Me ven ahora

27 de marzo de 2012

Giannis Ritsos


Giannis Ritsos


Octubre 1940

Abren las ventanas
quienes saludan a aquellos que se van
y viceversa.
Las calles se llenaron de tambores y banderas.
Alzado el amanecer abandera nuestros sueños
y Grecia brilla entre las luces de nuestros sueños.
El sol lavado
con su cara limpia y mirando al hombre,
saluda las calles que van a la lucha.
Automóviles pasan llenos de gente.
Se despiden en las puertas y ríen,
después se escuchan las botas militares en el asfalto,
la gran canción de los pasos valerosos
que se alarga y se apaga en el fondo de la calle
como la estación nocturna con las luces apagadas.
Ahí esperan los trenes,
silban por un tiempo fuera de la ciudad,
se escuchan los disparos de despedida
y enseguida todo calla y espera.
Leemos los últimos encabezados:
Vencimos. Vencimos
¡Siempre gana la razón!
Un día vencerá el hombre.
Un día la libertad vencerá la guerra.
Un día venceremos para siempre.
Atenas, Noviembre de 1940, Giannis Ritsos.
Traducción: Alejandro Aguilar

La figura de la ausencia



Lo que se fue, aquí echa raíz, en la misma posición, triste, mudo

como un gran florero de casa que fue vendido alguna vez

en momentos difíciles,

y en la esquina de la recámara, ahí donde se sostenía el florero,

queda el vacío denso en la misma figura del florero, inmovible,

reluciendo claro en el rayo solar, cuando abren a veces

las ventanas,

y dentro del mismo florero, que ha cambiado su esencia

con la misma equivalente esencia del cristal del vacío,

queda de nuevo aquél mismo espacio, un poco más dolorosamente sonante

tan sólo.

Detrás del florero se distingue el color de la pared

más oscuro, más profundo, más onírico,

como si quedara la sombra del florero dibujada en un sarcófago.

Y, alguna vez, en la noche, en un momento silencioso,

o también en el día, entre las conversaciones,

escuchas en el fondo de ti algún sonido agudo, amargo y ondulante

como un dedo invisible que traspasara

aquél ausente, sensible, cristalino recipiente

Traducción: Alejandro Aguilar.


Mira, hermano mío

Mira hermano mío, cómo hemos aprendido a conversar
de forma muy tranquila y sencilla.
Nos entendemos ahora, no se necesita más.

Y mañana propongo volvernos aún más sencillos.
Encontraremos esas palabras que pesan lo mismo
en todos los corazones, en todos los labios.
Así, llamando al pan, pan y al vino, vino.[*]

Y de tal forma que sonrían los demás y digan
“Poemas así te hago cien cada hora”.
Eso queremos nosotros también.

Porque nosotros no cantamos para distinguirnos, hermano mío,
de la gente.
Nosotros cantamos para juntar a la gente.

Traducción de BEATRIZ CÁRCAMO
[NOTA:
* La expresión en traducción literal es “llamar a los higos, higos y a la artesa, artesa”]

26 de marzo de 2012

Poetas griegos surrealistas ( Giorgos Sarantaris)-(Estambul 1908 – Atenas 1941)


Giorgos Sarantaris (Constantinopla, 1908-1941), fue hijo de un comerciante que se mudó a Bolonia, donde el poeta pudo conocer la vida literaria de la villa, donde estudió leyes, pudiendo comparar esta vida y esas literaturas con las decadentes de la Atenas de entonces. Desde su juventud mostró un talento excepcional para la poesía y un notable conocimiento de los asuntos estéticos de los años de entreguerras. Regresó a Atenas en 1931, dando a la poesía griega nuevos aires y bríos. Al estallar la Segunda Guerra Mundial se alistó en las fuerzas armadas y marchó al frente de Albania, donde enfermó y murió. Entre sus mas celebrados libros de poemas figuran Los amores del tiempo (1933), Estrellas (1933), El cielo (1934), Carta para una dama (1936) y A los amigos de la otra alegría (1940). Escribió también crítica literaria y textos filosóficos.


He visto el cielo…

He visto el cielo con mis ojos,
con mis ojos abrí sus ojos,
con mi lengua habló.
Nos hicimos hermanos y platicamos.
Pusimos la mesa y cenamos
como si todo el tiempo estuviera frente a nosotros.

Recuerdo que el sol reía.

Que reía y lloraba, lo recuerdo.

