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30 de julio de 2011

Wislawa Symborka Una Premio Nobel te lo explica



Cómo escribir y cómo no escribir poesía
Una Premio Nobel te lo explica
Por Wislawa Symborska

Durante tres décadas, la afamada poeta Wislawa Szymborska escribió una columna en el periódico polaco Vida Literaria. En ella respondía las preguntas de personas interesadas en escribir versos. Esta selección es una muestra de esa paciente y prolongada pedagogía poética.


Para Heliodor, de Przemysl

Escribes: “Sé que mis poemas tienen muchos errores, ¿y qué con eso? No voy a parar a corregirlos”. ¿Y por qué no, querido Heliodor? ¿Será que para ti la poesía es sagrada? ¿O tal vez la consideras algo insignificante? Ambos modos de acercarse a ella son errados, y lo peor es que liberan al neófito de la necesidad de trabajar en sus versos. Es gratificante y placentero decir a nuestros conocidos que el espíritu se apoderó de nosotros el viernes a las 2:45 p.m. y comenzó a susurrarnos misteriosos secretos al oído. Lo hizo con tal vehemencia que escasamente tuvimos tiempo de anotarlos. Pero en casa, a puerta cerrada, corregimos con ahínco. Tachamos y revisamos esas expresiones que parecen de otro mundo. Los espíritus son una maravilla, pero hasta la poesía tiene su lado prosaico.

Para H. O., de Poznan, un posible traductor
El traductor no está obligado a serle fiel al texto únicamente. Debe dejar ver la belleza de la poesía conservando su forma y reteniendo, en la medida de lo posible, el estilo y el espíritu de la época.

Para Grazyna, de Starachowice
Quitémonos las alas y tratemos de escribir con los pies sobre la tierra, ¿sí?

Para el señor G. Kr., de Varsovia
Necesitas un bolígrafo nuevo. El que tienes comete muchos errores. Debe ser extranjero.

Para Pegaso, de Niepolomice
En rima, preguntas si la vida tiene centavos. Mi diccionario responde que no.

Para el señor K. K., de Bytom
Utilizas el verso libre como si su libertad fuera absoluta. Pero la poesía (a pesar de lo que pueda decirse) es, era y será un juego. Y, como todos los niños saben, los juegos tienen reglas. ¿Por qué lo olvidan los adultos?

Para Putzka, de Radom
El aburrimiento debe ser descrito con gusto. ¿Cuántas cosas están ocurriendo en un día en el que no pasa nada?

Para Boleslaw L-k, de Varsovia
Tus dolores existenciales te vienen con demasiada facilidad. Ya hemos padecido suficiente desesperanza y nos hemos adentrado en las sombrías profundidades demasiadas veces. “Los pensamientos profundos –dice mi querido Thomas (Mann, por supuesto, ¿de cuál otro podría tratarse?)– deben hacernos sonreír”. Leyendo tu poema “Océano” nos descubrimos forcejando en un pozo poco profundo. Concibe tu vida como una aventura extraordinaria que te ha acontecido. Por el momento ése es nuestro único consejo.

Para Marek, también de Varsovia
Tenemos por fundamento la creencia de que todos los poemas que versan sobre la primavera quedan automáticamente descalificados. El tema ha dejado de existir en la poesía. Por supuesto, continúa desarrollándose como parte de la vida. Pero se trata de dos asuntos distintos.

Para B. L., de los alrededores de Breslavia
El miedo al discurso preciso, el esfuerzo constante por convertir todo en una metáfora, la inagotable necesidad de que en cada línea se demuestre que eres un poeta: éstas son ansiedades que acosan a todo poeta en formación. Pero pueden curarse si se descubren a tiempo.

Para Zb. K., de Poznan
A lo largo de su vida la mayoría de los poetas no han utilizado tantas palabras majestuosas como las que has apiñado en tres cortos poemas. “Patria”, “verdad”, “libertad”, “justicia”. Ese tipo de palabras no deben tomarse a la ligera. Sangre de verdad las recorre y la tinta no puede reemplazarla.

Para Michal, en Nowy Targ
Rilke advirtió a los jóvenes poetas que los temas majestuosos son difíciles y exigen una gran madurez artística. Les aconsejó escribir sobre lo que observan en torno a ellos y cómo viven cada día; sobre lo que se ha perdido y lo que se ha encontrado. Los animaba a utilizar lo que estaba a su alrededor como herramienta para desarrollar su arte; imágenes de los sueños, objetos del recuerdo. “Si la vida diaria te parece pobre –escribió–, no la culpes. La culpa es tuya. No eres tan buen poeta como para percatarte de su riqueza”. Este consejo te puede parecer superfluo y estúpido. Por eso sustentamos nuestro argumento con uno de los poetas más esotéricos del mundo de la literatura. ¡Observa cómo alaba las cosas ordinarias!

Para Ula, de Sopot
Definir la poesía en una frase... ¡vaya! Conocemos por lo menos quinientas definiciones, pero ninguna nos parece lo suficientemente precisa y abarcadora a la vez. Cada una expresa el sabor de su época. Un escepticismo de nacimiento nos impide dar una definición propia. Pero recordamos un hermoso aforismo de Carl Sandburg: “La poesía es el diario escrito por una criatura del mar, que vive en la tierra y desea volar”. ¿Será que él lo escribirá un día de estos?

Para L-k, de Slupsk
Requerimos más de un poeta que se compara con Ícaro que lo que el largo poema cifrado nos revela. Señor L-k, usted no cuenta con que el Ícaro de hoy en día tiene que elevarse sobre un paisaje distinto al de la antigüedad. Ve autopistas repletas de carros y camiones, aeropuertos, pasarelas, grandes ciudades, puertos modernos y costosos y demás cosas por el estilo. ¿No le pasaría por el lado un jet de vez en cuando?

Para T. W., de Cracovia
En el colegio no se pierde tiempo en un análisis estético de las obras literarias. Las temáticas centrales se estudian junto con el contexto histórico. Ese tipo de conocimiento es crucial pero no será suficiente para quien desee convertirse en un lector independiente, bueno; y menos aún para alguien con ambiciones creativas. Nuestros jóvenes corresponsales a menudo se sorprenden de que sus poemas sobre la reconstrucción de Varsovia después de la guerra, o acerca de las tragedias vividas en Vietnam, no sean lo suficientemente buenos. Están convencidos de que una intención honorable puede pasar por encima de la forma. Si quieres ser un buen zapatero no basta que te entusiasme el pie humano. Tienes que conocer tu material, tus herramientas, escoger el modelo correcto. Con la creación artística ocurre lo mismo.

Para el señor Br. K, de Laski
Tus poemas en prosa están impregnados de la figura del Gran Poeta que escribe sus extraordinarias obras llevado por la euforia del alcohol. Podríamos adivinar cuál es el personaje que tienes en mente, pero los apellidos no son el tema que nos ocupa en este último análisis. Nuestro interés se centra en la errada convicción de que el alcohol facilita el ejercicio de la escritura, envalentona la imaginación, agudiza el ingenio y realza otras funciones que entusiasman al espíritu bardo. Mi querido señor K, ni esta poeta, ni ninguno de los que conocemos y con seguridad tampoco los que nos son desconocidos, han escrito jamás algo de valor bajo la influencia del alcohol. Toda buena obra surge de un trabajo minucioso llevado a cabo en medio de los dolores de la sobriedad y sin ningún zumbido placentero rondando en la cabeza. “Siempre he tenido ideas, pero después del vodka me duele la cabeza”, dijo Wyspianski. Si un poeta consume alcohol, es entre un poema y el otro. Ésta es la cruda realidad. Si el alcohol promoviera la buena poesía, entonces cada tercer ciudadano de este país sería por lo menos un Hortensio. Nos vemos forzados a rebatir otra leyenda más. Esperamos que emerjas ileso de entre las ruinas.

Para E. L., en Varsovia
Quizá puedas aprender a amar en la prosa.

Para Esko, de Sieradz
La juventud es un período interesante en la vida de una persona. Si a las dificultades de la juventud les sumas la ambición de escribir, hay que tener un carácter fuerte para sobrellevar el estrés. Tener cualidades como la perseverancia, la rapidez, poseer un amplio bagaje literario, ser curioso y mirar con atención. Hay que saber tomar distancia de uno mismo, ser capaz de sentir el dolor ajeno, tener una mente crítica, sentido del humor y la irrompible convicción de que el mundo se merece: a) seguir existiendo, y b) más suerte de la que ha tenido hasta ahora. Los poemas que nos has mandado dejan ver un deseo por escribir pero no alguna de las cualidades antes mencionadas. Tienes bastante trabajo por delante.

Para Kali, de Lodz
“Por qué” es la combinación de palabras más importante en cualquiera de los idiomas de este planeta y es probable que ocurra lo mismo en las otras galaxias.

Para el señor Pal-Zet, de Skarzysko-Kamieanna
Los poemas que has enviado sugieren que no has logrado percibir una diferencia fundamental entre la poesía y la prosa. Por ejemplo, el poema titulado “Aquí” es meramente una descripción en prosa de un cuarto y sus muebles. En prosa una descripción así sirve a una función específica: presenta el escenario de la acción que viene. En un momento la puerta se abrirá, alguien entrará y algo pasará. En la poesía la descripción misma debe “suceder”. Todo se vuelve significativo, la elección de las imágenes, su disposición, la forma que toma en las palabras. La descripción de un cuarto ordinario debe aparecer ante tus ojos como el descubrimiento de ese cuarto, y la emoción contenida en esa descripción debe ser compartida por los lectores. De otra manera, la prosa se queda prosa, aunque te esfuerces en cortar oraciones en columnas de verso. Y lo que es peor, nada pasa.

17 de julio de 2011

Borges La muerte y la brújula

Jorge Luis Borges

"La muerte y la brújula"


A Mandie Molina Vedia

De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño - tan rigurosamente extraño, diremos - como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Ese criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahur.
El primer crimen ocurrió en el Hôtel du Nord, ese alto prisma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy notoriamente reúne la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una cárcel y la apariencia general de una casa mala) arribó el día tres de diciembre el delegado de Podólsk al Tercer Congreso Talmúdico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si el Hôtel du Nord le agradó: lo aceptó con la antigua resignación que le había permitido tolerar tres años de guerra en los Cárpatos y tres mil años de opresión y de pogroms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetrarca de Galilea. Yarmolinsky cenó, postergó para el día siguiente el examen de la desconocida ciudad, ordenó en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de medianoche apagó la luz. (Así lo declaró el chauffeur del Tetrarca, que dormía en la pieza contigua.) El cuatro, a las 11 y 3 minutos A.M., lo llamó por teléfono un redactor de la Yidische Zaitung; el doctor Yarmolinsky no respondió; lo hallaron en su pieza, ya levemente oscura la cara, casi desnudo bajo una gran capa anacrónica. Yacía no lejos de la puerta que daba al corredor; una puñalada profunda le había partido el pecho. Un par de horas después, en el mismo cuarto, entre periodistas, fotógrafos y gendarmes, el comisario Treviranus y Lönnrot debatían con serenidad el problema.
-No hay que buscarle tres pies al gato-decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro-.Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece?
-Posible, pero no interesante-respondió Lönnrot-. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón.
Treviranus repuso con mal humor:
-No me interesan las explicaciones rabínicas; me interesa la captura del hombre que apuñaló a este desconocido.
-No tan desconocido-corrigió Lönnrot -. Aquí están sus obras completas-. Indicó en el placard una fila de altos volúmenes; una Vindicación de la cábala; un Examen de la filosofía de Robert Fludd; una traducción literal del Sepher Yezirah; una Biografía del Baal Shem; una Historia de la secta de los Hasidim; una monografía (en alemán) sobre el Tetragrámaton; otra, sobre la nomenclatura divina del Pentateuco. El comisario los miró con temor, casi con repulsión. Luego, se echó a reír.
-Soy un pobre cristiano-repuso-. Llévese todos esos mamotretos, si quiere; no tengo tiempo que perder en supersticiones judías.
-Quizás este crimen pertenece a la historia de las supersticiones judías-murmuró Lönnrot.
-Como el cristianismo-se atrevió a completar el redactor de la Yidische Zaitung. Era miope, ateo y muy tímido.
Nadie le contestó. Uno de los agentes había encontrado en la pequeña máquina de escribir una hoja de papel con esta sentencia inconclusa.

