Me ven ahora

27 de febrero de 2009

Soledad


Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.

No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

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Este va a ser el último post durante algún tiempo, tengo muchas cosas por hacer, y también necesito un descanso, hasta pronto.

26 de febrero de 2009

Historia


Había una vez un caballero manco a quien le dio por soñar con un escritor loco que pretendía destruir todas las obras de su tiempo, y fundar otra nueva, distinta, gigantesca.

Cuando despertó, y vio el paisaje al alba y el sol que aparecía, pensó que era destino justo de las armas el ser pasadas por las letras.

24 de febrero de 2009

El dedo


Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

21 de febrero de 2009

Carta del Jefe Seatle 2° parte

La única foto conocida del Jefe Seattle, hecha en los años 1860 cuando se acercaba a sus 80 años de edad.



No es casualidad que uno de los más importantes introductores del mito del buen salvaje en la sociedad occidental fuera Jean Jacques Rousseau, , para quien el problema fundamental del ser humano pareciera reducirse al hecho de haber inventado la civilización. Como todos los defensores de la utopía supuestamente naturalista que pretende ver en los pueblos nativos silvestres (cuanto más silvestres mejor) la reencarnación de la "paradisíaca" existencia de Adán y Eva, su teoría básica es que el hombre era una criatura feliz y plena -e incluso más fiable y honesta- cuando era poco más que otro primate gruñón mientras que a medida que progresó y se civilizó lo que hizo fue corromperse hasta convertirse en un ser despreciable que sólo sabe rapiñar y destruir. En consecuencia, más le hubiera valido no evolucionar y seguir siendo un animalito perdido Este mensaje pesimista, casi nihilista, anima hoy día también a muchas de esas organizaciones internacionales que se presentan con la etiqueta de ecologistas y humanistas y que están en realidad dirigidas por gente sin escrúpulos con objetivos difícilmente confesables en público.

El idiota de Paris eligió mal. Cuando Eris, la diosa de la discordia, arrojó la manzana de oro en el Olimpo para que se la disputaran las principales diosas, ellas recurrieron a este príncipe troyano para que eligiera cuál de las tres era más bella y por tanto se la merecía. Hera ofreció a Paris el poder, Atenea el conocimiento y Afrodita el amor -el sexo, en realidad- con miss Grecia. Paris eligió esto último y desencadenó la secuencia de acontecimientos que condujo a la destrucción de su ciudad y su linaje. Debió haberse quedado con los dotes de Atenea, sin duda. Dicen que el hombre ignorante es más feliz pero sólo hasta cierto punto. El hombre ignorante es feliz como un niño jugando, pero la vida pasa y el niño crece y, si no es capaz de hacer un esfuerzo verdadero por entender lo que ocurre, el hombre ignorante acaba su existencia devorado por la infelicidad y de forma espantosa, además. El hombre con conocimiento puede sufrir más durante su corta estancia en esta vida pero el fin de su existencia aquí no sólo es glorioso sino el comienzo de algo aún mejor.

¿Que es mejor? Saber que no saber, aunque el precio sea alto. Que resulta preferible enfrentar los estigmas de la calumnia, la soledad, la envidia y la traición, a cambio de descubrir -aun parcialmente- el velo de la verdad. Y que ésta puede ser pavorosa o desagradable, pero es. Existe en realidad, frente a los almibarados e irreales ensueños de la mentira .
Muchos líderes históricos y muchos textos que usted cree conocer han sido convenientemente manipulados en ese sentido para mostrar sólo su lado favorable o desfavorable, según convenga. Por ejemplo, en la actualidad está en marcha una auténtica campaña contra la civilización europea, a cuyos miembros (y eso le incluye a usted, y a mí) se presenta en su totalidad como acomodados y egoístas ricachones responsables de todos los males del mundo y cuyo único objetivo es colonizar, masacrar, explotar y hasta destruir al resto de seres humanos. Por eso todos los europeos (y sus herederos culturales, los norteamericanos) son culpables y merecen cualquier mal que les pueda ocurrir.

