"Melancolía", de Degas
Culpable: El Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios. El sujeto pierde el sentido de la trascendencia y se ve obligado a realizarse a sí mismo.Aburrirse: Humano, demasiado humano
El aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: todos, absolutamente todos, participamos de costumbres sociales saturadas de aburrimiento.Cómo se nos habrá hecho carne que hasta Kierkegaard hace del aburrimiento la piedra fundacional de la Creación, imaginando que "los dioses estaban tan aburridos que entonces crearon a los seres humanos". No sólo los dioses. También "Adán estaba aburrido porque estaba solo, entonces crearon a Eva. Desde entonces, el aburrimiento ingresó en la Creación". Nietzsche no le fue en zaga cuando, con su demoledor sarcasmo, sugirió que en su descanso sabatino Dios se habría aburrido espantosamente. Y, en tanto, Emanuel Kant aportó lo suyo cuando, a modo de consuelo del devenir de la historia misma, advirtió que, de permanecer en el Paraíso, Adán y Eva se habrían aburrido soberanamente.
Tantas citas ilustres prueban que, parafraseando a Camus, si hay un problema verdaderamente filosófico, es el del aburrimiento. Raramente reconocido en su magnitud, el tema no suele ser un objeto de reflexión de la filosofía académica ni del común de los mortales. Se trata, sin embargo, de una experiencia inescindible de la existencia humana.
También la escritura en torno al aburrimiento corre el riesgo de resultar, precisamente, aburrida. Sin embargo, la histórica y sospechosa omisión de este asunto nos convoca a su examen: ¿Qué es? ¿Cuándo aparece? ¿Por qué aparece? ¿Por qué nos afecta? y, por último, ¿Cómo nos afecta?
Aun cuando, por una suerte de reduccionismo, rotulamos con la etiqueta de "aburrido" todo aquello que no despierta nuestro interés, lo cierto es que convivimos con el aburrimiento de una manera tan atroz como imperceptible, como con "una especie de polvo. Uno va y viene sin verlo, un respira en él, uno lo come, lo bebe, y es tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes. Pero si uno se detiene un momento, se extiende como una manta sobre el rostro y las manos", en la descarnada descripción que de él hace Georges Bernanos en su "Diario de un cura rural". El aburrimiento se apodera de nosotros, penetrando en cada intersticio con la sutileza de un escalpelo en manos de un hábil cirujano y termina por ser vivido como una compañía tan fastidiosa como irreconocible.
El aburrimiento irrumpe cuando el deseo se divorcia de los hechos, en pocas palabras, cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Pero también se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de cosas (el hastío es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de personas (de otros o hasta de nosotros mismos), aunque también podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Lo peor es que, enunciado tautológicamente, el aburrimiento es aburrido.
Pese a esta caracterización intimista, el aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: es tan verdad que todos los hombres son mortales como que todos, absolutamente todos, participamos en prácticas sociales saturadas de aburrimiento.
Nada nuevo bajo el sol
En la Antigüedad tardía, apareció un fenómeno que en griego se designó athymía y en latín, accidia (en castellano, acedia), y en lo que tiempo después se difundiría con un nombre tan vago como indefinible: la melancolía. Curiosamente, los monjes eran particularmente proclives a la acedia. Alertados de un fenómeno tenido por obra del Demonio, hasta los mismos Padres de la Iglesia consideraron la acedia el peor de los pecados, no sólo porque de ella brotaban todos los demás sino porque era la expresión de cierto descontento ante la Creación de Dios, ante cuya sombra amenazadora hasta San Jerónimo exhortaba con festiva piedad: "Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos".
A partir del Renacimiento, la acedia enclaustrada en los muros de la vida monacal fue desplazada por la melancolía, cuya sede era un alma indisociable de un cuerpo carnal, que había sido celebrado en la Antigüedad clásica y era redescubierto por el Humanismo. Fue precisamente un médico y hombre de ciencia inglés, Robert Burton, quien condensó su novedosa concepción en un célebre ensayo publicado en 1621. En su "Anatomía de la melancolía", con un espíritu más científico que apocalíptico, diagnosticó que lejos de ser atribuible a Satanás, la melancolía es una enfermedad que suele atacar particularmente a las gentes consagradas al estudio, cuyas meditaciones pueden fácilmente caer en un mórbido rumiar. A modo de fármacos anímicos, Burton recomendaba un tratamiento tan natural como placentero: diversificar las actividades y frecuentar menos los libros y más las mujeres hermosas, cuya vista regocija el corazón, siempre y cuando el trato con ellas se ejerciera -se cuidaba de aclarar el galeno- en el marco de una vida equilibrada. Sin embargo, pese a sus tan floridos consejos, su autor terminaba por admitir que no existe un remedio universal para ese mal.
La melancolía perduraría en la obra de Freud, quien en "Duelo y melancolía" declaró que el melancólico vive la pérdida del objeto de amor como una pérdida del Yo. Este empobrecimiento del Yo es vivido por la subjetividad como una confrontación con una vida vaciada de su sentido. En el mismo campo del psicoanálisis, Lacan finalmente reconoce en el aburrimiento su estatuto bien ganado en "Televisión", donde, frente a las clásicas seis pasiones del alma propuestas por Descartes en el siglo XVII (la admiración, el amor y el odio, el deseo, el gozo y la tristeza), despliega otras tantas en versión aggiornata: la felicidad, el gay saber, la beatitud, el mal humor, la tristeza y, pues no podía faltar, el aburrimiento. Semejante linaje teórico no es suficiente, sin embargo, para dotar al aburrimiento de un bien ganado estatuto epistémico: exonerado del campo de las patologías, el aburrimiento no suele ser de interés ni para los psicológos ni para los psiquiatras, aun cuando es vivido como una pérdida de identidad que denuncia el corte entre el sentido y el vacío de sentido.
