Me ven ahora

30 de septiembre de 2009

La Ciudad Constantino Kavafis

La ciudad te seguirá

La ciudad


Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita:
Y está mi corazón -como un cadáver sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí.
donde tantos años pasé destruí y perdí".

Nuevos lugares no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá . Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño , en toda la tierra la destruiste

1984/1910

Kavafis íntegro, Miguel Castillo Didier

Η Πόλις

Είπες· «Θα πάγω σ’ άλλη γη, θα πάγω σ’ άλλη θάλασσα.
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ’ είν’ η καρδιά μου — σαν νεκρός — θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
Όπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»

Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ’ ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού — μη ελπίζεις—
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Έτσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ’ όλην την γη την χάλασες.

14 de septiembre de 2009

Yorgos Seferis Sobre un verso extranjero


Odysseus (Ulysses) and the Sirens, ca. 480-470 BC, British Museum, London.



SOBRE UN VERSO EXTRANJERO

Dichoso quien hizo el viaje de Odiseo.
Dichoso si al marchar sintió firme la coraza de un amor
extendida por su cuerpo, como las venas donde
bulle la sangre.

De un amor con cadencia sin fin, invencible como la
música y eterno
porque nació cuando nacimos y cuando nos muramos, si es
que muere, ni nosotros ni nadie lo sabe.

Pido a Dios que me ayude a decir, en un momento de gran
felicidad, cuál es este amor:
me siento a veces rodeado del exilio y escucho su lejano
bramido como el fragor del mar mezclado con la
borrasca inexplicable.

Una y otra vez surge ante mí el fantasma de Odiseo, con
los ojos arrasados por la sal de las olas
y por el deseo maduro de ver de nuevo el humo que brota
del hogar de su morada y su perro ya viejo
aguardándole a la puerta.

Inmenso él, se detiene musitando tras sus barbas encanecidas
palabras en nuestra lengua, como la hablaban
hace tres mil años.
Extiende una mano encallecida por las jarcias y el timón,
con la piel curtida por el cierzo, la canícula
y las nieves.


Parece querer arrojar de nosotros mismos al Cíclope
sobrehumano que mira por un único ojo, a las Sirenas
que te imponen el olvido, si las escuchas,
a Escila y Caribdis:
a tantos monstruos extraños que nos impiden pensar que
también él fue un hombre que luchó en el mundo
con cuerpo y alma.

Es el gran Odiseo: aquel que sugirió construir el caballo
de madera con el que los aqueos conquistaron
Troya.

Sueño que viene a enseñarme cómo construir yo un caballo
de madera con el que conquistar mi propia Troya.
Habla quedo y tranquilo, sin esfuerzo, parece conocerme
como un padre
o como uno de esos viejos marineros que apoyados en sus
redes - cuando había tormenta y bramaba el viento -
me decían, en mis años infantiles, la canción de Erotócrito
con lágrimas en los ojos
- temblaba yo en medio de mi sueño al escuchar la triste
suerte de Areti al bajar los peldaños de mármol.



Me dice el penoso esfuerzo de sentir las velas de tu
nave henchidas de nostalgia y de tu alma
convertida en timón.
Y también que estás solo, inmerso en la tiniebla de la
noche y a la deriva como la parva en la era.


La amargura de ver naufragar a tus amigos entre los
elementos dispersos: uno a uno.
Y qué vigor extraño sientes al hablar con los muertos
cuando los vivos que quedaron ya no bastan.


Habla... Aún veo sus manos que sabían comprobar si estaba
bien tallado, a proa el mascarón
que me den un sereno mar azul en el corazón del invierno.


Trad: Pedro Bádenas de la Peña

Extraído de: Poesía completa , Yorgos Seferis: Ed. Alianza, Madrid, 1989

13 de septiembre de 2009

«Helena» (Ελένη) de Yorgos Seferis

Giorgos Seferis (en griego: Γιώργος Σεφέρης; en transcripción española fonética, Yorgos Seferis) (13 de marzo, 1900 a Esmirna, actualmente Izmir, en Turquía - 20 de septiembre, 1971) es el seudónimo del poeta y diplomático griego Giorgos Seferiadis, primer griego nominado con el Nobel.