En otro tiempo el mar…

En otro tiempo el mar nos había levantado en sus alas,
junto con él bajábamos al sueño,
junto con él pescábamos los pájaros en el aire.
En aquellos días nadábamos entre las voces y los colores.
En las tardes nos acostábamos bajo los árboles y las nubes.
En las noches despertábamos para cantar.
Era entonces el tiempo tempestad, catástrofe del mundo.
Y sólo después, silencio,
pero nosotros íbamos sin que nadie nos impidiera
esparcirnos y alegrarnos.
De los montes a las montañas nos conducía la Galaxia
y cuando faltaba el mar, estaba cerca Dios.

Sueño.

Como nube blanca
tu sombra cubre el sueño
en el paraíso difícil de encontrar donde duermo.
Escucho cómo cantas bajo el sol,
pero entre tu voz me mareo
y no veo el cielo.

La poesía.
(Prólogo)

No puedo encontrar ya, qué quiere decir poesía. Se me va la idea.
Lo sabía, pero ahora se me va. Si alguien me preguntara
en este momento, me avergonzaría. Porque estando
en el fondo seguro que la poesía es una esencia,
inmutable como la vida. Y escondo, me escondo, algo
escondo, de alguien me escondo. Cuando comienzo a volverme
loco, y me apeno.

¿Pero la poesía? Alguien será capaz de decir
a los otros, no a mí. ¡Aunque sé qué es poesía huyo!

Alma.

Conciencia, manifestación de conmoción,
te burlas de la existencia.

Los amores del tiempo
frecuentan tus paisajes,
tiemblas en las hojas del ser,
llenas el universo,
no conoces la salida,
anhelas viajes.

En tus espaldas aletea el mundo,
te baña de luz el sol.

El sueño entre los ojos.

El sueño entre los ojos canta
como si fuera el agua de la fuente,
como si fuera el pastor del cuento
que tenía barba blanca
y recogía niños para mandarlos al cielo.
Allá están ellos, antes de que él muera.

Hablo…

Hablo porque existe un cielo que me escucha.
Hablo porque hablan tus ojos
y no existe mar ni existe ahora
donde tus ojos no hablan.

Tus ojos hablan, yo bailo.
Un poco de rocío hablan y yo bailo.
Un poco de hierba pisan mis pies.
El viento, que nos escucha, sopla.

Existencia.

Existencia,
regalo en nuestra cándida esencia,
risa que graba
la noche que nos abarca.
Sobre los álamos
dejó su corona.

Trae al bosque dormido
el susurro del sueño
que a nosotros los silenciosos
despertó.

El viento y la primavera.

El viento corre entre nuestros corazones
como cielo que perdió su camino.
Árboles intentan atarle las manos,
pero en vano se esfuerzan.

El viento respira entre nuestros corazones
como ejército que se lanza a la lucha.
Le da la bienvenida la primavera en el valle,
lo saludan los aromas de la tierra.

La primavera es un virgen que conocimos
y que a todos nos besó con ánimo antes de que se lo pidiéramos.
Ahora abraza al aire y enloquece
y nos obliga a amarlo.

El poco tiempo de los pájaros.

Entre el cielo inmenso,
el poco tiempo de los pájaros.
¿Es tristeza?
¿Es dicha?
La luz viene,
elige a los pájaros.
La luz destruye.
Entre nosotros siempre uno,
aquél que conoce la juventud del cielo
y que vuela con los pájaros
entre el éter.

(24.5.1936)

Nuestro corazón.

Nuestro corazón es una ola que no rompe
en la costa. ¿Quién adivina el mar
de donde sale nuestro corazón? Pero es
nuestro corazón una ola secreta, sin espuma.
Sin hablar toca tierra. Y sin ruido sube
por el relieve de un anhelo, que no conoce

Hablo
Hablo porque existe un cielo
que me escucha
porque me hablan tus ojos
y no hay mar ni país
donde los ojos no hablen
Hablan tus ojos y bailo
hablan del rocío y yo bailo
mis pies van sobre la hierba
y el viento, que nos oye, sopla.
El mar de aquellos tiempos
El mar, en aquellos tiempos,
nos había levantado en sus alas,
y bajábamos al sueño
y pescábamos en el aire los pájaros
En el día nadábamos en las voces y colores
y en las noches nos tirábamos bajo los árboles y las nubes
Despertábamos para cantar
Fueron tiempos tempestuosos
y sólo cuando regresaba la tranquilidad
nos íbamos sin que nada molestara la alegría
Desde las rocas hasta las montañas nos guiaba la Galaxia
y cuando nos faltaba la mar estaba Dios.
Te escribo versos
Te escribo versos
y no sé
qué es lo que no me deja besarte.
No es el mar,
no es el cielo,
nada me lo impide
- no te beso y no sé si te amo.
Vientos
Los pájaros que escuchábamos
dejaron de ser pájaros;
de repente se hicieron vientos
que nos enloquecen.
De la belleza
La más dulce virgen
adorna un cuarto
y hace feliz el pensamiento.
Diremos que somos felices
y que es nuestro turno
de ser inmortales.
Besar la belleza
en la boca
y en su fino vestido.


