No creo que la personalidad y la literatura de George Orwell necesiten de presentación alguna. El volumen que se reseña aquí es una miscelánea de diferentes piezas, ninguna de ficción, y creo que contiene el mejor Orwell, el político y el testimonial. Orwell es uno de esos autores un poco inclasificables que molesta a los ortodoxos de todos lados y al que, en ocasiones, reivindican supuestos heterodoxos que no lo son tanto.
Sus novelas, como 1984 o Rebelión en la granja, han sido muy publicitadas por diversas razones, incluso por personas cuyas ideas, si uno lee con detenimiento a Orwell, le hubieran provocado picores. Orwell bebe en esas novelas en la tradición satírica inglesa, en Swift, sobre todo, pero también en sus experiencias en la guerra civil española y en la Segunda Guerra Mundial. Creo que lo que Orwell mostrarnos es la manera en que la “guerra total” transforma la conducta humana y la conduce hasta la animalidad. Eso es lo que Orwell llama “totalitarismo”, independientemente del régimen que lo practique.
Aun cuando 1984 o Rebelión en la granja han sido identificadas como sátiras sobre el comunismo –o sobre sus excesos-, Orwell no renunció jamás a las ideas que le habían hecho viajar a España, de forma independiente, para luchar en el POUM. “Mis sentimientos son sin duda alguna de izquierdas”, escribirá él mucho más tarde. Y a pesar de sus dudas, motivadas sobre todo por lo que vio y el desaliento que le causó la desorganización de las milicias y el estado en que se encontraba la zona gubernamental, siguió sin renunciar a sus ideales.
Orwell, al contrario que muchos de los intelectuales que vinieron a España a hacer “turismo revolucionario”, tampoco se hacía demasiadas ilusiones sobre la pureza liberadora de la violencia; quizás por eso fue también capaz de transmitir humanidad en lo que escribía, salvándose del panfleto y, como dice Andrés Trapiello, mirando las cosas de frente “porque su mirada no estaba dispuesta a enajenarse ni cautivarse con la ortodoxia de la realidad” (Las armas y las letras). Es famosa la anécdota que cuenta aquí sobre su negativa a disparar a un soldado del bando nacional que atravesaba el campo con los pantalones bajados, después de aliviarse, porque, según Orwell, “un hombre con los pantalones bajados no es un fascista”.
El volumen se inicia con dos relatos autobiográficos de Orwell, el que da título al libro y Marrakech, escritos respectivamente en 1936 y 1939. Son esbozos breves, precisos, de una prosa limpia y sincera, en los que el autor reflexiona sobre la abominación del colonialismo (él mismo fue policía en Birmania). También cuenta el volumen con cuatro reseñas de libros publicados en la época, "Los últimos días de Madrid", de Casado; "Camino de servidumbre", de von Hayek; "El espejo del pasado", de Zilliacus; y finalmente "Su mejor hora", de Churchill. Contiene también un fantástico ensayo sobre La política y la lengua inglesa, en el que denuncia con gran ironía los excesos lingüísticos del periodismo. Como indica Arcadi Espada en el prólogo, dice mucho sobre el estado del periodismo en España el que este texto haya estado inédito en castellano durante la friolera de medio siglo.
Finalmente, y lo que constituye el cuerpo central del volumen, que son los Diarios de guerra (1940-1942), los Recuerdos de la guerra civil española (1942) y una selección de los artículos que Orwell escribió para Tribune entre diciembre de 1943 y febrero de 1945 en una columna titulada “A mi antojo”, en la que el autor se despacha a su gusto contra muchos de los tópicos que en aquel momento se están manejando. En esta parte (pág. 242) Orwell escribe una de las reflexiones más alucinantes que he leído nunca. Respondiendo a Vera Brittain, que se lamenta de las atrocidades de los bombardeos sobre Alemania y la “deshumanización” de la guerra, Orwell escribe (19 de mayo de 1944):
“En esta fase de la historia, la guerra no es evitable. Como ha de suceder, a mí no me parece mala cosa que hayan de perecer otros ciudadanos además de los hombres jóvenes. En 1937 escribí esto: ‘A veces me consuelo al pensar que el avión ha empezado a alterar las condiciones mismas de la guerra. Tal vez, cuando sobrevenga la próxima gran guerra, veamos algo que carece de precedentes en la historia: un patriotero con un balazo en el pecho’. Aún no lo hemos visto (ta vez sea una contradicción en los términos), pero lo cierto es que el padecimiento de esta guerra se ha repartido de una manera más igualitaria que el de la última. la inmunidad de la población civil, una de las cosas que ha hecho posible la guerra, ha volado hecha añicos. Al contrario que miss Brittain, yo no lo deploro. No entiendo que una guerra se “humanice” cuando se confina a la matanza de los jóvenes, ni que se haga “barbarie” cuando también son los ancianos los que mueren”.
En resumen, una obra sin desperdicio. Quien quiera asomarse al ambiente en las calles de Londres durante las tristes jornadas de Dunkerque, el Blitz y los meses oscuros de 1940-1941, en los que Gran Bretaña peleó sola, puede leer este inteligente y humano registro quaquíe Orwell nos dejó. No falta nada: las especulaciones, los rumores, las dudas, los refugios, los bombardeos, los efectos de la propaganda, la Home Guard y sus trincheras en Lords (el sancta sanctórum del criquet), Churchill, Halifax, y cien mil cosas más. Sin costumbrismo y sin cinismo, con una capacidad de observación digna del Swift del "Diario del año de la peste". También una extraña constatación: mientras las cosas ocurren, pocos saben lo que sucede realmente y cada uno vive su guerra. Luego llega la versión oficial y hay que creérsela.
Para leer la historia "Matar a un elefante" hacer click aquí
La verdad es que suena muy interesante, me apetece mucho, gracias...
ResponderBorrarSalud
En verdad, hay que tener un espíritu especial para abominar incluso de las barbaridades que cometen quienes nos representan ideológicamente.
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