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28 de agosto de 2011

Lawrence Durrell /El cuarteto de Alejandría





El cuarteto de Alejandría’ es una tetralogía escrita por Lawrence Durrell a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. La intención del autor, como explica en la nota que abre “Balthazar”, el segundo de los libros, es construir una serie de novela que se desplieguen en el espacio sin constituir una serie; obras que se complementen unas a otras, entretejiéndole en una relación puramente espacial, sin referencia temporal alguna. Eso es lo que Durrell hace con los tres primeros volúmenes, mientras que el último sí que se revela como un sucesor de los anteriores y utiliza el tiempo (narrando hechos posteriores a los ya mostrados) para tejer una imagen última —que no definitiva— de los protagonistas. Enseguida vienen a la mente los trabajos de Proust, por ejemplo, que también trataban de jugar con el tiempo para ofrecer un retrato más fidedigno, más completo, de los personajes; no obstante, ‘El cuarteto de Alejandría’ se apoya en el recurso del espacio-tiempo, acumulando facetas de los diferentes caracteres como si fueran capas de una cebolla que el lector va descubriendo a medida que avanza la lectura.
El resultado es sorprendente y muy bello, si bien el propósito último de Durrell dista de ser tan perfecto como ambicionaba. En palabras de Pursewarden, uno de los protagonistas, se podría «ensayar un juego con cuatro cartas en forma de novela; atravesando cuatro historias con un eje común, por así decir, y dedicando cada una de ellas a los cuatro vientos. Un continuum, por cierto, que comprendiera no sólo un temps retrouvé sino también un temps delivré». Ese continuum que Durrell persigue no es tan sólido como debiera, ya que las facetas de los personajes son desveladas de un modo demasiado arbitrario y abusando del efecto sorpresa. Con todo y con eso, la hermosura de una prosa que se crece a la hora de describir la ciudad de Alejandría y que ofrece unos retratos bellísimos de las personas ayuda a que el lector pase por alto esos defectos y se embarque en una historia de amor tan sencilla y manida como bien resuelta.
La historia da comienzo con “Justine”, en la que ejerce de narrador el nunca nombrado Darley, un escritor frustrado que trabaja como profesor en la Alejandría previa al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Retirado a una isla del Mediterráneo, recrea sus recuerdos en un manuscrito que está teñido de su absoluta, pero inconsciente, subjetividad. Su visión es única, quizá fruto del amor por Justine y la ‘ceguera’ auto infligida que le provoca, aunque el lector (como él mismo) no lo perciba así; los personajes a los que trata (Nessim, un poderoso empresario, marido de Justine; Pursewarden, otro escritor de más éxito, mezquino y arrogante; Melissa, su enferma amante alejandrina) son casi inocentes, puros, unidimensionales. Su frustrada —y frustrante— historia de pasión está repleta de lagunas que Darley se esfuerza por entender, pero que rellena con suposiciones, con intuiciones fruto de su desconocimiento del pasado y de los seres humanos.
Ese desconocimiento se palía un tanto en la segunda novela de la serie, “Balthazar”. El comentario que Balthazar, médico y cabalista, hace del manuscrito que recibe de Darley (es decir, el primer libro: “Justine”) abre los ojos de éste a facetas nuevas de la historia (aunque hay detalles que fueron omitidos ex profeso en el primer libro, por lo que no todo es visto bajo una nueva luz). Los propósitos de personajes ya conocidos cambian sustancialmente: Darley recibe esas revelaciones y comprende que ciertas acciones no eran lo que parecían. Justine se revela no ya como una mujer adúltera, sino como una hábil manipuladora; también Nessim parece tener intereses desconocidos, mucho más allá de los simples celos, ya que se insinúa una conspiración contra los intereses británicos y franceses en Alejandría. Pursewarden se convierte en un ser desdichado y sensible, profundo conocedor del alma humana, con una coraza de cinismo que le protege contra el sufrimiento que ve a su alrededor. Tan atractivo resulta que se descubre que era amante de Justine al mismo tiempo que Darley, aunque éste se niegue a comprender esos nuevos matices de su personalidad que Balthazar le ofrece.
Será en “Mountolive”, la tercera parte de la serie, cuando el lector comience a hacerse una idea más o menos completa de las múltiples tramas que Durrell ha ido tejiendo en los anteriores libros. El estilo cambia en esta novela: de la primera persona pasamos a una tercera bastante personal, que nos revela facetas desconocidas tanto por el Darley narrador de los dos anteriores libros como por muchos de los participantes en este palimpsesto literario. Justine y Nessim se descubren como dos seres solitarios, ávidos de poder y con unos escrúpulos muy personales para conseguir sus fines. Es ahora cuando el lector entiende que Justine no engañaba a su marido con uno u otro amante, sino que ambos trabajaban en pro de un objetivo mayor (y muy mundano, por otra parte). El Mountolive que apenas aparecía en el segundo libro y del que se desconocía casi todo se convierte en el protagonista principal, si bien actúa en realidad como eje alrededor del cual se suceden los acontecimientos que el lector ya conoce (es decir, los relatados en los anteriores partes) y a los que dota de nuevos matices. Pursewarden, por ejemplo, resulta ser un hombre atormentado por el amor que siente hacia su propia hermana, y su suicidio (que había sido visto como fruto de una personalidad frágil y desequilibrada) es una maniobra desesperada para no tener que elegir entre dos hombres a los que respeta y aprecia. El mismo Darley aparece aquí como un hombre gris, algo perdido en el laberinto social y diplomático que es Alejandría; algo que el lector ya intuía desde el principio, si bien ahora se confirma con creces.
En “Clea”, la novela que cierra la serie, de nuevo regresa el Darley narrador. La historia, esta vez, avanza en el tiempo y no continúa aportando nuevas visiones, sino que refleja los diferentes caminos que toman cada uno de los protagonistas. Acabada la guerra, Nessim trata de rehacerse de sus frustrados planes conspirativos, mientras que Justine es encerrada en su propia residencia por el apoyo que proporcionó a su marido. Mountolive abandona Alejandría con la hermana de Pursewarden, ambos heridos de amor y unidos por ese sentimiento de renuncia y culpa. Darley descubre su propio amor por Clea, una joven pintora que sirvió como enlace para todos los protagonistas de esta gran historia, pero también comprende que ese amor no es sino un sustituto de su gran amor por el arte, como ella misma —y las terribles circunstancias— se encarga de mostrarle.
En realidad, como decía más arriba, Durrell traza varias historias que sólo hablan de amor, si bien se enmarcan en un contexto en el que otras tramas se mezclan y otros personajes intervienen decisivamente: Pombal, Scobie, Naruz, Leila… Esas diferentes visiones sobre la pasión proporcionan el sustento de la cuatrilogía, su alma, y el lector descubre enseguida que las motivaciones de los personajes no son más que reflejos de sus pulsiones amorosas; el amor, parece decir Durrell, es lo que pone en movimiento muchas de nuestras acciones, muchos de nuestros deseos.
El resultado final es una hermosa historia que se desarrolla en un marco aún más hermoso, poblado por personajes entrañables y reales. Las facetas que el autor introduce poco a poco en las diferentes partes contribuyen a ese efecto, aunque sea la propia fuerza de la narración y de los protagonistas lo que levanta la obra de verdad. Como dije, el propósito último de Durrell no se cumple al cien por cien, ya que el continuum al que aspiraba se rompe por la inherente ;dualidad fantástica de la novela (la suspensión de la incredulidad, en este caso, funciona en contra del escritor); sin embargo, la potencia humana de sus creaciones supera cualquier intención formal. ‘El cuarteto de Alejandría’ termina por ser una magna obra de arte capaz de embelesar a cualquier que se aventure en su lectura.
La ciudad de Alejandría es trasfondo y personaje al mismo tiempo siendo la voz de Cavafis, el poeta de la ciudad, el hilo conductor. El Cuarteto presenta una visión de la ciudad que cautivó a muchos lectores y escritores que se acercaron a la ciudad griega buscando esa Alejandría eterna que no encontraron. Parte de la culpa de este encanto es la prosa de Durrell, densa y hermosa, muy visual y rica, lírica, con unas descripciones vívidas, tanto de personajes como de situaciones o paisajes.

