Me ven ahora

27 de abril de 2013

Buenos inicios de novelas



Todos sabemos de la importancia de un buen inicio para engancharnos a una novela. A nuestra mente acuden frases tan conocidas como: "Todas las familias felices se parecen..." de Tolstói, "Al despertar Gregorio Samsa una mañana..." de Kafka, "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." de García Márquez, o "En un lugar de la Mancha..." de Cervantes. Todos ellos míticos, aunque la cotidianidad y la reiteración haya hecho que pierdan parte de su magia original.

Dejando de lado los ejemplos citados arriba, aquí tienen una lista de los mejores comienzos de novelas según mi opinión.

Cada uno tendrá sus preferencias, ¿agregarían alguno?, ¿sacarían uno?,el orden en que están es aleatorio.  Comenten.
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13. Una rosa para Emily (1930), de William Faulkner

“Cuando murió la señorita Emily Grierson, todo nuestro pueblo fue a su funeral: los hombres por una especie de respetuoso afecto hacia un monumento caído, las mujeres sobre todo por la curiosidad de ver el interior de su casa, que nadie, excepto un viejo criado —mezcla de jardinero y cocinero— había visto, por lo menos, en los últimos diez años”.
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12. Queremos tanto a Glenda (1980), de Julio Cortázar

“En aquel entonces era difícil saberlo. Uno va al cine o al teatro y vive su noche sin pensar en los que ya han cumplido la misma ceremonia, eligiendo el lugar y la hora, vistiéndose y telefoneando y fila once o cinco, la sombra y la música, la tierra de nadie y de todos allí donde todos son nadie, el hombre o la mujer en su butaca, acaso una palabra para excusarse por llegar tarde, un comentario a media voz que alguien recoge o ignora, casi siempre el silencio, las miradas vertiéndose en la escena o la pantalla, huyendo de lo contiguo, de lo de este lado. Realmente era difícil saber, por encima de la publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos los que queríamos a Glenda”.
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11. El extranjero (1942), de Albert Camus

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
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10. Historia de dos ciudades (1859), de Charles Dickens

"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos directos al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto".
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9. Si una noche de invierno un viajero (1979), de Italo Calvino

Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: "¡No, no quiero ver la televisión!". Alza la voz, si no te oyen: "¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!"
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8. Moby Dick (1851), de Herman Melville

Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano.
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7. El gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitzgerald

En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza."Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas..."
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6. Pregúntale al Polvo (1939), de John Fante

Cierta noche me encontraba sentado en la cama de la habitación de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que tomar una decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota, la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.
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5. La ciudad y los perros (1963) Mario Vargas Llosa

-Cuatro –dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrataba con el suelo sucio.
-Cuatro –repitió el Jaguar-. ¿Quién?
-Yo –murmuró Cava-. Dije cuatro.
-Apúrate –replicó el Jaguar-. Ya sabes, el segundo de la izquierda.
Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel.
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4. Jakob von Gunten (1909), de Robert Walser

«Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores?»
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3.  "El Aleph" (1949), de Jorge Luis Borges


La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
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2. El guardián entre el centeno (1951), de J.D. Salinger

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada.
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1. Lolita (1955), de Vladimir Nabokov (*)

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuan­do firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.

(*) Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.
She was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock. She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the dotted line. But in my arms she was always Lolita.


24 de abril de 2013

"Acerca de Ulises y las sirenas" Franz Kafka- Marco Denevi -José de la Colina


Ulises y las sirenas  John William Waterhouse, (1891), National Gallery of Victoria de Melbourne, Australia.


El autor pinta a las sirenas en su forma original, como genios marinos híbridos de mujer y ave, aunque la representación más común las describe como hermosas mujeres con cola de pez en lugar de piernas.

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  Franz Kafka

(Praga, 1883 - Viena, 1924)

El silencio de las sirenas

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos.

El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas.

Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contorneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera, a modo de escudo.

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Marco Denevi

(Buenos Aires, 1922 - Buenos Aires, 1998)

Silencio de sirenas (1996)

Cuando las Sirenas vieron pasar el barco de Ulises y advirtieron que aquellos hombres se habían tapado las orejas para no oírlas cantar (¡a ellas, las mujeres más hermosas y seductoras!), sonrieron desdeñosamente y se dijeron: ¿Qué clase de hombres son estos que se resisten voluntariamente a la Sirenas? Permanecieron, pues, calladas, y los dejaron ir en medio de un silencio que era el peor de los insultos.
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José de la Colina (Santander, 1934)

Las Sirenas

Otra versión de la Odisea cuenta que la tripulación se perdió porque Ulises había ordenado a sus compañeros que se taparan los oídos para no oír el pérfido si bien dulce canto de las sirenas, pero olvidó indicarles que cerraran los ojos, y como además las sirenas, de formas generosas, sabían danzar...
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"Ulysses and the Sirens" Herbert James Draper

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Bibliografia:
Franz Kafka (1983): Obras Completas. Editorial Teorema. Barcelona.
Meri Lao (1995): Las Sirenas, historia de un símbolo. Ediciones Era. Mèxico.
Benito Arias García (2004): Grandes minicuentos fantásticos. Alfaguara. Madrid.

