Me ven ahora

22 de noviembre de 2010

Ana María Mopty de Kiorcheff Microcuentos


DIVORCIO

La tristeza verdadera está en las tazas, en los sonidos del platillo acompasando una canilla mal cerrada. En cuanto a las tazas, ¡oh! Las tazas, no se miran ni se tocan, los bordes se hacen ásperos y el líquido llega a labios vacíos de palabras: nada qué hacer, ni que decir en el desayuno de gargantas oprimidas sin apuro junto al diario.
Definitivamente se emborrona el recuerdo con el último sonido que decrece en el plato. Paralelamente queda, sobre la mesa, cada taza.


SEGUNDO TOMO.

Cuando vuelvas de tus aventuras o desventuras, te acudirán los amigos desconsolados. Son pocos. Fingirás la ilusión de salir a acometer de nuevo y, tras los golpes, regresarás a un lugar de La Mancha.
La resignada pérdida de locura va quitándote la vida, aunque persistes en evocar un rostro, unos cabellos de mujer, un nombre, para pronunciarlo antes de que te alcancen la fatal cordura y la muerte.

LOS DOMINGOS.



Sólo los domingos el patio se colma de visitas. Los que no son visitados, dibujan una línea en el piso y saltan para pasar bajo de ella. Del otro lado se incorporan golpeados y jubilosos, aunque sin lograrlo. Yo no entro en esos juegos y contemplo un biombo con diseños de helechos, de pájaros, de flores. Me lanzo a alcanzar los dibujos que se pierden entre las visitas. Los de delantal blanco me siguen con casi igual velocidad, cuando corro por los helechos que van detrás de los pájaros que persiguen las flores.

DESOCUPADO.

Arrellanado frente a la ventana, el viejo recuerda el tren que antes pasaba por la estación desierta. Casi no han quedado vías y las hierbas crecidas las cubren con salvaje verde. El nieto de cinco años se le acerca con las manos colmadas de piedrecillas grises y se las ofrece para que jueguen, cuando en la ventana se borran también las chimeneas de los ingenios desocupados.

DIÁLOGO.

La ciruela, me dijiste, debe ser comida con los ojos cerrados. Me enseñaste que podía acariciar la fruta y morderla sin ruido ni queja. Pienso que puede ser que en este momento, el laurel se quiebre sin que calles, cuando mezclas la espesura de la salsa sobre el fuego. Todo eso en la cocina. La noche calla y miro desde la ventana una lámpara, impregnando cuerpos amarillos. Te miro y me convences. Es verdad que el pretérito se hace presente en noches como estas, te digo, mientras van desanudándose en mis bolsillos las voces de los pájaros.

EL CÍRCULO SE VA A CERRAR.


Abren el vientre del charco los vehículos que pasan por la esquina. Sin proponérselo, cada uno se lleva: consuelo de perros vagabundos, noche resguardada, estrellas, rocío.

LEGADO.

Entre los papeles de Franz, carta a su padre y algunos poemas, quedó uno de escasos renglones en donde determinó la distribución de sus bienes, todo un proceso. No dejó firma. Una patita de cucaracha clausuraba el texto.

ENTRE NOSOTROS




Lo primero fue la palabra. La palabra se hizo Adán, se hizo Eva. Surgieron: tentación, inocencia, pecado, el cosmos. Y la palabra se hizo carne y habitó.

13 de noviembre de 2010

Muerte de Ulises

Circe ofreciendo la copa a Ulises
William Waterhouse
Soy Circe, la de lindas trenzas. Tengo por padre a Helios, el que alumbra a los mortales, y por madre a Perse, hija del Océano. Reino en la isla de Eea, y dentro de un valle vistoso se encuentra mi palacio, construido de piedra pulimentada. Los espesos encinares que lo rodean están poblados de lobos montaraces y leones, que son los hombres que se han acercado a mi palacio y a los que he encantado con funestos bebedizos.

Hice lo mismo con los compañeros de Ulises, y los convertí en puercos dándoles una droga dentro de una mezcla de queso, harina y miel fresca.

Quise luego hechizar al mismo Ulises cuando vino a rescatar a sus hombres, pero Hermes lo protegía y mis drogas no fueron eficaces con él. Así le dije:

- ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? Me tiene suspensa que hayas bebido estas drogas sin quedar encantado, pues ningún otro pudo resistirlas. Alienta en tu pecho un ánimo indomable. Eres sin duda Odiseo, pues los dioses me auguraron que vendrías cuando volvieses de Troya en la negra y velera nave. Ven Odiseo a mi lecho para que unidos por el amor, crezca entre nosotros la confianza.