Traducción: Alejandro Aguilar

25 de marzo de 2012

Kostas Karyotakis-Domingo

 

Domingo


El sol a lo más alto ascenderá

hoy que es domingo.

Sopla el aire y mueve

un almiar en aquella colina.



Pondrán lo de las fiestas, y todos

tendrán un corazón ligero:

mira a los niños en la calle,

fíjate en las flores en el huerto.



Ahora campanas que tocan,

son Dios en verdad.

Más allá, las nubes se desvanecen

y crece el cielo.



Deja al mundo en su dicha

y ven, mi alma, para que te cante,

como una cancioncita alegre,

una canción de la muerte.


De Poemas y Narraciones, Hermes, 1972.

Traducción: Alejandro Aguilar.

24 de marzo de 2012

El valioso y amado árbol de los griegos.




"Olivo" en escritura lineal A

Desde hace miles de años, el árbol por excelencia del mediterráneo, el olivo, coexiste con sus pueblos, se ha conectado con su cotidianidad y sus hábitos y, habiendo superado los límites del paisaje, ha dejado sus huellas en todas las culturas que se desarrollaron a su alrededor.

Olivo, un regalo de la naturaleza, una palabra-clave para la comprensión de la evolución de muchas regiones, pero también un motivo para que viajes siguiendo sus caminos y su rica historia alrededor del Mediterráneo, el Mediterráneo del Olivo.

La idiosincrasia de los pueblos y de las sociedades se forma, además de otras cosas, también a través de su diálogo con la naturaleza que los rodea.

Para los griegos y los otros pueblos mediterráneos, si debiéramos nombrar una característica de su naturaleza familiar, un árbol frutal que influyó no solamente en la realidad social y económica, sino también en el campo de su práctica de alabanza, de las glorificaciones y de las costumbres, el primer lugar lo tendría, sin lugar a dudas, el olivo.

Olivo
"Árbol lleno de cuentos patrogénicos,
lo siente cada uno
como bendición y como resguardo"
(I.M. Panagiotopoulos)

El olivo como árbol salvaje apareció por primera vez en el Mediterráneo oriental, ahí donde se desarrollaron algunas de las más antiguas civilizaciones.

Recientes investigaciones arqueológicas en las Cicladas, el corazón del Egeo, han dado a la luz fósiles de hojas de olivo, los cuales, de acuerdo con métodos de medición cronológica, parecen tener una edad de 50 – 60 mil años.

Con pocas gotas de aceite del candil de San Nicolás, los navegantes apaciguaban el mar…

Fuente insuperable de vida, el olivo está presente en los textos de los escritores y poetas griegos antiguos y contemporáneos.

Encantados por su luz y las sensacionales historias de sus antepasados que sólo él sabe narrar tan bellamente, le componían himnos como a pocos árboles porque lo amaban mucho.

Sin el olivo, el paisaje griego sería tan pobre y los artistas y poetas griegos habrían perdido una única fuente de inspiración.

Alrededor de un mediodía de julio…
si no hubieran habido oliveros…
los habría creado.
(Odysseas Elytis)

A quien come aceite, pan y pita con aceite,
no lo tocan las flechas de la muerte.
(Mantinada cretense)

El uso del árbol de la oliva y de sus productos en las ceremonias antiguas determinó desde muy temprano su simbolismo como árbol del bien, dándole una posición de distinción.

Valioso y amado árbol de los griegos y de los otros pueblos mediterráneos, relacionado con el renacimiento y la luz, sigue siendo considerado hasta hoy un regalo divino, símbolo de paz, cuidado y fertilidad.

El aceite de oliva, como el trigo y el vino, constituye en la alabanza moderna un bien religioso y se utiliza en muchas ceremonias de la religión cristiana ortodoxa.

El olivo fructifica casi exclusivamente en la región cercana al Mediterráneo y su modo de cultivo constituye un factor básico de conservación del ecosistema.

Vive y ofrece frutos por siglos, se cultiva en todo suelo, ama el clima mediterráneo, pide cuidados mínimos y se obtiene su valor completamente como fruto, follaje y madera.

El olivo contribuye a la disuasión de la erosión del suelo en regiones con el fenómeno agudizado de la desertificación y constituye un factor primario de desarrollo de regiones con problemas serios de ocupación y cohesión.