Seguro que conoce el famoso discurso del Gran Jefe Seattle, el jefe indio de los suquamish y duwamish, que en 1845 dijo esas frases tan bonitas hoy reproducidas en centenares de libros, artículos, páginas web y documentales televisivos. Eso de "el aire es precioso para el Hombre Rojo porque todas las cosas compartimos el mismo: la Bestia, el Árbol, el Hombre" o "soy un salvaje y no entiendo las cosas de otra forma, pero he visto mil búfalos pudriéndose en la pradera, abandonados por el Hombre Blanco que les mató desde el tren que pasaba. Y no entiendo que el humeante Caballo de Hierro sea más importante que el búfalo, al que nosotros matamos sólo para seguir vivos". Y otras citas similares que humedecen nuestros ojos endurecidos de Hombres Blancos corruptos y asesinos, avasalladores e irrespetuosos con todo lo que no comporte beneficio a nuestra codicia y maldad intrínsecas.

El problema es que todas esas hermosas palabras no las escribió el Gran Jefe Seattle sino un guionista norteamericano de series de televisión llamado Ted Perry.

La periodista de la radio KPLU de la ciudad de Seattle (que se llama así precisamente en honor al jefe indio) Paula Wissel descubrió la impostura cuando preparaba un reportaje en el 125 aniversario de la muerte de este "Hombre Rojo" que realmente existió y disponía de gran elocuencia y autoridad entre los suyos. Incluso se guarda algún discurso suyo, pero no el que Perry se inventó para un documental medioambiental que se proyectó en 1970 en la cadena de televisión ABC y de donde saltó a la fama. Perry confesó a Wissel que habían atribuido las palabras a este jefe porque así el mensaje parecía "más auténtico" y desde luego más impactante. Un indio de la misma tribu suquamish fue quien dio aviso a la reportera cuando comprobó cómo todo el mundo insistía en que su ilustre antepasado había dicho cosas que jamás había dicho en realidad ("el Hombre Blanco habla con lengua de doble filo" y etcétera).

La periodista descubrió cosas interesantes: que los indios norteamericanos de 1850 no hablaba de la calidad del aire, ni del agua, ni del medio ambiente, ni de ningún otro concepto propio de los discursos de las actuales organizaciones "ecologistas"; que no pudo ver búfalos, ni vivos ni muertos, porque esos animales no vivían en la zona de Seattle, donde él vivió; que el ferrocarril llegó a la ciudad 14 años después de su muerte..., o que el propio Gran Jefe Seattle envidiaba la calidad de vida del Hombre Blanco y decía a todo el que le escuchaba que prefería sus comodidades y adelantos que la dura y nómada vida de su pueblo de "buenos salvajes". Siendo una figura prominente entre su gente, se hizo un converso al catolicismo y buscó un camino de acomodación para los colonos blancos, teniendo una estrecha relación personal con David Swinson "Doc" Maynard. Seattle, Washington tomó su nombre del jefe por sugerencia de Maynard

Paula Wissel desveló el fraude en junio de 1991, en breve hará 18 años, pero a día de hoy se siguen publicando abundantes referencias al inexistente discurso del indio e incluso publicándolo "íntegro" (?), tomándole como icono de una guerra que no era la suya. "Sí, pero a pesar de eso, la intención era buena. Podemos manipular su discurso por una buena causa, como es la ecologista. Seguro que el propio jefe Seattle hubiera estado de acuerdo", dice la parte de su cerebro que fue colonizada en su día por influencias ajenas a usted mismo. ¿Seguro? ¿Podemos manipular, falsificar, reescribir textos y declaraciones para defender una "buena causa", nuestra buena causa? Acaba de dar usted un argumento a los nacionalsocialistas que utilizaron a Nieztsche . Acaba de animar a hacer lo propio a los defensores de la tortura, la pederastia, de la anorexia..., o de cualquier otro que entienda que "su" causa es la buena.