Aunque dignas de atención, acedia y melancolía se distinguen sutilmente del aburrimiento: mientras que la primera era una noción moralmente demoníaca, atribuible a unos pocos elegidos, el aburrimiento es una condición psicológica que nos afecta a todos. Y mientras que la melancolía hunde sus raíces en una tradición aristocrática, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado.
En "Filosofía del tedio" (Tusquets, 2006), Lars Svendsen baraja la hipótesis de que, visto desde la historia de las ideas, el Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios, en cuya estela el sujeto pierde el sentido de la trascendencia y comienza a verse como un individuo que debe realizarse a sí mismo. Al hombre, confrontado con ese mandato inmanente, la vida cotidiana se le antoja ni más ni menos que una prisión.
Los méritos (o, nunca mejor dicho, los deméritos) del aburrimiento no son pocos, en particular si nos guiamos por el juicio de Kierkegaard, para quien "es la raíz de todo mal", desde las adicciones hasta los desórdenes de la alimentación, pasando por el vandalismo, la depresión, la violencia y las conductas de riesgo, placebos sociales que funcionan como efímeros remedios que, al fin de cuentas, justifican el imaginario medioeval en el que la acedia figuraba entre los frutos de poderes demoníacos. Cuando se perpetúa, se transforma en el taedium vitae, el tedio de la vida ante el cual la jurisprudencia de la antigua Roma legitimaba el derecho al suicidio. Pues así como se ha dicho que el aburrimiento aportó más infelicidad al mundo que todas las pasiones juntas, incluso más que el Mal provocado por todas las guerras juntas, se ha dicho a su favor que ha puesto fin a numerosos males, por la simple razón de que terminaron por resultar aburridos. En "Prejudices: A Philosophical Dictionary" (1983), Robert Nisbet sostiene que la quema de brujas fue abandonada como práctica no por motivos legales, morales o religiosos, sino simplemente porque la gente pensó: "Una vez que viste una quema, viste todas".
El undécimo mandamiento: "Diviértete"
Si la fórmula para superar el aburrimiento parece hoy empujar al yo más allá de sí, es porque el yo quiere encontrar algo novedoso, algo distinto de lo mismo que amenaza hundirlo en el aburrimiento. Según una lógica transgresora, todo placer impulsa la búsqueda de un nuevo placer para evitar la rutina de lo mismo, en un movimiento que persigue la búsqueda de nuevos límites que puedan ser transgredidos. Vivimos arrojándonos a lo nuevo, con la ilusión de que eso nuevo nos proporcionará, generosa y finalmente, un sentido personal. Pero ese intento está destinado, una y otra vez, al fracaso, pues esa promesa de un sentido personal jamás se cumple. Y además, porque lo nuevo rápidamente se torna una rutina. George Bernard Shaw ilustró lúcidamente esta imposibilidad de origen cuando reconoció que "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos. La segunda, cuando lo son", coronando esa existencia pendular denunciada por el filósofo Schopenhauer, quien notaba que cuando deseo lo que no tengo, sólo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, sólo obtengo aburrimiento.
Esta exacerbación del deseo insatisfecho ha sido un caldo de cultivo del aburrimiento, "privilegio" por excelencia del sujeto de la Posmodernidad, quien sumido en la cultura del ocio corre en procura de divertimentos para matar el tiempo superfluo. Su maleabilidad se explica porque el aburrimiento no se conecta con necesidades reales sino con el deseo. Y el deseo suele traducirse en una constante búsqueda de estímulos sensoriales, lo único que, hoy por hoy, parece resultar "interesante". En su manifestación más perversa, la exhibición obscena de violencia gratuita se sostiene en la premisa marketinera de sacudirnos el aburrimiento. A propósito de los efectos mediáticos sobre el deseo, Orrin Klapp exploró el impacto de la información en la calidad de vida de la cultura contemporánea. En "Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society", Klapp sostiene que, pese a todos sus esfuerzos para escapar de ese destino, la sociedad de la información se ha tornado una cultura tan saturada de pseudoconocimientos como aburrida. De la metralla constante de flashes "en vivo y en directo", resulta un desgaste del sentido. El ruido y la redundancia, añade, reemplazaron la resonancia y la diversidad del mundo nacido de la Ilustración. Así, traicionando los ideales dieciochescos, en lugar de emular el Progreso, la sociedad de la información se ha vuelto entrópica, desordenada, de lo que resulta un déficit en la calidad de vida.
En una línea semejante, en "La tragedia educativa", Guillermo Jaim Etcheverry observó que los hijos -cuando no los mismos padres- suelen tildar a la escuela de "aburrida", calificativo más apropiado para un programa de televisión o para un festival de rock. Banalmente, se aspira a imitar el modelo Disneylandia, aun a costa de que el mandato de ser divertido penetre, como un fluido viscoso, en actividades tradicionalmente no asociadas a la diversión. Traducido en el registro discursivo, participamos directa o indirectamente de esta suerte de reduccionismo infantojuvenil, dominado por una retórica empobrecida donde todo es "divertido" o, con suerte, "redivertido".
El vacío del tiempo en el aburrimiento no es un vacío de acción porque, en verdad, siempre acontece algo: el vacío del tiempo es el vacío del sentido. No importa tanto lo que hacemos o el objeto al que nos dirigimos (mirar una y otra vez el reloj) sino estar ocupados en algo sin importar cuán intrascendente sea (como puede serlo el mero contar cuántas moscas hay en el vidrio de la ventana). Y aunque mejor vistos, los "pasatiempos", expresión autorreferencial si la hay, son medidas paliativas toda vez que el tiempo, en lugar de aparecérsenos como un horizonte de oportunidades, se nos antoja como algo que ha de ser engañado, ocupándolo ilusoriamente en la creencia de que nos liberaremos del vacío del aburrimiento.