Olivo, símbolo de sosiego, fertilidad, paz. Sus ramas se transformaron en coronas para coronar a los vencedores de los juegos olímpicos y el valioso jugo de sus frutos, el aceite de oliva, era el premio para los vencedores de los famosos Juegos Panateneos que se realizaban en honor de la diosa Atenea.

Hoy existen en Grecia alrededor de 150.000.000 árboles de olivo, funcionan 2.800 molinos de oliva y 500.000 familias viven del cultivo del olivo, ya que en bastantes – principalmente infértiles – regiones, el aceite de oliva constituye el ingreso exclusivo de los habitantes.

La presencia del olivo, por milenios, en tierra griega y en regiones del mediterráneo, además de la vida cotidiana y los hábitos de alabanza, influyó en las costumbres de los pueblos que vivieron y viven bajo su sombra, creando con el paso de los años una cultura completamente especial, la Cultura del Olivo.

Dice el olivo a su amo:
"Cuídame para alimentarte.
Riégame para enriquecerte."
(Dicho del Mediterráneo)

22 de marzo de 2012

Odiseas Elitis




Pseudónimo de Odiseas Alepudeli de Panayioti, Premio Nacional Griego de Poesía en 1960 y Premio Nobel de Literatura en 1979, es considerado como uno de los principales representantes de la poesía griega contemporánea, junto con Solomós, Palamás, Cavafis y Seferis. Su obra más conocida es el extenso poema Axion esti, conocido en español como Dignum est (1959).



De Odiseas Elitis: ADAGIO de su libro "Orientaciones"
Ven a que disputemos juntos desde el sueño la indolente almohada que navega en la vecina luna. Cabezas sin tempestades y las dos juntas balanceantes deslizándose para llenar la playa con algas y estrellas. Porque mucho habremos vivido entre lágrimas el centelleo y amaremos la justa calma.
¡Ángeles si no son los ángeles con depravados violines para orear los espacios de una noche con eólicas luces y almas campanas! Que flautas paseen en el aire livianos deseos, levemente inclinados. Besos atormentados o besos perlas en remos acuáticos. Y más profundamente en las encendidas grosellas, poco a poco los pianos de la rubia voz, las medusas que nos mantendrán el viaje convenientemente lento. Tierras firmes con pocos, con pensados árboles.
¡Oh! ven a que juntos fundemos los sueños, ven a que juntos demos la calma. No estará ya en el solitario cielo salvo el corazón que se empapa de amargura salvo el corazón que se empapa de hechizo, no estará salvo el corazón que pertenece a nuestro propio cielo solitario.
Ven a mi hombro a soñar porque eres una mujer bella. Oh eres una mujer bella. Oh eres bella. Bella.

 EL MONOGRAMA

Es temprano todavía en este mundo, me oyes
No han sido domesticado los monstruos, me oyes
Mi sangre perdida y el aguzado, me oyes
Puñal
Que corre como carnero por los cielos
Y quiebra las ramas de las estrellas, me oyes
Soy yo, me oyes
Te amo, me oyes
Te tengo y te llevo y te visto
Con el blanco traje nupcial de Ofelia, me oyes
Dónde me dejas, adónde vas y quién, me oyes
Te toma de la mano por encima de los diluvios
Enormes lianas y lava de volcanes
Llegará el día, me oyes
En que nos entierren y miles de años después, me
oyes
Nos convertirán en rocas brillantes, me oyes
Para que sobre ellas luzca la crueldad, me oyes
Humana
Y en cinco mil añicos nos arrojará, me oyes
A las aguas uno-a-uno, me oyes
Mis amargos guijarros cuento, me oyes
Y es el tiempo una gran iglesia, me oyes
Donde a veces en las imágenes, me oyes
De los santos
Surgen lágrimas verdaderas, me oyes
Y las campanas abren en lo alto, me oyes
Un hondo pasaje que permita mi paso
Aguardan los ángeles con cirios y fúnebres salmos
No voy a ninguna parte, me oyes
O ninguno o los dos juntos, me oyes
Esta flor de la tormenta y, me oyes
Del amor
De una vez para siempre la cortamos, me oyes
Y no habrá de florecer de otra manera, me oyes
En otra tierra, en otra estrella, me oyes
No existe el suelo, no existe el mismo aire, me oyes
Que tocábamos, me oyes.
Y ningún jardinero tuvo la dicha en otros tiempos
Después de tanto invierno y tantos vientos fríos,
me oyes
Que nazca una flor, sólo nosotros, me oyes
Levantamos toda una isla, me oyes
Con grutas y cabos y acantilados florecidos
Oye, oye
Quién habla a las aguas y quién llora - ¿oyes?
Quién busca al otro, quién grita - ¿oyes?
Soy yo que grito, soy yo que lloro, me oyes
Te amo, te amo, me oyes.