En esencia, ¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, y entre ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria.
Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcance de la mano es desconcertante por su variedad y profusión. Es imposible confundir a Alejandría con un lugar placentero. Los amantes simbólicos del mundo helénico son sustituidos por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre sí mismo. Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía del cuerpo, porque ha ido más allá del cuerpo. Nessim dijo una vez, recuerdo -y creo que lo había leído en alguna parte- que Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos en su sexo"


(Lawrence Durrel Justine)
 

Si las cosas fueran siempre lo que parecen, ¡que empobrecida quedaría la imaginación del hombre!
¿Cómo me libraré para siempre de esta ciudad ramera entre todas las ciudades: mar, desierto, minaretes, arena, mar?
No. Tengo que ponerlo todo por escrito, fríamente, hasta que pase el tiempo de la memoria y el deseo. Sé que la llave que trato de hacer girar está en mi mismo.
(Lawrence Durrell, Balthazar)



Como no citar a Kavafis quien aparece en Justine

LA CIUDAD

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.


Los Dioses Abandonan a Antonio

Cuando de pronto, a medianoche, oigas
pasar el tropel invisible, las voces cristalinas,
la música embriagadora de sus coros,
sabrás que la Fortuna te abandona, que la esperanza
cae, que toda una vida de deseos
se deshace en humo. ¡Ah, no sufras
por algo que ya excede el desengaño!
Como un hombre desde hace tiempo preparado,
Saluda con valor a Alejandría que se marcha.
Y no te engañes, no digas
que era un sueño, que tus oídos te confunden,
quedan las súplicas y las lamentaciones para los cobardes,
deja volar las vanas esperanzas,
y como un hombre desde hace tiempo preparado,
deliberadamente, con un orgullo y una resignación
dignos de ti y de la ciudad
asómate a la ventana abierta
para beber, más allá del desengaño,
la última embriaguez de ese tropel divino,
y saluda, saluda a Alejandría que se marcha.

25 de agosto de 2011

Albert Camus "La peste"

Esto que ocurre, tan cercano a mí, me recuerda esa inolvidable novela francesa que Camus escribiera por allá en 1947, en donde se cuenta la aparición de una peste en un pueblo de Argel (en aquel entonces colonia francesa) que amenaza abruptamente la vida de todo ser humano. Inmediatamente después del derrumbe de Europa por las dos grandes guerras del siglo XX, una situación de pestilencia agravaría más la situación de todo ser humano en el mundo. Aquí Camus supone que nuestro destino también depende de un poder mucho mayor que las mismas acciones humanas, evidentemente es el poder de la magnánima naturaleza.