22 de abril de 2013

"Pedro Páramo" Juan Rulfo (Fragmento)

Comala


Tantas veces se ha repetido que Pedro Páramo es la mejor novela mexicana del siglo XX que con ello se olvida que es, simplemente, una de las mejores novelas del siglo pasado.

Diversos mitos han dificultado un reconocimiento aún mayor de su importancia: en primer lugar, ha tenido que lidiar con la fama de ser la novela mexicana «por excelencia», dejando a un lado su modernidad y su vigor universal; en segundo, ha debido soportar el desprecio de algunos críticos -incluido un célebre jurado del premio Nobel- ante su escaso centenar y medio de páginas, cuando en ellas se cifra un universo literario completo. Por si no fuera suficiente, las lecturas meramente antropológicas o realistas de su estilo han ocultado la extraordinaria invención lingüística que su autor logró en ella, e incluso su rápida celebridad ha tenido que eludir los rumores maledicientes, sobre todo en el medio mexicano, que despreciaron el talento de Rulfo aduciendo que él nunca imaginó el resultado final del libro, reconstruido por las manos de amigos, consejeros y correctores que todavía hoy se disputan su paternidad. Son tan numerosos los lugares comunes que la crítica ha esparcido, que resulta casi imposible desprenderse de ellos. Aun así, quizás convenga eludir por un momento el caudal de tesis, artículos, reseñas y notas escritas en torno a él para recuperar el asombro que produjo tras su aparición en 1955 y que se repite cada vez que un lector desprejuiciado se adentra en sus páginas. Si el título original escogido por Rulfo para esta obra era Los murmullos -más sobrio pero menos contundente que Pedro Páramo-, es necesario evitar que esos murmullos asesinen también a quien inicia el viaje hacia ese limbo que es Comala.

Pedro Páramo

"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.” Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:

-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

-Así lo haré, madre.

Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de la saponarias.

El camino subía y bajaba: “Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja”.

-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?

-Comala, señor.

-¿Está seguro de que ya es Comala?

-Seguro, señor.

-¿ Y por qué se ve esto tan triste?

-Son los tiempos, señor.

Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: 

“Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche”. Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma… Mi madre".


Comala

"Pedro Páramo" es la primera novela del escritor mexicano Juan Rulfo, originalmente publicada en 1955.

Escrita, según el mismo Juan Rulfo, «en cinco meses, de abril a septiembre de 1955». En apenas 23 ediciones y reimpresiones, la novela había vendido 1.143.000 reproducciones en Estados Unidos hasta noviembre de 1997, mientras otras ediciones en su tierra natal, México, así como de otros países de habla hispana, han vendido incontables reproducciones adicionales.

Se trata del segundo libro de Rulfo después de El llano en llamas, que fuera una recopilación de cuentos que aparecieron inicialmente insertos en diarios de México.

Pedro Páramo ha tenido una gran influencia en el desarrollo del realismo mágico y está contada en una mezcla de primera y tercera persona.

La novela de Rulfo ha sido considerada como una de las cumbres de la literatura en lengua castellana por Carlos Fuentes. Gabriel García Márquez dijo que ninguna lectura lo había hecho sentir de ese modo desde que leyó "La metamorfosis" de Franz Kafka. Jorge Luis Borges comentó que Pedro Páramo es una de las mejores novelas de la Literatura Universal.

Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español «El Mundo». La novela ha tenido traducciones a incontables idiomas, así como ha recibido numerosas adaptaciones al cine: la primera, dirigida por Carlos Velo y protagonizada por John Gavin en 1967.


Se han preguntado, ¿Por que ya no volvió a escribir Juan Rulfo después de escribir Pedro Páramo  ¿El porqué del abandono de la literatura? Hay una frase de Juan de la Bruyère: "La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir."

Enrique Vila-Matas, un escritor español, en su libro "Bartleby y Compañia" nos refiere de la explicación ingeniosa de Rulfo para justificar su abandono de la literatura:

-"¿Que por qué no escribo? -se le oyó decir a Juan Rulfo en Caracas en 1974-. Pues porque se murió el tío Celerino que era el que me contaba las historias. Pero era muy mentiroso. Todo lo que me contaba eran puras mentiras, y entonces, naturalmente, lo que escribí eran puras mentiras", más adelante Vila-Matas nos comparte una fábula de Monterroso:

"Sobre el mítico silencio de Juan Rulfo escribió Monterroso, su buen amigo en la oficina de copistas mexicanos, una aguda fábula  "El zorro más sabio". En ella se habla de un Zorro que escribió dos libros de éxito y se dio con razón por satisfecho y pasaron los años y no publicaba otra cosa. Los demás comenzaron a murmurar y a preguntarse qué pasaba con el Zorro y cuando le encontraban en los cócteles se le acercaban a decirle que tenia que publicar más  Pero si ya he publicado dos libros, decía con cansancio el Zorro. Y muy buenos, le contestaban, por eso mismo tienes que publicar otro. El Zorro no lo decía, pero pensaba que en realidad lo que la gente quería era que publicara un libro malo. Pero como era el Zorro no lo hizo."