Sanarse del aburrimiento
A menudo no puedo identificar exactamente qué me aburre. Heidegger lo ilustra con una situación por la cual, quien más, quien menos, todos pasamos alguna vez: una vez concluida una agradable velada con amigos, vuelvo a casa y me doy cuenta de que, en verdad, me aburrí espantosamente toda la noche. El "pasatiempo" no se dio en una situación, era la situación. Y la conciencia tardía del aburrimiento es la conciencia del vacío revelado en la toma de conciencia de que podría haber hecho otra cosa durante ese tiempo. En ese escenario, piensa el filósofo alemán, la tarea del aburrimiento es llamar la atención sobre esta ausencia. Este "tocar fondo", precisamente, puede ser el inicio del retorno hacia una dimensión existencial, haciendo del aburrimiento una experiencia que conduzca hacia la autenticidad. Pese a los esfuerzos heiedeggerianos redentores de ese estado del ánimo, se le ha criticado al filósofo alemán que, con su optimismo residual de creer que puede ser superado, permanece preso de la lógica de la transgresión.
A la solución de Heidegger de rescatar el aburrimiento como fuente redentora de sentido, se han contrapropuesto un puñado de terapias más pedestres. Por ejemplo, nos repetimos hasta el cansancio que el aburrimiento se cura a fuerza de sudor. Sin embargo, quien recurre al trabajo como remedio confunde la desaparición temporaria de los síntomas con la cura de la enfermedad. Ya Theodor Adorno asoció el aburrimiento a la alienación en el trabajo, idea ilustrada magníficamente por la célebre escena del clásico "Tiempos modernos", donde Chaplin encarna risueña y lúcidamente al obrero que, reiterando una y otra vez un único movimiento, se ha metamorfoseado en una mera prótesis de la máquina, con la cual comparte la ausencia de autodeterminación en el proceso productivo. Incluso la expresión "tiempo libre" alude al lapso en que no se trabaja, cuando en rigor de verdad no se es ni más ni menos libre en un tiempo que en otro, ni necesariamente tiene más sentido uno que otro.
Una vez desestimada la cura a través del trabajo, ¿acaso puede ser superado por un acto de la voluntad? Bien mirado, estimular a quien siente un profundo aburrimiento diciéndole algo así como "ponle ganas" es como ordenarle a un enano ser más alto de lo que es. Porque lo cierto es que el aburrimiento es más una cuestión de sentido que de pereza, desocupación o vagancia.
La aceptación
En lugar de hacer del aburrimiento, su destino, otros rescataron el ideal filosófico de la ataraxia, esa imperturbabilidad de ánimo gracias a la cual alcanzaríamos cierto equilibrio emocional, mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos. Lejos de ser malo, proclaman, es un sentimiento natural que nos asalta cuando sentimos que no somos productivos. Pero lo cierto es que si no se tolera cierto grado de ese mal, se vive una vida reducida a huir del aburrimiento. Frente a esa amenaza, y una vez resignados ante el factum del aburrimiento, se dice que en lugar de ser abolido, debería ser incorporado como un dispositivo tan funcional a la psiquis como lo suelen ser el temor, la ira o la indignación.
En una suerte de apología, lejos de buscar un antídoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condición humana. Como el nacimiento, el sexo o la muerte, una más entre las tantas otras por aceptar. O, por qué no, tal vez hasta por celebrar. Reconciliándonos con él, como cuando redescubrimos a un antiguo y entrañable amigo de quien, con el tiempo, aprendimos a querer sus defectos.
Tantas citas ilustres prueban que, parafraseando a Camus, si hay un problema verdaderamente filosófico, es el del aburrimiento. Raramente reconocido en su magnitud, el tema no suele ser un objeto de reflexión de la filosofía académica ni del común de los mortales. Se trata, sin embargo, de una experiencia inescindible de la existencia humana.
También la escritura en torno al aburrimiento corre el riesgo de resultar, precisamente, aburrida. Sin embargo, la histórica y sospechosa omisión de este asunto nos convoca a su examen: ¿Qué es? ¿Cuándo aparece? ¿Por qué aparece? ¿Por qué nos afecta? y, por último, ¿Cómo nos afecta?
Aun cuando, por una suerte de reduccionismo, rotulamos con la etiqueta de "aburrido" todo aquello que no despierta nuestro interés, lo cierto es que convivimos con el aburrimiento de una manera tan atroz como imperceptible, como con "una especie de polvo. Uno va y viene sin verlo, un respira en él, uno lo come, lo bebe, y es tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes. Pero si uno se detiene un momento, se extiende como una manta sobre el rostro y las manos", en la descarnada descripción que de él hace Georges Bernanos en su "Diario de un cura rural". El aburrimiento se apodera de nosotros, penetrando en cada intersticio con la sutileza de un escalpelo en manos de un hábil cirujano y termina por ser vivido como una compañía tan fastidiosa como irreconocible.
El aburrimiento irrumpe cuando el deseo se divorcia de los hechos, en pocas palabras, cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Pero también se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de cosas (el hastío es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de personas (de otros o hasta de nosotros mismos), aunque también podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Lo peor es que, enunciado tautológicamente, el aburrimiento es aburrido.
Pese a esta caracterización intimista, el aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: es tan verdad que todos los hombres son mortales como que todos, absolutamente todos, participamos en prácticas sociales saturadas de aburrimiento.