 LA BELLA DE LAS BELLAS EN EL JARDÍN

Despertaste la gota del día

sobre el comienzo del canto de los árboles.
¡Oh, qué bella que estás
con tus alegres cabellos desplegados
y con la fuente donde viniste abierta
para que te oyera que vives y que avanzas!

¡Oh qué bella que estás,

corriendo con el plumón de la alondra
en torno a las fragancias que te soplan,
como sopla el suspiro la pluma
con un gran sol en los cabellos
y con una abeja en el resplandor de tu danza!

¡Oh qué bella que estás

con la nueva tierra que sufres
desde la raíz hasta la cima de las sombras,
entre las redes de los eucaliptos,
con la mitad del cielo en tus ojos
y con la otra en los ojos que amas!

¡Oh qué bella que eres

según despiertas el molino de los vientos
e inclinas tu nido a la izquierda
para que no vaya perdido tanto amor,
para que no se lamente ni una sombra
en la mariposa griega que encendiste!

¡Arriba con tu matinal delectación

colmada del césped del amanecer,
colmada de los pájaros oídos por primera vez!
¡Oh qué bella que estás,
tirando la gota del día
sobre el comienzo del canto de los árboles!

© Odiseas Elitis (1911-1996), de "Orientaciones"

Versión en castellano: © Ramón Irigoyen

21 de marzo de 2012

Jorge L. Borges, Adolfo Bioy Casares- CUENTOS BREVES Y EXTRAORDINARIOS (selección)



LA SENTENCIA
Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperadoraccedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antesde la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
-Cayó del cielo.
Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó:
-Que raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
Wu Ch'eng-en (c. 1505-c. 1580).

DIFICIL DE CONTENTAR
Kardan cayó enfermo. Su tío le dijo:
-¿Qué deseas comer? La cabeza de dos corderos.
-No hay.
-Entonces, las dos cabezas de un cordero.
-No hay.
-Entonces no quiero nada.
Ibn Abd Rabbih, Kitabal idq el farid, tomo III.

.
LOS BRAHMANES Y EL LEÓN
En cierto pueblo había cuatro brahmanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los hombres pueden saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber; solo tenía cordura. Un día se reunieron. ¿De qué sirven las prendas, dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no  ganamos dinero? Ante todo, viajaremos.
Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor:
-Uno de nosotros, el cuarto, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura, nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se vuelva a su casa.
El segundo dijo:
-Esta no es manera de proceder. Desde muchachos hemos jugado juntos. Ven, mi noble amigo, tú tendrás
tu parte en nuestras ganancias.
Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo:
-Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.
El primero dijo:
-Sé componer el esqueleto.
El segundo dijo:
-Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.
El tercero dijo:
-Sé darle la vida.
El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El tercero se disponía a
infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó:
-Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.
-Eres muy simple -dijo el otro-. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.
-En tal caso -respondió el hombre cuerdo- aguarda que me suba a este árbol.
Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó que se alejara el león, para bajar del árbol y volver a su casa.
Panchatantra, siglo II, a.c.

EUGENESIA
Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que les permitiera usar de la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedida la venia, el parto fue normal.
Drummond, Ben Ionsiana (c. 1618).


LA SOMBRA DE LAS JUGADAS
En uno de los cuentos que integran la serie de los Mabinogion, dos reyes enemigos juegan al ajedrez, mientras en un valle cercano sus ejércitos luchan y se destrozan. Llegan mensajeros con noticias de labatalla; los reyes no parecen oírlos e inclinados sobre el tablero de plata, mueven las piezas de oro.
Gradualmente se aclara que las vicisitudes del combate siguen las vicisitudes del juego. Hacia el atardecer,uno de los reyes derriba el tablero, porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentadole anuncia: -Tu ejército huye, has perdido el reino.
Edwin Morgan, The Week-End Companion to Wales and Cornwall (Chester, 1929).

