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26 de julio de 2012

La vida psíquica de las mascotas



En este libro de enfermedades caninas encontramos artículos sobre casi todas las afecciones humanas, desde la anemia hasta la ictericia. Los perros sufren y mueren de lo mismo que las personas. Incluso en esto se esfuerzan por acompañarnos. Naturalmente, sufren de un modo mucho más discreto: no nos hablan de su malestar, no mueren como consecuencia de una hipocondría insoportable, ni tampoco acortan sus vidas fumando cigarrillos o bebiendo vodka. Esto no significa que su salud sea estadísticamente mejor que la humana, ya que, además de las enfermedades que comparten con nosotros, hay otras que las sufren únicamente ellos. El libro, no sin motivo, tiene mas de cuatrocientas paginas y da la impresión de tratarse de una obra exhaustiva. Sin embargo, no lo es. El autor pasa por alto las enfermedades mas comunes entre los perros, es decir, todos los tipos de neurosis y psicosis. La medicina veterinaria antigua ni se molestaba en estudiarlas, pero, hoy en día, la vida psíquica de los animales domésticos se ha convertido en un campo de investigación muy interesante. Lástima que no podamos leer nada sobre ello en esta obra. Probablemente nos enteraríamos de que a nuestras mascotas no les resulta nada fácil vivir con nosotros. Durante toda su vida tratan de comprendernos, de adaptarse a unas normas de comportamiento que les son impuestas, de captar a través de nuestras palabras y gestos un sentido que les concierne. Esto supone un esfuerzo inmenso, una tensión constante. Cada vez que salimos de casa, el perro se desespera, pues cree que nos marchamos para siempre. Cada vez que volvemos es para el perro una alegría que linda con la conmoción: como si un milagro nos hubiese salvado. Estas bienvenidas y despedidas nos conmueven, pero deberían asustarnos también. Cuando nos marchamos durante algunas semanas, no podemos comunicar a nuestro perro qué día volveremos, como tampoco podemos consolarlo con una postal del viaje o una llamada telefónica. El perro esta condenado a una exasperación y eterna espera. Y no todo se acaba aquí: hay un centena de situaciones diferentes en las que el perro pierde ese equilibrio que sirve de constante balanza entre las exigencias de su propia naturaleza y un mundo humano que le es extraño. Al final, tarde o temprano, comienza a corretear detrás de su propia cola, circunstancia que, al contrario de lo que nos han dicho, no es un juego divertido, sino una señal de que nuestro pupilo esta perdiendo contacto con la realidad. En los humanos, dado que no tenemos cola, esta etapa de la enfermedad pasa inadvertida.

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