Tenga cuidado con sus próximas lecturas

18 de febrero de 2009

Carta del Jefe Seatle (piel roja) al Presidente de los EUA en 1854

El siguiente documento es uno de los más preciados por los ecologistas, se trata de la carta que envió en 1855 el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en respuesta a la oferta de compra de las tierras de los Suwamish en el noroeste de los Estados Unidos, lo que ahora es el Estado de Washinton. Los indios americanos estaban muy unidos a su tierra no conociendo la propiedad, es más consideraban la tierra dueña de los hombres. En numerosos ámbitos ecologistas se le considera como

"la declaración más hermosa y profunda que jamás se haya hecho sobre el medio ambiente".



En 1854 el presidente de los EUA quería comprar amplísima extensión de tierras indias prometiendo crear una "reservación" para el pueblo indio. La respuesta del Gran Jefe Piel Roja, aquí traducida en parte…

¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida… Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?

Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos por las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas.

Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Jefe de Washington nos envía el mensaje que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, deben recordar que es sagrada, y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestra gente.

El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.

Si las vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita.

La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres, sin que esto sea importante para él.

Si la tierra secuestra a su hijo para él no sería importante, a pesar de que la tumba de sus padres y el patrimonio de sus hijos fuesen olvidados.

Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto…

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades, apena los ojos del piel roja. Pero quizá sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada.

No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos…

Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar nuestros oídos. Y después de todo, ¿para qué sirve la vida, si el hombre no puede escuchar el grito solitario del coyote, ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque?

Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire.

El hombre blanco no parece conciente del aire que respira, como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor.

Pero si les vendemos nuestras tierras deben que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida, también recibe sus últimos suspiros.

Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco puede saborear el viento, perfumado por las flores de las praderas.

Por ellos consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas… Muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha.

Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante pueda importar más que el búfalo al que nosotros sólo matamos para sobrevivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también morirá de una gran soledad espiritual. Por que lo que les sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla.

Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos.

Esto sabemos; la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a si mismo.

Esta tierra tiene un valor inestimable, si se daña se provocaría la ira de nuestra madre naturaleza, los blancos se extinguirán, antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos… y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.

Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porque se exterminan los búfalos, se dominan los caballos salvajes, y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el matorral? ¡Destruido! ¿Dónde está el águila? ¡Desapareció! Termina la vida y empieza la supervivencia.

(Continuará el 21 de febrero)

17 de febrero de 2009

Las últimas miradas. Enrique Anderson Imbert


El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos. Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro del la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta. Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.

16 de febrero de 2009

Este tipo es una mina


No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.

14 de febrero de 2009

69 Ana María Shua


Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando

11 de febrero de 2009

Subraye las palabras adecuadas- Luis Brito García


Galimatías


Una mañana tarde noche el niño joven anciano que estaba moribundo enamorado prófugo confundido sintió las primeras punzadas notas detonaciones reminiscencias sacudidas precursoras seguidoras creadoras multiplicadoras trasformadoras extinguidoras de la helada la vacación la transfiguración la acción la inundación la cosecha. Pensó recordó imaginó inventó miró oyó talló cardó concluyó corrigió anudó pulió desnudó volteó rajó barnizó fundió la piedra la esclusa la falleba la red la antena la espita la mirilla la artesa la jarra la podadora la aguja la aceitera la máscara la lezna la ampolla la ganzúa la reja y con ellas atacó erigió consagró bautizó pulverizó unificó roció aplastó creó dispersó cimbró lustró repartió lijó el reloj el banco el submarino el arco el patíbulo el cinturón el yunque el velamen el remo el yelmo el torno el roble el caracol el gato el fusil el tiempo el naipe el torno el vino el bote el pulpo el labio el peplo el yunque, para luego antes ahora después nunca siempre a veces con el pie codo dedo cribarlos fecundarlos omitirlos encresparlos podarlos en el bosque río arenal ventisquero volcán dédalo sifón cueva coral luna mundo viaje día trompo jaula vuelta pez ojo malla turno flecha clavo seno brillo tumba ceja manto flor ruta aliento raya, y así se volvió tierra.