Nada nuevo bajo el sol
En la Antigüedad tardía, apareció un fenómeno que en griego se designó athymía y en latín, accidia (en castellano, acedia), y en lo que tiempo después se difundiría con un nombre tan vago como indefinible: la melancolía. Curiosamente, los monjes eran particularmente proclives a la acedia. Alertados de un fenómeno tenido por obra del Demonio, hasta los mismos Padres de la Iglesia consideraron la acedia el peor de los pecados, no sólo porque de ella brotaban todos los demás sino porque era la expresión de cierto descontento ante la Creación de Dios, ante cuya sombra amenazadora hasta San Jerónimo exhortaba con festiva piedad: "Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos".
A partir del Renacimiento, la acedia enclaustrada en los muros de la vida monacal fue desplazada por la melancolía, cuya sede era un alma indisociable de un cuerpo carnal, que había sido celebrado en la Antigüedad clásica y era redescubierto por el Humanismo. Fue precisamente un médico y hombre de ciencia inglés, Robert Burton, quien condensó su novedosa concepción en un célebre ensayo publicado en 1621. En su "Anatomía de la melancolía", con un espíritu más científico que apocalíptico, diagnosticó que lejos de ser atribuible a Satanás, la melancolía es una enfermedad que suele atacar particularmente a las gentes consagradas al estudio, cuyas meditaciones pueden fácilmente caer en un mórbido rumiar. A modo de fármacos anímicos, Burton recomendaba un tratamiento tan natural como placentero: diversificar las actividades y frecuentar menos los libros y más las mujeres hermosas, cuya vista regocija el corazón, siempre y cuando el trato con ellas se ejerciera -se cuidaba de aclarar el galeno- en el marco de una vida equilibrada. Sin embargo, pese a sus tan floridos consejos, su autor terminaba por admitir que no existe un remedio universal para ese mal.
La melancolía perduraría en la obra de Freud, quien en "Duelo y melancolía" declaró que el melancólico vive la pérdida del objeto de amor como una pérdida del Yo. Este empobrecimiento del Yo es vivido por la subjetividad como una confrontación con una vida vaciada de su sentido. En el mismo campo del psicoanálisis, Lacan finalmente reconoce en el aburrimiento su estatuto bien ganado en "Televisión", donde, frente a las clásicas seis pasiones del alma propuestas por Descartes en el siglo XVII (la admiración, el amor y el odio, el deseo, el gozo y la tristeza), despliega otras tantas en versión aggiornata: la felicidad, el gay saber, la beatitud, el mal humor, la tristeza y, pues no podía faltar, el aburrimiento. Semejante linaje teórico no es suficiente, sin embargo, para dotar al aburrimiento de un bien ganado estatuto epistémico: exonerado del campo de las patologías, el aburrimiento no suele ser de interés ni para los psicológos ni para los psiquiatras, aun cuando es vivido como una pérdida de identidad que denuncia el corte entre el sentido y el vacío de sentido.
Aunque dignas de atención, acedia y melancolía se distinguen sutilmente del aburrimiento: mientras que la primera era una noción moralmente demoníaca, atribuible a unos pocos elegidos, el aburrimiento es una condición psicológica que nos afecta a todos. Y mientras que la melancolía hunde sus raíces en una tradición aristocrática, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado.
En "Filosofía del tedio" (Tusquets, 2006), Lars Svendsen baraja la hipótesis de que, visto desde la historia de las ideas, el Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios, en cuya estela el sujeto pierde el sentido de la trascendencia y comienza a verse como un individuo que debe realizarse a sí mismo. Al hombre, confrontado con ese mandato inmanente, la vida cotidiana se le antoja ni más ni menos que una prisión.
Los méritos (o, nunca mejor dicho, los deméritos) del aburrimiento no son pocos, en particular si nos guiamos por el juicio de Kierkegaard, para quien "es la raíz de todo mal", desde las adicciones hasta los desórdenes de la alimentación, pasando por el vandalismo, la depresión, la violencia y las conductas de riesgo, placebos sociales que funcionan como efímeros remedios que, al fin de cuentas, justifican el imaginario medioeval en el que la acedia figuraba entre los frutos de poderes demoníacos. Cuando se perpetúa, se transforma en el taedium vitae, el tedio de la vida ante el cual la jurisprudencia de la antigua Roma legitimaba el derecho al suicidio. Pues así como se ha dicho que el aburrimiento aportó más infelicidad al mundo que todas las pasiones juntas, incluso más que el Mal provocado por todas las guerras juntas, se ha dicho a su favor que ha puesto fin a numerosos males, por la simple razón de que terminaron por resultar aburridos. En "Prejudices: A Philosophical Dictionary" (1983), Robert Nisbet sostiene que la quema de brujas fue abandonada como práctica no por motivos legales, morales o religiosos, sino simplemente porque la gente pensó: "Una vez que viste una quema, viste todas".
El undécimo mandamiento: "Diviértete"
Si la fórmula para superar el aburrimiento parece hoy empujar al yo más allá de sí, es porque el yo quiere encontrar algo novedoso, algo distinto de lo mismo que amenaza hundirlo en el aburrimiento. Según una lógica transgresora, todo placer impulsa la búsqueda de un nuevo placer para evitar la rutina de lo mismo, en un movimiento que persigue la búsqueda de nuevos límites que puedan ser transgredidos. Vivimos arrojándonos a lo nuevo, con la ilusión de que eso nuevo nos proporcionará, generosa y finalmente, un sentido personal. Pero ese intento está destinado, una y otra vez, al fracaso, pues esa promesa de un sentido personal jamás se cumple. Y además, porque lo nuevo rápidamente se torna una rutina. George Bernard Shaw ilustró lúcidamente esta imposibilidad de origen cuando reconoció que "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos. La segunda, cuando lo son", coronando esa existencia pendular denunciada por el filósofo Schopenhauer, quien notaba que cuando deseo lo que no tengo, sólo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, sólo obtengo aburrimiento.