Escritores que, después de una obra tan breve, entran en el silencio...literario. 

¡¡¡ Seis años de Blog!!!



¡¡Feliz Cumpleaños Jaquemate!!

20 de abril de 2013

Homero Aridjis / Perséfone (fragmento),




En la mitología griega, Perséfone (en griego antiguo Περσεφόνη Persephónē, ‘la que lleva la muerte’) es hija de Zeus y de Deméter (ἡ Μητὴρ hê Mêtềr, ‘la madre’). La joven doncella, llamada hasta entonces Koré (Κόρη, ‘hija’), es raptada por Hades y se convierte en la reina del Inframundo.
Perséfone es su nombre en la literatura épica de la Grecia jónica. En otros dialectos era conocida por otros nombres, como Persephassa o Persephatta. Homero la llama Persephoneia (Περσεφόνεια). Los romanos tuvieron noticia de ella por primera vez a través de las ciudades eólicas y dóricas de la Magna Grecia, donde usaban la variante dialéctica Proserpina.
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PERSÉFONE

Un río carnal abre los muslos.
Perséfone se abre como una escalera estrecha y empinada.
Perséfone ríe al borde sus fibras nerviosas.
Navegan barcos por mar desconocido. Navega un dios en
                  sí mismo enlazado.
El cuello de los cisnes en un solo cuello.
Perséfone me mira como yesca que acecha el fuego.
Pone los codos sobre las rodillas, mete la cabeza entre las manos.
Se sienta en sus cojines suaves. Se sienta sobre un lecho que
                 por las arrugas de las mantas parece un trono rudo.
Mis manos friccionan con ardor sus miembros. En sus miembros
                se confunde lo blanco de su piel, lo rojo de su ardor.
A sus miembros que fricciono llegan su silencio, su emoción, sus gestos.
Un mismo calor anima su corazón, sus pies, sus dedos.
El fuego le abre el cuerpo, igual que un incendio descubre
                en una casa muchas ventanas, muchos ojos.
Igual que si se hubiera vuelto su interioridad hacia afuera,
y un color propio la recorriera matizando sus rasgos.
Me adentra.
No pienso.
Mis sentidos despiertan.
Oigo mi cuerpo, oigo su cuerpo enredarse en el mío. Crecen
            los dos, enmudecen, maduran, se avejentan, mueren.
Oigo el eco de su desaparición, de su nacimiento. Oigo.
Que no están, que llegan, que se van.
Siento su cuerpo. Toca con mil poros abiertos a mi piel.
Me roza con mil manos y muslos. Me roza con pedazos de
           carne que se labia, se hiende.
Mojándome. Huelo su origen. Su deseo. Su deseo. Su ceniza.
Sus cabellos húmedos de mis cabellos. Su roce que es mi roce.
Veo la palabra que no dice en su lengua curvada, alargada
hasta mi lengua. Su sexo que entraña mi sexo. Sus pies extendidos.
Su movimiento sacando chispas de las sábanas con las caderas.
Su hundimiento en el colchón. Su levantarse y caer y sonar.
La oscuridad momentánea de su boca, de sus axilas, de
          su cuello y sus brazos.
Llena mi ver una rodilla. Un brazo. Un ojo. Un cabello entre
          mis labios. Un trozo de muslo. Un pedazo de vientre.
El ombligo. Sus cabellos. Su ombligo.
Su cara vuelta a la derecha. Su cara vuelta a la izquierda.
Su mentón apuntando hacia arriba y hacia abajo. Su cuerpo
          recogido. Su cuerpo diagonal.
Su ombligo. Su oreja. Sus cabellos. Su sexo.
Su boca que se ahonda y se ahonda, que se sumerge por adentro de ella,
que cae y cae, toca mi sexo, sube por mi cuerpo,
se convierte en mi boca que la besa en su boca que se ahonda,
y cae en mí, y cae en ella.

Perséfone (fragmento), 1967

Homero Aridjis


Mónica Bellucci
Monica Bellucci como Perséfone en el filme "Matrix"

17 de abril de 2013

¿Cual es la respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás?



El sentido de la vida, el universo y todo lo demás es un concepto procedente de la saga de ciencia-ficción "The Hitchhiker's Guide to the Galaxy" (en la edición en castellano, "Guía del Viajero Intergaláctico" para América y "Guía del autoestopista galáctico" para Europa), de Douglas Adams. En la historia, el sentido de la vida, el universo y todo lo demás es buscado por un superordenador llamado Deep Thought («Pensamiento Profundo»). El sentido dado por Deep Thought conduce a los protagonistas a una aventura para averiguar la pregunta que da lugar a la respuesta.