La primera letra del Nombre
ha sido articulada.

Lönnrot se abstuvo de sonreír. Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación policial, se dedicó a estudiarlos. Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del Tetragrámaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia), su noveno atributo, la eternidad, es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas que serán, que son y que han sido en el universo. La tradición enumera noventa y nueve nombres de Dios; los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares; los Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre. El Nombre Absoluto.
De esa erudición lo distrajo, a los pocos días, la aparición del redactor de la Yidische Zaitung. Este quería hablar del asesinato; Lönnrot prefirió hablar de los diversos nombres de Dios; el periodista declaró en tres columnas que el investigador Erik Lönnrot se había dedicado a estudiar los nombres de Dios para dar con el nombre del asesino. Lönnrot, habituado a las simplificaciones del periodismo, no se indignó. Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, publicó una edición popular de la Historia de la secta de los Hasidim.
El segundo crimen ocurrió la noche del tres de enero, en el más desamparado y vacío de los huecos suburbios occidentales de la capital. Hacia el amanecer, uno de los gendarmes que vigilan a caballo esas soledades vio en el umbral de una antigua pintorería un hombre emponchado, yacente. El duro rostro estaba como enmascarado de sangre; una puñalada profunda le había rajado el pecho. En la pared, sobre los rombos amarillos y rojos, había unas palabras en tiza. El gendarme las deletreó... Esa tarde, Treviranus y Lönnrot se dirigieron a la remota escena del crimen. A izquierda y derecha del automóvil, la ciudad se desintegraba; crecía el firmamento y ya importaban poco Mandie Molina Vedia
 las casas y mucho un horno de ladrillos o un álamo. Llegaron a su pobre destino: un callejón final de tapias rosadas que parecían reflejar de algún modo la desaforada puesta de sol. El muerto ya había sido identificado. Era Daniel Simó Azevedo, hombre de alguna fama en los antiguos arrabales del Norte, que había ascendido de carrero a guapo electoral, para degenerar después en ladrón y hasta en delator. (El singular estilo de su muerte les pareció adecuado: Azevedo era el último representante de una generación de bandidos que sabía el manejo del puñal, pero no del revólver.) Las palabras en tiza eran las siguientes:
La segunda letra del Nombre
ha sido articulada.
El tercer crimen ocurrió la noche del tres de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario Treviranus. Con ávido sigilo, habló un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg), y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable, los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de silbidos y de cornetas ahogó la voz del delator. Después, la comunicación se cortó. Sin rechazar la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval), Treviranus indagó que le habían hablado desde el Liverpool House, taberna de la Rue de Toulon -esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y los vendedores de biblias. Treviranus habló con el patrón. Este (Black Finnegan, antiguo criminal irlandés, abrumado y casi anulado por la decencia) le dijo que la última persona que había empleado el teléfono de la casa era un inquilino, un tal Gryphius, que acababa de salir con unos amigos. Treviranus fue enseguida al Liverpool House. El patrón le comunicó lo siguiente: Hace ocho días, Gryphius había tomado pieza en los altos del bar. Era un hombre de rasgos afilados, de nebulosa barba gris, trajeado pobremente de negro; Finnegan (que destinaba esa habitación a un empleo que Treviranus adivinó) le pidió un alquiler sin duda excesivo; Gryphius inmediatamente pagó la suma estipulada. No salía casi nunca; cenaba y almorzaba en su cuarto; apenas si le conocían la cara en el bar. Esa noche, bajó a telefonear al despacho de Finnegan. Un cupé cerrado se detuvo ante la taberna. El cochero no se movió del pescante; algunos parroquianos recordaron que tenía máscara de oso. Del cupé bajaron dos arlequines; eran de reducida estatura y nadie pudo no observar que estaban muy borrachos. Entre balidos de cornetas, irrumpieron en el escritorio de Finnegan; abrazaron a Gryphius, que pareció reconocerlos, pero que les respondió con frialdad; cambiaron unas palabras en yiddish -él en voz baja, gutural, ellos con las voces falsas, agudas- y subieron a la pieza del fondo. Al cuarto de hora bajaron los tres, muy felices; Gryphius, tambaleante, parecía tan borracho como los otros. Iba, alto y vertiginoso, en el medio, entre los arlequines enmascarados. (Una de las mujeres del bar recordó los losanges amarillos, rojos y verdes.) Dos veces tropezó; dos veces lo sujetaron los arlequines. Rumbo a la dársena inmediata, de agua rectangular, los tres subieron al cupé y desaparecieron. Ya en el estribo del cupé, el último arlequín garabateó una figura obscena y una sentencia en una de las pizarras de la recova.
Treviranus vio la sentencia. Era casi previsible; decía:

La última de las letras del Nombre
ha sido articulada.

Examinó, después, la piecita de Gryphius-Ginzberg. Había en el suelo una brusca estrella de sangre; en los rincones, restos de cigarrillo de marca húngara; en un armario, un libro en latín -el Philologus hebraeograecus(1739), de Leusden- con varias notas manuscritas. Treviranus lo miró con indignación e hizo buscar a Lönnrot. Este, sin sacarse el sombrero, se puso a leer, mientras el comisario interrogaba a los contradictorios testigos del secuestro posible. A las cuatro salieron. En la torcida Rue de Toulon, cuando pisaban las serpentinas muertas del alba, Treviranus dijo:
-¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?
Erik Lönnrot sonrió y le leyó con toda gravedad un pasaje (que estaba subrayado) de la disertación trigésima tercera del Philologus: Dies Judaeorum incipit a solis occasu usque ad solis occasum diei sequentis. Esto quiere decir -agregó-, El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer.
El otro ensayó una ironía.
-¿Ese dato es el más valioso que usted ha recogido esta noche?
-No. Más valiosa es una palabra que dijo Ginzberg.
Los diarios de la tarde no descuidaron esas desapariciones periódicas. La Cruz de la Espada las contrastó con la admirable disciplina y el orden del último Congreso Eremítico; Erns Palast, en El Mártir, reprobó "las demoras intolerables de un pogrom clandestino y frugal, que ha necesitado tres meses para liquidar tres judíos"; la Yidische Zaitung rechazó la hipótesis horrorosa de un complot antisemita, "aunque muchos espíritus penetrantes no admiten otra solución del triple misterio"; el más ilustre de los pistoleros del Sur, Dandy Red Scharlach, juró que en su distrito nunca se producirían crímenes de ésos y acusó de culpable negligencia al comisario Franz Treviranus.
Este recibió, la noche del primero de marzo, un imponente sobre sellado. Lo abrió: el sobre contenía una carta firmada Baruj Spinoza y un minucioso plano de la ciudad, arrancado notoriamente de un Baedeker. La carta profetizaba que el tres de marzo no habría un cuarto crimen, pues la pinturería del Oeste, la taberna de la Rue de Toulon y el Hôtel du Nord eran "los vértices perfectos de un triángulo equilátero y místico"; el plano demostraba en tinta roja la regularidad de ese triángulo. Treviranus leyó con resignación ese argumento more geométrico y mandó la carta y el plano a casa de Lönnrot, indiscutible merecedor de tales locuras.
Erik Lönnrot las estudió. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes. Simetría en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero); simetría en el espacio también... Sintió, de pronto, que estaba por descifrar el misterio. Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió, pronunció la palabra Tetragrámaton (de adquisición reciente) y llamó por teléfono al comisario. Le dijo:
-Gracias por ese triángulo equilátero que usted anoche me mandó. Me ha permitido resolver el problema. Mañana viernes los criminales estarán en la cárcel; podemos estar muy tranquilos.
-Entonces, ¿no planean un cuarto crimen?
-Precisamente, porque planean un cuarto crimen, podemos estar muy tranquilos.
-Lönnrot colgó el tubo. Una hora después, viajaba en un tren de los Ferrocarriles Australes, rumbo a la quinta abandonada de Triste-le-Roy. Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de curtiembres y de basuras. Del otro lado hay un suburbio donde, al amparo de un caudillo barcelonés, medran los pistoleros. Lönnrot sonrió al pensar que el más afamado -Red Scharlach- hubiera dado cualquier cosa por conocer su clandestina visita. Azevedo fue compañero de Scharlach; Lönnrot consideró la remota posibilidad de que la cuarta víctima fuera Scharlach. Después, la desechó... Virtualmente, había descifrado el problema; las meras circunstancias, la realidad (nombres, arrestos, caras, trámites judiciales y carcelarios) apenas le interesaban ahora. Quería pasear, quería descansar de tres meses de sedentaria investigación. Reflexionó que la explicación de los crímenes estaba en un triángulo anónimo y en una polvorienta palabra griega. El misterio casi le pareció cristalino; se abochornó de haberle dedicado cien días.
El tren paró en una silenciosa estación de cargas. Lönnrot bajó. El aire de la turbia llanura era húmedo y frío. Lönnrot echó a andar por el campo. Vio perros, vio un furgón en una vía muerta, vio el horizonte, vio un caballo plateado que bebía del agua crapulosa de un charco. Oscurecía cuando vio el mirador rectangular de la quinta de Triste-le-Roy, casi tan alto como los negros eucaliptos que lo rodeaban. Pensó que apenas un amanecer y un ocaso (un viejo resplandor en el oriente y otro en el occidente) lo separaban de la hora anhelada por los buscadores del Nombre.
Una herrumbrada verja definía el perímetro irregular de la quinta. El portón principal estaba cerrado. Lönnrot, sin mucha esperanza de entrar, dio toda la vuelta. De nuevo ante el porton infranqueable, metió la mano entre los barrotes, casi maquinalmente, y dio con el pasador. El chirrido del hierro lo sorprendió. Con una pasividad laboriosa, el portón entero cedió.
Lönnrot avanzó entre los eucaliptos, pisando confundidas generaciones de rotas hojas rígidas. Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: a una Diana glacial en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana; un balcón se reflejaba en otro balcón; dobles escalinatas se abrían en doble balaustrada. Lönnrot rodeó la casa como había rodeado la quinta. Todo lo examinó: bajo el nivel de la terraza vio una estrecha persiana.
La empujó: unos pocos escalones de mármol descendían a un sótano. Lönnrot, que ya intuía las preferencias del arquitecto, adivino que en el opuesto muro del sótano había otros escalones. Los encontró, subió, alzó las manos y abrió la trampa de salida.
Un resplandor lo guió a una ventana. La abrió: una luna amarilla y circular definía en el triste jardín dos fuentes cegadas. Lönnrot exploró la casa. Por ante comedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. Subió por escaleras polvorientas a antecámaras circulares; infinitamente se multiplicó en espejos opuestos; se cansó de abrir o entreabrir ventanas que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardín desde varias alturas y varios ángulos; adentro, muebles con fundas amarillas y arañas embaladas en tarlatán. un dormitorio lo detuvo; en ese dormitorio, una sola flor en una copa de porcelana; al primer roce los pétalos antiguos se deshicieron. En el segundo piso, en el último, la casa le pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad.
Por una escalera espiral llegó al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los losanges de las ventanas; eran amarillos, rojos y verdes. Lo detuvo un recuerdo asombrado y vertiginoso. Dos hombres de pequeña estatura, feroces y fornidos, se arrojaron sobre él y lo desarmaron; otro, muy alto, lo saludó con gravedad y le dijo:
-Usted es muy amable. Nos ha ahorrado una noche y un día.
Era Red Scharlach. Los hombres maniataron a Lönnrot. Este, al fin, encontró su voz.
-Scharlach, ¿usted busca el Nombre Secreto?
Scharlach seguía de pie, indiferente. No había participado en la breve lucha, apenas si alargó la mano para recibir el revólver de Lönnrot. Habló; Lönnrot oyó en su voz una fatigada victoria, un odio del tamaño del universo, una tristeza no menor que aquel odio.
-No- dijo Scharlach.- Busco algo más efímero y deleznable, busco a Erik Lönnrot. Hace tres años, en un garito de la Rue de Toulon, usted mismo arrestó e hizo encarcelar a mi hermano. En un cupé, mis hombres me sacaron del tiroteo con una bala policial en el vientre. Nueve días y nueve noches agonicé en esta desolada quinta simétrica; me arrasaba la fiebre, el odioso Jano bifronte que mira los ocasos y las auroras daban horror a mi ensueño y a mi vigilia. Llegué a abominar de mi cuerpo, llegué a sentir que dos ojos, dos manos, dos pulmones, son tan monstruosos como dos caras. Un irlandés trató de convertirme a la fe de Jesús; me repetía la sentencia de los goim: Todos los caminos llevan a Roma. De noche, mi delirio se alimentaba de esa metáfora: yo sentía que el mundo es un laberinto, del cual era imposible huir, pues todos los caminos, aunque fingieran ir al Norte o al Sur, iban realmente a Roma, que era también la cárcel cuadrangular donde agonizaba mi hermano y la quinta de Triste-le-Roy. En esas noches yo juré por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los espejos tejer un laberinto en torno del hombre que había encarcelado a mi hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un puñal, los rombos de una pinturería.
El primer término de la serie me fue dado por el azar. Yo había tramado con algunos colegas- entre ellos, Daniel Azevedo- el robo de los zafiros del Tetrarca. Azevedo nos traicionó: se emborrachó con el dinero que le habíamos adelantado y acometió la empresa el día antes. En el enorme hotel se perdió; hacia las dos de la madrugada irrumpió en el dormitorio de Yarmolinsky. Este, acosado por el insomnio, se había puesto a escribir. Verosímilmente, redactaba unas notas o un artículo sobre el Nombre de Dios; había escrito ya las palabras La primera letra del Nombre ha sido articulada. Azevedo le intimó silencio; Yarmolinsky alargó la mano hacia el timbre que despertaría todas las fuerzas del hotel; Azevedo le dio una sola puñalada en el pecho. Fue casi un movimiento reflejo; medio siglo de violencia le había enseñado que lo más fácil y seguro es matar... A los diez días yo supe por la Yidische Zaitung que usted buscaba en los escritos de Yarmolinsky la clave de la muerte de Yarmolinsky. Leí la Historia de la secta de los Hasidim; supe que el miedo reverente de pronunciar el Nombre de Dios había originado la doctrina de que ese Nombre es todopoderoso y recóndito. Supe que algunos Hasidim, en busca de ese Nombre secreto, habían llegado a cometer sacrificios humanos... Comprendí que usted conjeturaba que los Hasidim habían sacrificado al rabino; me dediqué a justificar esa conjetura.
Marcelo Yarmolinsky murió la noche del 3 de diciembre; para el segundo "sacrificio" elegí la noche del 3 de enero. Murió en el Norte; para el segunYo picoteo, tú picoteas, dejémoslos picotear.do "sacrificio" nos convenía un lugar del Oeste. Daniel Azevedo fue la víctima necesaria. Merecía la muerte: era un impulsivo, un traidor; su captura podía aniquilar todo el plan. Uno de los nuestros lo apuñaló; para vincular su cadáver al anterior, yo escribí encima de los rombos de la pinturería La segunda letra del Nombre ha sido articulada.
El tercer "crimen" se produjo el tres de febrero. Fue, como Treviranus adivinó, un mero simulacro. Gryphius-Ginzberg-Ginsburg soy yo; una semana interminable sobrellevé (suplementado por una tenue barba postiza) en ese perverso cubículo de la Rue de Toulon, hasta que los amigos me secuestraron. Desde el estribo del cupé, uno de ellos escribió en un pilar La última de las letras del Nombre ha sido articulada. Esa escritura divulgó que la serie de crímenes era triple. Así lo entendió el público; yo, sin embargo, intercalé repetidos indicios para que usted, el razonador Erik Lönnrot, comprendiera que es cuádruple. Un prodigio en el Norte, otros en el Este y en el Oeste, reclaman un cuarto prodigio en el Sur; el Tetragrámaton -el nombre de Dios, JHVH- consta de cuatro letras; los arlequines y la muestra del pinturero sugieren cuatro términos. Yo subrayé cierto pasaje en el manual de Leusden: ese pasaje manifiesta que los hebreos computaban el día de ocaso a ocaso; ese pasaje da a entender que las muertes ocurrieron el cuatro de cada mes. Yo mandé el triángulo equilátero a Treviranus. Yo presentí que usted agregaría el punto que falta. El punto que determina un rombo perfecto, el punto que prefija el lugar donde una exacta muerte lo espera. Todo lo he premeditado, Erik Lönnrot, para atraerlo a usted a las soledades de Triste-le-Roy.
Lönnrot evitó los ojos de Scharlach. Miró los árboles y el cielo subdivididos en rombos turbiamente amarillos, verdes y rojos. Sintió un poco de frío y una tristeza impersonal, casi anónima. Ya era de noche; desde el polvoriento jardín subió el grito inútil de un pájaro. Lönnrot consideró por última vez el problema de las muertes simétricas y periódicas.
-En su laberinto sobran tres líneas -dijo por fin-. Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, en 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy.
Para la otra vez que lo mate -replicó Scharlach-, le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es indivisible, incesante.
Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.