Esta exacerbación del deseo insatisfecho ha sido un caldo de cultivo del aburrimiento, "privilegio" por excelencia del sujeto de la Posmodernidad, quien sumido en la cultura del ocio corre en procura de divertimentos para matar el tiempo superfluo. Su maleabilidad se explica porque el aburrimiento no se conecta con necesidades reales sino con el deseo. Y el deseo suele traducirse en una constante búsqueda de estímulos sensoriales, lo único que, hoy por hoy, parece resultar "interesante". En su manifestación más perversa, la exhibición obscena de violencia gratuita se sostiene en la premisa marketinera de sacudirnos el aburrimiento. A propósito de los efectos mediáticos sobre el deseo, Orrin Klapp exploró el impacto de la información en la calidad de vida de la cultura contemporánea. En "Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society", Klapp sostiene que, pese a todos sus esfuerzos para escapar de ese destino, la sociedad de la información se ha tornado una cultura tan saturada de pseudoconocimientos como aburrida. De la metralla constante de flashes "en vivo y en directo", resulta un desgaste del sentido. El ruido y la redundancia, añade, reemplazaron la resonancia y la diversidad del mundo nacido de la Ilustración. Así, traicionando los ideales dieciochescos, en lugar de emular el Progreso, la sociedad de la información se ha vuelto entrópica, desordenada, de lo que resulta un déficit en la calidad de vida.
En una línea semejante, en "La tragedia educativa", Guillermo Jaim Etcheverry observó que los hijos -cuando no los mismos padres- suelen tildar a la escuela de "aburrida", calificativo más apropiado para un programa de televisión o para un festival de rock. Banalmente, se aspira a imitar el modelo Disneylandia, aun a costa de que el mandato de ser divertido penetre, como un fluido viscoso, en actividades tradicionalmente no asociadas a la diversión. Traducido en el registro discursivo, participamos directa o indirectamente de esta suerte de reduccionismo infantojuvenil, dominado por una retórica empobrecida donde todo es "divertido" o, con suerte, "redivertido".
El vacío del tiempo en el aburrimiento no es un vacío de acción porque, en verdad, siempre acontece algo: el vacío del tiempo es el vacío del sentido. No importa tanto lo que hacemos o el objeto al que nos dirigimos (mirar una y otra vez el reloj) sino estar ocupados en algo sin importar cuán intrascendente sea (como puede serlo el mero contar cuántas moscas hay en el vidrio de la ventana). Y aunque mejor vistos, los "pasatiempos", expresión autorreferencial si la hay, son medidas paliativas toda vez que el tiempo, en lugar de aparecérsenos como un horizonte de oportunidades, se nos antoja como algo que ha de ser engañado, ocupándolo ilusoriamente en la creencia de que nos liberaremos del vacío del aburrimiento.
Sanarse del aburrimiento
A menudo no puedo identificar exactamente qué me aburre. Heidegger lo ilustra con una situación por la cual, quien más, quien menos, todos pasamos alguna vez: una vez concluida una agradable velada con amigos, vuelvo a casa y me doy cuenta de que, en verdad, me aburrí espantosamente toda la noche. El "pasatiempo" no se dio en una situación, era la situación. Y la conciencia tardía del aburrimiento es la conciencia del vacío revelado en la toma de conciencia de que podría haber hecho otra cosa durante ese tiempo. En ese escenario, piensa el filósofo alemán, la tarea del aburrimiento es llamar la atención sobre esta ausencia. Este "tocar fondo", precisamente, puede ser el inicio del retorno hacia una dimensión existencial, haciendo del aburrimiento una experiencia que conduzca hacia la autenticidad. Pese a los esfuerzos heiedeggerianos redentores de ese estado del ánimo, se le ha criticado al filósofo alemán que, con su optimismo residual de creer que puede ser superado, permanece preso de la lógica de la transgresión.
A la solución de Heidegger de rescatar el aburrimiento como fuente redentora de sentido, se han contrapropuesto un puñado de terapias más pedestres. Por ejemplo, nos repetimos hasta el cansancio que el aburrimiento se cura a fuerza de sudor. Sin embargo, quien recurre al trabajo como remedio confunde la desaparición temporaria de los síntomas con la cura de la enfermedad. Ya Theodor Adorno asoció el aburrimiento a la alienación en el trabajo, idea ilustrada magníficamente por la célebre escena del clásico "Tiempos modernos", donde Chaplin encarna risueña y lúcidamente al obrero que, reiterando una y otra vez un único movimiento, se ha metamorfoseado en una mera prótesis de la máquina, con la cual comparte la ausencia de autodeterminación en el proceso productivo. Incluso la expresión "tiempo libre" alude al lapso en que no se trabaja, cuando en rigor de verdad no se es ni más ni menos libre en un tiempo que en otro, ni necesariamente tiene más sentido uno que otro.
Una vez desestimada la cura a través del trabajo, ¿acaso puede ser superado por un acto de la voluntad? Bien mirado, estimular a quien siente un profundo aburrimiento diciéndole algo así como "ponle ganas" es como ordenarle a un enano ser más alto de lo que es. Porque lo cierto es que el aburrimiento es más una cuestión de sentido que de pereza, desocupación o vagancia.
La aceptación
En lugar de hacer del aburrimiento, su destino, otros rescataron el ideal filosófico de la ataraxia, esa imperturbabilidad de ánimo gracias a la cual alcanzaríamos cierto equilibrio emocional, mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos. Lejos de ser malo, proclaman, es un sentimiento natural que nos asalta cuando sentimos que no somos productivos. Pero lo cierto es que si no se tolera cierto grado de ese mal, se vive una vida reducida a huir del aburrimiento. Frente a esa amenaza, y una vez resignados ante el factum del aburrimiento, se dice que en lugar de ser abolido, debería ser incorporado como un dispositivo tan funcional a la psiquis como lo suelen ser el temor, la ira o la indignación.