La Peste es esa novela que relata de forma cruda cómo la naturaleza a través de un virus desconocido puede llegar a destruir miles de vidas, sin que la Humanidad tenga la posibilidad de hacer algo para evitarlo. Es una situación absurda e inevitable que cada ser humano tendrá que enfrentar como parte de su destino.

El modo de narración que utiliza Camus para relatar La Peste se distancia de aquel utilizado en su primera novela El Extranjero; recordemos que en esta última Mersault hablaba en primera persona y de modo introvertido –si lo analizamos psicológicamente-, mientras que en La Peste las situaciones son narradas en tercera persona centrándose en la figura del doctor Bernard Rieux, con situaciones mucho más sociales y detalladas de forma más minuciosa. Existen también más personajes que luchan por su existencia y buscan un lugar en la obra para expresar su voz: el padre Paneloux, Rambert el periodista, Grand, Michel, Jean Tarrou y Richard; son tan solo algunas de las personas que sufren y luchan contra el advenimiento y desarrollo de la peste en Orán. Sin dudarlo, pienso que la novela posiciona a Camus como uno de los más grandes escritores de la literatura existencialista y uno de los filósofos-literatos más importantes que el mundo contemporáneo haya podido concebir. A grandes rasgos, La Peste es una dramática situación que ataca inmisericorde y sin contemplaciones toda vida, no sólo humana, sino general.

El inicio de la peste en Orán

Lo que pasa actualmente en los países de América como México, Estados Unidos, Argentina y demás, podría ser similar a lo que ocurrió en el Orán de Camus, en Argel, lugar en donde una peste comenzó atacando a las ratas y luego a todos sus habitantes. Esta peste no contemplaba la situación de los individuos: mujeres, niños y ancianos, todos eran inevitables víctimas del poder de la naturaleza. Por supuesto, encontramos en personajes como Bernard Rieux y Rambert la condición humana que enfrenta este drama con resistencia, en busca de desesperadas formas de solventar la crítica situación. Todos somos igual de culpables al nacer, somos potenciales víctimas de la naturaleza, de la peste como una posibilidad de castigo divino. Nadie está exento de recibir a la muerte en cualquier momento.

Orán es una ciudad como cualquier otra: una antigua prefectura francesa en aquella época de 194… –no se precisa el año-. El narrador considera que es una ciudad fea, que en verano tiene un calor que puede llegar a ser insoportable. No es una ciudad original, por ejemplo: “Era Orán como en otras partes por falta de tiempo y de reflexión, en donde se ve uno obligado a amar sin darse cuenta”. Lo más original allí es la diferencia para encontrar la muerte. Orán es una ciudad sin vegetación, sin alma, que sirve de reposo para unos simpáticos habitantes a espaldas del mar.

El día 16 de Abril 194…, inicia el drama para Bernard Rieux y el resto de Orán. Las ratas comienzan a salir de sus nidos para morir en la superficie, emanando sangre y revolcándose agónicamente. Poco a poco las ratas aumentan su mortalidad y se van amontonando los cadáveres putrefactos en la ciudad. Para el 28 de abril, más de ocho mil ratas han muerto, mientras que la población se alarma. Para los habitantes de Orán comenzaría también la mortalidad, los síntomas se manifiestan de forma abrupta en seres inocentes. La gente vomita bilis roja, pierde sus fuerzas, la temperatura aumenta en sus cuerpos, y surgen la fiebre e inflamaciones.

La desratización (limpieza de los cadáveres de las ratas) y la primera víctima humana (el portero del pueblo), traen consigo el fin de un periodo lleno de signos desconcertantes y el comienzo de otro periodo relativamente difícil, como se verá, la peste atacando toda vida humana.

Antecedentes de la peste

Como antecedentes de esta situación están las pestes de Constantinopla con diez mil muertos; en Cantón en el siglo XIX cuarenta mil ratas mueren. La gente ha concebido las pestes como un fenómeno irreal que no puede tocarlos, por ser una circunstancia excepcional. El autor dilucida al respecto:

“Las plagas en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas (…) Nuestros conciudadanos, a este respecto eran como el mundo, pensaban en ellos mismo; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar y no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan y los humanistas en primer lugar porque no han tomado precauciones” 

El sufrimiento de un pueblo en el exilio

La epidemia es un mal inevitable para todo habitante de Orán. Esta desgracia, alcanza cada vez más todo aspecto de la vida de los hombres, desde su más profunda intimidad hasta la vida social, para ponerlos a luchar contra todo tipo de sentimiento:

“En el momento más grave de la epidemia no se vio más que un caso en que los sentimientos humanos fueron más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas… Así, pues, lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio” (Pág. 61)

Implacablemente, la peste comienza a separar a los enfermos de sus seres queridos, quienes no está preparados para alejarse de su propia gente. Para esta humanidad, ahora en la más funesta desgracia, la peste es la peor de todas las prisiones, el más insoportable exilio para quien lo padece. Por su absurdo advenimiento es una situación desesperanzadora, ya no existe expectativa alguna, sólo la certeza de la muerte. En su sentir, los dolientes conciben frases desconsoladoras como esta:

“Entonces comprendíamos que nuestra separación tenía que durar y que no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo. Entonces aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado, y si algunos tenían la tentación de vivir en el futuro, tenían que renunciar muy pronto, al menos, en la medida de lo posible, sufriendo finalmente las heridas que la imaginación inflige a los que se confían a ella”

En medio de su exilio, sus tormentos se conjugan con un ayer escondido y experiencias de vida confinadas en sus memorias. Sólo era clara esa certeza de que la vida tiene un inminente final, la implacable muerte. En medio de esta certeza, los dolientes persisten y se aferran a lo único que en verdad consideran importante, sus propias vidas:

“El sufrimiento profundo que experimentaban era el de todos los prisioneros y el de todos los exiliados, el sufrimiento de vivir en un recuerdo inútil. Ese pasado mismo en el que pensaban continuamente sólo tenía el sabor de la nostalgia” 

Para agravar sus penas se suman al dolor del exilio, la soledad y la falta de colaboración de los prójimos sanos. Un individualismo exacerbado se evidencia entre los que aún no contraen el virus y los afectados que luchan por una cura para sus males. Ya no hay cabida para permitirse confiar cualquier tipo de secreto. Cada quien debe ensimismarse y sufrir en silencio su propio dolor.

