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16 de enero de 2010

Yorgos Seferis- El papel blanco duro espejo


Cuadrado blanco sobre blanco, 1918 (Kazimir Malevich)



Τ᾽ ἄσπρο χαρτὶ σκληρὸς καθρέφτης
ἐπιστρέφει μόνο ἐκεῖνο ποὺ ἤσουν

Τ᾽ ἄσπρο χαρτὶ μιλᾶ μὲ τὴ φωνή σου,
τὴ δική σου φωνή
ὄχι ἐκείνη ποὺ σ᾽ ἀρέσει·
μουσική σου εἶναι ἡ ζωή
αὐτὴ ποὺ σπατάλησες.

Μπορεῖ νὰ τὴν ξανακερδίσεις ἄν τὸ θέλεις
ἄν καρφωθεῖς σὲ τοῦτο τ᾽ ἀδιάφορο πράγμα
ποὺ σὲ ρίχνει πίσω
ἐκεῖ ποὺ ξεκίνησες.

Ταξίδεψες, εἶδες πολλὰ φεγγάρια πολλοὺς ἥλιους
ἄγγιξες νεκροὺς καὶ ζωντανοὺς
ἔνιωσες τὸν πόνο τοῦ παλικαριοῦ
καὶ τὸ βογκητὸ τῆς γυναίκας
τὴν πίκρα τοῦ ἄγουρο παιδιοῦ-
ὅ,τι ἔνιωσες σωριάζεται ἀνυπόστατο
ἄν δὲν ἐμπιστευτεῖς τοῦτο τὸ κενό.

Ἴσως νὰ βρεῖς ἐκεῖ ὅ,τι νόμισες χαμένο·
τὴ βλάστηση τῆς νιότης, τὸ δίκαιο καταποντισμό τῆς ἡλικίας.

Ζωή σου εἶναι ὅ,τι ἔδωσες
τοῦτο τὸ κενὸ εἶναι ὅ,τι ἔδωσες
τὸ ἄσπρο χαρτί.


" El papel blanco duro espejo
sólo devuelve eso que fuiste.

El papel blanco habla con tu voz,
tu propia voz,
no aquella que te gusta,
tu música en la vida esa que derrochaste.
Puede que no vuelvas a ganar si lo deseas,
si te clavas a esa cosa indiferente
que te lanza atrás ahí dónde empezaste.

Viajaste, muchas lunas viste muchos soles,
tocaste muertos y vivos,
sentiste el dolor del bravo mozo
y el gemido de la mujer,
la amargura del niño inmaduro,
cuanto has sentido se derrumba sin sustento
si a éste vacío no te fías.

Quizás ahí encuentres cuanto creíste perdido,
el brote de la juventud,
el justo naufragio de la edad.

Tu vida en cuanto diste,
este vacío es cuanto diste,
el blanco papel. "

de Solsticio de verano

14 de septiembre de 2009

Yorgos Seferis Sobre un verso extranjero


Odysseus (Ulysses) and the Sirens, ca. 480-470 BC, British Museum, London.



SOBRE UN VERSO EXTRANJERO

Dichoso quien hizo el viaje de Odiseo.
Dichoso si al marchar sintió firme la coraza de un amor
extendida por su cuerpo, como las venas donde
bulle la sangre.

De un amor con cadencia sin fin, invencible como la
música y eterno
porque nació cuando nacimos y cuando nos muramos, si es
que muere, ni nosotros ni nadie lo sabe.

Pido a Dios que me ayude a decir, en un momento de gran
felicidad, cuál es este amor:
me siento a veces rodeado del exilio y escucho su lejano
bramido como el fragor del mar mezclado con la
borrasca inexplicable.

Una y otra vez surge ante mí el fantasma de Odiseo, con
los ojos arrasados por la sal de las olas
y por el deseo maduro de ver de nuevo el humo que brota
del hogar de su morada y su perro ya viejo
aguardándole a la puerta.

Inmenso él, se detiene musitando tras sus barbas encanecidas
palabras en nuestra lengua, como la hablaban
hace tres mil años.
Extiende una mano encallecida por las jarcias y el timón,
con la piel curtida por el cierzo, la canícula
y las nieves.


Parece querer arrojar de nosotros mismos al Cíclope
sobrehumano que mira por un único ojo, a las Sirenas
que te imponen el olvido, si las escuchas,
a Escila y Caribdis:
a tantos monstruos extraños que nos impiden pensar que
también él fue un hombre que luchó en el mundo
con cuerpo y alma.

Es el gran Odiseo: aquel que sugirió construir el caballo
de madera con el que los aqueos conquistaron
Troya.