9 de febrero de 2009

La araña - Enrique Anderson Imbert


La araña



Sentía algo en mi mano, miré y era una araña.
Fui a decirle: -¿qué haces aquí?
Pero la araña se me adelantó y me dijo: -¿qué haces aquí?
Entonces fui a decirle: "No quisiera molestarte, pero este es mi mundo, y debes irte".
Otra vez la araña se me adelantó y dijo:
-No quisiera molestarte, pero este es mi mundo y debes irte.
Comprendí que así era imposible dialogar. Le dejé la mano y me fui.


Enrique Anderson Imbert

2 de febrero de 2009

Filosofía ¿Tiene cura el tedio?

"Melancolía", de Degas

Culpable: El Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios. El sujeto pierde el sentido de la trascendencia y se ve obligado a realizarse a sí mismo.

Aburrirse: Humano, demasiado humano

El aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: todos, absolutamente todos, participamos de costumbres sociales saturadas de aburrimiento.

Cómo se nos habrá hecho carne que hasta Kierkegaard hace del aburrimiento la piedra fundacional de la Creación, imaginando que "los dioses estaban tan aburridos que entonces crearon a los seres humanos". No sólo los dioses. También "Adán estaba aburrido porque estaba solo, entonces crearon a Eva. Desde entonces, el aburrimiento ingresó en la Creación". Nietzsche no le fue en zaga cuando, con su demoledor sarcasmo, sugirió que en su descanso sabatino Dios se habría aburrido espantosamente. Y, en tanto, Emanuel Kant aportó lo suyo cuando, a modo de consuelo del devenir de la historia misma, advirtió que, de permanecer en el Paraíso, Adán y Eva se habrían aburrido soberanamente.

Tantas citas ilustres prueban que, parafraseando a Camus, si hay un problema verdaderamente filosófico, es el del aburrimiento. Raramente reconocido en su magnitud, el tema no suele ser un objeto de reflexión de la filosofía académica ni del común de los mortales. Se trata, sin embargo, de una experiencia inescindible de la existencia humana.

También la escritura en torno al aburrimiento corre el riesgo de resultar, precisamente, aburrida. Sin embargo, la histórica y sospechosa omisión de este asunto nos convoca a su examen: ¿Qué es? ¿Cuándo aparece? ¿Por qué aparece? ¿Por qué nos afecta? y, por último, ¿Cómo nos afecta?

Aun cuando, por una suerte de reduccionismo, rotulamos con la etiqueta de "aburrido" todo aquello que no despierta nuestro interés, lo cierto es que convivimos con el aburrimiento de una manera tan atroz como imperceptible, como con "una especie de polvo. Uno va y viene sin verlo, un respira en él, uno lo come, lo bebe, y es tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes. Pero si uno se detiene un momento, se extiende como una manta sobre el rostro y las manos", en la descarnada descripción que de él hace Georges Bernanos en su "Diario de un cura rural". El aburrimiento se apodera de nosotros, penetrando en cada intersticio con la sutileza de un escalpelo en manos de un hábil cirujano y termina por ser vivido como una compañía tan fastidiosa como irreconocible.

El aburrimiento irrumpe cuando el deseo se divorcia de los hechos, en pocas palabras, cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Pero también se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de cosas (el hastío es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de personas (de otros o hasta de nosotros mismos), aunque también podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Lo peor es que, enunciado tautológicamente, el aburrimiento es aburrido.

Pese a esta caracterización intimista, el aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: es tan verdad que todos los hombres son mortales como que todos, absolutamente todos, participamos en prácticas sociales saturadas de aburrimiento.