Según The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, un grupo de exploradores de una raza de seres pandimensionales e hiperinteligentes construyen Pensamiento Profundo, la segunda mejor computadora de todos los tiempos, para obtener la respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás. Después de siete millones y medio de años meditando la pregunta, Pensamiento Profundo declara que la respuesta es cuarenta y dos, razonando que la pregunta fue mal planteada y debe ser formulada correctamente para entender la respuesta.

A continuación un trozo de la película basada en el libro

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16 de abril de 2013

María Victoria Atencia / Godiva en blue jeans


María Victoria Atencia
William Holmes Sullivan : Lady Godiva 1877

Godiva en blue jeans

Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,
puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo
-los postigos cerrados- por la ciudad en vela...

No, no es eso, no es eso; mi poema no es eso.
Sólo lo cierto cuenta.
Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve
de la mañana), blusa del "Long Play" y el cesto
de esparto de Guadix (aunque me araña a veces
las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado,
repartiré en la casa amor y pan y fruta.

María Victoria Atencia


MARÍA VICTORIA ATENCIA GARCÍA nació en Málaga el 28 de noviembre de 1931, en el nº 1 de la Calle del Ángel. Desde su casa de los Montes, donde la ciudad comenzaba a adentrarse en el campo, bajaba diariamente al Colegio de la Asunción ("Santa Clara"), para comenzar unos estudios que luego proseguirá en el Colegio de la Sagrada Familia. 

14 de abril de 2013

Homero Aridjis / Encuentro con mi padre en la huerta

 
Nicias Aridjis


Encuentro con mi padre en la huerta

Pasado el mediodía. Pasado el cine,
con sus altos muros pesarosos
a punto de venirse abajo, entro a la huerta.
Terminada la función, todos se han ido:
los peones, los perros y las puertas.
Delante de una higuera mi padre está parado.
Mi madre ha muerto. Los hijos han envejecido.
Él está solo, hilillos de aire
atraviesan sus ropas harapientas.
Por miedo a acercarme y asustarlo
con mi presencia viva, quiero pasar de largo.
Él pregunta al extraño, ahora con pelo blanco:
“¿Quién anda allí?”
“Padre, soy tu hijo.”
“¿Sabe tu madre que has regresado? ¿Vas a
quedarte a comer?”
“Padre, desde hace años tu esposa descansa
junto a ti en el cementerio del pueblo.”
Entonces, como si adivinara todo,
él me llama por mi nombre de niño
y me da un higo.
Así nos encontramos los vivos y los muertos.
Luego, cada quien siguió su camino.

Homero Aridjis

Los poemas solares (2005)

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA 

Para Aridjis, el poema es un edificio de visiones y la luz diurna, a la que elogia y canta en este libro, la matriz en que se figura el mundo. Aquí está todo lo que merece ser visto: las cosas, aquellos a los que queremos y a los que quisimos, los sueños. el poeta se detiene frente a nuestra cotidianidad Para percibir lo extraordinario y, en la naturaleza que nos rodea, la presencia de lo sobrenatural y de lo cósmico; cargado de experiencias y en control de sus pasiones voltea hacia el mundo y lo encuentra luminoso.

Salvado por mi perro Ulysses


Mi perro

Estaba en mi cuarto leyendo, escucho los ladridos de mi perro a lo lejos, en pocos segundos llega a mi lado, no le presto atención, entonces me muerde un tobillo y siento un dolor fuerte y punzante.

Me enfado con él, le digo que me suelte y entonces despierto.

Todo había sido un sueño, la tierra comenzó a moverse, era un terremoto.

Salgo rápidamente y siento el derrumbe de varios muebles de la pieza.

El polvo y los gritos de la gente llenan el ambiente. Si no hubiera despertado a tiempo, probablemente estaría entre los muertos o heridos. Llamo a mi perro, no contesta y recuerdo que había muerto, hace unos seis años.

Mi perro muerto me había salvado, no creo en explicaciones sobrenaturales, mi subconsciente sabía el mejor modo de despertarme.

Aunque a veces dudo...

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Hace años publiqué esto aquí, mi perro se llamaba Ulysses, igual que mi seudónimo cuando inicié el blog. Lo pongo nuevamente ya que me parece una historia interesante. A los que no lo hayan leído espero que les guste.

12 de abril de 2013

Homero Aridjis / Un poema otoñal de amor


Poema otoñal de Amor

Un poema otoñal de amor

                                  A Betty, en su cumpleaños

Ruede el amor por los campos azules de la tarde
como ruedan en tus ojos los soles cotidianos.
Descienda el amor en cascada de tus brazos
como la lluvia baja las escaleras con rodillas dobladas
para correr blanca y libre por las calles ansiosas y ansiadas.
Rueden tus ojos en mis ojos, y en círculos fugaces
de luces y de sombras, de instantes copulados,
bien vividos, más bien desvividos, se abracen y desabracen,
hasta que no haya cielo ni luminarias encendidas
ardiendo sobre este laberinto sin puertas ni paredes,
en que te encuentro abierta, tibia, acogedora, mía.