16 de julio de 2011

El terrorista Fernando Sandoval M.

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El terrorista

El joven se movía desinhibido por la calle, su voz se oía desafinada y descontrolada, en momentos muy fuerte y a veces sólo susurros, en ratos se contorsionaba y en otros se detenía y manoteaba…
La gente volteaba a verlo, algunos sonreían, pero la mayoría lo miraba con un gesto adusto, con la mirada seria meneando la cabeza en desaprobación,
- ojalá lleve su permiso - dijo alguno
… Si, aquella maldita ley.

El capitán de aquellas fuerzas especiales se paseaba orgulloso por la avenida, la gente se hacia a un lado, pues notaban que los que osaban no hacerlo salían rebotados, golpeados o empujados y aquel oficial como si nada.
Parecía distraído, absorto en sus pensamientos, pero bastaba ver sus ojos para darse cuenta que en realidad observaba detenidamente a la gente, en su lado de la acera, y al otro lado también, a los conductores de los autos, incluso a la gente que se encontraba en los establecimientos o en sus casas.
Si, sus ojos no cesaban de moverse sin perder un solo detalle, quizá por eso su paso aunque firme y determinado, era lento y parsimonioso.
Y por eso sus ojos de halcón pudieron percibir a aquel sujeto, que aún cuando estaba a más de cincuenta metros, y a los numerosos transeúntes, era imposible que no llamara su atención,
- Águila 1, atención a las 9, está entrando al subterráneo - Comunicó a su auxiliar.
Enseguida vio entrar al sujeto a la estación del subterráneo desapareciendo de su vista, aunque también vio a su subalterno desaparecer inmediatamente tras de el.
Apresuró el paso al tiempo que dos más de su equipo entraban en la estación escuchando:
- Águila 3, blanco ubicado - , y casi al mismo tiempo
- Águila 2, blanco en la mira -
Cubrió la distancia en segundos, sin descomponer en lo más mínimo la figura, parecía deslizarse simplemente…
Bajo la escalera en un suspiro encontrándose en el anden justo cuando llegaba el tren, el instinto le hizo voltear a su derecha y vió al sujeto dispuesto a abordar el convoy, no pudo disimular una sonrisa al ver un agente a cada lado del sujeto y uno mas atrás de él, pero se le cortó en seco, ¿Y si portaba su permiso? Dudo por un segundo, pero alcanzó a entrar en el vagón justo un momento antes de cerrarse las puertas.
No, no podía equivocarse, algo le decía que ese era un criminal.
Miró al sujeto y se percató que era joven, tal vez 25 años, un poco desaliñado, extravagante e indolente… y sus agentes lo tenían rodeado y lo miraban esperando sus órdenes.
Así que se dirigió a él, no hubo necesidad de apartar a la gente, todos se habían percatado de su presencia y también de quien era su objetivo.
Se plantó frente al joven y aun así tuvo que sujetarlo para detener su danzar extravagante y así diese cuenta del gran volumen que despedían aquellos auriculares.
Esa sacudida volvió a la realidad al joven y por un momento asomó en su rostro el temor, pero se rehízo con una amplia sonrisa al sacarse los audífonos de encima, y todos pudieron escuchar:
– ¿Algún problema oficial? –
El capitán, a su vez sonrió, y con aquella inquieta mirada vio a todos los usuarios inmóviles, atentos, serios, expectantes, algunos incluso sudando…
Lo miro fijamente y le dijo:
- Muéstreme su licencia para escuchar esa música
- No tengo - dijo el joven, encendiendo un rumor entre los usuarios.
- Entonces está usted arrestado - dijo el capitán ampliando su sonrisa, al tiempo que dos de sus agentes sujetaban al joven.
- Espere, no puede hacerlo, yo soy autor de lo que vengo oyendo – dijo el joven sin perder el temple ni su sonrisa.
- ¿Que no conoce la ley? Usted debe registrar primero sus composiciones y obtener su licencia, si usted es el autor solo pagaría el registro – replicó el capitán, a duras penas conteniendo una carcajada.

- ¡A eso voy! – dijo el joven levantando la voz, conteniéndose a duras penas, y mostrando que se le escapaba su auto-control.
- Lo siento - terció el capitán al momento que sus agentes sometían al incauto, colocando sus manos en la espalda, rubricando con las esposas.
- Es la ley – dijo el capitán mientras volteaba a mirar a los usuarios con mirada retadora, arrogante, pues su instinto no le había fallado y seguía sin cometer un solo error.
- Un criminal menos- pensó, satisfecho de si mismo
- Vayámonos – dijo a sus agentes al abrirse las puertas, al arribar a la otra estación…


Todos recuperaron la calma al proseguir el tren la marcha, comentando lo sucedido y escuchando aún esos gritos cada vez más lejanos:
- ¡Yo soy el autor, no soy un criminal, yo soy el autor!… -
Sólo aquel sujeto sentado en el fondo reaccionó mas lentamente, movió su mano izquierda para ver su reloj, para enseguida sacar la mano derecha del interior de su chaqueta, soltando el remoto que no habría dudado en accionar para activar la bomba que llevaba en la maleta, al pie de su asiento…

15 de julio de 2011

La carta. Luis Mateo Díez

"Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y antes de empezar la tarea diaria, escribo una línea en una larga carta donde, desde hace seis años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.”

14 de julio de 2011

William Empson Mising dates

Missing Dates

Slowly the poison the whole blood stream fills.
It is not the effort nor the failure tires.
The waste remains, the waste remains and kills.

It s not your system or clear sight that mills
Down small to the consequences a life requires;
Slowly the poison the whole blood stream fills.

They bled an old dog dry yet the exchange rills
Of young dog blood gave but a month's desires
The waste remains, the waste remains and kills.

It is the Chinese tombs and the slag hills
Usurp the soil, and not the soil retires.
Slowly the poison the whole blood stream fills.

Not to have fire is to be a skin that shrills.
The complete fire is death. From partial fires
The waste remains, the waste remains and kills.

It is the poems you have lost, the ills
From missing dates, at which the heart expires.
Slowly the poison the whole blood stream fills.
The waste remains, the waste remains and kills.
--William Empson




El veneno invade lentamente todo el flujo sanguíneo.
No es el esfuerzo ni el fracaso lo que cansa.
Los residuos permanecen, los residuos permanecen y matan.

No es tu organismo o la claridad de visión lo que reduce
A la nada la coherencia que una vida requiere;
El veneno invade lentamente todo el flujo sanguíneo.

Sangran un perro viejo hasta secarlo, pero aún así, el intercambio de
Sangre con un perro joven alargó los deseos por un mes.
Los residuos permanecen, los residuos permanecen y matan.

Son los sepulcros Chinos y la escoria de los montes
Quienes se apoderan de la tierra
Y el veneno invade lentamente todo el flujo sanguíneo.