En una suerte de apología, lejos de buscar un antídoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condición humana. Como el nacimiento, el sexo o la muerte, una más entre las tantas otras por aceptar. O, por qué no, tal vez hasta por celebrar. Reconciliándonos con él, como cuando redescubrimos a un antiguo y entrañable amigo de quien, con el tiempo, aprendimos a querer sus defectos.
El tedio o el aburrimiento viene a compensar el exceso de diversión y felicidad (YO).
ResponderBorrarEs que no se me ocurre otra cosa... jejeje.
Un abrazo.
qué bueno es esto.. Me lo voy a imprimir para guardarlo. Da qué pensar.. Como aquella cita de Voltaire:
ResponderBorrar"El secreto de aburrir consiste en decirlo todo"
Salud!!
Vale la pena leerte.
ResponderBorrarTe dire que Burton me encanto, claro a la inversa para las damas!!!!
Tal vez mas que afuera este dentro nuestros las posibilidades de disuadir al aburrimiento........
No creo que sea externamente que se pueda lograr, se necesitan riquezas sanas, sencillas, tal vez no tan cultas y educadas.
Pienso que aquel que cree saberselas todo, ha de ser un ser que se aburre de lo lindo!!!
Pero tambien esta el aburrimiento que da la edad. Encontrar fuerzas para que no se instale y se convierta en tedio y luego en nada....
Gracias por visitarme, tus comentarios son muy apreciados.
Cariños
Para serte muy franca, casi nunca me aburro, quizá porque hago lo que me gusta, he dejado todo aquello que no trae felicidad a mi ser: amistades sociales que me dejan vacía y únicamente atiendo a personas con las cuales compartimos mucho de lo que somos.
ResponderBorrarPero tu post ha estado maravilloso y oye, no quiere decir que de repente el aburrimiento me toca la puerta... y sinceramente, es terrible.
Besos,
Shanty
A veces, el hecho de no hacer nada y tumbarse en el sofá viene muy bien y no debe entenderse como estar aburrido.
ResponderBorrarun abrazo.
Me da a mi que el aburrimiento es un estado patológico más que filosófico... El aburrido nace, no se hace...
ResponderBorrarMuchas veces se habla de aburrimiento confundiéndolo con el ahora mismo no tengo ganas de hacer nada o como una forma de instar a otro a compartir un momento haciendo otra cosa...
Ulises, ¿todo este artìculo, es para justificar filosòficamente el concepto de aburrimiento: como vacìo de sentido, como pèrdida de trascendencia del sujeto contemporàneo? En lo personal,considero, que la categorìa "aburrimiento" no nos sirve para explicar los fenòmenos complejos de las sociedades de consumo de nuestro siglo XX y del presente. A riesgo de caer en una interpretaciòn psicologista (lo prueban los comentarios anteriores) del problema. Por lo demàs, me es difìcil compartir la tesis del libro que citas de Lard Svendsen: "Filosofìa del Tedio" (reconozco que no he leìdo este libro): Aceptanco sin conceder ¿No crees, que quien sentò las bases del aburrimiento, fueron los filosofos de la ilustraciòn y no los romànticos. Por aquello de la muerte de Dios? Son los filòsofos y poetas romànticos (Novalis, Hölderlin, Marx, Schopenhauer) quienes toman conciencia de la pèrdida de unidad del hombre y sus creaciones, del hombre y de aquello que le da sentido y trascendencia. De la conciencia de un "paraìso perdido". ¿Porquè no, el tema de la soledad o el de la melancolìa, pueden ser categorìas que nos permitan explicar el mismo problema que planteas a lo largo del artìculo? Por lo demàs, esto no es nuevo en nuestra tradiciòn literaria hispanoamericana; mencionarè algunos ejemplos: Quevedo, Antonio Machado, Octavio Paz, pero es a partir de la segunda mitad del siglo XX que grandes poetas tienen por tema la soledad en nuestras sociedades contemporàneas. Para no ser tedioso,lor remito a mi post: "Soledad y otredad"
ResponderBorrarSaludos
Debe ser cierto que el aburrimiento se instala en las vidas. La sociedad gasta en ocio, todo tipo de ocio. La gente vive en una búsqueda de la felicidad y la diversión.
ResponderBorrarEn cuanto a la "parte Dios" tengo que decir que es quien ocupa parte importante del tiempo de muchas personas. Aporta felicidad a sus vidas. Entregan su tiempo de modo altruista y reciben mucho a cambio - segun como lo miren algunos es nada - Desde luego reciben felicidad y no quedan apenas minutos de aburrimiento.
Sin creer en Dios también sucede.
La sociedad busca, quizás, en caminos equivocados...
No me dejes "filosofar" que no paro!!! Ya tengo para todo el día...
Creo que el aburrimiento es un fuego interior nefasto, del cual podemos prescindir si así lo queremos, apagándolo con manantiales de voluntad y emprendimiento.
ResponderBorrarPues yo presumo de no aburrirme apenas y cuando tengo conciencia de estarlo, tomo medidas para atajarlo. Hay mucha gente que se aburre crónicamente por falta de recursos o de intereses y esto es una pena. Cuestión aparte es el aburrimiento ocasional que permite apreciar más el hacer cosas interesantes.
ResponderBorrarMe gusta tu bitácora, Ulysses. Te felicito por estas entradas tan completas y documentadas. Saludos
¿Aburrirse? ¿Què es eso?
ResponderBorrarQuien busque ò tenga què hacer, dificilmente se aburra.
Abrazos♥
Me voy a ¿aburrir? en la ducha. :) je je je.