Sueño que viene a enseñarme cómo construir yo un caballo
de madera con el que conquistar mi propia Troya.
Habla quedo y tranquilo, sin esfuerzo, parece conocerme
como un padre
o como uno de esos viejos marineros que apoyados en sus
redes - cuando había tormenta y bramaba el viento -
me decían, en mis años infantiles, la canción de Erotócrito
con lágrimas en los ojos
- temblaba yo en medio de mi sueño al escuchar la triste
suerte de Areti al bajar los peldaños de mármol.



Me dice el penoso esfuerzo de sentir las velas de tu
nave henchidas de nostalgia y de tu alma
convertida en timón.
Y también que estás solo, inmerso en la tiniebla de la
noche y a la deriva como la parva en la era.


La amargura de ver naufragar a tus amigos entre los
elementos dispersos: uno a uno.
Y qué vigor extraño sientes al hablar con los muertos
cuando los vivos que quedaron ya no bastan.


Habla... Aún veo sus manos que sabían comprobar si estaba
bien tallado, a proa el mascarón
que me den un sereno mar azul en el corazón del invierno.


Trad: Pedro Bádenas de la Peña

Extraído de: Poesía completa , Yorgos Seferis: Ed. Alianza, Madrid, 1989

13 de septiembre de 2009

«Helena» (Ελένη) de Yorgos Seferis

Giorgos Seferis (en griego: Γιώργος Σεφέρης; en transcripción española fonética, Yorgos Seferis) (13 de marzo, 1900 a Esmirna, actualmente Izmir, en Turquía - 20 de septiembre, 1971) es el seudónimo del poeta y diplomático griego Giorgos Seferiadis, primer griego nominado con el Nobel.

Helen of Troy

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)


HELENA: No he pisado jamás Troya. Era sólo un espectro.
SIRVIENTE: ¿Cómo? ¿Dice que solo estuvimos muriendo por una quimera ?”
Eurípides, «Helena»

Helena


«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

Tímido ruiseñor que entre el aliento de las hojas
brindas el alivio musical del bosque
a los cuerpos fatigados y a las almas
de quienes se sabe que no han de regresar;
Ciega voz que que a tientas buscas en la noche del recuerdo
pasos y gestos, diría casi besos
y el amargo tormento de la indómita sierva.

«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

¿Qué es Platres? ¿Quién conoce esta isla?
He pasado mi vida oyendo extraños nombres,
países nuevos, nuevas locuras de personas
o de dioses.
Mi destino, que flota
entre la gruesa espada de un Ayante
y una nueva Salamina,
me trajo hasta esta playa.
La luna
ha surgido del mar como Afrodita,
Ahora cubre los astros del Arquero y va por
el corazón de Escorpión y todo cambia.
¿Dónde está la verdad?
Yo fui también un arquero en la guerra.
Mi destino, el de un hombre fracasado.

Melodioso ruiseñor,
en una noche como esta en la playa de Proteo
te escucharon las esclavas de Esparta y rompieron en lamentos,
y entre ellas, ¿quién creerás? ¡Helena!
A quien perseguimos tantos años junto al Escamandro.
Estaba allí, en los labios del desierto. Me acerqué a ella y me habló:
«No es verdad, no es verdad», -decía-.
«Jamás subí a la nave de azulada proa;
mucho menos he pisado la valiente Troya».

Con los pechos profundos, el sol en el cabello, y ese porte
todo sonrisas y sombras
en los hombros en los muslos en las rodillas,
piel radiante y ojos
con pestañas largas,
estaba allí, a la orilla de un Delta.
¿Y en Troya?
En Troya, nada. Era sólo un espectro.
Los dioses así lo quisieron.
Y Paris, tumbado con una sombra como si estuviera viva.
Y nosotros fuimos muriendo por Helena durante diez años.

Un enorme dolor había caído sobre Grecia.
¡Tantos cuerpos arrojados
a las fauces de la mar y a las fauces de la tierra!
¡Tantas almas
lanzadas a las piedras del molino como el trigo!
Y los ríos arrastraban en el lodo la sangre
por un cimbreo ondulante, por una nube,
por un tremolar de mariposa, por la pluma de un cisne,
por una túnica vacía, por Helena.
¿Y mi hermano?
Ruiseñor ruiseñor ruiseñor,
¿qué es dios? ¿que no lo es? ¿y qué hay entre lo uno y lo otro?

«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

Avecilla llorosa,
a Chipre besada por las aguas
que me ha hecho recordar a mi patria
llegué solitario con esta leyenda,
si es cierto que es una leyenda,
si es cierto que los hombres no caen
en el viejo engaño de los dioses.
Si es cierto
que otro Teucro en unos años,
o un Ayante o un Príamo o una Hécuba
o un cierto desconocido, anónimo que no obstante
haya visto un Escamandro repleto de despojos,
no esté predestinado a escuchar
los mensajeros que vienen a decirle
de ese dolor inmenso y tanta vidas
se hundieron en el abismo
por una túnica vacía, por una Helena.

Mythistórima y otros poemas