No tener pasión es ser una piel que brilla.
El fuego absoluto es la muerte. De las muertes parciales
Los residuos permanecen, los residuos permanecen y matan.

Son los poemas que has perdido, los males
De los datos que has perdido, allí donde el corazón muere.
El veneno invade lentamente todo el flujo sanguíneo.
Los residuos permanecen, los residuos permanecen y matan.

La revolucion francesa 14 de julio de 1789


La Libertad guiando al pueblo – Eugene Delacroix (1830)


La Libertad guiando al pueblo es un cuadro del pintor francés Eugene Delacroix. La obra fue pintada en el año 1830 y es la obra maestra del Romanticismo francés. Este cuadro es la expresión máxima de la Revolución francesa.

"He emprendido un tema moderno, una barricada, y si no he luchado por la patria, al menos pintaré para ella".
Eugène Delacroix

El lienzo representa una escena del 27 de Julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas. El rey Carlos X de Francia había suprimido el Parlamento por decreto y tenía la intención de restringir la libertad de Prensa. Los disturbios iniciales se convirtieron en un levantamiento que desembocó en una revolución seguida por ciudadanos enojados de todas las clases sociales. No existió un único cabecilla. Por eso Delacroix representa a la Libertad como guía que conduce al pueblo. Tampoco esta representada de una forma abstracta, sino que es una figura alegórica muy sensual y real.

El espectador sólo tiene dos posibilidades, el unirse a la masa, o el ser arrasado por ella . El pueblo es la unión de clases: se representa al burgués con su sombrero de copa y empuñando el fusil, al lado un andrajoso y un herido que pide clemencia a Francia. Al fondo aparecen brumas y humos de la batalla que diluyen un barrio francés bastante realista. A los pies de la Libertad un moribundo la mira fijamente indicándonos que ha valido la pena morir por ella.

Hay una estructura en forma de pirámide con los muertos por la libertad en la base y la libertad en la cima sosteniendo en la mano derecha la bandera tricolor y en la mano izquierda un rifle. El ligero pincel de Delacroix y la fuerza luminosa de sus colores exaltan la vitalidad de sus cuadros. Para aumentar la tensión y el movimiento añadió contrastes complementarios junto a la oposición de los claroscuros. El color para Delacroix no solo tenía un valor de representación, sino sobre todo un significado emocional propio, con el que el pintor intentaba plasmar sobre el lienzo el sentimiento y la disposición de ánimo de las personas.

Se utilizan colores pálidos con pinceladas sueltas destacando el azul, el rojo y el blanco de la bandera.

En el cuadro aparecen jóvenes, adultos, clase obrera, burgueses y soldados defendiendo a la Libertad que, como ya se ha dicho, en este caso se identifica también con Francia y es representada como una mujer empuñando un fusil de la época (rasgo realista) y con el pecho al descubierto, hecho este último que escandalizó a críticos y a parte de la sociedad de la época. Entre los muertos del primer plano (abajo, a la derecha del espectador) aparecen también soldados leales a Carlos X.

El personaje del sombrero es un burgués, en el que se autorretrata Delacroix a pesar de que no participó en los hechos.

En segundo plano, a la derecha del espectador, encontramos Notre-Dame, en una de cuyas torres ondea la bandera revolucionaria, quizás para afirmar el sometimiento de la iglesia, que había sido uno de los apoyos de la restauración borbónica.

Características formales

Forma abierta

La sensación de perspectiva está presente en la obra gracias a los edificios del fondo y a la multitud, que se va alejando y reduciendo en tamaño al fondo del lienzo.

La línea del horizonte es algo inestable, sería la línea imaginaria entre las cabezas de la multitud al fondo del cuadro, que se difuminan con el humo y los edificios del fondo del lienzo.

Los tres elementos (bandera, camisa del muerto de la izquierda y vestimenta del herido que se alza frente a la Libertad) forman una línea recta imaginaria que forma un eje central.

Las figuras principales se enmarcan dentro de una pirámide que asciende en el vértice de la cual el eje central es la Libertad y los dos muertos en primer término cierran el triángulo.

La luz del cuadro es irreal, ilumina la Libertad con la bandera tricolor, una parte del cuerpo del niño que hay a su lado, al moribundo de la chaqueta azul, al muerto del margen inferior izquierdo y las manos y media del hombre del sombrero de caño. En este caso la luz y el color tienen un objetivo en común: potenciar el movimiento.

Las pinceladas muestran una gran desenvoltura y ondulación. El rojo y el azul de la bandera, de la vestimenta del herido que se alza delante de la Libertad, y de la camisa del muerto de la izquierda resaltan por encima de todo el predominio de las tonalidades ocres y grises del conjunto.

Junto a la figura alegórica de la Libertad, se dan otros detalles tremendamente realistas como puede ser el pubis desnudo de la persona muerta que hay en primer plano, abajo a la izquierda. ¿Es un cuadro alegórico o histórico? No parece que sea ninguna de las dos cosas, por cuanto que lo único alegórico es la figura de la mujer-libertad-patria y tampoco representa un hecho concreto real. Para Argan es simplemente un cuadro «realista» que aúna alegoría y realidad. Théophile Thoré elogió la obra y refiriéndose a la mujer dijo: «¿Es una muchacha del pueblo? ¿Es el genio de la libertad? Es ambas cosas [...] La verdadera alegoría debe tener el doble carácter de ser una figura viviente y un símbolo».

La obra está impregnada de movimiento no solo por los gestos dramáticos de los personajes, y por la composición en diagonales, sino porque los del primer plano avanzan sobre la quietud de los muertos que se encuentran en la base de la composición y todas las formas muestran ondulaciones que ponen de manifiesto la admiración del autor por Rubens. Por otra parte la luz lo refuerza, pues es una luz dramática y compleja, con zonas iluminadas y otras en penumbra, pero cuyo origen no se vislumbra. La figuras del primer plano aparecen iluminadas por un foco lateral, pero a su vez se recortan a contraluz sobre un fondo encendido, humeante y nuboso, que dota de más inquietud a la composición. No obstante, ese tenebrismo aludido no da como resultado figuras homogéneas en tonos de bronce –como en Caravaggio-, pues incorpora con gran maestría más fuerza y variedad cromática, como por ejemplo el azul de la bandera o de la camisa del personaje que postrado mira fijamente a la Libertad. Lo que pone de manifiesto que Delacroix domina también el color, del que fue un fino estudioso.

La perfecta combinación de tema, movimiento, luz y color, junto a una pincelada suelta que en los planos posteriores (por ejemplo, los combatientes de detrás de la mujer) recuerdan a Goya, determinan que nos encontremos ante una obra y un autor de una tremenda trascendencia en la pintura contemporánea. Por otra parte su maestría en ordenar grandes composiciones como La muerte de Sardanápalo o la de esta obra, es también evidente. Delacroix, que tuvo una formación neoclásica, reaccionó contra el academicismo y llegó a convertirse en el culminador del romanticismo del que su amigo Géricault –tempranamente muerto- fue iniciador. Con Delacroix se produce una ruptura con la herencia clásica a consecuencia de la cual, y como dice Argan, “el arte deja de mirar hacia lo antiguo y empieza a plantearse el ser, a toda costa, de su propio tiempo”.

El cuadro se encuentra expuesto en el Museo del Louvre y es una de las expresiones artísticas más importantes de la historia del arte.

13 de julio de 2011

Victor Hugo Booz Endormi Version bilingüe


Booz es un personaje bíblico que aparece en el libro de Rut. Booz es quien se casa con Rut, que engendra un hijo suyo, Obed, padre de Jesé y por tanto, es bisabuelo de David y ascendiente de Jesucristo.



El matrimonio de Booz con Rut ha sido visto por la tradición cristiana (especialmente la católica) como una prefiguración de la unión de Cristo con la Iglesia, siendo Booz Cristo y Rut, evidentemente, la Iglesia.



Este personaje inspiró uno de los poemas más célebres que aparece en La leyenda de los siglos, de Víctor Hugo: Booz dormido.

Booz endormi


Booz s'était couché de fatigue accablé ;
Il avait tout le jour travaillé dans son aire ;
Puis avait fait son lit à sa place ordinaire ;
Booz dormait auprès des boisseaux pleins de blé.

Ce vieillard possédait des champs de blés et d'orge ;
Il était, quoique riche, à la justice enclin ;
Il n'avait pas de fange en l'eau de son moulin ;
Il n'avait pas d'enfer dans le feu de sa forge.

Sa barbe était d'argent comme un ruisseau d'avril.
Sa gerbe n'était point avare ni haineuse ;
Quand il voyait passer quelque pauvre glaneuse :
- Laissez tomber exprès des épis, disait-il.

Cet homme marchait pur loin des sentiers obliques,
Vêtu de probité candide et de lin blanc ;
Et, toujours du côté des pauvres ruisselant,
Ses sacs de grains semblaient des fontaines publiques.

Booz était bon maître et fidèle parent ;
Il était généreux, quoiqu'il fût économe ;
Les femmes regardaient Booz plus qu'un jeune homme,
Car le jeune homme est beau, mais le vieillard est grand.

Le vieillard, qui revient vers la source première,
Entre aux jours éternels et sort des jours changeants ;
Et l'on voit de la flamme aux yeux des jeunes gens,
Mais dans l'oeil du vieillard on voit de la lumière.

Donc, Booz dans la nuit dormait parmi les siens ;
Près des meules, qu'on eût prises pour des décombres,
Les moissonneurs couchés faisaient des groupes sombres ;
Et ceci se passait dans des temps très anciens.

Les tribus d'Israël avaient pour chef un juge ;
La terre, où l'homme errait sous la tente, inquiet
Des empreintes de pieds de géants qu'il voyait,
Etait mouillée encore et molle du déluge.

Comme dormait Jacob, comme dormait Judith,
Booz, les yeux fermés, gisait sous la feuillée ;
Or, la porte du ciel s'étant entre-bâillée
Au-dessus de sa tête, un songe en descendit.

Et ce songe était tel, que Booz vit un chêne
Qui, sorti de son ventre, allait jusqu'au ciel bleu ;
Une race y montait comme une longue chaîne ;
Un roi chantait en bas, en haut mourait un dieu.

Et Booz murmurait avec la voix de l'âme :
" Comment se pourrait-il que de moi ceci vînt ?
Le chiffre de mes ans a passé quatre-vingt,
Et je n'ai pas de fils, et je n'ai plus de femme.

" Voilà longtemps que celle avec qui j'ai dormi,
O Seigneur ! a quitté ma couche pour la vôtre ;
Et nous sommes encor tout mêlés l'un à l'autre,
Elle à demi vivante et moi mort à demi.

" Une race naîtrait de moi ! Comment le croire ?
Comment se pourrait-il que j'eusse des enfants ?
Quand on est jeune, on a des matins triomphants ;
Le jour sort de la nuit comme d'une victoire ;

Mais vieux, on tremble ainsi qu'à l'hiver le bouleau ;
Je suis veuf, je suis seul, et sur moi le soir tombe,
Et je courbe, ô mon Dieu ! mon âme vers la tombe,
Comme un boeuf ayant soif penche son front vers l'eau. "

Ainsi parlait Booz dans le rêve et l'extase,
Tournant vers Dieu ses yeux par le sommeil noyés ;
Le cèdre ne sent pas une rose à sa base,
Et lui ne sentait pas une femme à ses pieds.

Pendant qu'il sommeillait, Ruth, une moabite,
S'était couchée aux pieds de Booz, le sein nu,
Espérant on ne sait quel rayon inconnu,
Quand viendrait du réveil la lumière subite.

Booz ne savait point qu'une femme était là,
Et Ruth ne savait point ce que Dieu voulait d'elle.
Un frais parfum sortait des touffes d'asphodèle ;
Les souffles de la nuit flottaient sur Galgala.

L'ombre était nuptiale, auguste et solennelle ;
Les anges y volaient sans doute obscurément,
Car on voyait passer dans la nuit, par moment,
Quelque chose de bleu qui paraissait une aile.