“En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su vecino; cada uno seguía solo en su preocupación. Si alguien por casualidad intentaba hacer confidencias o decir algo de sus sufrimientos, la respuesta que recibía le hería casi siempre” 

Pese a que un mal mayor aquejaba a los exiliados, un halo de esperanza se vislumbraba en su oscurecido horizonte. El sentimiento del amor logra prevalecer en muchos de los individuos como algo personal, muy de ellos dentro de sí:

“En el egoísmo del amor les preservaba, y si pensaban en la peste era solamente en la medida en que podía poner a su separación en el peligro de ser eterna” 

El Aislamiento en La Peste y su relación con Mersault

El dolor del aislamiento que sentían los enfermos de la peste en Orán, los hacía sentirse extraños frente al mundo, como si fuesen la peor escoria que haya existido jamás. Todos los enfermos entraban en cuarentena, tomándose con ellos medidas profilácticas, siendo confinados en pabellones de seguridad. Curiosamente, esta situación puede asemejarse, de cierta manera, con la aprehensión por parte de las autoridades a Mersault, después del asesinato del árabe, en la otra aclamada obra de Camus El Extranjero. De igual manera, su protagonista estaría confinado y aislado del resto del mundo de forma, insistimos, absurda.

La intertextualidad, que es una constante en las obras de Camus, por supuesto se retrata de forma abierta en La Peste. Vemos como se hace referencia a El Extranjero en medio de la peste. Grand discute con una vendedora de tabaco sobre el episodio de Mersault, ocurrido no muy lejos de Orán.

“En medio de una conversación, la vendedora había hablado de un proceso reciente que había hecho mucho ruido en Argel. Se trataba de un joven empleado que había matado a un árabe en una playa” 

La vendedora afirmaba que era mejor ver a ese tipo de chusma en la cárcel para que la gente decente respirara. Así mismo pasa con los enfermos: hay que confinarlos para que no contagien a los sanos. Probablemente a las situaciones absurdas que enfrentó Mersault se le pudo haber sumado la posibilidad de lidiar con la peste, como otro de los absurdos momentos de su vida.
___________________

Se podría decir muchísimo más sobre La Peste, gran libro que no se agota en una sola lectura. Cada lector debe experimentar sus contenidos para sacar conclusiones propias.  Con esta reseña he dado apenas una humilde opinión desde mi lectura de la obra, imprescindible para comprender la llamada filosofía de rebelión en Albert Camus. Dejemos como final esta bella frase que siempre me ha acompañado y que, sin duda, muchos han sentido por su tránsito en la existencia:

"Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo"

Poetas polacos


CUAN DIFÍCIL ES PISAR...

Cuán difícil es pisar
las grandes caídas
¿Y acabar con los ataúdes ya destruidos
es tarea de los poetas?
Cuán fácil es también injuriar
al extraño
escondiéndose tras el muro
de los defensores de la justicia
Pero ser cabal
en hora del desdén
levantar la voz
cuando todos los zorros huyeron a sus guaridas
gritar fuerte
cuando murmuran todos
¡Ay! qué pocos son
los que son capaces


Jaroslaw Iwaszkiewicz (1894)


NOTRE DAME

¡Y el espacio brotó
de un millón de dedos unidos para rezar!
Pero el terror puntiagudo me hundió en su Entraña
Encarnecido y despreciado por las quimeras
con su boca abierta por la lluvia
me pregunto ¿quién soy yo vivo
al pie de los pilares?
Estos muros desprendidos de la roca
resucitan - con sus quijadas de sarcófago
¿Quién sacudió estas tinieblas?
¿Quién las plegó, quién las abrazó?
Las cruces que cargan a sus Cristos
las convierto en andamios
verticales con sus peldaños
y a mi voluntad igual con el azul
más hondo del cielo,
a mi propia muerte,
¡las clavaré con el rayo
del gótico!
- arriba en la piedra angular
palpita el vuelo atrapado de las flechas -
Perduro bajo el trueno de las piedras
que suben siempre, implacablemente,
hasta que de repente el vértigo
no las haga caer desde la cumbre,
revelando su forma de dos torres,
dos torres - dos grietas impedidas
¿Quién concibió este abismo?
¿Quién lo expulsó arriba?