20 de marzo de 2012

Poemas Griegos- G. Seferis

Giorgos Seferis

De nombre Giorgios Stylianou Seferiadis, se trasladó con su familia a los catorce años a Atenas. Más tarde marchó a París, estudiando Derecho en La Sorbona, y al regresar a Atenas entró en la carrera diplomática, ejerciendo cargos en consulados de Londres y Albania. Comenzó a publicar en 1931, y durante la Segunda guerra Mundial, se exilió a Creta, Egipto, Sudáfrica e Italia. Tras la guerra, siguió en la diplomacia, ocupando varios cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores y fue nombrado embajador en el Reino Unido hasta 1962, año en el que se retiró. Recibió numerosas distinciones y honores, siendo Doctor Honoris Causa por varias universidades, y recibiendo el Premio Nobel de Literatura en 1963.



Anhelo



Sin color, sin cuerpo
este cariño que vaga
disperso, apiñado,
una y otra vez disperso,
palpita sin embargo
en el bocado de la manzana,
en la incisión del higo,
en una cereza grana,
en el grano de un racimo.

Tanta Afrodita difusa por el aire
dará sed y palidez
a una boca y a otra boca
sin color, sin cuerpo.

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Balance


He viajado, me he cansado y escrito poco
pero pensé mucho en el regreso, cuarenta años.
El hombre en todas las edades es un niño:
la ternura y la brutalidad de la cuna;
a lo demás le pone límite la mar, como a la orilla,
a nuestro abrazo y al eco de nuestra voz.
1954 ?

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Caligrama


Las pirámides
son los senos de la arena
donde mama el cielo
y esta palmera
es el falo del sol
hincado en la soledad absoluta
15-XI- 1942

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Desasosiego


Por apagar su sed pugnaban tus labios
en busca del fresco prado regado del Eurotas
y tú a galope en pos de tu lebrel, no te alcanzaron
y de las puntas de tus senos destilaba el sudor.
Junio 1946

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Epigrama


Un borrón en el verde secante
un verso apagado sin final,
una pala de ventilador estival
que ha cortado el denso calor;
el ceñidor que se quedó en mis manos
cuando el deseo cruzó a la otra orilla
-esto es lo que puedo ofrecerte, Perséfone,
apiádate de mí y concédeme el sueño de una hora.

Octubre 1939

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Epitafio


Los tizones en la niebla
eran rosas enraizadas en tu corazón,
la ceniza velaba tu rostro
cada mañana.

Desbrozando sombras de cipreses
te marchaste el otro verano.

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Flores de la roca


Flores de la roca frente al verde mar,
vetas que me evocan otros amores,
bruñidas por la lentitud de la llovizna,
flores de la roca, semblantes
que llegaron cuando nadie hablaba y que me hablaron
cuando me dejaron tocarlas después del silencio
entre los pinos, las adelfas y los plátanos.

De "Poesía completa" Alianza Editorial, Madrid, 1986
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Se abre otra vez la herida de mi pecho
cuando declinan las estrellas y se hacen una misma
sangre contra mi cuerpo
cuando el silencio cae bajo los pasos de los hombres.

Estas piedras que se hunden en el tiempo ¿hasta dónde
me arrastrarán?
El mar, el mar ¿quién podrá agotarlo?
Cada mañana veo las manos que hacen señas
al buitre y al halcón
atada a este peñasco que el dolor ya ha hecho mío,
miro los árboles cómo respiran la negra calma de los muertos
y luego la sonrisa sin despliegue de las estatuas.


De (Mythistórima) (1935)
Traducción: Selma Ancira y Tomás Segovia.

17 de marzo de 2012

Te estoy llamando - Idea Vilariño


Idea Vilariño (Montevideo, 18 de agosto de 1920 - idem,28 de abril de 2009) ;poeta, ensayista y crítica literaria uruguaya perteneciente al grupo de escritores denominado Generación del 45. Dentro de sus facetas menos conocidas se encuentran la de traductora, compositora y docente

TE ESTOY LLAMANDO


Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.

Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.

Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.

15 de marzo de 2012

AHORA QUIERO COMPARTIRTE Ángel Aguirre S.


AHORA QUIERO COMPARTIRTE


Era en aquellas tardes,
las últimas,
cuando el mundo corría más deprisa para abrigarnos,
cuando los paraguas se replegaban tras la puerta,
levantando charcos azules sobre los azulejos desgastados de nuestros pasos.

Era en las tardes últimas,
cuando los besos pesaban en nuestras bocas como grandes monedas,
cuando la noche era tan ágil que nos envolvía con sus brazos
sin darnos tiempo a cerrar los ojos,
o a encender una luz ante la cual nunca nos desnudamos. (Por equivocación).

Era en aquellas tardes,
cuando los besos se cubrían de otoño para descender tranquilamente
a nuestras bocas,
fatigados,
de tantas palabras y pasiones que siempre despertaban a la misma hora.