La respiration de Booz qui dormait
Se mêlait au bruit sourd des ruisseaux sur la mousse.
On était dans le mois où la nature est douce,
Les collines ayant des lys sur leur sommet.

Ruth songeait et Booz dormait ; l'herbe était noire ;
Les grelots des troupeaux palpitaient vaguement ;
Une immense bonté tombait du firmament ;
C'était l'heure tranquille où les lions vont boire.

Tout reposait dans Ur et dans Jérimadeth ;
Les astres émaillaient le ciel profond et sombre ;
Le croissant fin et clair parmi ces fleurs de l'ombre
Brillait à l'occident, et Ruth se demandait,

Immobile, ouvrant l'oeil à moitié sous ses voiles,
Quel dieu, quel moissonneur de l'éternel été,
Avait, en s'en allant, négligemment jeté
Cette faucille d'or dans le champ des étoiles.

Booz dormido



Rendido de cansancio Booz se había acostado;
durante todo el día trabajó en sus eras;
después se preparó su cama donde siempre;
Booz dormía junto a los bultos de trigo.

Ese anciano era dueño de campos de cebada
y de trigo; era rico y sin embargo justo;
de su molino el agua con barro no mezclaba;
ni huellas del infierno en el fuego de su fragua.

Su barba era de plata como en abril los ríos.
Ni de avaricia u odio sabían sus gavillas;
cuando pasar veía a espigadoras pobres:
- Dejad caer adrede espigas, ordenaba.

Este hombre puro no era de senderos torcidos,
vestía de lino blanco y de entereza cándida;
y siempre por los pobres derramaba sus granos
de sus sacos que eran como veneros públicos.

Booz era un buen amo y un pariente fiel;
sabía ser generoso aunque era ahorrativo;
las mujeres lo miraban mucho más que a los jóvenes,
porque el joven es bello, pero el viejo es insigne.

El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en la eternidad y se huye del cambio;
en los ojos de jóvenes puede haber llamaradas,
pero en la pupila del viejo simplemente hay luz.

Así, Booz en la noche dormía entre los suyos;
cerca de los almiares, que parecían ruinas,
dormían los segadores como en grupos de sombras;
todo esto pasó hace ya mucho tiempo.

Las tribus de Israel un juez tenían por jefe;
la tierra donde el hombre erraba bajo tiendas,
inquieto por las huellas visibles de gigantes,
mojada estaba aún, y blanda del diluvio.

Como dormía Jacob, como Judith dormía,
Booz, ojos cerrados, yacía en la enramada;
entonces se entreabrieron las compuertas del cielo
y sobre su cabeza fue descendiendo un sueño.

Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, ascendía hasta el cielo;
una raza subía como larga cadena;
un rey cantaba abajo, y arriba moría un dios.

Y Booz murmuraba con las voces del alma:
"¿Cómo será posible que esto me suceda?
La cifra de mis años pasado ha los ochenta,
y yo no tengo hijos, y ya no tengo mujer.

Hace ya mucho que aquella con quien yo dormía,
¡oh Señor! abandonó mi lecho por el tuyo;
y estamos aún tan mezclados el uno con el otro,
ella está casi viva, casi muerto estoy yo.

¡Nacer de mí una raza! ¿Cómo poder creerlo?
¿Cómo poder creer que llegue a tener hijos?
Cuando joven se es, las mañanas son triunfos;
brota el día de la noche como de una victoria;

pero viejos, temblamos, abedules de invierno;
viudo estoy, solo estoy, y sobre mí cae el crepúsculo,
y curvo ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclinándose al agua".

Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
sus ojos hacia Dios, anegados de sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.

En tanto que él dormía, Rut, una Moabita,
con el seno desnudo a sus pies se acostó,
esperando no sé cuál inédito rayo,
cuando del alba viniera la imprevista luz.

Booz no sabía que una mujer allí estaba,
y Rut no sabía lo que Dios quería de ella.
Los penachos de asfódelos despedían perfumes;
la noche respiraba flotando en Galgalá.

La sombra era nupcial, augusta y solemne;
los ángeles volaban allí oscuramente,
y se veía pasar en la noche, a momentos,
algo azul, como si fuera un ala.

El respirar durmiente de Booz se mezclaba
con los sordos murmullos del arroyo en el musgo.
Y era aquel el mes cuando la natura es dulce,
las colinas con lirios sobre todas sus cumbres.

Ruth soñaba y Booz dormía; y la hierba era negra;
palpitaban muy suaves los cencerros de la tropa;
una inmensa bondad caía del firmamento;
una hora tranquila; los leones bebían.

En Ur y en Jerimádet todo estaba en reposo;
los astros esmaltaban el cielo hondo, umbrío;
la luna fina y clara entre flores de sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,

inmóvil, entreabriendo los ojos bajo el velo,
qué dios, qué segador del inmortal estío,
tan negligentemente dejó caer al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.

Victor Hugo - Ce que dit la bouche d'ombre

L'homme en songeant descend au gouffre universel.
J'errais près du dolmen qui domine Rozel,
À l'endroit où le cap se prolonge en presqu'île.
Le spectre m'attendait ; l'être sombre et tranquille
Me prit par les cheveux dans sa main qui grandit,
M'emporta sur le haut du rocher, et me dit :

Sache que tout connaît sa loi, son but, sa route ;
Que, de l'astre au ciron, l'immensité écoute ;
Que tout a conscience en la création ;
Et l'oreille pourrait avoir sa vision,
Car les choses et l'être ont un grand dialogue.
Tout parle ; l'air qui passe et l'alcyon qui vogue,
Le brin d'herbe, la fleur, le germe, l'élément.
T'imaginais-tu donc l'univers autrement ?
Crois-tu que Dieu, par qui la forme sort du nombre,
Aurait fait à jamais sonner la forêt sombre,
L'orage, le torrent roulant de noirs limons,
Le rocher dans les flots, la bête dans les monts,
La mouche, le buisson, la ronce où croît la mûre,
Et qu'il n'aurait rien mis dans l'éternel murmure ?
Crois-tu que l'eau du fleuve et les arbres des bois,
S'ils n'avaient rien à dire, élèveraient la voix ?
Prends-tu le vent des mers pour un joueur de flûte ?
Crois-tu que l'océan, qui se gonfle et qui lutte,
Serait content d'ouvrir sa gueule jour et nuit
Pour souffler dans le vide une vapeur de bruit,
Et qu'il voudrait rugir, sous l'ouragan qui vole,
Si son rugissement n'était une parole ?
Crois-tu que le tombeau, d'herbe et de nuit vêtu,
Ne soit rien qu'un silence ? et te figures-tu
Que la création profonde, qui compose
Sa rumeur des frissons du lys et de la rose,
De la foudre, des flots, des souffles du ciel bleu,
Ne sait ce qu'elle dit quand elle parle à Dieu ?
Crois-tu qu'elle ne soit qu'une langue épaissie ?
Crois-tu que la nature énorme balbutie,
Et que Dieu se serait, dans son immensité,
Donné pour tout plaisir, pendant l'éternité,
D'entendre bégayer une sourde-muette ?
Non, l'abîme est un prêtre et l'ombre est un poète ;
Non, tout est une voix et tout est un parfum ;
Tout dit dans l'infini quelque chose à quelqu'un ;
Une pensée emplit le tumulte superbe.
Dieu n'a pas fait un bruit sans y mêler le Verbe.
Tout, comme toi, gémit ou chante comme moi ;
Tout parle. Et maintenant, homme, sais-tu pourquoi
Tout parle ? Écoute bien. C'est que vents, ondes, flammes
Arbres, roseaux, rochers, tout vit !

Tout est plein d'âmes.

Mais comment ! Oh ! voilà le mystère inouï.
Puisque tu ne t'es pas en route évanoui,
Causons.

Dieu n'a créé que l'être impondérable.
Il le fit radieux, beau, candide, adorable,
Mais imparfait ; sans quoi, sur la même hauteur,
La créature étant égale au créateur,
Cette perfection, dans l'infini perdue,
Se serait avec Dieu mêlée et confondue,
Et la création, à force de clarté,
En lui serait rentrée et n'aurait pas été.
La création sainte où rêve le prophète,
Pour être, ô profondeur ! devait être imparfaite.

Donc, Dieu fit l'univers, l'univers fit le mal.

L'être créé, paré du rayon baptismal,
En des temps dont nous seuls conservons la mémoire,
Planait dans la splendeur sur des ailes de gloire ;
Tout était chant, encens, flamme, éblouissement ;
L'être errait, aile d'or, dans un rayon charmant,
Et de tous les parfums tour à tour était l'hôte ;
Tout nageait, tout volait.

Or, la première faute
Fut le premier poids.

Dieu sentit une douleur.
Le poids prit une forme, et, comme l'oiseleur
Fuit emportant l'oiseau qui frissonne et qui lutte,
Il tomba, traînant l'ange éperdu dans sa chute.
Le mal était fait. Puis tout alla s'aggravant ;
Et l'éther devint l'air, et l'air devint le vent ;
L'ange devint l'esprit, et l'esprit devint l'homme.
L'âme tomba, des maux multipliant la somme,
Dans la brute, dans l'arbre, et même, au-dessous d'eux,
Dans le caillou pensif, cet aveugle hideux.
Être vils qu'à regret les anges énumèrent !
Et de tous ces amas des globes se formèrent,
Et derrière ces blocs naquit la sombre nuit.
Le mal, c'est la matière. Arbre noir, fatal fruit.

Ne réfléchis-tu pas lorsque tu vois ton ombre ?
Cette forme de toi, rampante, horrible, sombre,
Qui liée à tes pas comme un spectre vivant,
Va tantôt en arrière et tantôt en avant,
Qui se mêle à la nuit, sa grande soeur funeste,
Et qui contre le jour, noire et dure proteste,
D'où vient-elle ? De toi, de ta chair, du limon
Dont l'esprit se revêt en devenant démon ;
De ce corps qui, créé par ta faute première,
Ayant rejeté Dieu, résiste à la lumière ;
De ta matière, hélas ! de ton iniquité.
Cette ombre dit : – Je suis l'être d'infirmité ;
Je suis tombé déjà ; je puis tomber encore. –
L'ange laisse passer à travers lui l'aurore ;
Nul simulacre obscur ne suit l'être aromal ;
Homme, tout ce qui fait de l'ombre a fait le mal.

Maintenant, c'est ici le rocher fatidique,
Et je vais t'expliquer tout ce que je t'indique ;
Je vais t'emplir les yeux de nuit et de lueurs.
Prépare-toi, front triste, aux funèbres sueurs.
Le vent d'en haut sur moi passe, et, ce qu'il m'arrache,
Je te le jette ; prends, et vois.

Et, d'abord, sache
Que le monde où tu vis est un monde effrayant
Devant qui le songeur, sous l'infini ployant,
Lève les bras au ciel et recule terrible.
Ton soleil est lugubre et ta terre est horrible.
Vous habitez le seuil du monde châtiment.
Mais vous n'êtes pas hors de Dieu complètement ;
Dieu, soleil dans l'azur, dans la cendre étincelle,
N'est hors de rien, étant la fin universelle ;
L'éclair est son regard, autant que le rayon ;
Et tout, même le mal, est la création,
Car le dedans du masque est encor la figure.

– Ô sombre aile invisible à l'immense envergure
Esprit ! esprit ! esprit ! m'écriai-je éperdu.
Le spectre poursuivit sans m'avoir entendu :

Faisons un pas de plus dans ces choses profondes.