Julian Przybos (1901)

HAY TIERRA ENTERADA DE LA SOLEDAD

Hay tierra entera de la soledad
y sólo un surco
el de tu sonrisa
Hay mar entero de la soledad
el ave perdida de tu ternura
vuela sobre él

Hay cieloulian Przybos (1901)

HAY TIERRA ENTERADA DE LA SOLEDAD

Hay tierra entera de la soledad
y sólo un surco
el de tu sonrisa
Hay mar entero de la soledad
el ave perdida de tu ternura
vuela sobre él
Hay cielo entero de la soledad
y sólo un ángel cuyas alas
pesan tan poco como tus palabras
Nosotros parimos a los machos con manos de hierro
entero de la soledad
y sólo un ángel cuyas alas
pesan tan poco como tus palabras
Nosotros parimos a los machos con manos de hierro
sin sonrisa pero con dolor
y con su tierra - oliendo
a hierba cortada bajo el sol de julio
En las hondas barrancas de nuestras entrañas
hay nidos de musgo y picos hambrientos
allí se hace cuerpo el misterio de la vida
se sobreponen las capas de la prehistoria
sin que las mencionen las memorias del mundo
Por encima de nuestras frentes vuelan
los renacimientos en nuestros ojos
se arrodillan los pensamientos medievos
nosotras - Marías sumisas aceptamos humildemente
la sed de nuestras entrañas, el destino de nuestros brazos

Halina Poswiatowska (1935)

LAMENTO

Me dirijo a vosotros sacerdotes
maestros jueces artistas
zapateros médicos empleados
y a ti padre mío
¡Escuchadme!
No soy joven
y que mi cuerpo esbelto
no les equivoque
ni la ternura del cuello blanco
ni la claridad de la frente abierta
ni los vellos sobre los dulces labios
ni la sonrisa querubina
ni el paso elástico
No soy joven
que no les conmueva
mi inocencia
ni mi castidad
ni mi debilidad
y simpleza
Tengo veinte años
soy un asesino
soy un instrumento
tan ciego como el hacha
en la mano del verdugo
he matado a un hombre
y con mis dedos ensangrentados
he acariciado los senos blancos de las mujeres
Mutilado no he visto
ni el cielo ni la rosa
ni el nido ni el pájaro ni el árbol
ni a San Francisco
ni a Aquiles ni a Héctor
Durante seis años
rascó de la nariz vapor de sangre cálida
No creo en la transformación del agua en vino
no creo en la absolución de los pecados

Tadeuz Rozewicz (1921)

SÁLVAME

Sálvame delas guirnaldas
hora que avanzas

y permíteme alentar
en aquella mi ley
Los herreros cansados
nuestras águilas en tierra
arenosa la tierra
aquí sembraremos los huesos y el viento
¡qué duros son los espacios!
¡Que la comunión santa sea para la rata
y para esos que están en el camino y en los Cárpatos
los niños estén de regreso
quítales a las aguas mirada!
Así en la ropa de la tierra nace el poema
nuestro único acreedor

Wincenty Rozansky (1938)

AMOR

Cuatro ramas fulgurando - cuatro labios mordidos
yacen en sí mismos alimentados de silencio.
La madera viva siembra con sus hojas chispas
cubriendo las huellas que olfatea y sigue la bestia
Hemos llegado aquí enlazados sobre los hombros
nuestras manos son ajenas, los rostros próximos y lejanos,
y una sonrisa frágil como de agua aprisionada
que de pronto por los agujeros baja huyendo.
Caímos dentro del bosque perforados y aún nos hería la hierba
del cenegal; los cabellos chorreaban como sangre sobre los rostros;
en la oscuridad en nosotros deleitándose
hasta que pasamos de su garganta a sus intestinos.
Cuando queremos volver hacia la pared del horizonte
el cenegal se relame, chupa el cuerpo con el cual andamos;
gritamos pidiendo una mano;
nos cree el viento; acaso la noche.

Boguslaw Zurakowski (1939)

POEMA

Tocada por tu palabra
a vibra en mí el suceso
Soy ola conmovida
Me estrelló en súbita marea
Desbordó todos mis nombresCon lenguas de mi aliento
Mientras mi piel se abre
Hambrienta de fieles navíos
Tocada por tus manos
Ya no sé nada de mí
Soy carne o tal vez fluido
Acaso soplo con fuego
No creo que fuera tierra
Con terremotos hendida
Sin fuerzas para morir


Krystyna Rodowska

AQUÍ

Aquí cada árbol
es un fuete lacerante
aquí cada viento
tiene baleado el cráneo
aquí cada pájaro
está vestido con la piel de la cebra
aquí cada piedra
está numerada
aquí cada camino
está adoquinado de sangre
aquí cada palabra
comienza a oler a cuerpo chamuscado
aquí
desde cada
ventana
se ven
90 mil
asesinados
estoy
en Stutthof
en la plaza cercana
mi padre se aprestaba
para la revisión
cuando caía la helada
la revisión duraba del crepúsculo al alba
mi padre estaba desnudo
en posición de firme
mojado por el "cappo" furioso
bajo la helada el agua se congelaba rápidamente
- los cuerpos humanos escarchados
despertaban la carcajada de
alemanes
en qué pensaba mi padre
cuando vio los rostros gesticulantes/SS
seguramente pensó
qué se debe hacer
para que no quede tan sólo
el recuerdo del fascismo.