Helen of Troy

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)


HELENA: No he pisado jamás Troya. Era sólo un espectro.
SIRVIENTE: ¿Cómo? ¿Dice que solo estuvimos muriendo por una quimera ?”
Eurípides, «Helena»

Helena


«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

Tímido ruiseñor que entre el aliento de las hojas
brindas el alivio musical del bosque
a los cuerpos fatigados y a las almas
de quienes se sabe que no han de regresar;
Ciega voz que que a tientas buscas en la noche del recuerdo
pasos y gestos, diría casi besos
y el amargo tormento de la indómita sierva.

«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

¿Qué es Platres? ¿Quién conoce esta isla?
He pasado mi vida oyendo extraños nombres,
países nuevos, nuevas locuras de personas
o de dioses.
Mi destino, que flota
entre la gruesa espada de un Ayante
y una nueva Salamina,
me trajo hasta esta playa.
La luna
ha surgido del mar como Afrodita,
Ahora cubre los astros del Arquero y va por
el corazón de Escorpión y todo cambia.
¿Dónde está la verdad?
Yo fui también un arquero en la guerra.
Mi destino, el de un hombre fracasado.

Melodioso ruiseñor,
en una noche como esta en la playa de Proteo
te escucharon las esclavas de Esparta y rompieron en lamentos,
y entre ellas, ¿quién creerás? ¡Helena!
A quien perseguimos tantos años junto al Escamandro.
Estaba allí, en los labios del desierto. Me acerqué a ella y me habló:
«No es verdad, no es verdad», -decía-.
«Jamás subí a la nave de azulada proa;
mucho menos he pisado la valiente Troya».

Con los pechos profundos, el sol en el cabello, y ese porte
todo sonrisas y sombras
en los hombros en los muslos en las rodillas,
piel radiante y ojos
con pestañas largas,
estaba allí, a la orilla de un Delta.
¿Y en Troya?
En Troya, nada. Era sólo un espectro.
Los dioses así lo quisieron.
Y Paris, tumbado con una sombra como si estuviera viva.
Y nosotros fuimos muriendo por Helena durante diez años.

Un enorme dolor había caído sobre Grecia.
¡Tantos cuerpos arrojados
a las fauces de la mar y a las fauces de la tierra!
¡Tantas almas
lanzadas a las piedras del molino como el trigo!
Y los ríos arrastraban en el lodo la sangre
por un cimbreo ondulante, por una nube,
por un tremolar de mariposa, por la pluma de un cisne,
por una túnica vacía, por Helena.
¿Y mi hermano?
Ruiseñor ruiseñor ruiseñor,
¿qué es dios? ¿que no lo es? ¿y qué hay entre lo uno y lo otro?

«Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres.»

Avecilla llorosa,
a Chipre besada por las aguas
que me ha hecho recordar a mi patria
llegué solitario con esta leyenda,
si es cierto que es una leyenda,
si es cierto que los hombres no caen
en el viejo engaño de los dioses.
Si es cierto
que otro Teucro en unos años,
o un Ayante o un Príamo o una Hécuba
o un cierto desconocido, anónimo que no obstante
haya visto un Escamandro repleto de despojos,
no esté predestinado a escuchar
los mensajeros que vienen a decirle
de ese dolor inmenso y tanta vidas
se hundieron en el abismo
por una túnica vacía, por una Helena.

Mythistórima y otros poemas

10 de septiembre de 2009

Margarita o el poder de la farmacopea.


Margarita o el poder de la farmacopea.


No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión:
-A vos todo te sale bien.
El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:
-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.
-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.
-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.
-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.
A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.
Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor. En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.
Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.
-Margarita no tiene la culpa.
Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.