Homme, tu veux, tu fais, tu construis et tu fondes,
Et tu dis : – Je suis seul, car je suis le penseur.
L'univers n'a que moi dans sa morne épaisseur.
En deçà, c'est la nuit ; au-delà, c'est le rêve.
L'idéal est un oeil que la science crève.
C'est moi qui suis la fin et qui suis le sommet. –
Voyons ; observes-tu le boeuf qui se soumet ?
Écoutes-tu le bruit de ton pas sur les marbres ?
Interroges-tu l'onde ? et, quand tu vois des arbres,
Parles-tu quelquefois à ces religieux ?
Comme sur le verseau d'un mont prodigieux,
Vaste mêlée aux bruits confus, du fond de l'ombre,
Tu vois monter à toi la création sombre.
Le rocher est plus loin, l'animal est plus près.
Comme le faîte altier et vivant, tu parais !
Mais, dis, crois-tu que l'être illogique nous trompe ?
L'échelle que tu vois, crois-tu qu'elle se rompe ?
Crois-tu, toi dont les sens d'en haut sont éclairés,
Que la création qui, lente et par degrés,
S'élève à la lumière, et, dans sa marche entière,
Fait de plus de clarté luire moins de matière
Et mêle plus d'instincts au monstre décroissant,
Crois-tu que cette vie énorme, remplissant
De souffles le feuillage et de lueurs la tête,
Qui va du roc à l'arbre et de l'arbre à la bête,
Et de la pierre à toi monte insensiblement,
S'arrête sur l'abîme à l'homme, escarpement ?
Non, elle continue, invincible, admirable,
Entre dans l'invisible et dans l'impondérable,
Y disparaît pour toi, chair vile, emplit l'azur
D'un monde éblouissant, miroir du monde obscur,
D'êtres voisins de l'homme et d'autres qui s'éloignent,
D'esprits purs, de voyants dont les splendeurs témoignent
D'anges faits de rayons comme l'homme d'instincts ;
Elle plonge à travers les cieux jamais atteints,
Sublime ascension d'échelles étoilées,
Des démons enchaînés monte aux âmes ailées,
Fait toucher le front sombre au radieux orteil,
Rattache l'astre esprit à l'archange soleil,
Relie, en traversant des millions de lieues,
Les groupes constellés et les légions bleues,
Peuple le haut, le bas, les bords et le milieu,
Et dans les profondeurs s'évanouit en Dieu !

Cette échelle apparaît vaguement dans la vie
Et dans la mort. Toujours les justes l'ont gravie :
Jacob en la voyant, et Caton sans la voir.
Ses échelons sont deuil, sagesse, exil, devoir.

Et cette échelle vient de plus loin que la terre.
Sache qu'elle commence aux mondes du mystère,
Aux mondes des terreurs et des perditions ;
Et qu'elle vient, parmi les pâles visions,
Du précipice où sont les larves et les crimes,
Où la création, effrayant les abîmes,
Se prolonge dans l'ombre en spectre indéfini.
Car, au-dessous du globe où vit l'homme banni,
Hommes, plus bas que vous, dans le nadir livide,
Dans cette plénitude horrible qu'on croit vide,
Le mal, qui par la chair, hélas ! vous asservit,
Dégorge une vapeur monstrueuse qui vit !
Là, sombre et s'engloutit, dans des flots de désastres,
L'hydre Univers tordant son corps écaillé d'astres ;
Là, tout flotte et s'en va dans un naufrage obscur ;
Dans ce gouffre sans bord, sans soupirail, sans mur,
De tout ce qui vécut pleut sans cesse la cendre ;
Et l'on voit tout au fond, quand l'oeil ose y descendre,
Au delà de la vie, et du souffle et du bruit,
Un affreux soleil noir d'où rayonne la nuit !

Donc, la matière pend à l'idéal, et tire
L'esprit vers l'animal, l'ange vers le satyre,
Le sommet vers le bas, l'amour vers l'appétit.
Avec le grand qui croule elle fait le petit.

Comment de tant d'azur tant de terreur s'engendre,
Comment le jour fait l'ombre et le feu pur la cendre,
Comment la cécité peut naître du voyant,
Comment le ténébreux descend du flamboyant,
Comment du monstre esprit naît le monstre matière,
Un jour, dans le tombeau, sinistre vestiaire,
Tu le sauras ; la tombe est faite pour savoir ;
Tu verras ; aujourd'hui, tu ne peux qu'entrevoir ;
Mais, puisque Dieu permet que ma voix t'avertisse,

Je te parle.

Et, d'abord, qu'est-ce que la justice ?
Qui la rend ? qui la fait ? où ? quand ? à quel moment ?
Qui donc pèse la faute ? et qui le châtiment ?

L'être créé se meurt dans la lumière immense.

Libre, il sait où le bien cesse, où le mal commence ;
Il a ses actions pour juges.

Il suffit
Qu'il soit méchant ou bon ; tout est dit. Ce qu'on fit,
Crime, est notre geôlier, ou, vertu, nous délivre.
L'être ouvre à son insu de lui-même le livre ;
Sa conscience calme y marque avec le doigt
Ce que l'ombre lui garde ou ce que Dieu lui doit.
On agit, et l'on gagne ou l'on perd à mesure ;
On peut être étincelle ou bien éclaboussure ;
Lumière ou fange, archange au vol d'aigle ou bandit ;
L'échelle vaste est là. Comme je te l'ai dit,
Par des zones sans fin la vie universelle
Monte, et par des degrés innombrables ruisselle,
Depuis l'infâme nuit jusqu'au charmant azur.
L'être en la traversant devient mauvais ou pur.
En haut plane la joie ; en bas l'horreur se traîne.
Selon que l'âme, aimante, humble, bonne, sereine,
Aspire à la lumière et tend vers l'idéal,
Ou s'alourdit, immonde, au poids croissant du mal,
Dans la vie infinie on monte et l'on s'élance,
Ou l'on tombe ; et tout être est sa propre balance.

Dieu ne nous juge point. Vivant tous à la fois,
Nous pesons, et chacun descend selon son poids.

Hommes ! nous n'approchons que les paupières closes,
De ces immensités d'en bas.

Viens, si tu l'oses !
Regarde dans ce puits morne et vertigineux,
De la création compte les sombres noeuds,
Viens, vois, sonde :

Au-dessous de l'homme qui contemple,
Qui peut être un cloaque ou qui peut être un temple,
Être en qui l'instinct vit dans la raison dissous,
Est l'animal courbé vers la terre ; au-dessous
De la brute est la plante inerte, sans paupière
Et sans cris ; au-dessous de la plante est la pierre ;
Au-dessous de la pierre est le chaos sans nom.

Avançons dans cette ombre et sois mon compagnon.

Toute faute qu'on fait est un cachot qu'on s'ouvre
Les mauvais, ignorant quel mystère les couvre,
Les êtres de fureur, de sang, de trahison,
Avec leurs actions bâtissent leur prison ;
Tout bandit, quand la mort vient lui toucher l'épaule
Et l'éveille, hagard, se retrouve en la geôle
Que lui fit son forfait derrière lui rampant ;
Tibère en un rocher, Séjan dans un serpent.

L'homme marche sans voir ce qu'il fait dans l'abîme.
L'assassin pâlirait s'il voyait sa victime ;
C'est lui. L'oppresseur vil, le tyran sombre et fou,
En frappant sans pitié sur tous, forge le clou
Qui le clouera dans l'ombre au fond de la matière.

Les tombeaux sont les trous du crible cimetière.
D'où tombe, graine obscure en un ténébreux champ,
L'effrayant tourbillon des âmes.

Tout méchant
Fait naître en expirant le monstre de sa vie,
Qui le saisit. L'horreur par l'horreur est suivie.
Nemrod gronde enfermé dans la montagne à pic ;
Quand Dalila descend dans la tombe, un aspic
Sort des plis du linceul, emportant l'âme fausse ;
Phryné meurt, un crapaud saute hors de la fosse ;
Ce scorpion au fond d'une pierre dormant,
C'est Clytemnestre aux bras d'Égysthe son amant ;
Du tombeau d'Anitus il sort une ciguë ;
Le houx sombre et l'ortie à la piqûre aiguë
Pleurent quand l'aquilon les fouette, et l'aquilon
Leur dit : Tais-toi, Zoïle ! et souffre, Ganelon !
Dieu livre, choc affreux dont la plaine au loin gronde,
Au cheval Brunehaut le pavé Frédégonde ;
La pince qui rougit dans le brasier hideux
Est faite du duc d'Albe et de Philippe Deux ;
Farinace est le croc des noires boucheries ;
L'orfraie au fond de l'ombre a les yeux de Jeffryes ;
Tristan est au secret dans le bois d'un gibet.
Quand tombent dans la mort tous ces brigands, Macbeth,
Ezzelin, Richard Trois, Carrier, Ludovic Sforce,
La matière leur met la chemise de force.
Oh ! comme en son bonheur, qui masque un sombre arrêt,
Messaline ou l'horrible Isabeau frémirait
Si, dans ses actions du sépulcre voisines,
Cette femme sentait qu'il lui vient des racines,
Et qu'ayant été monstre, elle deviendra fleur !
À chacun son forfait ! à chacun sa douleur !
Claude est l'algue que l'eau traîne de havre en havre ;
Xerxès est excrément, Charles Neuf est cadavre ;
Hérode, c'est l'osier des berceaux vagissants ;
L'âme du noir Judas, depuis dix-huit cents ans,
Se disperse et renaît dans les crachats de hommes ;
Et le vent qui jadis soufflait sur les Sodomes
Mêle, dans l'âtre abject et sous le vil chaudron,
La fumée Érostrate à la flamme Néron.

Et tout, bête, arbre et roche, étant vivant sur terre,
Tout est monstre, excepté l'homme, esprit solitaire.

L'âme que sa noirceur chasse du firmament
Descend dans les degrés divers du châtiment
Selon que plus ou moins d'obscurité la gagne.
L'homme en est la prison, la bête en est le bagne,
L'arbre en est le cachot, la pierre en est l'enfer.
Le ciel d'en haut, le seul qui soit splendide et clair,
La suit des yeux dans l'ombre, et, lui jetant l'aurore,
Tâche, en la regardant, de l'attirer encore.
Ô chute ! dans la bête, à travers les barreaux
De l'instinct, obstruant de pâles soupiraux,
Ayant encor la voix, l'essor et la prunelle,
L'âme entrevoit de loin la lueur éternelle ;
Dans l'arbre elle frissonne, et, sans jour et sans yeux,
Sent encor dans le vent quelque chose des cieux ;
Dans la pierre elle rampe, immobile, muette,
Ne voyant même plus l'obscure silhouette
Du monde qui s'éclipse et qui s'évanouit,
Et face à face avec son crime dans la nuit,
L'âme en ces trois cachots traîne sa faute noire.
Comme elle en a la forme, elle en a la mémoire ;
Elle sait ce qu'elle est ; et, tombant sans appuis,
Voit la clarté décroître à la paroi du puits ;
Elle assiste à sa chute ; et, dur caillou qui roule,
Pense : Je suis Octave ; et, vil chardon qu'on foule,
Crie au talon : Je suis Attila le géant ;
Et, ver de terre au fond du charnier, et rongeant
Un crâne infect et noir, dit : Je suis Cléopâtre.
Et, hibou, malgré l'aube, ours, en bravant le pâtre,
Elle accomplit la loi qui l'enchaîne d'en haut ;
Pierre, elle écrase ; épine, elle pique ; il le faut.
Le monstre est enfermé dans son horreur vivante.
Il aurait beau vouloir dépouiller l'épouvante ;
Il faut qu'il reste horrible et reste châtié ;
Ô mystère ! le tigre a Peut-être pitié !
Le tigre sur son dos, qui Peut-être eut une aile,
À l'ombre des barreaux de la cage éternelle ;
Un invisible fil lie aux noirs échafauds
Le noir corbeau dont l'aile est en forme de faulx ;
L'âme louve ne peut s'empêcher d'être louve,
Car le monstre est tenu, sous le ciel qui l'éprouve,
Dans l'expiation par la fatalité.
Jadis, sans la comprendre et d'un oeil hébété,
L'Inde a presque entrevu cette métempsycose.
La ronce devient griffe, et la feuille de rose
Devient langue de chat, et, dans l'ombre et les cris,
Horrible, lèche et boit le sang de la souris ;
Qui donc connaît le monstre appelé mandragore ?
Qui sait ce que, le soir, éclaire le fulgore,
Être en qui la laideur devient une clarté ?
Ce qui se passe en l'ombre où croît la fleur d'été
Efface la terreur des antiques cavernes.
Étages effrayants ! cavernes sur cavernes.
Ruche obscure du mal, du crime et du remord !