Nada nuevo bajo el sol

En la Antigüedad tardía, apareció un fenómeno que en griego se designó athymía y en latín, accidia (en castellano, acedia), y en lo que tiempo después se difundiría con un nombre tan vago como indefinible: la melancolía. Curiosamente, los monjes eran particularmente proclives a la acedia. Alertados de un fenómeno tenido por obra del Demonio, hasta los mismos Padres de la Iglesia consideraron la acedia el peor de los pecados, no sólo porque de ella brotaban todos los demás sino porque era la expresión de cierto descontento ante la Creación de Dios, ante cuya sombra amenazadora hasta San Jerónimo exhortaba con festiva piedad: "Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos".

A partir del Renacimiento, la acedia enclaustrada en los muros de la vida monacal fue desplazada por la melancolía, cuya sede era un alma indisociable de un cuerpo carnal, que había sido celebrado en la Antigüedad clásica y era redescubierto por el Humanismo. Fue precisamente un médico y hombre de ciencia inglés, Robert Burton, quien condensó su novedosa concepción en un célebre ensayo publicado en 1621. En su "Anatomía de la melancolía", con un espíritu más científico que apocalíptico, diagnosticó que lejos de ser atribuible a Satanás, la melancolía es una enfermedad que suele atacar particularmente a las gentes consagradas al estudio, cuyas meditaciones pueden fácilmente caer en un mórbido rumiar. A modo de fármacos anímicos, Burton recomendaba un tratamiento tan natural como placentero: diversificar las actividades y frecuentar menos los libros y más las mujeres hermosas, cuya vista regocija el corazón, siempre y cuando el trato con ellas se ejerciera -se cuidaba de aclarar el galeno- en el marco de una vida equilibrada. Sin embargo, pese a sus tan floridos consejos, su autor terminaba por admitir que no existe un remedio universal para ese mal.

La melancolía perduraría en la obra de Freud, quien en "Duelo y melancolía" declaró que el melancólico vive la pérdida del objeto de amor como una pérdida del Yo. Este empobrecimiento del Yo es vivido por la subjetividad como una confrontación con una vida vaciada de su sentido. En el mismo campo del psicoanálisis, Lacan finalmente reconoce en el aburrimiento su estatuto bien ganado en "Televisión", donde, frente a las clásicas seis pasiones del alma propuestas por Descartes en el siglo XVII (la admiración, el amor y el odio, el deseo, el gozo y la tristeza), despliega otras tantas en versión aggiornata: la felicidad, el gay saber, la beatitud, el mal humor, la tristeza y, pues no podía faltar, el aburrimiento. Semejante linaje teórico no es suficiente, sin embargo, para dotar al aburrimiento de un bien ganado estatuto epistémico: exonerado del campo de las patologías, el aburrimiento no suele ser de interés ni para los psicológos ni para los psiquiatras, aun cuando es vivido como una pérdida de identidad que denuncia el corte entre el sentido y el vacío de sentido.

Aunque dignas de atención, acedia y melancolía se distinguen sutilmente del aburrimiento: mientras que la primera era una noción moralmente demoníaca, atribuible a unos pocos elegidos, el aburrimiento es una condición psicológica que nos afecta a todos. Y mientras que la melancolía hunde sus raíces en una tradición aristocrática, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado.

En "Filosofía del tedio" (Tusquets, 2006), Lars Svendsen baraja la hipótesis de que, visto desde la historia de las ideas, el Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios, en cuya estela el sujeto pierde el sentido de la trascendencia y comienza a verse como un individuo que debe realizarse a sí mismo. Al hombre, confrontado con ese mandato inmanente, la vida cotidiana se le antoja ni más ni menos que una prisión.

Los méritos (o, nunca mejor dicho, los deméritos) del aburrimiento no son pocos, en particular si nos guiamos por el juicio de Kierkegaard, para quien "es la raíz de todo mal", desde las adicciones hasta los desórdenes de la alimentación, pasando por el vandalismo, la depresión, la violencia y las conductas de riesgo, placebos sociales que funcionan como efímeros remedios que, al fin de cuentas, justifican el imaginario medioeval en el que la acedia figuraba entre los frutos de poderes demoníacos. Cuando se perpetúa, se transforma en el taedium vitae, el tedio de la vida ante el cual la jurisprudencia de la antigua Roma legitimaba el derecho al suicidio. Pues así como se ha dicho que el aburrimiento aportó más infelicidad al mundo que todas las pasiones juntas, incluso más que el Mal provocado por todas las guerras juntas, se ha dicho a su favor que ha puesto fin a numerosos males, por la simple razón de que terminaron por resultar aburridos. En "Prejudices: A Philosophical Dictionary" (1983), Robert Nisbet sostiene que la quema de brujas fue abandonada como práctica no por motivos legales, morales o religiosos, sino simplemente porque la gente pensó: "Una vez que viste una quema, viste todas".