Era en aquellas tardes,
las últimas,
cuando el mundo corría más deprisa para abrigarnos…

Ahora…
antes que la mañana robe lo que nos queda en los bolsillos,
antes que se lleve las estrellas que encierras en tu boca
y las rompa sobre tus pechos,
confundiendo el alcohol y las palabras entrecortadas que nos envuelven.

Antes quiero compartirte,
como un vino rojo y encendido a través de las manos,
como un poema inconcluso que se detiene en tu cintura,
elipse deshabitada,
hasta ascender al crimen perfecto de tus labios,
a esperarme.

Ahora quiero compartirte,
para que el día no me encuentre desnudo
y vuelto de espaldas a tu nombre.

Ángel Aguirre

Jorge Edwards - L A H E R I D A (Cuento)

El escritor chileno Jorge Edwards recibe (24 de abril de 2000) de manos del Rey Juan Carlos el premio Cervantes 1999, en una solemne ceremonia celebrada en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.


Los muchachos trepaban al muro en una parte semiderrumbada, y avanzaban, con grandes precauciones, por la cima. Uno de ellos se aferró a las ramas de un árbol que estorbaban el paso, pero ante las violentas protestas de sus seguidores tuvo que continuar. Pronto las paredes de la casa lo ocultaron.
-¡La vuelta al mundo! ¡La vuelta al mundo! -gritaban, y las voces permanecían vibrando en la tarde aletargada, calurosa.

Tras de mirar al suelo, melancólico, Pedro se lanzó por el tobogán. Cayó en el cuadrado de arena y se puso de pie, restregando sus manos. No todos habían partido al muro; algunos conversaban en pequeños grupos, o jugaban, o contemplaban, con lánguido ensimismamiento, algún punto vago del jardín. Don Ernesto, dueño de casa, y las señoras Amelia y Soledad, que ocupaban las sillas de lona de la galería, habían dirigido hacia él sus miradas. Maquinalmente comenzó a subir la escala de nuevo.

Quizás en qué pensaba cuando propusieron la idea de recorrer el muro. El hecho es que, sin él darse cuenta, lo dejaron solo, y ahora resultaba humillante plegarse, sin una expresa invitación, a las filas. Era preferible fingir que continuaba en el tobogán por su propia voluntad.