Domingo 29 de agosto de 2004

"Los poemas Solares"  Fondo de Cultura Económica (2005)

Homero Aridjis

TLALTECATZIN / En la soledad yo canto .



Tlaltecatzin de Cuauhchinanco fue señor de Cuauhchinanco, señoría chichimeca dominado por Tezcoco, en el actual estado de Puebla, durante el siglo XIV que dejó diversas obras literarias notables en náhuatl. El cronista Ixtlilxochitl, menciona que fue contemporáneo de Techotlala, señor de Tezcoco entre 1357 y 1409.
Tlaltecatzin acudía con frecuencia a la corte de Techotlala en Tezcoco para asuntos del gobierno. Este úlitmo gobernante promovía el cultivo literario náhuatl y pedía a sus cortesanos que hablaran náhuatl a la manera de los toltecas. En el ambiente cultural del Tezcoco de esa época Tlaltecatzin tuvo ocasión de conocer a destacados intelectuales de su época, se instruyó en las doctrinas concernientes a Quetzalcóatl. Además se conoce que Tlaltecatzin llegó a ser un destacado cuicapicqui 'compositor de canciones' de la corte. Sin embargo, sólo se ha conservado una composición de Tlaltecatzin, de extensión mediana, aunque mencionada más de una vez en la fuentes colecciones prehispánicas, esta composición se conoce como Tlaltecatzin icuic 'La canción de Taltecatzin', que es un una oda a la alegría de vivir aun cuando siguiendo el estilo de otros coetáneos de la época habla también de la congoja vital.

 Miguel León-Portilla lo llama “Cantor del placer, la mujer y la muerte”

TLALTECATZIN

En la soledad yo canto ...

En la soledad yo canto
a aquel que es mi Dios.
En el lugar de la luz y el calor,
en el lugar del mando,
el florido cacao está espumoso,
la bebida que con flores embriaga.

Yo tengo anhelo,
lo saborea mi corazón,
se embriaga mi corazón,
en verdad mi corazón lo sabe:

¡Ave roja de cuello de hule!,
fresca y ardorosa,
luces tu guirnalda de flores.
¡Oh madre!
Dulce, sabrosa mujer,
preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,
quedarás descarnada.

Aquí tú has venido,
frente a los príncipes,
tú, maravillosa criatura,
invitas al placer.

Sobre la estera de plumas amarillas y azules
aquí estás erguida.
Preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,
quedarás descarnada.

El floreciente cacao
ya tiene espuma,
se repartió la flor del tabaco.
Si mi corazón lo gustara,
mi vida se embriagaría.

Cada uno está aquí,
sobre la tierra,
vosotros señores, mis príncipes,
si mi corazón lo gustara,
se embriagaría.
Yo sólo me aflijo,
digo:
que no vaya yo
al lugar de los descarnados.
Mi vida es cosa preciosa.
Yo sólo soy,
yo soy un cantor,
de oro son las flores que tengo.

Ya tengo que abandonarla,
sólo contemplo mi casa,
en hilera se quedan las flores.
¿Tal vez grandes jades,
extendidos plumajes
son acaso mi precio?

Solo tendré que marcharme,
alguna vez será,
yo solo me voy,
iré a perderme.
A mí mismo me abandono.
¡Ah, mi Dios!

Digo: váyame yo,
como los muertos sea envuelto,
yo cantor,
sea así.
¿Podría alguien acaso adueñarse de mi corazón?
Yo sólo así habré de irme,
con flores cubierto mi corazón.

Se destruirán los plumajes de quetzal,
los jades preciosos
que fueron labrados con arte.
¡En ninguna parte está su modelo
sobre la tierra!
Que sea así,
y que sea sin violencia.

 [Versión directa, del náhuatl al español, de Miguel León-Portilla.]

9 de abril de 2013

Homero Aridjis / Los higos Blancos de Esmirna

Homero Aridjis



El poema en prosa, "Los higos blancos de Esmirna” es un  extraordinario ejemplo, conmovedor y lúcido, de la genealogía que sigue buscando y nombrando, entre sueños, al autor, al padre, a la madre, a la esposa, a las hijas y, especialmente, a ese héroe trágico de Grecia que vino a dejar simiente en un pequeño lugar de México.