ResponderBorrarLa verdad es que leerte, nunca es aburrido. La melancolía... me encanta la palabra, aunque no me gusta nada sentirla. Hace años leí muchos libros en los que la trama, básicamente, era la melancolía y, efectivamente, se consideraba como una enfermedad: autores nobeles que escribían su obras desde la melancolía, personajes melancólicos... y detrás de todo esto en realidad, lo que hay es aburrimiento. De la propia vida, supongo, y a veces, claro.
ResponderBorrarBueno, como siempre, es un gran placer venir a verte.
Te dejo besitos de cereza y chocolate.
Queralt.
En una ocasiòn conocì la felicidad. No fue lo que màs feliz me hizo.
ResponderBorrarMuy interesante e instructivo tu blog. Me gustò mucho.
Saludos
Quizá la profundidad de tus textos me ha impedido comentar,paso a menudo por aquí,pero no comento por falta de ánimo,por desánimo,por depresión,por falta de concentración para llegar a una lectura comprensiva hasta el final,por el tedio que me causa la vida,porque una se aburre de vivir dramas y tristezas,porque me he sentido disminuida por la tristeza infinita y quizá,como tú bien dices,aburrida de la existencia.
ResponderBorrarIntentaré no dejarte tan abandonado,hace ya más de un año que nos visitamos y es imperdonable por mi parte no escribirte unas palabritas.Un abrazo,amigo,no te he olvidado en ningún momento.
Quizás el hecho de tenerlo todo ... hace que la gente se aburra.
ResponderBorrarEn lugares de absoluta pobreza no hay tiempo para el aburrimiento, pues siempre están ocupados en ayudar a los demás , en buscar comida, en subsistir...
Lo más importante es no darle cabida al aburrimiento, porque en ese momento estas empezando a morir lentamente.
ResponderBorrarNo sólo es el tedio al trabajo diario por su continuidad, pasa con la comunicacion en todos los estados y aspectos y hay que darle la vuelta y intentar dejar a la mente volar y sacarla de esa caja que la esta oprimiendo y ahogando... para que empieza a ver la luz y por consiguiente vivir.
Amigo un abrazo sin llevar conmigo el tedio todo lo contrario, la alegría en este momento me desborda.
En España se suele decir:
ResponderBorrar-ME ABURRO
- PUES CÓMPRATE UN BURRO
Pero estoy segura de que al cabo de un tiempo, el asno también te cansaría...
Elogio de lo mismo
ResponderBorrar¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.
¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.
¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.
Gabriel Zaid
Y, algo màs de lo mismo…
Dejadme un rato, bárbaros contentos,
que al sol de la verdad tenéis por sombra
los arrepentimientos;
que la memoria misma se me asombra
de que pudiesen tanto mis deseos,
que unos gustos tan feos
hiciesen parecer hermosos tanto.
Dejadme que me espanto,
según soñé, en mi mal adormecido,
más de haber despertado que dormido;
contentaos con la parte de los años
que deben vuestros lazos a mi vida;
que yo la quiero dar por bien perdida,
ya que abracé los santos desengaños
que enturbiaron las aguas del abismo
donde me enamoraba de mí mismo.
Quevedo “Heràclito cristiano”
¿Y nos “aburre” lo mismo?...
Salud¡¡¡
QUERIDO AMIGO
ResponderBorrarMIL GRACIAS POR TODOS TUS MAILS Y COMENTARIOS DEJADOS EN MIS BLOGS.
NO TENGO PALABRAS PARA AGRADECERTE TUS EXPRESIONES.
MI AUSENCIA SE DEBE A SEVEROS PROBLEMAS FAMILIARES Y PERSONALES.
EN EL MES DE DICIEMBRE MI PADRE DE 84 AÑOS SE CAYO DESDE UNA ESCALERA DE TRES METROS, SI BIEN NO SE HA QUEBRADO NADA, SU ORGANISMO Y SUS ORGANOS RECIBIERON EL IMPACTO, CAUSANDO SERIAS HEMORRAGIAS EXTERNAS.
DEBIDO A ELLO HA ESTADO INTERNADO, INCLUYENDO LAS FIESTAS, Y EN ESTOS MOMENTOS ESTA CON INTERNACIÓN DOMICILIARIA, HOY CON LA LLUVIA QUE CAE EN MI CIUDAD LE TENGO QUE LLEVAR A LA CLÍNICA PORQUE COMENZÓ CON OTRA PATOLOGÍA.
SOY HIJA ÚNICA, POR ENDE FIRME CUIDANDO MI RELIQUIA : MI PADRE, UN PADRE MUY PRESENTE EN MI EXISTIR!
A LO EXPRESADO SE SUMO LA FALTA DE TRABAJO, DADO QUE SE CERRO LA EMPRESA DÓNDE TRABAJABA, POR LO TANTO A INICIAR OTROS HORIZONTES...
PRONTO HE DE REGRESAR CON TODO MI POTENCIAL ENRIQUECIDO CON LAS ENSEÑANZAS QUE ESTAS ÚLTIMAS VIVENCIAS ME HAN DEJADO.
TE ABRAZO DESDE ESTA TARDE LLUVIOSA, AGRADECIENDO CADA PALABRA EMITIDA POR TÍ, Y
SENCILLAMENTE
TE DEJO EL FARO DE MI SER PARA ACOMPAÑAR TU SENDERO.
MARY CARMEN
WWW.WALKTOHORIZON.BLOGSPOT.COM
TE DEJO MI PAZ!
HASTA PRONTO Y UN GRACIAS!
no conozco el aburrimiento pero sí la melancolía.
ResponderBorrarbicos,.
Releer el artìculo me ha llevado a reflexionar màs sobre el tema: Melancolìa y aburrimiento. Por el momento abordo el tema del aburrimiento.