Piotr Jerzy Domansky (1949)

17 de agosto de 2011

CANTO DEL MACHO ANCIANO. Por Pablo de Rokha


Pablo de Rokha [que figuraba ya en Selva lírica, la siempre citada antología de 1917] irrumpe de cuerpo entero con una obra de excepción, Los gemidos [1922]. Desde este momento el poeta no pasará ya inadvertido. Su aporte no era la quiebra del verso libre [ya hecha por Pedro Prado en 1908 con sus Flores de cardo] ni la expresión de la transformación del mundo por la imagen [iniciada por Huidobro en El espejo de agua, 1916], sino la amalgamación de un desenfadado ímpetu verbal con el acarreo de todos los materiales reputados hasta entonces como antipoéticos. Irrumpen juntos 'el barro y las rosas', al decir del novel poeta de aquel entonces Pablo Neruda, en una nota crítica de Claridad, la revista de los estudiantes. Es un caudaloso torrente en el cual un Yo hipertrofiado se revela en una dicción a veces trabajosa, pero que arrastra en un torrente conmovedor los dichos y hechos de nuestra tierra y de sus hombres. Pablo de Rokha tiene la virtud de concitar la más decidida animadversión o la admiración más rendida ['este es un poema que hay que leer de rodillas', dice el poeta Mahfud Massis*, yerno suyo, al referirse al Canto del Macho Anciano]. Sus antiapologistas suelen coincidir en un punto: 'un poeta cuyos versos buenos son como hallar -y se halla- una aguja en un pajar, demasiado hablante, siempre lanzando peñascos de la misma dimensión'.

Sin embargo, si se accede a leer su copiosa obra, se ve una evolución en espiral.

Del anarquismo inicial [expresado en su libro de ensayos Heroísmo sin alegría, 1927] en donde define al comunismo como 'cosa de cerdos', deriva a un tono de epopeya popular a través de un personaje rabelesiano: Escritura de Raimundo Contreras -que continúa en parte de su obra actual. Luego siente el impacto del comunismo y se incorpora a la lucha política, lo que se refleja en su obra especialmente a partir de Canto de trinchera [1933], culminando en su último libro Estilo de masas. Por otra parte [y esto es un peligroso clisé donde frecuentemente se quiere encarcelar al poeta], Pablo de Rokha es el cantor de las comidas y bebidas de nuestra tierra, partiendo -como él mismo lo ha dicho- de que se ha bebido y comido a casi todo Chile. Su vida trashumante, de vendedor de sus propios libros, le ha dado un conocimiento minucioso del país, y ha hecho que se transforme -para el vulgo- en una especie de Gargantúa. Pero pensemos que, esencialmente, Pablo de Rokha es un hombre del viejo Chile central, nacido en una época todavía patriarcal, en un país que aún era 'rector en América Latina', con una moneda fuerte, con confianza en sí mismo [no existía aún el complejo del subdesarrollo, estimulado por nuestros subdesarrollados economistas]. Era un Chile dionisíaco, cuya personalidad está reflejada con real originalidad en de Rokha:

Y, ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo o la patagua o el boldo que resumen la atmósfera dramática del atardecer lluvioso de Quirihue o de Cauquenes, / o de la guanaco en caldo de ganso, completamente talquina o licantenino de parentela?,

La chichita bien madura brama en las bodegas como una gran vaca sagrada, / y San Javier de Linares ya estará dorado, como un asado a la parrilla, / en los caminos ensangrentados en abril, la guitarra / del otoño llorará como la mujer viuda de un soldado, / y nosotros nos acordaremos de todo lo que no hicimos o pudimos y debimos y quisimos hacer, como un loco / asomado a la noria vacía de la aldea...

Sí, un gran dionisíaco, pero torturado por la certidumbre de que ese mundo patriarcal es un mundo en ruinas, y de que su camino debe ser otro; que abandona ese mundo, así como abandona el de la iglesia que atrapó su adolescencia ['Primero me agarró, por adentro, la Iglesia Católica, el Seminario, su manotada más pálida y su día domingo en lúgubre...'], de ahí a entonces se incorpora a una interpretación del mundo contemporáneo, trata de abrazar todos los tiempos, todos los países, todos los fenómenos históricos. De esa poesía épica, en tono mayor [tildada de monocorde], nacen a veces grandes descripciones, como aquella de Lenguaje del continente [1943] cuya descripción de los EE.UU. no vacilamos en estimar como de mayor intensidad que la de Howl de Allen Ginsberg, que tanta conmoción causa en muchos círculos poéticos de América Latina. Veamos un trozo:

...He mirado bajar a patadas al capitán negro con sus condecoraciones / de héroe nacional todo de luto desde los / tranvías de ajedrez del Washington infernal y asesinarlo / entre los oros pálidos de P. Street, en Dupont-Cercle, / he mirado los hoteles cósmicos de Miami albergar gangsters / y estrellas de Hollywood, / banqueros, prostitutas, obispos y diplomáticos, echando con / asco al varón de color, / y comer basura en New Orleans a los viejos judíos que / huían de Chicago acosados como estropajos por las jaurías inmundamente / borrachas del Ku-Klux-Klan, abrigándose el estómago con los poemas / de Cari Sandburg con el delirio genital religioso del Sinaí / ardiendo.

Pero este poeta épico da también en ocasiones las más hermosas notas líricas. Recordemos ese tan citado poema 'Círculo':

Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente / como la eternidad encima de los muertos / recuerdo que viniste y has existido siempre / mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres, / toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

En fin, el Premio Nacional ha venido a señalar a la atención publica
y a dar una suerte de inmortalidad a un poeta que ha recorrido todo Chile con gran amor, y 'ganándose la vida a patadas', como él mismo lo ha dicho. Que ha hecho de su poesía tanto su expresión vital como un arma de combate. Que como la mayor parte de los poetas de Chile, ha vivido con máxima modestia. A un poeta que lo ha sido toda una larga y azarosa vida.