Los Higos Blancos de Esmirna

En mi infancia ejercí con fervor la adoración del higo, como diría Borges del tigre. Hijo de dos culturas, mejor dicho, de dos mitologías, la griega y la mexicana, los higos representaban en mi infancia lo griego. Y algo muy íntimo, la relación del niño con su padre a través de un fruto.
Mi padre, hombre de la diáspora del Asia Menor, se pasó la vida plantando higueras en el campo mexicano. Entre los magueyes, que producían pulque, y los nopales, con sus tunas rojas que hacia pensar en los corazones de los sacrificados en el México antiguo, él se sentaba a la sombra de las higueras y contemplaba sus hojas como grandes manos verdes.
En los umbrales de su propia vejez, caminando entre las higueras desaparecidas de la huerta en las que mi padre y yo cortábamos higos juntos, los más verdes emitiendo al ser cortados su leche pegajosa, me pregunto una vez más, ¿ qué significaron para mí los higos blancos de Esmirna? ¿Eran reales o una referencia apocalíptica, como cuando el Cordero abre el sexto sello y se compara la caída de estrellas sobre la tierra con la higuera que deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento?
Los miércoles en la tarde mi padre cerraba su tienda de ropa y se metía a la huerta, y emergía de ella con los brazos cruzados como un cesto con higos. Los frutos envueltos en una piel fina con la carne repleta de semillas diminutas me sabían a ambrosía, y para mí tenían el color y el olor de venir de los huertos de Pallas Atenea, mi diosa favorita.
Todavía ahora cuando veo higos imagino a mi padre, parado delante de una higuera, que ya no existe, en una huerta que existe, pero con sus árboles frutales arrasados, parafraseando los versos de un poeta andaluz (aunque mi padre no leía versos):

Tú también eres, oh higuera,
sobre este suelo extranjera.

O aún lo escucho metido en el pellejo del Dionisio de Las Bacantes, diciendo:

He venido a esta tierra de los mexicanos, yo, Nicias Aridjis Theologos, hijo ignoto de Zeus, al que antaño parió la hija de Cadmo, Sémele, haciendo de partero el hijo del relámpago; no ando en la figura de un dios, sino en la de un mortal; estoy junto al cerro Altamirano y las barrancas que bajan de los santuarios de la mariposa Monarca hacia el pueblo de Contepec como un hombre que habla la lengua de sus ancestros en sueños.


En 2004, me otorgaron la Nichols Chair in Public Sphere and Humanities de la Universidad de California en Irvine y tuve que pasar cuatro meses en el campus para dar una conferencia e impartir un curso de literatura. Para librarme del tedio que me provocaban, mis alumnos de pocas luces, quise darme el gusto de releer un libro importante en mi vida. Escogí la Odisea, poema que había leído a los trece años en Contepec, mi pueblo natal, en una edición de Editorial Sopena Argentina, en traducción directa del griego de Federico Baráibar y Zumarriaga. Esa lectura me había abierto las puertas de la poesía homérica y el mundo de los libros de aventuras. Versos hermosos como "La aurora de rosados dedos" todavía resonaban en mi mente cincuenta años después. Esta vez leería un Canto cada noche en una edición en prosa, de la Loeb Classical Library , con texto griego y traducción al inglés por A. T. Murray.

Casi al final, al toparme con unos versos del Canto 24, cuando Odiseo, después de matar a los pretendientes de Penélope, se encuentra en su viñedo con su padre viejo Laertes, vistiendo una túnica sucia, parchada y miserable, cubierto con una capa de piel de cabra y guantes en las manos para protegerse de las espinas, soñé con mi padre. Nicias Aridjis Theologos, un griego de la diáspora que se había salvado en 1922 de las matanzas de griegos y armenios a manos de los turcos, cuando Ataturk declaró la guerra a Esmirna infiel, cruzando hacia la isla de Samos. En 1926 pasó a México, y sin volver nunca a Grecia ni a Europa, murió en el pueblo de Contepec sesenta años después.
Terminado el libro, me dormí. Pero al poco rato soñé con mi padre en la huerta. Estaba parado junto a un árbol, una higuera como aquellas que él había plantado para tener higos blancos de Esmirna. Durante mi infancia mucha veces habíamos caminado juntos para cortar higos. Lo curioso es que él estaba muerto y yo vivo, y para no asustarlo con mi presencia mantuve un diálogo como esos que se tienen entre entre un padre y un hijo que viene de visita a la casa paterna. La higuera estaba detrás del Cine Apolo, con su tejado que se había venido abajo, pero en su tiempo, cuando llovía, hacía tanto ruido igual que si el cielo se estuviera cayendo sobre los espectadores.
En el sueño sus manos transparentes no portaban higos.
Como en uno de los tormentos de Tántalo en la Odisea, parecía que los "frutales sus ramas tendíanle a la frente con espléndidos frutos, perales, granados, manzanos, bien cuajados olivos, higueras con higos sabrosos; mas apenas el viejo alargaba sus manos a ellos cuando un viento veloz los alzaba a las nubes sombrías".
Después del diálogo nos despedimos. Al despertar me senté a escribir el poema "Encuentro con mi padre en la huerta".

Homero Aridjis

Diario de sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.

7 de abril de 2013

Poema Regalo de una amiga

Te pareces mucho a la nostalgia
Irlanda

Para Francisco

Te pareces mucho a la nostalgia
que se enreda en los cabellos contra el viento,
que bien cabes en los huecos de la lluvia
en las cosas, en los rostros, en las gentes.

Eres risa, las palabras con un cuerpo
unos ojos, una boca, unas manos
una reflexión cercana a mis oídos,
el chasquido de los dedos prestidigitando.