ResponderBorrarSi es legìtima la diversiòn o entretenimiento para escapar de rutinas deprimentes o embrutecedoras. Demasiado grave es, cuando en una sociedad en su tabla de valores, el entretenimiento o diversiòn se convierte en valor supremo. Ciertamente, a partir de la 2a. mitad del siglo XX, paìses democràticos y liberales de Europa y Amèrica del Norte; desarrrollaron una economìa de bienestar, un relajamiento en la moral sexual y tambièn un espacio, cada vez màs creciente, de ocio. Esto ha traìdo aparejado una industria del entretenimiento y la publicidad màs pujante y avasalladora. Pero tambièn -y, es lo màs grave- una banalizaciòn de la cultura y una frivolidad generalizada, asì como un periodismo irresponsable que se alimenta del chisme y el escàndalo. Asì las cosas; ¿habremos de conformarnos con una cultura del espectàculo de "superficie y oropel" que se nos ofrece como diversiòn?
"La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresiòn còmoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mìnimo de esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a travès de sus manifestaciones peores: la complacencia y autosatisfacciòn." "La civilizaciòn del espectàculo" Vargas Llosa Rev. Letras libres No. 122
¿Estamos condenados a la cultura kitsch? Aquella que "pone sus miras en lo agradable, sin atender los mejor" ¿Què es lo mejor? ¿Què hacer para que nuestra vida adquiera sentido, dignidad y trascendencia ante nuestros ojos?
Les comento una anècdota que cuenta Rob Riemen sobre el poeta Joseph Brodsky, ganador del Nobel, quièn pudo escapar del totalitarismo soviètico y marchò hacia el exilio en E.U.A.; se sintiò profundamente conmocionado al ver lo que el mundo libre hacìa con su libertad. Brodsky hizo la siguiente observaciòn:
"Peor que la censura, incluso peor que la quema de libros, es la negligencia hacia la literatura, el no leer literatura. No se trata del destino del ser humano. La poesìa, el lenguaje de la literatura, es el ùnico instrumento que tenemos para comprender y comunicar nuestras experiencias y emociones màs profundas. Sin este lenguaje, las personas ya no podràn comunicar lo que yace en lo profundo de su ser. El ùnico lenguaje que nos queda es el lenguaje corporal, que es por definiciòn violento."
¿Què hacer ante una sociedad que considera que la diferencia entre Madonna y Mozart es una cuestiòn de gusto? Sòcrates nos recuerda:
"una vida sin exàmen no vale la pena ser vivida" Pues, de eso se trata. Plantearse preguntas importantes: ¿Còmo debemos vivir?
Salud!!!
el que se aburre es aburrido
ResponderBorrar10 PUNTOS Y NOS DEJAS PENSANDO...
ResponderBorrarMIL ABRAZOS... !!!EXCELENTE!!!
YO DIGO QUE TRATO DE NO ABURRIRME
TRATO DE HACER LO DE TODOS LOS DIAS DIFERENTE... TU LO HAS PUESTO DESDE TODOS LOS ANGULOS...
SALUDOS DESDE GUATEMALA
:-) (-;
Muchas gracias a todos quienes comentaron, un tema aparentemente aburrido, enriqueciéndolo con sus comentarios. Es cierto que la melancolía , el tedio y el aburrimiento son distintos, pero tienen mucho en común. El tema es muy extenso, gracias especialmente a Justino, quien publicó una réplica a mi post, léanla vale la pena. Que aburrido sería si todos estuviéramos de acuerdo.
ResponderBorrarYo creo que en parte el aburrimiento de estos tiempos que corren se debe al exceso de consumo que se da, sobre todo en los niños.
ResponderBorrar¿Dónde está el misterio?, la duda, el querer saber.
Dudo, luego existo, creo que todo tiene que ver con todo. Los grandes también vamos en la misma bolsa.
Excelente publicación, como nos tenés acostumbrados.
Te dejo un beso grande y todo mi cariño.:-)
Conozco muy de cerca a alguien que pasa aburrido,pero es porque no busca nada que hacer y el tedio es esa pasividad que sufren algunas personas y dan ganas de remecerlas para que se avispen un poco y creo que no tiene cura,¿o si?.Buen tema besos se me cuida ¿ya?
ResponderBorrar"lejos de buscar un antídoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condición humana"
ResponderBorrarMira pues por ahí si que te doy la razón. A mi me gusta aburrirme, estar tirando en el sillón...
jajajaja
Saludos!
Me gustó el texto; creo que he leído también algo de Baudelaire sobre el aburrimiento.
ResponderBorraragradeezco enormenente esta investigación. Y creo que hay muchas formas de trabajo. el aburrimiento es en realidad la enfermedad del aislamiento, la cual fue redescubierta por los monjes medievales y ocultada para evitar contradicciones dentro de la religión que se tenía como buena. por otro lado el libertinaje postmoderno la oculta también detrás de todas sus formas de dopaje. La postmodernidad es una trampa.
ResponderBorrarla acedia es la versón antigua, la melnacolía es la versión renacentista, y por ultimo el aburrimiento es lo que nos toca a todo antes de asumir una identidad en estos tiempos de confución. Pero, cualquiera de estas sensaciones son una iniciación a la realidad individual, una actitud determinada ante nuestras debilidades, las cuales son solo si las asumimos
ResponderBorraren defintitiva quería decir que toda sircunstancia tiene su enemigo, y tanto el del hombre moderno como del pensador antiguo. Es decir, el hombre moderno es el pensador antiguo, es el sueño del pensador antiguo, es el producto de todos los pensadores que gneraron este positivismo qye ahora nos gozamos hasta el suicidio. la única salida es la creación, como autores y co0mo degustadores. que afortunadamente no tiene que ser un beneficio burguez.
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