El undécimo mandamiento: "Diviértete"

Si la fórmula para superar el aburrimiento parece hoy empujar al yo más allá de sí, es porque el yo quiere encontrar algo novedoso, algo distinto de lo mismo que amenaza hundirlo en el aburrimiento. Según una lógica transgresora, todo placer impulsa la búsqueda de un nuevo placer para evitar la rutina de lo mismo, en un movimiento que persigue la búsqueda de nuevos límites que puedan ser transgredidos. Vivimos arrojándonos a lo nuevo, con la ilusión de que eso nuevo nos proporcionará, generosa y finalmente, un sentido personal. Pero ese intento está destinado, una y otra vez, al fracaso, pues esa promesa de un sentido personal jamás se cumple. Y además, porque lo nuevo rápidamente se torna una rutina. George Bernard Shaw ilustró lúcidamente esta imposibilidad de origen cuando reconoció que "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos. La segunda, cuando lo son", coronando esa existencia pendular denunciada por el filósofo Schopenhauer, quien notaba que cuando deseo lo que no tengo, sólo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, sólo obtengo aburrimiento.

Esta exacerbación del deseo insatisfecho ha sido un caldo de cultivo del aburrimiento, "privilegio" por excelencia del sujeto de la Posmodernidad, quien sumido en la cultura del ocio corre en procura de divertimentos para matar el tiempo superfluo. Su maleabilidad se explica porque el aburrimiento no se conecta con necesidades reales sino con el deseo. Y el deseo suele traducirse en una constante búsqueda de estímulos sensoriales, lo único que, hoy por hoy, parece resultar "interesante". En su manifestación más perversa, la exhibición obscena de violencia gratuita se sostiene en la premisa marketinera de sacudirnos el aburrimiento. A propósito de los efectos mediáticos sobre el deseo, Orrin Klapp exploró el impacto de la información en la calidad de vida de la cultura contemporánea. En "Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society", Klapp sostiene que, pese a todos sus esfuerzos para escapar de ese destino, la sociedad de la información se ha tornado una cultura tan saturada de pseudoconocimientos como aburrida. De la metralla constante de flashes "en vivo y en directo", resulta un desgaste del sentido. El ruido y la redundancia, añade, reemplazaron la resonancia y la diversidad del mundo nacido de la Ilustración. Así, traicionando los ideales dieciochescos, en lugar de emular el Progreso, la sociedad de la información se ha vuelto entrópica, desordenada, de lo que resulta un déficit en la calidad de vida.

En una línea semejante, en "La tragedia educativa", Guillermo Jaim Etcheverry observó que los hijos -cuando no los mismos padres- suelen tildar a la escuela de "aburrida", calificativo más apropiado para un programa de televisión o para un festival de rock. Banalmente, se aspira a imitar el modelo Disneylandia, aun a costa de que el mandato de ser divertido penetre, como un fluido viscoso, en actividades tradicionalmente no asociadas a la diversión. Traducido en el registro discursivo, participamos directa o indirectamente de esta suerte de reduccionismo infantojuvenil, dominado por una retórica empobrecida donde todo es "divertido" o, con suerte, "redivertido".