Si de pronto perdiéramos esos pasos tuyos
voluntariosos sobre el camino que a tantos ha llegado
querido amigo, tu punto de partida sería poblado
por un mar de almas-amapola esperando.

Irlanda
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 Este poema me lo envío mi amiga Irlanda, hace algún tiempo, hoy decido publicarlo porque me parece un buen poema.
Gracias amiga por este hermoso poema

5 de abril de 2013

Homero Aridjis / Chica en celo

¿El amor a qué huele?

CHICA EN CELO

¿el amor a qué huele?
JRJ

¿El amor a qué huele?
¿A cuerpos que van y vienen
por la estación de trenes?

¿A náyades furtivas
con ropa de mezclilla
junto a fuentes urbanas?

¿A copos colosales
envueltos en pañuelos
en centros comerciales?

¿A sábados promiscuos
con autobuses llenos
y parejas con niños?

Cuando la chica viene
por la ciudad lluviosa,
¿el amor a qué huele?

París, viernes 8 – sábado 9 de enero de 2010

Homero Aridjis

Diario de sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.


4 de abril de 2013

Los Higos blancos de Esmirna - Retratos de mi padre (Dos poemas de Homero Aridjis)


Los Higos blancos de Esmirna

                                                         A mi padre Nicias


Antes de que te desvanezcas en el espejo negro,
déjame verte una vez más en la huerta de los higos

de este devastado jardín terrestre, y tu y yo,
como Nadies que han pisado la tierra desnuda,
cojamos con mano vana los frutos del otoño
que regala Démeter dadivosa.

Antes que en brazos de la Parca helada
crucemos separados los umbrales del Hades,
y en el horizonte indefinido se junten
nuestras sombras con la de los vivos y los muertos,
quiero, padre mío, volver contigo a la huerta
de mi infancia, y, escondidos de todos,
cortar los higos blancos de Esmirna.

París, domingo 18 de octubre de 2009


Homero Aridjis

Diario de sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.


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Retratos de mi padre

En este cuarto abierto a los cuatro vientos,
padre, juego con tus retratos.

Veinte años después de haberte ido,

no sé cuál rostro es el más tuyo,

si aquel donde eres un soldado sobreviviente

de la matanza de griegos en Esmirna,

o aquel en que miras a mi madre con ojos enamorados,

cincuenta años después de haberla conocido,

o en esa instantánea de tu muerte

en tu tienda llena de telas y sombreros,

con una taza de té negro en la mano,

y cara de forastero, como cuando llegaste al pueblo.

Padre, quiero verte de nuevo,

pero en vez de hombre toco papel.


México, jueves 20 de julio de 1986

Homero Aridjis

Diario de sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2011

3 de abril de 2013

No era el mundo que se acababa

 

No era el mundo que se acababa 

En memoria 
de Luis Cernuda 

No era el mundo que se acababa,
era el amor que se moría.

No había árboles descuajados,
sino una mujer que se marchaba.

Era el amor que se perdía
por una calle de tumbas urbanas.

Era una puerta que gemía,
en unos ojos de ninguna tarde.

No era el mundo que se moría,
era el amor que se acababa.

Homero Aridjis

Diario de sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.

Homero Aridjis / "Nosotros"

Homero Aridjis



Homero Aridjis Fuentes (Contepec, Michoacán; 6 de abril de 1940), es un poeta, novelista, activista ambiental, periodista y diplomático mexicano reconocido por su independencia.

Aridjis nació en Contepec, Michoacán, México, el 6 de abril de 1940, de padre griego y madre mexicana, el más joven de cinco hermanos (Juan, Miguel, Hermán, Nicias y Homero). Su padre luchó en el ejército griego durante la Primera Guerra Mundial y en la Guerra Turco-Griega, cuando su familia fue obligada a abandonar su casa en Tire, al suroeste de Esmirna, Asia Menor. Su madre creció en Contepec durante la Revolución Mexicana. Después de casi perder la vida a la edad de diez años en un accidente de escopeta Aridjis se convirtió en un ávido lector y empezó a escribir poesía. En 1959 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores otorgada por la Fundación Rockefeller, el más joven escritor en recibir ese premio en los 55 años de historia del Centro.

En 1966 asistió al histórico Congreso Mundial de Escritores del PEN Club en Nueva York, presidido por Arthur Miller, en el que participaron poetas y escritores que después conformarían el boom latinoamericano: Pablo Neruda, Juan Carlos Onetti, Joao Guimaraes Rosa, Ernesto Sábato, Victoria Ocampo, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Nicanor Parra y el mismo Aridjis.

Nosotros 

El cielo estaba nublado,
pero no llovería en la calle,
habría lluvia de cuerpos.

Desde que nos vimos
en la estación del metro
planeamos esta tormenta de besos.

Sin naves para viajarnos,
ni túneles para adentrarnos,
nos íbamos de vacaciones a nosotros mismos.

En nuestros ríos privados
como peces fluiríamos, sin más fortuna
que nuestra pobre soledad urbana.