Cuando estuvo arriba, vio el tejado de planchas oscuras, calcinadas por el calor. Los gritos llegaban desde lejos. Ninguna brisa, bajo el sol ardiente, removía el aire.
Pedro se sentó en la cumbre del tobogán. Lo más avanzados de la fila fueron apareciendo. Caminaban silenciosos, cansados de gritar, y con mucho mayor soltura. Uno de ellos que había levantado la vista, la fijó en él fugazmente, sin parecer extrañarse de su aislamiento. Siguió caminando, con la vista clavada en el angosto sendero.
"¡No tengo nada que ver con ellos! -pensó Pedro, frunciendo los labios con furia-. ¡No debí venir a la fiesta!"
Los primeros comenzaron a descolgarse del muro. En grupos desiguales, se acercaron a la casa. Don Ernesto se hallaba tendido en la silla, con los pies cruzados y entrelazadas las manos. Por su rostro extendíase una plácida sonrisa:
-¿Ninguno se rompió algún hueso?
-¡No! ¡Ninguno!
-Digánle que no sigan. Ya es hora de que tomen té.
Los ojos de uno de los muchachos toparon sorprendidos a Pedro:
-¿Qué haces ahí todavía?
-Nada. Es que me dio flojera seguirlos a ustedes.
-¡Bájate! Vamos a ir a tomar té.
Pedro lo miró sin contestar. Después de un momento, se dió un impulso, sintiendo, mientras caía, una sensación extraña y dolorosa en la mano izquierda, como si la hubiera herido algo caliente. Se puso de pie, sacudiéndose con la otra mano, y vió con asombro que la izquierda estaba cubierta de sangre.
-¡Miren! -exclamó-. ¡Miren lo que me hice!
Los que pasaban cerca se volvieron:
-¿Qué te pasó?
Se acercaron, curiosos, y un grupo cada vez mayor fue formándose alrededor de Pedro.
-¿Qué le pasó? -preguntaban.
-Seguro que fue un clavo salido...
-Claro. Seguramente...
-Eso ha sido -dijo Pedro con tranquilidad.
Escurriéndose por entre sus dedos, la sangre goteaba en la arena.
-A ver. Déjenme pasar. -Intimidados, los muchachos abrieron paso a don Ernesto. Las dos señoras se mantuvieron a prudente distancia, muy preocupadas, mientras inspeccionaba por ellas un señor corpulento y de bigotes.
-No es nada -les anunció el señor, después de un rápido vistazo.
La expresión de las señoras, sin embargo, era tensa.
-¡Cómo sale la sangre! -dijo alguien.
La visión de su sangre le había producido a Pedro una mezcla de inquietud y orgullo. El era, de pronto, el personaje principal de aquella tarde.
La señora Soledad, que no había podido verlo hasta se instante, contrajo los músculos faciales y se llevó una mano al mentón:
-¡Está pálido como un muerto!
-Ven -dijo don Ernesto. Lo empujó suavemente por un hombro-. No es nada tu herida; un poco de yodo y se te sana.
Los muchachos lo dejaron pasar y aprovecharon para observar su mano con extremada atención. El la llevaba en alto, para no mancharse con la sangre.
Al oír hablar de yodo, uno de ellos puso una expresión adolorida:
-¡Eso arde como caballo!
. Pedro sintió que sus piernas apenas podían sostenerlo. Se nublaba su vista. Ante la perspectiva del dolor, prefería, sin duda, que la herida no sanara tan luego. Caminó despacio, mientras el malestar amainaba.
-Bueno, niños -dijo don Ernesto, una vez que llegaron a la galería-. Ustedes sigan jugando, no más. No se preocupen de Pedro.
Lo hizo penetrar en un gran salón semioscuro y de agradable frescura; el calor del verano, al parecer, se había detenido en los umbrales.
-Por favor, Amelia -dijo, mirándola con aire profesional-. ¿Por que no me traes un frasquito de yodo y un poco de algodón? Siéntate, Pedro -agregó en seguida-; después te voy a dar un coñac y vas a ver cómo te sientes mejor inmediatamente.
El malestar había disminuido, pero el corazón de Pedro palpitaba con fuerza increíble.
-¡Claro! -exclamó el señor de bigotes, como si hubieran aludido una de sus opiniones favoritas-; con el coñac se va a sentir como nuevo.
-¿Quieres que le traiga un poquito? -preguntó, desde atrás, la señora Soledad, que hasta ese momento guardaba un atento y circunspecto silencio.
-Por favor. ¿Por qué no traes una copa chica?
Pedro, también por orden de don Ernesto, se tendió en un diván, junto a un cojín negro bordado con hilo de diversos colores.
-¿Duele mucho el yodo? -preguntó, y su voz quería pedir indulgencia y, al mismo tiempo, pasar inadvertida.
. -No -dijo don Ernesto-. ¡Qué te va a doler! Te arde un ratito, nada más.
Pedro se acomodó en el diván, pese a que las últimas palabras no lo tranquilizaron por completo.
La señora Amelia trajo un frasco muy pequeño y un pedazo de algodón.
Tomando el algodón, don Ernesto lo empapó en el yodo que le ofrecía la señora Amelia, y lo aplicó sin demora, con vigor, sobre la herida.

* * *

-¿Cómo te sientes ahora?
-Bien. -dijo Pedro, colocando la copa de coñac encima de una mesa. Su rostro estaba rojo, y sentía, por todo el cuerpo, un calor reconfortante.
-Diles a los niños que vengan un rato, si quieren -dijo don Ernesto a la señora Amelia-. Mejor que este hombre aún descanse un poco.
Pedro sentía una sensación muy agradable; una profunda calma. Ni siquiera recordaba su exasperado sentimiento de soledad y humillación; ahora era como si todos giraran alrededor suyo.
Los muchachos comenzaron a entrar en la pieza en penumbra muy serios y en correcto orden. Poco a poco lo fueron rodeando.
-¿Cómo te sientes?
-Bien. -dijo él-. Me siento perfectamente.
Los de atrás levantaban la cabeza, llenos de impaciencia por mirarlo. Transcurrieron momentos de embarazoso silencio.
-Bueno, entonces. Después ven al jardín. Nosotros vamos a estar allí hasta más tarde.
-Muy bien -dijo Pedro-. En el jardín nos juntamos. Y gracias por la visita. -Esbozó una sonrisa.
-Hasta más rato -dijeron ellos. Salieron lentamente, sin atropellarse, y se alejaron por un corredor. Luego Pedro los oyó precipitarse al jardín y resonaron sus gritos, confusos y lejanos. El se sintió contento de poder estar unos minutos solo, aunque no dejaba de temer que una de las señoras llegara, con el propósito de hacerle larga compañía. Los gritos, entretanto, de nuevo despreocupados e indiferentes, llegaban desde muy lejos, desde la cercanías del muro semiderruido.



Antología del Nuevo Cuento Chileno
Enrique Lafourcade
Zig-Zag
1954