Donc, une bête va, vient, rugit, hurle, mord ;
Un arbre est là, dressant ses branches hérissées,
Une dalle s'effondre au milieu des chaussées
Que la charrette écrase et que l'hiver détruit,
Et, sous ces épaisseurs de matière et de nuit,
Arbre, bête, pavé, poids que rien ne soulève,
Dans cette profondeur terrible, une âme rêve !

Que fait-elle ? Elle songe à Dieu !

Fatalité !
Echéance ! retour ! revers ! autre côté !
Ô loi ! pendant qu'assis à table, joyeux groupes,
Les pervers, les puissants, vidant toutes les coupes,
Oubliant qu'aujourd'hui par demain est guetté,
Étalent leur mâchoire en leur folle gaîté,
Voilà ce qu'en sa nuit muette et colossale,
Montrant comme eux ses dents tout au fond de la salle,
Leur réserve la mort, ce sinistre rieur !

Nous avons, nous, voyants du ciel supérieur,
Le spectacle inouï de vos régions basses.
Ô songeur, fallait-il qu'en ces nuits tu tombasses !
Nous écoutons le cri de l'immense malheur.
Au-dessus d'un rocher, d'un loup ou d'une fleur,
Parfois nous apparaît l'âme à mi-corps sortie,
Pauvre ombre en pleurs qui lutte, hélas ! presque engloutie ;
Le loup la tient, le roc étreint ses pieds qu'il tord,
Et la fleur implacable et féroce la mord.
Nous entendons le bruit du rayon que Dieu lance,
La voix de ce que l'homme appelle le silence,
Et vos soupirs profonds, cailloux désespérés !
Nous voyons la pâleur de tous les fronts murés.
À travers la matière, affreux caveau sans portes,
L'ange est pour nous visible avec ses ailes mortes.
Nous assistons aux deuils, au blasphème, aux regrets,
Aux fureurs ; et, la nuit, nous voyons les forêts,
D'où cherchent à s'enfuir les larves enfermées,
S'écheveler dans l'ombre en lugubres fumées.
Partout, partout, partout ! dans les flots, dans les bois,
Dans l'herbe en fleur, dans l'or qui sert de sceptre aux rois,
Dans le jonc dont Hermès se fait une baguette,
Partout, le châtiment contemple, observe ou guette,
Sourd aux questions, triste, affreux, pensif, hagard ;
Et tout est l'oeil d'où sort ce terrible regard.

Ô châtiment ! dédale aux spirales funèbres !
Construction d'en bas qui cherche les ténèbres,
Plonge au-dessous du monde et descend dans la nuit,
Et, Babel renversée, au fond de l'ombre fuit !

L'homme qui plane et rampe, être crépusculaire,
En est le milieu.

L'homme est clémence et colère ;
Fond vil du puits, plateau radieux de la tour ;
Degré d'en haut pour l'ombre, et d'en bas pour le jour.
L'ange y descend, la bête après la mort y monte ;
Pour la bête, il est gloire, et, pour l'ange, il est honte ;
Dieu mêle en votre race, hommes infortunés,
Les demi-dieux punis aux monstres pardonnés.

De là vient que, parfois, – mystère que Dieu mène ! –
On entend d'une bouche en apparence humaine
Sortir des mots pareils à des rugissements,
Et que, dans d'autres lieux et dans d'autres moments,
On croit voir sur un front s'ouvrir des ailes d'anges.

Roi forçat, l'homme, esprit, pense, et, matière, mange.
L'âme en lui ne se peut dresser sur son séant.
L'homme, comme la brute abreuvé de néant,
Vide toutes les nuits le verre noir du somme.
La chaîne de l'enfer, liée au pied de l'homme,
Ramène chaque jour vers le cloaque impur
La beauté, le génie, envolés dans l'azur,
Mêle la peste au souffle idéal des poitrines,
Et traîne, avec Socrate, Aspasie aux latrines.

Par un côté pourtant l'homme est illimité.
Le monstre a la carcan, l'homme a la liberté.
Songeur, retiens ceci : l'homme est un équilibre.
L'homme est une prison où l'âme reste libre.
L'âme, dans l'homme, agit, fait le bien, fait le mal,
Remonte vers l'esprit, retombe à l'animal ;
Et, pour que, dans son vol vers les cieux, rien ne lie
Sa conscience ailée et de Dieu seul remplie,
Dieu, quand une âme éclôt dans l'homme au bien poussé,
Casse en son souvenir le fil du passé ;
De là vient que la nuit en sait plus que l'aurore.
Le monstre se connaît lorsque l'homme s'ignore.
Le monstre est la souffrance, et l'homme et l'action.
L'homme est l'unique point de la création
Où, pour demeurer libre en se faisant meilleur,
L'âme doive oublier sa vie antérieure.
Mystère ! au seuil de tout l'esprit rêve ébloui.

L'homme ne voit pas Dieu, mais peut aller à lui,
En suivant la clarté du bien, toujours présente ;
Le monstre, arbre, rocher ou bête rugissante,
Voit Dieu, c'est là sa peine, et reste enchaîné loin.

L'homme a l'amour pour aile, et pour joug le besoin,
L'ombre est sur ce qu'il voit par lui-même semée ;
La nuit sort de son oeil ainsi qu'une fumée ;
Homme, tu ne sais rien ; tu marches, pâlissant !
Parfois le voile obscur qui te couvre, ô passant !
S'envole et flotte au vent soufflant d'une autre sphère,
Gonfle un moment ses plis jusque dans la lumière,
Puis retombe sur toi, spectre, et redevient noir.
Tes sages, tes penseurs ont essayé de voir ;
Qu'ont-ils vu ? qu'ont-ils fait ? qu'ont-ils dit, ces fils d'Ève ?
Rien.

Homme ! autour de toi la création rêve.
Mille êtres inconnus t'entourent dans ton mur.
Tu vas, tu viens, tu dors sous leur regard obscur,
Et tu ne les sens pas vivre autour de ta vie :
Toute une légion d'âmes t'est asservie ;
Pendant qu'elle te plaint, tu la foules aux pieds.
Tous tes pas vers le jour sont par l'ombre épiés.
Ce que tu nommes chose, objet, nature morte,
Sait, pense, écoute, entend. Le verrou de ta porte
Voit arriver ta faute et voudrait se fermer.
Ta vitre connaît l'aube, et dit : Voir ! croire ! aimer !
Les rideaux de ton lit frissonnent de tes songes.
Dans les mauvais desseins quand, rêveur, tu te plonges,
La cendre dit au fond de l'âtre sépulcral :
Regarde-moi ; je suis ce qui reste du mal.
Hélas ! l'homme imprudent trahit, torture, opprime.
La bête en son enfer voit les deux bouts du crime ;
Un loup pourrait donner des conseils à Néron.
Homme ! homme ! aigle aveuglé, moindre qu'un moucheron !
Pendant que dans ton Louvre ou bien dans ta chaumière,
Tu vis, sans même avoir épelé la première
Des constellations, sombre alphabet qui luit
Et tremble sur la page immense de la nuit,
Pendant que tu maudis et pendant que tu nies,
Pendant que tu dis : Non ! aux astres ; aux génies :
Non ! à l'idéal : Non ! à la vertu : Pourquoi ?
Pendant que tu te tiens en dehors de la loi,
Copiant les dédains inquiets ou robustes
De ces sages qu'on voit rêver dans les vieux bustes,
Et que tu dis : Que sais-je ? amer, froid, mécréant,
Prostituant ta bouche au rire du néant,
À travers le taillis de la nature énorme,
Flairant l'éternité de ton museau difforme,
Là, dans l'ombre, à tes pieds, homme, ton chien voit Dieu.

Ah ! je t'entends. Tu dis : – Quel deuil ! la bête est peu,
L'homme n'est rien. Ô loi misérable ! ombre ! abîme ! –

Ô songeur ! cette loi misérable et sublime.
Il faut donc tout redire à ton esprit chétif !
À la fatalité, loi du monstre captif,
Succède le devoir, fatalité de l'homme.
Ainsi de toutes parts l'épreuve se consomme,
Dans le monstre passif, dans l'homme intelligent,
La nécessité morne en devoir se changeant,
Et l'âme, remontant à sa beauté première,
Va de l'ombre fatale à la libre lumière.
Or, je te le redis, pour se transfigurer,
Et pour se racheter, l'homme doit ignorer.
Il doit être aveuglé par toutes les poussières.
Sans quoi, comme l'enfant guidé par des lisières,
L'homme vivrait, marchant droit à la vision.
Douter est sa puissance et sa punition.
Il voit la rose, et nie ; il voit l'aurore, et doute ;
Où serait le mérite à retrouver sa route,
Si l'homme, voyant clair, roi de sa volonté,
Avait la certitude, ayant la liberté ?
Non. Il faut qu'il hésite en la vaste nature,
Qu'il traverse du choix l'effrayante aventure,
Et qu'il compare au vice agitant son miroir,
Au crime, aux voluptés, l'oeil en pleurs du devoir ;
Il faut qu'il doute ! Hier croyant, demain impie ;
Il court du mal au bien ; il scrute, sonde, épie,
Va, revient, et, tremblant, agenouillé, debout,
Les bras étendus, triste, il cherche Dieu partout ;
Il tâte l'infini jusqu'à ce qu'il l'y sente ;
Alors, son âme ailée éclate frémissante ;
L'ange éblouissant luit dans l'homme transparent.
Le doute le fait libre, et la liberté, grand.
La captivité sait ; la liberté suppose,
Creuse, saisit l'effet le compare à la cause,
Croit vouloir le bien– être et veut le firmament ;
Et, cherchant le caillou, trouve le diamant.
C'est ainsi que du ciel l'âme à pas lents s'empare.

Dans le monstre, elle expie ; en l'homme, elle répare.

Oui, ton fauve univers est le forçat de Dieu.
Les constellations, sombres lettres de feu,
Sont les marques du bagne à l'épaule du monde.
Dans votre région tant d'épouvante abonde,
Que, pour l'homme, marqué lui-même du fer chaud,
Quand il lève les yeux vers les astres, là-haut,
Le cancer resplendit, le scorpion flamboie,
Et dans l'immensité le chien sinistre aboie !
Ces soleils inconnus se groupent sur son front
Comme l'effroi, le deuil, la menace et l'affront ;
De toutes parts s'étend l'ombre incommensurable ;
En bas l'obscur, l'impur, le mauvais, l'exécrable,
Le pire, tas hideux, fourmillent ; tout au fond,
Ils échangent entre eux dans l'ombre ce qu'ils font ;
Typhon donne l'horreur, Satan donne le crime ;
Lugubre intimité du mal et de l'abîme !
Amours de l'âme monstre et du monstre univers !
Baiser triste ! et l'informe engendré du pervers,
La matière, le bloc, la fange, la géhenne,
L'écume, le chaos, l'hiver, nés de la haine,
Les faces de beauté qu'habitent des démons,
Tous les êtres maudits, mêlés aux vils limons,
Pris par la plante fauve et la bête féroce,
Le grincement de dents, la peur, le rire atroce,
L'orgueil, que l'infini courbe sous son niveau,
Rampent, noirs prisonniers, dans la nuit, noir caveau.
La porte, affreuse et faite avec de l'ombre, est lourde ;
Par moments, on entend, dans la profondeur sourde,
Les efforts que les monts, les flots, les ouragans,
Les volcans, les forêts, les animaux brigands,
Et tous les monstres font pour soulever le pêne ;
Et sur cet amas d'ombre, et de crime, et de peine,
Ce grand ciel formidable est le scellé de Dieu.

Voilà pourquoi, songeur dont la mort est le voeu,
Tant d'angoisse est empreinte au front des cénobites !

Je viens de te montrer le gouffre. Tu l'habites.

Les mondes, dans la nuit que vous nommez l'azur,
Par les brèches que fait la mort blême à leur mur,
Se jettent en fuyant l'un à l'autre des âmes.

