Paris: Dame, pues lo que dice: "
La más hermosa -dice- debe recibirla" Pero ¿Cómo podría yo, mi señor Hermes - un mortal, un campesino-, convertirse en el juez de un espectáculo tan maravilloso, que supera las posibilidades de un pastor? Juicios de esta clase son más bien propios de ciudadanos elegantes. En lo que a mi respecta, acaso supiera juzgar, con los medios de mi arte, qué cabra supera en belleza a otra cabra, qué ternera a otra. Mas éstas son todas igualmente hermosas y no sé cómo podría apartar la mirada de una y dirigirla a otra; la mía no puede apartarse fácilmente, sino que se mantiene fija allí donde primero se ha dirigido y alaba lo que ve. Y si se posa en otra parte, le parece igualmente hermosa, se extasía ante ella y con todo se siente atraída igualmente por las bellezas vecinas. En una palabra, su hermosura me ha invadido y cautivado por entero y lo que siento es no tener, como Argos, ojos en todo el cuerpo. Creo que emitiré un buen fallo dando a todas la manzana. Y, además, se añade a todo ello que ésta es hermana y esposa de Zeus, y esta otra su hija. ¿Cómo no va a resultar, en este caso, difícil el fallo?
Hermes: No lo sé. Pero no es posible inhibirse ante la orden de Zeus.
Paris: Convéncelas, al menos, de una cosa: que las dos que queden vencidas no se irriten contra mí, sino que consideren que la culpa es sólo de mis ojos.
Hermes: Así prometen hacerlo. Mas ya es hora que procedas al juicio.
Paris: Vamos a intentarlo. ¿Qué remedio me queda? Pero antes quiero saber una cosa:
¿bastará examinarlas tal y como están, o será preciso que se desnuden para una mayor exactitud en el examen?Hermes: Eso debes decidirlo tú, que eres el juez. Ordena lo que te plazca.
Paris: ¿Lo que me plazca? Quiero verlas desnudas.
Hermes: Vosotras, desnudáos, y tú examínala, que yo me vuelvo ya de espaldas.
Hera: Muy bien, Paris. Yo voy a desnudarme la primera para que veas que no tengo blancos sólo los brazos y que no me envanezco porque me llaman "la de ojos grandes", sino que en todas y cada una de mis partes soy igualmente hermosa.
Paris: Desnúdate también tú, Afrodita.
Atenea: Paris, no permitas que se desnude sin antes quitarse el ceñidor -pues es una hechicera-; no vaya a embrujarte con él. Y, además, no debería presentarse tan compuesta ni tocada con tanto colorete como una cortesana cualquiera, sino exhibir pura y simplemente su natural belleza.
Paris: Tienes razón en lo del ceñidor. ¡Quitatelo!.
Afrodita: ¡Y por qué, pues, no te quitas tú el casco, Atenea, y muestras desnuda la cabeza, sino que agitas el peinado e intentas atemorizar a nuestro juez? ¡Temes acaso que el brillo de tus ojos deje de surtir su efecto si se ve privado de su expresión terrorífica?
Atenea: Pues, mira, ya me he quitado el casco.
Afrodita: Pues, mira, yo también el ceñidor.
Hera: Y, ahora, ¡a desnudarse!.
Paris: ¡Oh, Zeus portentoso! ¡Qué espectáculo! ¡Qué belleza! ¡Qué placer! ¡Qué doncella, esta! ¡Qué esplendor, el de esta otra, tan regio, tan majestuoso, tan digno en verdad de Zeus! Y aquella, ¡Qué mirar tan dulce! ¡Qué sonrisa tan tierna y seductora
! Me siento más que dichoso. Pero, si os parece bien,
me gustaría examinaros una a una por separado, porque, ahora, por lo menos, estoy perplejo y no sé hacia dónde dirigir la mirada, pues mis ojos se sienten atraídos en todas direcciones.
Afrodita: Hagámoslo así.
Paris: Retiraos, pues, vosotras dos; y tú, Hera, quédate.
Hera: Me quedo. Y una vez me hayas examinado con toda detención, habrá llegado el momento de considerar, además, si te parece la recompensa por tu voto a mi favor. Porque si me proclamas la más bella, serás dueño del Asia entera.
Paris: Yo no juzgo esperando recompensas. Ea, retírate, que el fallo se emitirá según mi criterio. ¡Acércate tú Atenea!
Atenea: Heme ya a tu presencia. Y si me declaras la más hermosa, Paris, nunca saldrás vencido de un combate, sino que serás siempre victorioso. Pues yo te haré aguerrido e invicto.
Paris: No tengo, Atenea, ninguna necesidad de guerras ni de batallas. Porque, como ves, la paz impera en Frigia y en Lidia y en el reino de mi padre no hay conflictos. Mas no te preocupes, pues no serás postergada aunque emitiera mi fallo sin considerar recompensa alguna. Pero cúbrete ya, y ponte el casco, que te he visto lo bastante. Ahora le toca a Afrodita acercarse.