México, D. F., jueves 2 de noviembre de 2006

Homero Aridjis

Diario de sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.

2 de abril de 2013

Como dioses Homero Aridjis

Pirámide del Sol, Teotihuacán, México

Como dioses 

Como dioses que ascienden la escalera
De un templo que contiene imágenes
De sí mismos, en las que ya no creen.

Como dioses espectrales, cuya presencia es denunciada
Por un brillo en la frente, una mancha en la mano
O por la hierba tronchada en un peldaño.

Como dioses que ascienden con más hábito que prisa
La escalera del tiempo, sabiendo que al alcanzar la cima
llegarán a su muerte o se desvanecerán en el olvido.

Como dioses que suben en grupo, pero cada uno solitario,
Con un séquito cobarde que se queda abajo mirándolos subir
a la punta de la escalera donde se volverán aire

O huella O peldaño O vacío
O retorno al principio.
Así mis días.

París, martes 13 de octubre de 2009


Diario de Sueños, 2011

1 de abril de 2013

Homero Aridjis / Amor hasta el fin del mundo

Homero Aridjis

Amor hasta el fin del mundo

En el hotel de paso
el amor tuvo sus jinetes
y la jarra su hielo.

"Con que no haya chinches en el cuarto.
No soporto esos insectos malvados",
dijiste, desnuda en la cama.

Y tu cuerpo borró la vista del baño
con mosaico azul, y la regadera,
en la que nadie se había bañado.

Tu mirada en celo abrió la puerta
del refrigerador descompuesto,
con una botella vacía dentro.

“Ojalá que este beso ardiente
se convierta en un amor a puro diente
hasta el fin de los tiempos”, te dije.

Pero no era necesario hacer tales promesas,
un espejo roto reflejaba al animal de dos espaldas,
huérfano en todas las camas del mundo.

Nueva York, sábado 29 de abril de 2006

Diario de Sueños, F.C.E. 2011

"Siempre sueño en un lugar que es otro lugar" Homero Aridjis

Homero Aridjis
Contepec, Michoacán


Siempre sueño en un lugar que es otro lugar


Siempre sueño en un lugar que es otro lugar,
en un Contepec que no es Contepec,
en un pueblo que no está en los mapas.

La gente que anda por sus calles ya no existe,
llega a sus plazas en trenes de otra época,
cae en sus campos desde otros sueños.

Contepec es más grande que París y Nueva york,
esas ciudades tienen límites y Contepec
es tan pequeño que comienza y termina en el cielo.

El Popocatépetl es una montaña grande,
pero el cerro Altamirano es más alto,
en sus cimas cantan las cuatrocientas voces del azul.

Contepec no tiene mares, tiene un cementerio
de donde parten las almas de los difuntos
en forma de mariposas hacia el vago Norte.

La gente dice que desde la Central de la Memoria
uno puede llegar a pie, a caballo o en coche
a la Terminal del Ego, pero se llega a Ninguna Parte.

Temprano salieron los cronistas con papeles viejos
tratando de rescatarnos del olvido, pero rescataron nada,
la historia está llena de mentiras y sueños cruzados.

Aquel niño flaco, cinéfilo empedernido, decía,
“En ningún cielo he visto una luz como la del cine Apolo
cuando el proyeccionista era yo y la que miraba eras tú.

¿Acaso en algún lado existe un espectáculo como
el de los jaguares de oro que cuando saltan sobre las cimas
de lo oscuro parece que saltan de un sol en agonía?”

Desde su butaca en sombras, el niño se preguntaba:
“¿Qué es ese yo? ¿Qué es ese tú? ¿Qué es ese nosotros?
¿No ves que bajo tierra todos los egos se confunden?”

Así fue que el hombre que soñaba en un Contepec
que no era Contepec al hallarse lejos de sí mismo
vivía el sueño de un yo que ya no era yo.

Después de un sueño, miércoles 3 de mayo de 2006


Diario de Sueños, F.C.E. 2011


Homero Aridjis
Cerro Altamirano Contepec, Michoacán


"Diario de sueños" es el nuevo poemario del escritor y poeta mexicano Homero Aridjis (Contepec, Michoacán; 1940), uno de los más grandes poetas y escritores vivos en español. 

La obra,  publicada a inicios de 2011 por el Fondo de Cultura Económica de México, surgió de unos sueños que tuvo hace varios años, cuando al escribirlos se convirtieron en poemas. Desde El poeta niño, publicado en 1971, se propuso rescatar al ser que había sido antes de un grave accidente que sufrió en enero de 1950 y que estuvo a punto de costarle la vida. De hecho, se salvó de morir y cuando “resucité”, dice, empezó a leer y escribir poesía.

Así que cuando en 1970 se encontraba en Nueva York y estaba a punto de nacer su primera hija, Chloe, empezó a soñar en el niño que había sido antes del accidente, como una forma de reencontrarse consigo mismo, pues había suprimido de su memoria ese pasado.