Me ven ahora

15 de agosto de 2014

Roger Wolfe /El trabajo sucio


EL TRABAJO SUCIO
Yo haré
el trabajo
sucio.

Karmelo C. Iribarren


He vuelto a la poesía.
a la que siempre
me ha gustado:
la poesía elegíaca, narrativa,
de reflexión profunda y medidas dosis de ensimismamiento.
Leo a Parcerisas, a Joan Margarit.
Releo a Juan Luis Panero,
a Cesare Pavese y a Cernuda.
Descubro los poemas amorosos
de Abelardo Linares. Me deslumbro.
Son una maravilla.
Buena parte de mi propia
poesía no es así, lo sé.
Pero uno no siempre escribe
lo que le gusta leer.
Uno no escribe necesariamente
lo que quiere, sino lo que debe escribir.
Uno mira alrededor y se da cuenta
de que hay montañas de ropa sin lavar.
El trabajo sucio.
Alguien -como dice
mi amigo Iribarren- lo tiene que hacer.

Afuera canta un mirlo (2010)

14 de agosto de 2014

Final real de Isadora


Carmen Rueda
Isasora Duncan

Dora Angela Duncan, conocida como Isadora Duncan (San Francisco, 27 de mayo de 1878 - Niza, 14 de septiembre de 1927)

Fue una bailarina estadounidense.

En los últimos años de su vida gustaba de los hombres más jóvenes que ella.
Un día un muchacho pasó a recogerla a su casa llevándole un Bugatti de reciente modelo para mostrárselo. Realmente a Isadora le interesaba el joven, y el auto fue el pretexto, pues este joven trabajaba para una distribuidora de autos.

Ella salió a recibirlo y subió al auto, que era de esos que tenían las llantas no al ras de la carrocería, sino un poco hacia afuera, y las ruedas traseras quedaban muy cerca de la cabina de manejo (creo que el auto era de dos plazas, o sea, dos asientos solamente).

La asistente de Isadora le dijo que se llevara un abrigo porque estaba fresco el clima, pero ella no hizo caso, sólo llevaba un chal.

Al subir al auto se enrolló el chal al cuello, sin notar que una punta quedó muy cerca de la llanta trasera (la que estaba de su lado). Al arrancar el auto el chal se atascó en la rueda, la cabeza de Isadora sufrió un tremendo jalón hacia atrás y la bailarina se desnucó. Murió al instante.

El chal al viento

Cuento Breve (ficción)


El chal al viento



La dama aún conservaba cierta belleza y, sobre todo, los movimientos y la presencia que hacían que todos se volvieran para mirarla. Sus ojos hacían que su cuerpo no tuviera límites; allí donde sus manos o sus pasos no alcanzaban llegaba su mirada penetrante.

Mientras paseaba por la orilla del mar, decidió poner a prueba su seducción que esperaba mantener intacta a pesar de los años. Eligió a un joven mecánico que lustraba con vanidad un Bugatti reluciente.

―¿Me lleva a pasear? ―preguntó, coqueta. El muchacho sonrió y le ofreció su brazo para subir al coche.

―Usted me recuerda a uno de mis hijos ―dijo la dama mientras se instalaba en el asiento del acompañante.

―Pero usted no es tan vieja, señora ―intentó una gentileza el mecánico.

―Isadora. Me llamo Isadora ―contestó la dama con una sonrisa, mientras se acomodaba el largo chal rojo para que lo llevara el viento.