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Y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos, pienso en Dean Moriarty, y hasta pienso en el viejo Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos, sí, pienso en Dean Moriarty.
B-
Y cuan poco va quedando de cada individuo en el tiempo inútil como la nieve resbaladiza, de qué poco hay constancia, y de ese poco tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan sólo una mínima parte, y durante poco tiempo: mientras viajamos hacia nuestra difuminación lentamente para transitar tan sólo por la espalda o revés de ese tiempo, donde uno no puede seguir pensando ni se puede seguir despidiendo. Adiós risas y adiós agravios. No os veré más ni me veréis vosotros. Y adiós ardor, adiós recuerdos.
C-
Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y esta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.
D-
¿Qué hay detrás de la ventana?
E-
De
esta fiesta mundial de la muerte, de este terrible ardor febril que
incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, ¿se elevará algún día el
amor?
F-
Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: de la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, sólo poseemos simples nombres.
G-
Porque cada beso humano es también una respuesta –a su manera distorsionada y tierna- a una pregunta que no se puede formular con palabras.
H-
Seguiré enfadándome, seguiré discutiendo, expresaré
inoportunamente mis ideas, continuará erigiéndose un muro entre el
santuario de mi alma y los demás, incluso me sucederá esto con mi mujer.
Seguiré culpándola de mis sobresaltos y arrepintiéndome de ello,
seguiré rezando sin que mi razón comprenda por qué lo hago. Pero ahora
toda mi vida, cada minuto de mi vida, independientemente de lo que pueda
ocurrirme, no carecerá de sentido, como antes. Ahora poseerá el sentido
indudable del bien que soy capaz de infundir en ella.
I-
Recuerdo
lo que aún no he vivido, tengo miedo de ser plenamente quien soy, en el
vestíbulo de la estación de Mágina un altavoz anuncia la llegada del
autobús procedente de Madrid, abrevio el tiempo para estrechar ahora
mismo tu cuerpo ávido y delgado, vienes hacia mí con una bolsa al hombro
y una maleta en la mano, apareces delante de la cama en la habitación
del hotel con el pelo suelto sobre los hombros desnudos, no me acuerdo
de nada, no me he dado cuenta de que empezaba a anochecer, no sé si
estoy contigo en Mágina, en Nueva York o en Madrid, pero me da lo mismo,
no sienten más que gratitud y deseo.
Os propongo un
juego: unir cada foto con cada final. Ya me diréis si os gusta alguno de
estos finales y os incita a recorrer todo el camino de páginas hasta
él.