Me ven ahora

30 de octubre de 2013

¿Kafka? Marco Denevi


¿EL PRIMER CUENTO DE KAFKA?



Entre 1895 y 1901 medió la existencia de la revista literaria Der Wanderer (El viajero), que en idioma alemán se editó en Praga bajo la dirección de Otto Gauss y Andrea Brezina. El número correspondiente a diciembre de 1896 incluye (pág. 7) un cuento titulado El juez, cuyo autor oculta o deja entrever su nombre detrás de la inicial K. Por la atmósfera del cuento y por esa letra (que será más tarde el nombre de los protagonistas de El proceso y de El castillo) se me ha ocurrido la idea de que se trata del primer cuento de un Kafka de quince años.


EL JUEZ

Cuando fui citado a comparecer -como decía la cédula de notificación- en calidad de testigo, entré por primera vez en el Palacio de Justicia. Cuántas puertas, cuántos corredores! Pregunté dónde estaba el juzgado que me había enviado la citación. Me dijeron: a los fondos, siempre a los fondos. Los pasillos eran fríos y oscuros. Hombres con portafolios bajo el brazo corrían de un lugar para otro y hablaban un leguaje cifrado en el que a cada rato aparecían las palabras como in situ, a quo, ut retro. Todas las puertas eran iguales y, junto a cada puerta, había chapas de bronce cuyas inscripciones, gastadas por el tiempo, ya no podían leerse. Intenté detener a los hombres de los portafolios y pedirles que me orientaran, pero ellos me miraban coléricos, me contestaban: in situ, a quo, ut retro. Fatigado de vagabundear por aquel laberinto, abrí una puerta y entré. Me atendió un joven con chaqueta de lustrina, muy orgulloso. Soy el testigo, le dije. Me contestó: Tendrá que esperar su turno. Esperé, prudentemente, cinco o seis días. Después me aburrí y, tanto como para distraerme, comencé a ayudar al joven de chaqueta de lustrina. Al poco tiempo ya sabía distinguir los expedientes, que en un principio me habían parecido idénticos unos a otros. Los hombres de los portafolios me conocían, me saludaban cortésmente, algunos me dejaban sobrecitos con dinero. Fui progresando. Al cabo de un año pasé a desempeñarme en la trastienda de aquella habitación. Allí me senté en un escritorio y empecé a garabatear sentencias. Un día el juez me llamó. -Joven- me dijo-. Estoy tan satisfecho con usted, que he decidido nombrarlo mi secretario. Balbuceé palabras de agradecimiento, pero se me antojó que no me escuchaba. Era un hombre gordísimo, miope y tan pálido que la cara sólo se le veía en la oscuridad. Tomó la costumbre de hacerme confidencias. -Qué será de mi bella esposa? -suspiraba-. Vivirá aún? Y mis hijos? El mayor andará ya por los veinte años. Algún tiempo después este hombre melancólico murió, creo (o, simplemente, desapareció), y yo lo reemplacé. Desde entonces soy el juez. He adquirido prestigio y cultura. Todo el mundo me llama Usía. El joven de saco de lustrina, cada vez que entra a mi despacho, me hace una reverencia. Presumo que no es el mismo que me atendió el primer día, pero se le parece extraordinariamente. He engordado: la vida sedentaria. Veo poco: la luz artificial, día y noche, fatiga la vista. Pero unos disfruta de otras ventajas: que haga frío o calor, se usa siempre la misma ropa. Así se ahorra. Además, los sobres que me hacen llegar los hombres de los portafolios son más abultados que antes. Un ordenanza me trae la comida, la misma que le traía a mi antecesor: carne, verduras y una manzana. Duermo sobre un sofá. El cuarto de baño es un poco estrecho. A veces añoro mi casa, mi familia. En ciertas oportunidades (por ejemplo en Navidad) no resulta agradable permanecer dentro del Palacio. Pero, que he de hacerle? Soy el juez. Ayer, mi secretario (un joven muy meritorio) me hizo firmar una sentencia (las sentencias las redacta él) donde condeno a un testigo renitente. La condena, in absentia, incluye una multa e inhabilitación para servir de testigo de cargo o de descargo. El nombre me parece vagamente conocido. No será el mío? Pero ahora yo soy el juez y firmo las sentencias.


K.

Fuente: DENEVI, MARCO, Falsificaciones, Buenos Aires, Eudeba, 1966 (págs. 13-15)

17 de octubre de 2013

El espejismo



 El espejismo


El extenuado y sediento viajero vio que le hermosa mujer del oasis avanzaba hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas.


¡Por Alá —gritó—, dime que esto no es un espejismo!

No —respondió la mujer, sonriendo—. El espejismo eres tú.

Y en un parpadeo de la mujer, el hombre desapareció.

12 de octubre de 2013

Thomas Mann / Octubre

Paisaje con casa y hombre arando.
Vincent Van Gogh, Octubre 1889, Museo Hermitage, San Petersburgo.