Afrodita: Aquí me tienes, a tu lado. Examíname con atención y sin prisas, sino deteniéndote en cada uno de mis miembros. Y ahora, si quieres, hermoso muchacho, escucha lo que voy a decirte; desde hace ya tiempo, viéndote tan joven y tan bello, como no sé si hay otro igual en Frigia, te vengo alabando por tu belleza. Mi único reproche es que no abandones estos riscos y peñascos y no te vayas a vivir a la ciudad, en lugar de malgastar tu belleza en el desierto. Porque ¿qué bien puedes obtener de las montañas? ¿De qué les sirve a las vacas tu belleza? Además, deberías estar ya casado, y no ciertamente con alguna ruda campesina, como son las mujeres del Ida, sino con una griega del Argos, de Corinto o de Esparta como
Helena, por ejemplo, que es joven hermosa -en nada inferior a mí misma- y, lo más importante, apasionada. Con sólo verte -lo sé muy bien- esta mujer lo abandonaría todo, se te entregaría por entero, y te seguirá para vivir contigo. Pero sin duda ya has oído hablar de ella.
Paris: En absoluto, Afrodita. Y ahora, me gustaría oír de tus labios toda su historia.
Afrodita: Es hija de la famosa Leda, la bella mujer a cuyos brazos voló Zeus convertido en cisne.
Paris:
¿Qué aspecto tiene?
Afrodita: Es blanca, como es lógico habiendo sido engendrada por un cisne; tierna, como quien se ha formado en el interior de un huevo, ejercitada en la palestra y de tal modo requerida, que incluso se originó una guerra por haberla raptado Teseo cuando era niña todavía. Y, al llegar a la flor de la edad, los más noble Aqueos pretendieron su mano y el escogido fue
Menelao, del linaje de los pelópidas. Si lo deseas, yo haré que tu boda con ella se convierta en realidad.
Paris: ¿Qué dices? ¿Mi boda con una mujer casada?
Afrodita: Eres un niño inexperto. Yo sé como hay que obrar en estos casos.
Paris: Cómo. También yo quiero saberlo.
Afrodita: Emprenderás un viaje con el pretexto de visitar Grecia y cuando llegues a Lacedemonia, Helena te verá. El resto, enamorarse de tí y seguirte, es asunto mio.
Paris: Esto es precisamente lo que me parece increíble, que abandone a su esposo y quiera hacerse a la mar con un hombre bárbaro y extraño.
Afrodita: No te inquietes por ello. Yo tengo dos hijos muy bellos, Hímeros y Eros. Te los entregaré para que te guíen durante tu viaje. Eros se apoderará completamente de ella y obligará a esta mujer a enamorarse. Hímeros, envolviéndote, te convertirá en lo mismo que es él, un ser deseable e irresistible. Yo misma colaboraré con mi presencia, y además, pediré a las Gracias que me acompañen, para que entre todos consigamos seducirla.
Paris: Cómo tendrá éxito la empresa, no lo veo claro, Afrodita. Pero yo me estoy ya enamorando de Helena, y sin saber cómo, me parece estar viéndola ya navegar rumbo a Grecia, hallarme en Esparta, regresar con ella; y me desespera en que en realidad no esté ya realizado todo esto.
Afrodita: No te empieces a enamorar, Paris, antes de premiar con tu fallo a tu valedora y madrina de boda. Porque conviene que yo os acompañe victoriosa, y que celebremos juntos tus nupcias y mi triunfo.
Pues en tu mano está adquirido todo, amor, belleza, boda, a cambio de esta simple manzana.Paris: Temo que te olvides de mí después del fallo.
Afrodita: ¿Quieres que te preste juramento?
Paris: Eso no, pero formula otra vez tu promesa
Afrodita: Muy bien, te prometo entregarte a Helena como esposa; que ella te seguirá e irá a Ilión, a tu hogar, y que yo estaré a tu lado y te auxiliaré en todo.
Paris: Y ¿Traerás a Eros, Hímeros y las Gracias?
Afrodita: No te preocupes. Y, además, tomaré conmigo a Potos y a Himeneo.
Paris: Pues bajo estas condiciones te entrego la manzana; acéptala bajo las mismas.
Este rapto fue la causa (o excusa) de La Guerra de Troya (derecha foto de Orlando Bloom y Diane Kruger, Helena y Paris, según la película "Troya" de la Warner Bros)
La Guerra de Troya fue una guerra contra la ciudad de Troya en Asia Menor por los ejércitos griegos, tras el rapto (o fuga) de Helena de Troya (o Ilión) por Paris. Esta guerra es la figura central de la épica grecolatina y fue narrada en un ciclo de poemas épicos de los que solo dos nos han llegado intactos, La Ilíada y La Odisea de Homero. La Ilíada describe un episodio de esta guerra, y La Odisea narra el viaje de vuelta a casa de uno de los líderes griegos.