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12 de marzo de 2013

Poetas Andaluces: Abu Ishaq Ibrahim Ibn Jafaya poeta andalusí



Abu Ishaq Ibrahim Ibn Jafaya nació en el año 450 de la Hégira en la próspera ciudad valenciana de Alcira. Su vida coincide con el período de los reinos de Taifas, en el que, florecieron las artes y la poesía en las pequeñas cortes principescas de la España árabe. En su ciudad natal realizó estudios gramaticales, religiosos y literarios, sintiendo una fuerte inclinación hacia estos últimos desde muy joven. Tras una formación rigurosa en poesía clásica árabe, se dedicó a la creación de una obra propia, en la que destacó especialmente su tratamiento de los temas de la naturaleza. Apartado de las preocupaciones sociales, disfrutó de la vida con un moderado epicureísmo en el paradisíaco marco alcireño. Viajó poco y, consagrado a la poesía, la amistad y los placeres, apenas tuvo inquietudes políticas, aunque la caída de Valencia en manos del Cid le afectó profundamente, y la situación resultante le condujo a un largo período de silencio, incrementado por la presión de la tiranía almorávide. A partir del año 500, un cambio en la dirección del emirato condujo a una mejora de su situación y a un acercamiento de Ibn Jafaya al poder, lo que favoreció su vuelta a la poesía, aunque ésta tuviera ahora unas características más reflexivas. La producción poética de este segundo período fue muy abundante, prolongándose hasta su vejez, ya que murió a la edad de 83 años, en el 533, en su Alcira natal, donde reposan sus restos.


Ibn Jafaÿa, escribió sobre las inundaciones que se sufrían en la zona de Xarq al-Andalus: He vuelto a Alzira

He vuelto a Alzira

entre el trueno que retumba en mi oído
y la lluvia que azota mis hombros,
como un ave paralizada por las aguas
cuyos polluelos están en el nido, atormentados,
viendo cómo se derrumban los muros
bajo el peso continuo de las nubes.
El mar de la riada,
oleadas de barro;
el cielo, generoso en lágrimas;
los edificios, resquebrajados,
humillados como cautivos
ante el tirano.
Los edificios se venían abajo
inclinándose a tierra
como lo harían las comisiones
delante de los reyes.
Se diría que imitaban
a los fieles en oración

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Jardín y la paloma


El jardín era un rostro de una blancura
resplandeciente,
la umbría, una cabellera negra,
y el agua del arroyo una boca de hermosos dientes.
Fue allí donde la paloma nos regocijó una tarde
al dejarnos oír su dulce arrullo.

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Cuántas noches contigo


Cuántas noches contigo, deliciosas,
vino en el mismo cáliz yo bebía,
y nuestro hablar suave parecía
el susurro del céfiro en las rosas.
Perfume dulce el cáliz exhalaba;
pero más nuestros juegos; más las flores
que de tu seno y ojos seductores
y de tus frescos labios yo robaba.
Sueño, embriaguez, un lánguido quebranto
rindió tu cuerpo hermoso,
que entre mis brazos a posarse vino;
pero la sed, en tanto,
apagar quiso el corazón ansioso,
de tu boca en el centro purpurino,
fue entonces limpia y rutilante espada
y fue bruñido acero tu figura,
al desnudar la rica vestidura
tan primorosamente recamada.
Y yo estreché con lazo cariñoso
tu esbelto talle y delicado seno,
y besé tu sereno
rostro, que sol hermoso
para mi bien lucía,
dando ser a mi alma y alegría.
Toqué con ambas manos
toda la perfección de tu hermosura,
anchas caderas y cintura breve,
y dos alcores cándidos, lozanos,
que separa de un valle la angostura
y que están hechos de carmín y nieve

Cuántas noches contigo, deliciosas,
vino en el mismo cáliz yo bebía,
y nuestro hablar suave parecía
el susurro del céfiro en las rosas.
Perfume dulce el cáliz exhalaba;
pero más nuestros juegos; más las flores
que de tu seno y ojos seductores
y de tus frescos labios yo robaba.
Sueño, embriaguez, un lánguido quebranto
rindió tu cuerpo hermoso,
que entre mis brazos a posarse vino;
pero la sed, en tanto,
apagar quiso el corazón ansioso,
de tu boca en el centro purpurino,
fue entonces limpia y rutilante espada
y fue bruñido acero tu figura,
al desnudar la rica vestidura
tan primorosamente recamada.
Y yo estreché con lazo cariñoso
tu esbelto talle y delicado seno,
y besé tu sereno
rostro, que sol hermoso
para mi bien lucía,
dando ser a mi alma y alegría.
Toqué con ambas manos
toda la perfección de tu hermosura,
anchas caderas y cintura breve,
y dos alcores cándidos, lozanos,
que separa de un valle la angostura
y que están hechos de carmín y nieve

Ibn Jafaya




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