CANTO DEL MACHO ANCIANO. Pablo de Rokha

Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro,
o enarbolando el gran anillo matrimonial herido a la manera de palomas
............... que se deshojan como congojas,
escarbo los últimos atardeceres.
Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
o una enorme piedra de humo echando sin embargo espanto a los acantilados
............... de la historia
o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
contra la muralla negra.
Y como ya todo es inútil,
como los candados del infinito crujen en goznes mohosos,
su actitud llena la tierra de lamentos.
Escucho el regimiento de esqueletos del gran crepúsculo,
del gran crepúsculo cardíaco o demoníaco, maníaco de los enfurecidos ancianos,
la trompeta acusatoria de la desgracia acumulada,
el arriarse descomunal de todas las banderas, el ámbito terriblemente pálido
de los fusilamientos, la angustia
del soldado que agoniza entre tizanas y frazadas, a quinientas leguas abiertas
del campo de batalla, y sollozo como un pabellón antiguo.
Hay lágrimas de hierro amontonadas, pero
por adentro del invierno se levanta el hongo infernal del cataclismo personal,
............... y catástrofes de ciudades
que murieron y son polvo remoto, aúllan.
Ha llegado la hora vestida de pánico
en la cual todas las vidas carecen de sentido, carecen de destino, carecen de
estilo y de espada,
carecen de dirección, de voz, carecen
de todo lo rojo y terrible de las empresas o las epopeyas o las vivencias ecuménicas,
que justificarán la existencia como peligro y como suicidio; un mito enorme,
equivocado, rupreste, de rumiante
fue el existir; y restan las chaquetas solas del ágape inexorable, las risas caídas
y el arrepentimiento invernal de los excesos,
en aquel entonces antiquísimo con rasgos de santo y de demonio,
cuando yo era hermoso como un toro negro y tenía las mujeres que quería
y un revólver de hombre a la cintura.

Fallan las glándulas
y el varón genital intimidado por el yo rabioso, se recoge a la medida del abatimiento
............... o atardeciendo
araña la perdida felicidad en los escombros;
el amor nos agarró y nos estrujó como a limones desesperados;
yo ando lamiendo su ternura,
pero ella se diluye en la eternidad, se confunde en la eternidad, se destruye en
............... la eternidad y aunque existo porque batallo y 'mi poesia es mi
............... militancia',
todo lo eterno me rodea amenazándome y gritando desde la otra orilla.
Busco los musgos, las cosas usadas y estupefactas,
lo post pretérito y difícil, arado de pasado e infinitamente de olvido, polvoso
y mohoso como las panoplias de antaño, como las familias de antaño
...............como las monedas de antaño,
con el resplandor de los ataúdes enfurecidos,
el gigante relincho de los sombreros muertos, o aquello únicamente aquello
que se está cayendo en las formas,
el yo público, la figura atronadora del ser
que se ahoga contradiciéndose.

Ahora la hembra domina, envenenada,
y el vino se burla de nosotros como un cómplice de nosotros, emborrachándonos,
...............cuando nos llevamos la copa a la boca dolorosa,
acorralándonos y aculatándonos contra nosotros mismos como mitos.

Estamos muy cansados de escribir universos sobre universos
y la inmortalidad que otrora tanto amaba el corazón adolescente, se arrastra
como una pobre puta envejeciendo;
sabemos que podemos escalar todas las montañas de la literatura como en la
..............juventud heroica, que nos aguanta el ánimo
el coraje suicida de los temerarios, y sin embargo yo,
definitivamente viudo, definitivamente solo, definitivamente viejo, y apuñalado
de padecimientos,
ejecutando la hazaña desesperada de sobrepujarme,
el autorretrato de todo lo heroico de la sociedad y la naturaleza me abruma;
¿qué les sucede a los ancianos con su propia ex-combatiente sombra?
se confunden con ella ardiendo y son fuego rugiendo sueño de sombra hecho de sombra,
lo sombrío definitivo y un ataúd que anda llorando sombra contra sombra.
Viviendo del recuerdo, amamantándome
del recuerdo, el recuerdo me envuelve y al retornar a la gran soledad de la adolescencia,
padre y abuelo, padre de innumerables familias,
rasguño los rescoldos, y la ceniza helada agranda la desesperación
en la que todos están muertos entre muertos,
y la más amada de las mujeres, retumba en la tumba de truenos y héroes
labrada con palancas universales o como bramando.
¿En qué bosques de fusiles nos esconderemos de aquestos pellejos ardiendo?
porque es terrible el seguirse a sí mismo cuando lo hicimos todo, lo quisimos
..............todo, lo pudimos todo y se nos quebraron las manos,
las manos y los dientes mordiendo hierro con fuego;
y ahora como se desciende terriblemente de lo cuotidiano a lo infinito, ataúd por ataúd,
desbarrancándonos como peñascos o como caballos mundo abajo,
vamos con extraños, paso a paso y tranco a tranco midiendo el derrumbamiento general,
calculándolo, a la sordina,
y de ahí entonces la prudencia que es la derrota de la ancianidad;
vacias restan las botellas,
gastados los zapatos y desaparecidos los amigos más queridos, nuestro viejo tiempo, la época
y tu, Winétt, colosal e inexorable.
Todas las cosas van siguiendo mis pisadas, ladrando desesperadamente,
como un acompañamiento fúnebre, mordiendo el siniestro funeral del mundo,
..............como el entierro nacional
de las edades, y yo voy muerto andando.
Infinitamente cansado, desengañado, errado,
con la sensación categórica de haberme equivocado en lo ejecutado o desperdiciado
..............o abandonado o atropellado al avatar del destino
en la inutilidad de existir y su gran carrera despedazada;
comprendo y admiro a los líderes,
pero soy el coordinador de la angustia del universo, el suicida que apostó su destino
..............a la baraja
de la expresionalidad y lo ganó perdiendo el derecho a perderlo,
el hombre que rompe su época y arrasándola, le da categoría y régimen,
pero queda hecho pedazos y a la expectativa;
rompiente de jubilaciones, ariete y símbolo de piedra,
anhelo ya la antigua plaza de provincia
y la discusión con los pájaros, el vagabundaje y la retreta apolillada en los extramuros.
Está lloviendo, está lloviendo, está lloviendo,
¡ojalá siempre esté lloviendo, esté lloviendo siempre y el vendaval desenfrenado
..............que yo soy íntegro, se asocie
a la personalidad popular del huracán!
A la manera de la estación de ferrocarriles,
mi situación está poblada de adioses y de ausencia, una gran lágrima enfurecida
derrama tiempo con sueño y águilas tristes;
cae la tarde en la literatura y no hicimos lo que pudimos,
cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo.
El aventurero de los océanos deshabitados,
el descubridor, el conquistador, el gobernador de naciones y el fundador de
..............ciudades tentaculares,
como un gran capitán frustrado,
rememorando lo soñado como errado y vil o trocando en el escarnio celestial del vocabulario
espadas por poemas, entregó la cuchilla rota del canto
al soñador que arrastraría adentro del pecho universal muerto, el cadáver de
..............un conductor de pueblos,
con su bastón de mariscal tronchado y echando llamas.

