En el libro 1Q84, Haruki Murakami logra trasladarnos a un nuevo mundo. A continuación, el relato “El pueblo de los gatos”, que forma parte de este libro.
El joven viajaba solo, a su gusto, con una única maleta como
equipaje. No tenía un destino. Se subía al tren, viajaba y, cuando
encontraba un lugar que le atraía, se bajaba.
Buscaba alojamiento, visitaba el pueblo y permanecía allí cuanto
quería. Si se hartaba, volvía a subirse al tren. Así era como pasaba
siempre sus vacaciones. Desde la ventana del tren se veía un hermoso río
serpenteante, a lo largo del cual se extendían elegantes colinas
verdes. En la falda de aquellas colinas había un pueblecillo en el que
se respiraba un ambiente de calma. Tenía un viejo puente de piedra.
Aquel paisaje lo cautivó. Allí quizá podría probar deliciosos platos de
trucha de arroyo. Cuando el tren se detuvo en la estación, el joven se
bajó con su maleta. Ningún otro pasajero se bajó allí. El tren partió
inmediatamente después de que se hubiera bajado. En la estación no había
empleados. Debía ser una estación poco transitada.
El joven atravesó el puente de piedra y caminó hasta el pueblo.
Estaba completamente en silencio. No se veía a nadie. Todos los
comercios tenían las persianas bajadas y en el ayuntamiento no había ni
un alma. En la recepción del único hotel del pueblo tampoco había nadie.
Llamó al timbre, pero nadie acudió. Parecía un pueblo deshabitado. A lo
mejor todos estaban durmiendo. Pero todavía eran las diez y media de la
mañana. Demasiado temprano para echar una siesta. O quizá, por algún
motivo, la gente había abandonado el pueblo y se había marchado. En
cualquier caso, hasta la mañana siguiente no llegaría el próximo tren,
así que no le quedaba más remedio que pasar allí la noche. Para matar el
tiempo, se paseó por el pueblo sin rumbo fijo. Pero en realidad aquél
era el pueblo de los gatos. Cuando el sol se ponía, numerosos gatos
atravesaban el puente de piedra y acudían a la ciudad. Gatos de
diferentes tamaños y diferentes especies. Aunque más grandes que un gato
normal, seguían siendo gatos.
Sorprendido al ver aquello, el joven subió deprisa al campanario
que había en medio del pueblo y se escondió. Como si fuera algo
rutinario, los gatos abrieron las persianas de las tiendas, o se
sentaron delante de los escritorios del ayuntamiento, y cada uno empezó
su trabajo. Al cabo de un rato, un grupo aún más numeroso de gatos
atravesó el puente y fue a la ciudad. Unos entraban en los comercios y
hacían las compras, iban al ayuntamiento y despachaban papeleo
burocrático o comían en el restaurante del hotel. Otros bebían cerveza
en las tabernas y cantaban alegres canciones gatunas. Unos tocaban el
acordeón y otros bailaban al compás. Al poseer visión nocturna, apenas
necesitaban luz, pero gracias a que aquella noche la luna llena
iluminaba hasta el último rincón del pueblo, el joven pudo observarlo
todo desde lo alto del campanario. Cerca del amanecer, los gatos
cerraron las tiendas, ultimaron sus respectivos trabajos y ocupaciones y
fueron regresando a su lugar de origen atravesando el puente. Al
amanecer los gatos ya se habían ido y el pueblo se había quedado
desierto de nuevo, entonces el joven bajó, se metió en una cama del
hotel y durmió cuanto quiso. Cuando tuvo hambre, se comió el pan y el
pescado que habían sobrado en la cocina del hotel. Luego, cuando a su
alrededor todo empezó a oscurecer, volvió a esconderse en lo alto del
campanario y observó hasta el albor el comportamiento de los gatos.
El tren paraba en la estación antes del mediodía y antes del
atardecer. Si se subía en el de la mañana, podría continuar su viaje, y
si se subía en el de la tarde, podría regresar al lugar del que
procedía. Ningún pasajero se bajaba ni nadie tomaba el tren en aquella
estación. Y sin embargo el ferrocarril siempre se detenía cumplidamente y
partía un minuto después. Por lo tanto, si así lo deseara, podría
subirse al tren y abandonar el pueblo de los gatos en cualquier momento.
Pero no quiso. Era joven, sentía una profunda curiosidad y estaba lleno
de ambición y de ganas de vivir aventuras. Deseaba seguir observando
aquel enigmático pueblo de los gatos. Quería saber, si era posible,
desde cuándo habían ocupado los gatos aquel lugar, cómo funcionaba el
pueblo y qué demonios hacían ahí aquellos animales. Nadie más, aparte de
él, debía haber sido testigo de aquel misterioso espectáculo.