La historia de Circe y Ulises se relata en el Canto X de la Odisea. Circe reinaba en la isla de Eea, y era bella, maga y hechizadora de hombres. Los griegos, algo misóginos ellos, y en defensa de su parcela de poder, presentan como peligrosos los conocimientos de la mujer y su atractivo sobre el hombre. Por eso el de Circe no es el único caso del mito de la hembra que seduce y causa el infortunio de los hombres. También tenemos a Medea. Hécate, Trace y otras muchas. En un artículo anterior hablamos de las bellas ninfas que arrastraron al marinero Hylas al fondo de las aguas. Y también en la odisea se relata otro gran peligro femenino sorteado por Ulises: el canto embaucador de las sirenas, ante el que todos perdían la voluntad. Ya lo sabe, caballero, el débil es usted. Pero si quiere usted estar prevenido y saber de antemano el riesgo que corre en sus relaciones con las mujeres, relea a Homero, a Hesiodo, a Apolonio, a Ovidio. Tal vez aprenda a convertir el peligro en oportunidad, pero necesitará toda la astucia y la determinación de Ulises. Tampoco le vendrá mal la ayuda de Hermes, sin la cual el famoso héroe habría acabado formando parte de la piara de cerdos, ridícula imagen de esa caterva de varones que sucumben y se anulan por causa de las malas artes femeninas.

Extraída del mencionado canto de la Odisea, oigamos ahora la respuesta de Ulises a la proposición de Circe:

- ¡Oh, Circe! ¿Cómo me pides que te sea benévolo, después que en este mismo palacio convertiste a mis compañeros en cerdos y ahora me detienes a mí y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza, apenas deje las armas? Yo no querría subir a la cama, si no te atrevieras, oh diosa, a prestar solemne juramento de que no maquinarás contra mí ningún otro pernicioso daño.
Así le dije. Juró al instante, como se lo mandaba. Y en seguida que hubo prestado el juramento, subí al magnífico lecho de Circe.

Un año pasó Ulises disfrutando de la compañía y de los placeres que Circe le dispensó. Hesiodo cuenta que tuvieron tres hijos. Por el tiempo que pasaron juntos deberíamos suponer que fueron trillizos, pero cuando te relacionas con una hechicera hija de un dios y de una nereida, las suposiciones lógicas de los mortales no funcionan. Otros autores mencionan un diferente número de hijos y con otros nombres. Pero el que parece contar con mayor consenso es Telégono (nacido lejos). Mitos posteriores indican que fue rey de los etruscos

Circe envió a Telégono a buscar a su padre a Ítaca. Cuando llegó a esta isla, acuciado por el hambre fue a robar ganado y el propio Ulises lo descubrió en el intento. Hubo una pelea entre ambos y Telégono mató a Ulises. Según la versión de Apolodoro, el enfrentamiento entre Ulises y Telégono se originó porque éste último reclamó para sí el dominio de la isla. Una vez muerto Ulises, Telégono decide llevar el cadáver a su madre Circe, y hace que Penélope y Telémaco le acompañen. Una vez en la isla de Eea, la diosa Atenea dispone que Circe se case con Telémaco y Penélope con Telégono.

9 de noviembre de 2010

Oda al Aceite - Pablo Neruda

Oda al aceite

Cerca del rumoroso
cereal, de las olas
del viento en las avenas,

el olivo

de volumen plateado,
severo en su linaje,
en su torcido
corazón terrestre;
las gráciles
olivas
pulidas
por los dedos
que hicieron
la paloma
y el caracol
marino:
verdes,
innumerables,
purísimos
pezones
de la naturaleza,
y allí
en
los secos
olivares
donde
tan sólo
cielo azul con cigarras,
y tierra dura
existen,
allí
el prodigio,
la cápsula
perfecta
de la oliva
llenando
con sus constelaciones el follaje:
más tarde
las vasijas,
el milagro,
el aceite.

Yo amo
las patrias del aceite,
los olivares
de Chacabuco, en Chile,
en las mañanas
las plumas de platino
forestales
contra las arrugadas
cordilleras
en Anacapri, arriba,
sobre la luz tirrena,
la desesperación de los olivos,
en el mapa de Europa,
España,
cesta negra de aceitunas
espolvoreada por los azahares
como una ráfaga marina.

Aceite,
recóndita y suprema
condición de la olla,
pedestal de perdices,
llave celeste de la mayonesa,
suave y sabroso
sobre las lechugas
y sobrenatural en el infierno
de los arzobispales pejerreyes.
Aceite, en nuestra voz, en
nuestro coro,
con
íntima
suavidad poderosa
cantas;
eres idioma castellano:
hay sílabas de aceite,
hay palabras
útiles y olorosas
como tu fragante materia.
No sólo canta el vino,
también canta el aceite,
vive en nosotros con su luz madura
y entre los bienes de la tierra
aparto,
aceite,
tu inagotable paz, tu esencia verde,
tu colmado tesoro
que desciende
desde los manantiales del olivo