2 de septiembre de 2009

Francis Jammes



Jammes, Francis (1868-1938) Poeta y novelista francés. Exalta la sencillez de la vida rural. Autor del poema Del toque del alba al toque de oración (1897) y de la novela Clara de Ellebéuse (1899), entre otras. Lo encontré en un libro de poesía francesa, de mi abuelo

Prière pour aller au paradis avec les ânes



Lorsqu'il faudra aller vers vous, Ô mon Dieu faites
que ce soit par un jour où la campagne en fête
poudroiera. Je désire ainsi que je fis ici-bas,
choisir un chemin pour aller, comme il me plaira,
au Paradis, où sont en plein jour les étoiles.
Je prendrai mon bâton et sur la grand route
j'irai, et je dirai aux ânes, mes amis :
Je suis Francis Jammes et je vais au Paradis,
car il n'y a pas d'enfer au pays du Bon Dieu.
Je leur dirai : Venez, doux amis du ciel bleu,
pauvres bêtes chéries qui, d'un brusque mouvement d'oreilles
chassez les mouches plates, les coups et les abeilles...
Que je vous apparaisse au milieu de ces bêtes
que j'aime tant parce qu'elles baissent la tête
doucement, et s'arrêtent en joignant leurs petits pieds
d'une façon bien douce et qui vous fait pitié.
J'arriverai suivi de leurs milliers d'oreilles,
suivi de ceux qui portaient au flanc des corbeilles,
de ceux traînant des voitures de saltimbanques
ou des voitures de plumeaux et de fer blanc,
de ceux qui ont au dos des bidons bosselés,
des ânesses pleines comme des outres, aux pas cassés,
de ceux à qui l'on met de petits pantalons,
à cause des plaies bleues et suintantes que font
les mouches entêtées qui s'y groupent en ronds.
Mon Dieu, qu'avec ces ânes je vous vienne.
Faites que dans la paix, des anges nous conduisent
vers des ruisseaux touffus où tremblent des cerises
lisses comme la chair qui rit des jeunes filles,
et faites que, penché dans ce séjour des âmes,
sur vos divines eaux, je sois pareil aux ânes
qui mireront leur humble et douce pauvreté
à la limpidité de l'amour éternel

Francis Jammes

Para mañana prometo su traducción al español (Désolé pour le retard)

Oración para ir al paraíso con los burros


Haz que el día en que deba ir hacia ti, Dios mío,
sea un día en que el campo polvoriento de estío
esté de fiesta. Deseo, como aquí lo hice siempre,
escoger el sendero que lleva al paraíso
- donde brillan en medio del día las estrellas.

Tomaré mi bastón y en el ancho camino
hallando a mis amigos los burros, les diré: venid
Soy Francis Jammes y voy al Paraíso,
porque no existe infierno en el país de Dios.
Venid, dulces criaturas del cielo azul, amigos
pobres bestias queridas, que espantáis a las abejas
y los golpes con bruscas sacudidas de orejas...


Haz, Señor, que llegue entre estas bestias que amo
porque bajan la cabeza con perfecta dulzura
o se quedan inmóviles cuando juntan sus patas
con un ademán dulce que produce ternura.

Yo llegaré seguido por sus miles de orejas,
por los que al lomo llevan sus canastas de frutas,
por los que arrastran carros de oscuros saltimbanquis
o carretas de lujo, adornadas con plumas;
por los que al flanco cargan barriles jorobados
seguidos también - llenas como odres- por las burras,
Seguidas por los asnos que llevan pantalones
a causa de las llagas azules que supuran

Señor que yo llegue con todos estos burros
y que en la paz , tus ángeles nos guíen sin premura
hacia el río con árboles que tiemblan cerezas
tersas como la carne de las muchachas puras.

Haz que, inclinado entonces sobre el agua divina,
me haga igual a tus burros que en la paz del edén,
sobre el límpido espejo del amor que no acaba,
copiaran su pobreza con humildad.