A la tercera noche, se armó cierto revuelo en la plaza que había
bajo el campanario. «¿Qué es eso ¿No huelen a humano?», dijo uno de los
gatos. «Pues ahora que lo decís, últimamente tengo la impresión de que
huele raro», asintió olfateando uno de ellos. «La verdad es que yo
también lo he notado», añadió otro. «¡Qué raro! Porque no creo que haya
venido ningún ser humano», comentó otro de los gatos. «Si, tienes razón.
No es posible que un ser humano haya entrado en el pueblo de los
gatos». «Pero no cabe duda de que huele a uno de ellos.» Los gatos
formaron varios grupos e inspeccionaron hasta el último rincón del
pueblo, como una patrulla vecinal. Cuando se lo toman en serio, los
gatos tienen un olfato excelente. No tardaron mucho en darse cuenta de
que el olor procedía de lo alto del campanario. El joven oía cómo sus
blandas patas subían ágilmente por las escaleras del campanario. «¡Esto
es el fin!», pensó. Los gatos parecían muy excitados y enfadados por el
olor a humano. Tenían las uñas grandes y agudas y los dientes blancos y
afilados. Además, aquel era un pueblo en el que los seres humanos no
debían adentrarse. No sabía qué suerte le esperaría cuando lo
encontraran, pero no creía que fueran a permitirle irse de allí habiendo
descubierto el secreto. Tres de los gatos subieron hasta el campanario y
se pusieron a olfatear. «¡Qué extraño!», dijo uno sacudiendo sus largos
bigotes. «Aunque huele a humano, no hay nadie». «¡Sí que es raro»,
comentó otro. «En todo caso, aquí no hay nadie. Busquemos en otra
parte».«¡Esto es de locos!». Movieron extrañados la cabeza y se fueron.
Los gatos bajaron las escaleras sin hacer ruido y se esfumaron en medio
de la oscuridad nocturna. El joven soltó un suspiro de alivio; a él
también le parecía de locos. Los gatos y él habían estado literalmente a
un palmo de distancia en un lugar angosto. No habría podido escaparse. Y
sin embargo, parecían no haberlo visto. El joven examinó sus manos.
«Las estoy viendo. No me he vuelto invisible. ¡Qué raro! En cualquier
caso, por la mañana iré hasta la estación y me marcharé de este pueblo
en el primer tren. Quedarme aquí es demasiado peligroso. La suerte no
puede durar siempre».
Pero al día siguiente, el tren de la mañana no se detuvo en la
estación. Pasó delante de sus ojos sin disminuir siquiera la velocidad.
Lo mismo ocurrió con el tren de la tarde. Se veía al conductor en su
asiento y los rostros de los pasajeros al lado de las ventanillas. Pero
el tren no dio señales de que fuera a pararse. Era como si la silueta
del joven que esperaba el tren no se reflejara en los ojos de la gente. O
como si fuera la estación la que no se reflejara. Cuando el tren de la
tarde desapareció a lo lejos, a su alrededor se hizo un silencio
absoluto, como nunca antes había sentido. Entonces, el sol empezó a
ponerse. «Va siendo hora de que los gatos aparezcan.» El joven supo que
se había perdido. «Este no es el pueblo de los gatos», se dio cuenta al
fin. Aquel era el lugar en el que debía perderse. Un lugar ajeno a este
mundo que habían dispuesto para él. Y el tren jamás volvería a detenerse
en aquella estación para llevarlo a su mundo de origen.
Que belleza!!!!!!!!!! no conocía el autor, mucho menos el cuento.
ResponderBorrarGracias por compartirlo y buscaré mas material para leer porque es apasionante
Debo decirte además que amo los gatos!!!!!!!!
Buen año, buenos post para el 2014!!!!
Se parece, mucho, al cuento de Lovecraft, Los gatos de Ulthar, de 1920... ¿Casualidad?
ResponderBorrarSaludos
J.
José A. García
ResponderBorrarNo creo que se parezca en nada al cuento de Lovecraft. Si todo cuento de gatos, vamos a hacer alucion con los cuentos que ya existen, no podríamos tener jamas un cuento original.
Con respecto al cuento de Lovecraft, no le encuentro la relacion, ya que la historia tiene que ver con gatos, pero no es la misma trama ni el mismo desarrollo. Todo se maneja de otra forma, y ni hablar de la tecnica de escritura de un Autor como es Haruki Murakami -
Saludos,