Dans votre globe où sont tant de geôles infâmes,
Vous avez de méchants de tous les univers,
Condamnés qui, venus des cieux les plus divers,
Rêvent dans vos rochers, ou dans vos arbres ploient ;
Tellement stupéfaits de ce monde qu'ils voient,
Qu'eussent-ils la parole, ils ne pourraient parler.
On en sent quelques-uns frissonner et trembler.
De là les songes vains du bronze et de l'augure.

Donc, représente-toi cette sombre figure :
Ce gouffre, c'est l'égout du mal universel.
Ici vient aboutir de tous les points du ciel
La chute des punis, ténébreuse traînée.
Dans cette profondeur, morne, âpre, infortunée,
De chaque globe il tombe un flot vertigineux
D'âmes, d'esprits malsains et d'être vénéneux,
Flot que l'éternité voit sans fin se répandre.
Chaque étoile au front d'or qui brille, laisse pendre
Sa chevelure d'ombre en ce puits effrayant.
Âme immortelle, vois, et frémis en voyant :
Voilà le précipice exécrable où tu sombres.

Oh ! qui que vous soyez, qui passez dans ces ombres,
Versez votre pitié sur ces douleurs sans fond !
Dans ce gouffre, où l'abîme en l'abîme se fond,
Se tordent les forfaits, transformés en supplices,
L'effroi, le deuil, le mal, les ténèbres complices,
Les pleurs sous la toison, le soupir expiré
Dans la fleur, et le cri dans la pierre muré !
Oh ! qui que vous soyez, pleurez sur ces misères !
Pour Dieu seul, qui sait tout, elles sont nécessaires ;
Mais vous pouvez pleurer sur l'énorme cachot
Sans déranger le sombre équilibre d'en haut !
Hélas ! hélas ! hélas ! tout est vivant ! tout pense !
La mémoire est la peine, étant la récompense.

Oh ! comme ici l'on souffre et comme on se souvient !
Torture de l'esprit que la matière tient !
La brute et le granit, quel chevalet pour l'âme !
Ce mulet fut sultan, ce cloporte était femme.
L'arbre est un exilé, la roche est un proscrit.
Est-ce que, quelque part, par hasard, quelqu'un rit
Quand ces réalités sont là, remplissant l'ombre ?
La ruine, la mort, l'ossement, le décombre,
Sont vivants. Un remords songe dans un débris.
Pour l'oeil profond qui voit, les antres sont des cris.
Hélas ! le cygne est noir, le lys songe à ses crimes ;
La perle est nuit ; la neige est la fange des cimes ;
Le même gouffre, horrible et fauve, et sans abri,
S'ouvre dans la chouette et dans le colibri ;
La mouche, âme, s'envole et se brûle à la flamme ;
Et la flamme, esprit, brûle avec angoisse une âme ;
L'horreur fait frissonner les plumes de l'oiseau ;
Tout est douleur.


Les fleurs souffrent sous le ciseau
Et se ferment ainsi que des paupière closes :
Toutes les femmes sont teintes du sang des roses ;
La vierge au bal, qui danse, ange aux fraîches couleurs,
Et qui porte en sa main une touffe de fleurs,
Respire en soupirant un bouquet d'agonies.
Pleurez sur les laideurs et les ignominies,
Pleurez sur l'araignée immonde, sur le ver,
Sur la limace au dos mouillé comme l'hiver,
Sur le vil puceron qu'on voit aux feuilles pendre,
Sur le crabe hideux, sur l'affreux scolopendre,
Sur l'effrayant crapaud, pauvre monstre aux doux yeux,
Qui regarde toujours le ciel mystérieux !
Plaignez l'oiseau de crime et la bête de proie.
Ce que Domitien, César, fit avec joie,
Tigre, il le continue avec horreur. Verrès,
Qui fut loup sous la pourpre, est loup dans les forêts ;
Il descend, réveillé, l'autre côté du rêve :
Son rire, au fond des bois, en hurlement s'achève ;
Pleurez sur ce qui hurle et pleurez sur Verrès.
Sur ces tombeaux vivants, masqués d'obscurs arrêts,
Penchez-vous attendri ! versez votre prière !
La pitié fait sortir des rayons de la pierre.
Plaignez le louveteau, plaignez le lionceau.
La matière, affreux bloc, n'est que le lourd monceau
Des effets monstrueux, sortis des sombres causes.
Ayez pitié ! voyez des âmes dans les choses.
Hélas ! le cabanon subit aussi l'écrou ;
Plaignez le prisonnier, mais plaignez le verrou ;
Plaignez la chaîne au fond des bagnes insalubres ;
La hache et le billot sont deux êtres lugubres ;
La hache souffre autant que le corps, le billot
Souffre autant que la tête ; ô mystères d'en haut !
Ils se livrent une âpre et hideuse bataille ;
Il ébrèche la hache et la hache l'entaille ;
Ils se disent tout bas l'un à l'autre : Assassin !
Et la hache maudit les hommes, sombre essaim,
Quand, le soir, sur le dos du bourreau, son ministre,
Elle revient dans l'ombre, et luit, miroir sinistre,
Ruisselante de sang et reflétant les cieux ;
Et, la nuit, dans l'état morne et silencieux,
Le cadavre au cou rouge, effrayant, glacé, blême,
Seul, sait ce que lui dit le billot, tronc lui-même.
Oh ! que la terre est froide et que les rocs sont durs !
Quelle muette horreur dans les halliers obscurs !
Les pleurs noirs de la nuit sur la colombe blanche
Tombent ; le vent met nue et torture la branche ;
Quel monologue affreux dans l'arbre aux rameaux verts !
Quel frisson dans l'herbe ! Oh ! quels yeux fixes ouverts
Dans les cailloux profonds, oubliettes des âmes !
C'est une âme que l'eau scie en ses froides lames ;
C'est une âme que fait ruisseler le pressoir.
Ténèbres ! l'univers est hagard. Chaque soir,
Le noir horizon monte et la nuit noire tombe ;
Tous deux, à l'occident, d'un mouvement de tombe ;
Ils vont se rapprochant, et, dans le firmament,
Ô terreur ! sur le joug, écrasé lentement,
La tenaille de l'ombre effroyable se ferme.
Oh ! les berceaux font peur. Un bagne est dans un germe.
Ayez pitié, vous tous et qui que vous soyez !
Les hideux châtiments, l'un sur l'autre broyés,
Roulent, submergeant tout, excepté les mémoires.

Parfois on voit passer dans ces profondeurs noires
Comme un rayon lointain de l'éternel amour ;
Alors, l'hyène Atrée et le chacal Timour,
Et l'épine Caïphe et le roseau Pilate,
Le volcan Alaric à la gueule écarlate,
L'ours Henri Huit, pour qui Morus en vain pria,
Le sanglier Selim et le porc Borgia,
Poussent des cris vers l'Être adorable ; et les bêtes
Qui portèrent jadis des mitres sur leurs têtes,
Les grains de sable rois, les brins d'herbe empereurs,
Tous les hideux orgueils et toutes les fureurs,
Se brisent ; la douceur saisit le plus farouche ;
Le chat lèche l'oiseau, l'oiseau baise la mouche ;
Le vautour dit dans l'ombre au passereau : Pardon !
Une caresse sort du houx et du chardon ;
Tous les rugissements se fondent en prières ;
On entend s'accuser de leurs forfaits les pierres ;
Tous ces sombres cachots qu'on appelle les fleurs
Tressaillent ; le rocher se met à fondre en pleurs.
Des bras se lèvent hors de la tombe dormante ;
Le vent gémit, la nuit se plaint, l'eau se lamente,
Et sous l'oeil attendri qui regarde d'en haut,
Tout l'abîme n'est plus qu'un immense sanglot.

Espérez ! espérez ! espérez, misérables !
Pas de deuil infini, pas de maux incurables,
Pas d'enfer éternel !
Les douleurs vont à Dieu, comme la flèche aux cibles ;
Les bonnes actions sont les gonds invisibles
De la porte du ciel.

Le deuil est la vertu, le remords est le pôle
Des monstres garrottés dont le gouffre est la geôle ;
Quand, devant Jéhovah,
Un vivant reste pur dans les ombres charnelles,
La mort, ange attendri, rapporte ses deux ailes
À l'homme qui s'en va

Les enfers se refont édens ; c'est là leur tâche.
Tout globe est un oiseau que le mal tient et lâche.
Vivants, je vous le dis,
Les vertus, parmi vous, font ce labeur auguste
D'augmenter sur vos fronts le ciel ; quiconque est juste
Travaille au paradis.

L'heure approche. Espérez. Rallumez l'âme éteinte !
Aimez-vous ! aimez-vous, car c'est la chaleur sainte,
C'est le feu du vrai jour.
Le sombre univers, froid, glacé, pesant, réclame
La sublimation de l'être par la flamme,
De l'homme par l'amour !

Déjà, dans l'océan d'ombre que Dieu domine,
L'archipel ténébreux des bagnes s'illumine ;
Dieu, c'est le grand aimant ;
Et les globes, ouvrant leur sinistre prunelle,
Vers les immensités de l'aurore éternelle
Se tournent lentement !

Oh ! comme vont chanter toutes les harmonies,
Comme rayonneront dans les sphères bénies
Les faces de clarté,
Comme les firmaments se fondront en délires,
Comme tressailliront toutes les grandes lyres
De la sérénité,

Quand, du monstre matière ouvrant toutes les serres,
Faisant évanouir en splendeurs les misères,
Changeant l'absinthe en miel,
Inondant de beauté la nuit diminuée,
Ainsi que le soleil tire à lui la nuée
Et l'emplit d'arcs-en-ciel,

Dieu, de son regard fixe attirant les ténèbres,
Voyant vers lui, du fond des cloaques funèbres
Où le mal le pria,
Monter l'énormité, bégayant des louanges,
Fera rentrer, parmi les univers archanges,
L'univers paria !

On verra palpiter les fanges éclairées,
Et briller les laideurs les plus désespérées
Au faîte le plus haut,
L'araignée éclatante au seuil des bleus pilastres,
Luire, et se redresser, portant des épis d'astres,
La paille du cachot !

La clarté montera dans tout comme une sève ;
On verra rayonner au front du boeuf qui rêve
Le céleste croissant ;
Le charnier chantera dans l'horreur qui l'encombre,
Et sur tous les fumiers apparaîtra dans l'ombre
Un Job resplendissant !

Ô disparition de l'antique anathème !
La profondeur disant à la hauteur : Je t'aime !
Ô retour du banni !
Quel éblouissement au fond des cieux sublimes !
Quel surcroît de clarté que l'ombre des abîmes
S'écriant : Sois béni !

On verra le troupeau des hydres formidables
Sortir, monter du fond des brumes insondables
Et se transfigurer ;
Des étoiles éclore aux trous noirs de leurs crânes,
Dieu juste ! et, par degrés devenant diaphanes,
Les monstres s'azurer !

Ils viendront, sans pouvoir ni parler ni répondre,
Éperdus ! on verra des auréoles fondre
Les cornes de leur front ;
Ils tiendront dans leur griffe, au milieu des cieux calmes,
Des rayons frissonnants semblables à des palmes ;
Les gueules baiseront !

Ils viendront ! ils viendront, tremblants, brisés d'extase,
Chacun d'eux débordant de sanglots comme un vase
Mais pourtant sans effroi ;
On leur tendra les bras de la haute demeure,
Et Jésus, se penchant sur Bélial qui pleure, Lui dira :
C'est donc toi !

Et vers Dieu par la main il conduira ce frère !
Et, quand ils seront près des degrés de lumière
Par nous seuls aperçus,
Tous deux seront si beaux, que Dieu dont l'oeil flamboie
Ne pourra distinguer, père ébloui de joie,
Bélial de Jésus !

Tout sera dit. Le mal expirera, les larmes
Tariront ; plus de fers, plus de deuils, plus d'alarmes ;
L'affreux gouffre inclément
Cessera d'être sourd, et bégaiera : Qu'entends-je ?
Les douleurs finiront dans toute l'ombre : un ange
Criera : Commencement !


Jersey, 1855.


Victor HUGO, Les Contemplations.