4 de agosto de 2011

El Maestro de Go Yasunari Kawabata

Yasunari Kawabata
Tablero de Go


El Maestro de Go

Hacia 1938, el jugador de Go Shusai Honnimbo-, imbatible meijingodokoro, está próximo a morir. Es el Gran Maestro de la época, luego de él no habrá ningún otro jugador de tan alto grado. Los maestros, elegidos en el seno de familias nobles, deben integrar el torneo anual en donde compiten bajo la tutela del shogun. El tiempo de Shu-sai, el último de los Honnimbo-, estará medido por la partida con el joven maestro Otake, quien simboliza el tránsito ideal de la tradición a un mundo nuevo, diferente y aún indeterminado. Espectador de excepción de la contienda, Yasunari Kawabata asistió al interminable torneo, que duró casi medio año, con una extensa interrupción de tres meses a causa del agravamiento de Shu-sai. Derrotado definitivamente el 4 de diciembre de 1938, éste muere un año después. El Maestro de Go es la biografía ficticia de un hombre que va al encuentro de su destino con extraordinaria dignidad, una obra impar del Premio Nobel de Literatura 1968.

«El Maestro de go» cuenta una histórica partida de go desarrollada en 1938. El viejo y frágil Maestro Shüsai, vigésimo primero en la sucesión Honnimbö, se enfrenta al joven y robusto Okate. La finalidad de este torneo es continuar la sucesión de grandes maestros. Cualquiera sea el resultado, el Maestro Shüsai dará por cerrado su ciclo, y le pasará el mando a su rival.

El evento es organizado por un periódico de Tokio y Kawabata (Nobel de Literatura 1968) es el corresponsal enviado por ese medio. Convive con los jugadores, que permanecen aislados en posadas durante todo el encuentro (salvo un impasse de tres meses, cuando el Maestro Shüsai estuvo internado) y tiene acceso exclusivo a ellos y a la histórica partida. Años después, el autor reelaborará la crónica que escribiera día a día para el Tokio Nichinichi, y le dará forma de novela.

Al comenzar la lectura se experimenta cierto extrañamiento con los nombres japoneses. Uno no sabe muy bien cuándo hacen referencia a personas, cuando a linajes, a épocas, a posadas, lugares o ciudades. Pero a medida que se avanza en la lectura, el mundo nipón se deja penetrar y este extrañamiento se disuelve.

Hay en esta obra dos características que la debilitan: la primera es, para la mayoría de los lectores, el desconocimiento del juego del go y de sus reglas, que deriva en la incapacidad de apreciar nada en los minuciosos diagramas que el libro ofrece.
La segunda es el registro cronológico. Resulta excesivo en algunos pasajes, cuando se detalla la hora de comienzo de cada sesión, o la demora de cada jugador.


3 de agosto de 2011

De La Traducción Poética de Zbigniew Herbert

Nació en Lowov,Polonia (hoy parte de Ucrania) El 29 de octubre de1924. De padre banquero y abuelo profesor emigrante de Gran Bretaña a Polonia para enseñar Inglés, desarrolló su educación en plena II guerra mundial y en la clandestinidad bajo la ocupación nazi. Fue miembro activo de la resistencia placa. Durante su estancia en Cracovia en 1947 se graduó en Economía. Así mismo estudió Derecho y Filosofía en las Universidades Nicolás Copérnico de Varsovia.


Como un abejorro zompón
que se posó sobre la flor
hasta que se encorvó el flexible tallo
y ahora se abre paso entre filas de pétalos
parecidos a hojas de diccionario
y se dirige hacia el centro
donde están el aroma y el dulzor
y aunque pescó un catarro
y ha perdido el sabor
aún persiste
hasta que su cabeza golpea
contra el pistilo amarillo

y aquí ya el fin
difícil es penetrar
por los cálices de las flores
hasta la raíz
así el abejorro se aleja
muy ufano
y zumbando con vigor:
dentro me metí
y a quienes
no acaban de creerle
su nariz enseña
amarilla de polen

1957

De “Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas” (Editorial Hiperión, 1993)
Versión de Xaverio Ballester