «Θα πάγω σ’ άλλη γη, θα πάγω σ’ άλλη θάλασσα.
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ’ είν’ η καρδιά μου — σαν νεκρός — θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
Όπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»

Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ’ ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού — μη ελπίζεις—
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Έτσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ’ όλην την γη την χάλασες.

14 de septiembre de 2009

Yorgos Seferis Sobre un verso extranjero


Odysseus (Ulysses) and the Sirens, ca. 480-470 BC, British Museum, London.



SOBRE UN VERSO EXTRANJERO

Dichoso quien hizo el viaje de Odiseo.
Dichoso si al marchar sintió firme la coraza de un amor
extendida por su cuerpo, como las venas donde
bulle la sangre.

De un amor con cadencia sin fin, invencible como la
música y eterno
porque nació cuando nacimos y cuando nos muramos, si es
que muere, ni nosotros ni nadie lo sabe.

Pido a Dios que me ayude a decir, en un momento de gran
felicidad, cuál es este amor:
me siento a veces rodeado del exilio y escucho su lejano
bramido como el fragor del mar mezclado con la
borrasca inexplicable.

Una y otra vez surge ante mí el fantasma de Odiseo, con
los ojos arrasados por la sal de las olas
y por el deseo maduro de ver de nuevo el humo que brota
del hogar de su morada y su perro ya viejo
aguardándole a la puerta.

Inmenso él, se detiene musitando tras sus barbas encanecidas
palabras en nuestra lengua, como la hablaban
hace tres mil años.
Extiende una mano encallecida por las jarcias y el timón,
con la piel curtida por el cierzo, la canícula
y las nieves.


Parece querer arrojar de nosotros mismos al Cíclope
sobrehumano que mira por un único ojo, a las Sirenas
que te imponen el olvido, si las escuchas,
a Escila y Caribdis:
a tantos monstruos extraños que nos impiden pensar que
también él fue un hombre que luchó en el mundo
con cuerpo y alma.

Es el gran Odiseo: aquel que sugirió construir el caballo
de madera con el que los aqueos conquistaron
Troya.

Sueño que viene a enseñarme cómo construir yo un caballo
de madera con el que conquistar mi propia Troya.
Habla quedo y tranquilo, sin esfuerzo, parece conocerme
como un padre
o como uno de esos viejos marineros que apoyados en sus
redes - cuando había tormenta y bramaba el viento -
me decían, en mis años infantiles, la canción de Erotócrito
con lágrimas en los ojos
- temblaba yo en medio de mi sueño al escuchar la triste
suerte de Areti al bajar los peldaños de mármol.



Me dice el penoso esfuerzo de sentir las velas de tu
nave henchidas de nostalgia y de tu alma
convertida en timón.
Y también que estás solo, inmerso en la tiniebla de la
noche y a la deriva como la parva en la era.


La amargura de ver naufragar a tus amigos entre los
elementos dispersos: uno a uno.
Y qué vigor extraño sientes al hablar con los muertos
cuando los vivos que quedaron ya no bastan.


Habla... Aún veo sus manos que sabían comprobar si estaba
bien tallado, a proa el mascarón
que me den un sereno mar azul en el corazón del invierno.


Trad: Pedro Bádenas de la Peña

Extraído de: Poesía completa , Yorgos Seferis: Ed. Alianza, Madrid, 1989

13 de septiembre de 2009

«Helena» (Ελένη) de Yorgos Seferis

Giorgos Seferis (en griego: Γιώργος Σεφέρης; en transcripción española fonética, Yorgos Seferis) (13 de marzo, 1900 a Esmirna, actualmente Izmir, en Turquía - 20 de septiembre, 1971) es el seudónimo del poeta y diplomático griego Giorgos Seferiadis, primer griego nominado con el Nobel.

Helen of Troy

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)


HELENA: No he pisado jamás Troya. Era sólo un espectro.
SIRVIENTE: ¿Cómo? ¿Dice que solo estuvimos muriendo por una quimera ?”
Eurípides, «Helena»

Helena


«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

Tímido ruiseñor que entre el aliento de las hojas
brindas el alivio musical del bosque
a los cuerpos fatigados y a las almas
de quienes se sabe que no han de regresar;
Ciega voz que que a tientas buscas en la noche del recuerdo
pasos y gestos, diría casi besos
y el amargo tormento de la indómita sierva.

«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

¿Qué es Platres? ¿Quién conoce esta isla?
He pasado mi vida oyendo extraños nombres,
países nuevos, nuevas locuras de personas
o de dioses.
Mi destino, que flota
entre la gruesa espada de un Ayante
y una nueva Salamina,
me trajo hasta esta playa.
La luna
ha surgido del mar como Afrodita,
Ahora cubre los astros del Arquero y va por
el corazón de Escorpión y todo cambia.
¿Dónde está la verdad?
Yo fui también un arquero en la guerra.
Mi destino, el de un hombre fracasado.

Melodioso ruiseñor,
en una noche como esta en la playa de Proteo
te escucharon las esclavas de Esparta y rompieron en lamentos,
y entre ellas, ¿quién creerás? ¡Helena!
A quien perseguimos tantos años junto al Escamandro.
Estaba allí, en los labios del desierto. Me acerqué a ella y me habló:
«No es verdad, no es verdad», -decía-.
«Jamás subí a la nave de azulada proa;
mucho menos he pisado la valiente Troya».

Con los pechos profundos, el sol en el cabello, y ese porte
todo sonrisas y sombras
en los hombros en los muslos en las rodillas,
piel radiante y ojos
con pestañas largas,
estaba allí, a la orilla de un Delta.
¿Y en Troya?
En Troya, nada. Era sólo un espectro.
Los dioses así lo quisieron.
Y Paris, tumbado con una sombra como si estuviera viva.
Y nosotros fuimos muriendo por Helena durante diez años.

Un enorme dolor había caído sobre Grecia.
¡Tantos cuerpos arrojados
a las fauces de la mar y a las fauces de la tierra!
¡Tantas almas
lanzadas a las piedras del molino como el trigo!
Y los ríos arrastraban en el lodo la sangre
por un cimbreo ondulante, por una nube,
por un tremolar de mariposa, por la pluma de un cisne,
por una túnica vacía, por Helena.
¿Y mi hermano?
Ruiseñor ruiseñor ruiseñor,
¿qué es dios? ¿que no lo es? ¿y qué hay entre lo uno y lo otro?

«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

Avecilla llorosa,
a Chipre besada por las aguas
que me ha hecho recordar a mi patria
llegué solitario con esta leyenda,
si es cierto que es una leyenda,
si es cierto que los hombres no caen
en el viejo engaño de los dioses.
Si es cierto
que otro Teucro en unos años,
o un Ayante o un Príamo o una Hécuba
o un cierto desconocido, anónimo que no obstante
haya visto un Escamandro repleto de despojos,
no esté predestinado a escuchar
los mensajeros que vienen a decirle
de ese dolor inmenso y tanta vidas
se hundieron en el abismo
por una túnica vacía, por una Helena.

Mythistórima y otros poemas