El vacío del tiempo en el aburrimiento no es un vacío de acción porque, en verdad, siempre acontece algo: el vacío del tiempo es el vacío del sentido. No importa tanto lo que hacemos o el objeto al que nos dirigimos (mirar una y otra vez el reloj) sino estar ocupados en algo sin importar cuán intrascendente sea (como puede serlo el mero contar cuántas moscas hay en el vidrio de la ventana). Y aunque mejor vistos, los "pasatiempos", expresión autorreferencial si la hay, son medidas paliativas toda vez que el tiempo, en lugar de aparecérsenos como un horizonte de oportunidades, se nos antoja como algo que ha de ser engañado, ocupándolo ilusoriamente en la creencia de que nos liberaremos del vacío del aburrimiento.

Sanarse del aburrimiento

A menudo no puedo identificar exactamente qué me aburre. Heidegger lo ilustra con una situación por la cual, quien más, quien menos, todos pasamos alguna vez: una vez concluida una agradable velada con amigos, vuelvo a casa y me doy cuenta de que, en verdad, me aburrí espantosamente toda la noche. El "pasatiempo" no se dio en una situación, era la situación. Y la conciencia tardía del aburrimiento es la conciencia del vacío revelado en la toma de conciencia de que podría haber hecho otra cosa durante ese tiempo. En ese escenario, piensa el filósofo alemán, la tarea del aburrimiento es llamar la atención sobre esta ausencia. Este "tocar fondo", precisamente, puede ser el inicio del retorno hacia una dimensión existencial, haciendo del aburrimiento una experiencia que conduzca hacia la autenticidad. Pese a los esfuerzos heiedeggerianos redentores de ese estado del ánimo, se le ha criticado al filósofo alemán que, con su optimismo residual de creer que puede ser superado, permanece preso de la lógica de la transgresión.

A la solución de Heidegger de rescatar el aburrimiento como fuente redentora de sentido, se han contrapropuesto un puñado de terapias más pedestres. Por ejemplo, nos repetimos hasta el cansancio que el aburrimiento se cura a fuerza de sudor. Sin embargo, quien recurre al trabajo como remedio confunde la desaparición temporaria de los síntomas con la cura de la enfermedad. Ya Theodor Adorno asoció el aburrimiento a la alienación en el trabajo, idea ilustrada magníficamente por la célebre escena del clásico "Tiempos modernos", donde Chaplin encarna risueña y lúcidamente al obrero que, reiterando una y otra vez un único movimiento, se ha metamorfoseado en una mera prótesis de la máquina, con la cual comparte la ausencia de autodeterminación en el proceso productivo. Incluso la expresión "tiempo libre" alude al lapso en que no se trabaja, cuando en rigor de verdad no se es ni más ni menos libre en un tiempo que en otro, ni necesariamente tiene más sentido uno que otro.

Una vez desestimada la cura a través del trabajo, ¿acaso puede ser superado por un acto de la voluntad? Bien mirado, estimular a quien siente un profundo aburrimiento diciéndole algo así como "ponle ganas" es como ordenarle a un enano ser más alto de lo que es. Porque lo cierto es que el aburrimiento es más una cuestión de sentido que de pereza, desocupación o vagancia.

La aceptación

En lugar de hacer del aburrimiento, su destino, otros rescataron el ideal filosófico de la ataraxia, esa imperturbabilidad de ánimo gracias a la cual alcanzaríamos cierto equilibrio emocional, mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos. Lejos de ser malo, proclaman, es un sentimiento natural que nos asalta cuando sentimos que no somos productivos. Pero lo cierto es que si no se tolera cierto grado de ese mal, se vive una vida reducida a huir del aburrimiento. Frente a esa amenaza, y una vez resignados ante el factum del aburrimiento, se dice que en lugar de ser abolido, debería ser incorporado como un dispositivo tan funcional a la psiquis como lo suelen ser el temor, la ira o la indignación.

En una suerte de apología, lejos de buscar un antídoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condición humana. Como el nacimiento, el sexo o la muerte, una más entre las tantas otras por aceptar. O, por qué no, tal vez hasta por celebrar. Reconciliándonos con él, como cuando redescubrimos a un antiguo y entrañable amigo de quien, con el tiempo, aprendimos a querer sus defectos.