"Octubre comenzó como acostumbran a comenzar todos los meses. Comienzos en sí mismos completamente discretos y silenciosos. Sin signos ni marcas de fuego, se insinúan en cierto modo de una manera que escaparía a la atención si la atención no vigilase rigurosamente el orden. El tiempo, en realidad, no tiene cortes, no hay ni trueno, ni tempestad, ni sonidos de trompetas al principio de un nuevo mes o de un nuevo año e incluso en el alma de un nuevo siglo; únicamente los hombres disparan cañonazos y echan al vuelo las campanas".

  Thomas Mann, La montaña mágica. (Cap. 4, "Caprichos del mercurio") 

 El tiempo como concepto y como sensación es uno de los puntos claves en La Montaña Mágica y creo que estas líneas recogen a la perfección la esencia de lo que Mann pretende mostrar.

7 de octubre de 2013

A LOS MUEBLES DE MI CUARTO

A LOS MUEBLES DE MI CUARTO

Humildes muebles míos, gastados por el uso,
que a fuerza de servirme ya conocéis mi mano;
su sello mi existencia sobre vosotros puso,
y acaso de dejaros el día está cercano.

Sois toscos como ruda ha sido mi pobreza;
a nadie serviréis como me habéis servido,
y al veros casi inútiles aumenta mi tristeza
pensar en que os aguarda el polvo y el olvido.

Saldréis, cuando yo muera, del sitio en que estáis puestos
y quedará en silencio nuestra estancia vacía;
allí donde os coloquen habréis de ser molestos:
tal vez más que la muerte la indiferencia es fría.

En tiempos ya lejanos, que pesan en mis hombros,
cuando el hogar paterno se convirtió en escombros,
con mi trabajo os fui comprando año tras año
como pastor que forma paciente su rebaño.

Y al cabo del camino de mi existencia triste
sois todo lo que tengo, humildes cosas viejas;
y tú, pobre sillón, que el más costoso fuiste,
pareces el mastín que guarda las ovejas.

Cuando a buscarme llegue, con paso recatado,
la muerte como un lobo dispersará el ganado.
¿Qué haréis, pobres ovejas, sin el viejo pastor?
Donde la suerte os lleve, os faltará mi amor.

Y tú, viejo sillón, de mi tristeza amigo,
que crujes al sentarme, quejándote conmigo,
si a mí gruñirme sueles sabiendo que te quiero,
¿qué harás cuando al fin dejes de ser mi compañero?

Desvencijado y solo, acabará tu historia
en un lugar sombrío de la que fue mi casa.
Quizá porque no muera del todo mi memoria
un clavo tuyo tire del traje del que pasa.
Domingo Rivero

6 de octubre de 2013

Viviendo

 

 

VIVIENDO

 Mi oficina da al mar. Desde la silla
 donde hace treinta años que trabajo,
 las olas siento en la cercana orilla
 de las ventanas resonar debajo.

 Y mientras se deshacen en espuma,
 en la playa al batir, constantemente, 
yo en mi triste labor muevo la pluma
 y crecen las arrugas en mi frente.

 A veces sobre el mar pasa una nave 
que se pierde a lo lejos como un ave 
que empuja el viento del destino esquivo… 

Son emigrantes. ¿Volverán? ¡Quién sabe!
 Cuando su lucha por la vida acabe,
yo trabajando seguiré si vivo. 

 Domingo Rivero, 1916-1924

2 de octubre de 2013

Cartas de una desconocida





Stefan Zweig  fue un  escritor austríaco de la primera mitad del siglo XX.  Fue muy popular durante las décadas de 1920 y 1930, pero tras su suicidio en 1942, su obra fue perdiendo fama progresivamente. Escribió novelas, relatos y biografías.

En esta novela, el autor pone de relieve las cualidades que le han convertido en uno de los autores más apreciados por todos los públicos: humanidad, ternura, dramatismo y apasionante interés. Cartas a una desconocida es una de sus mejores novelas.

"Sólo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero sólo tú conocerás mi secreto, cuando esté muerta y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofríos sea de verdad el final. En el caso de que siguiera viviendo, rompería esta carta y continuaría en silencio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrás que una muerta te está explicando aquí su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora"


Cuando empecé a leerla, me atrapó y no pude dejar de leer sus 66 páginas de un tirón. El relato trata sobre la lectura de una carta, donde la protagonista le declara su amor tierno, incondicional, obsesivo e irracional a un hombre que ni siquiera la recuerda. Un amor que empezó cuando tan solo tenía trece años y que le ha acompañado toda su vida. El autor no pone nombre a los personajes, no te sitúa en un lugar, o en una época, ni se entretiene con descripciones, su narrativa es emoción en estado puro.  Me ha impactado.

Os la recomiendo, y si la habéis leído, me encantaría conocer vuestra opinión sobre ella.