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9 de abril de 2012

Kafka ocho veces plagiado - José de la Colina



Los detectives culturales han descubierto que algunos de los más célebres y digamos clásicos autores plagiarios (valga el oxímoron) son tan buenos técnicos del género que pueden actuar prescindiendo de la cronología y manifestarse más allá de la página impresa. Hemos tenido la buena fortuna de recibir algunos de los textos por ellos detectados.

La Metamorfosis, por El Espíritu Santo


En uno de los momentos del principio Dios inventó al hombre. Y vio Dios que eso no era bueno. Y dijo Dios: “Hágase la metamorfosis.” Y despertó el hombre convertido en escarabajo. Y se dijo Dios: “Tal vez esto tampoco sea bueno, pero es más divertido.”

La Metamorfosis, por Chuang Zu


Gregorio Samsa soñó que era un escarabajo y no sabía al despertar si era Gregorio Samsa que había soñado ser un escarabajo o un escarabajo que había soñado ser Gregorio Samsa.

La Metamorfosis, por Shakespeare


Ser o no ser. Ser escarabajo feliz o ser Gregorio Samsa infeliz: he ahí el dilema.

La Metamorfosis, por Cervantes


En un barrio de Praga de cuyo nombre no quiero acordarme vivía un joven viajante de comercio de los de corbata nunca bien anudada y camisa manchada de sopa de fideo, quien en los meses en que, como de costumbre, no vendía, pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio leyendo libros de entomología, de modo que vino a dar en el más extraño pensamiento en que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, para escapar al fisco y a los acreedores, convertirse en un escarabajo.

La Metamorfosis, por Lewis Carroll


Alicia vio al señor K, convertido en escarabajo y moviendo las patas sin parar.
—Oh, es terrible —dijo Alicia—. ¿No te sientes mal, acaso?
El escarabajo se atusó el bigote (último resto del señor K) y dijo:
—Me alegra tu visita, niña. Así podremos celebrar mis veintinueve o treinta o treintaiún o quién sabe cuántos nocumpleaños de este mes.
—No es de personas bien educadas cambiar de conversación —replicó Alicia.
—Vete, niña tonta —contrarreplicó el escarabajo—. Lo importante no es cambiar de conversación sino cambiar de interlocutor.

La Metamorfosis, transcrita por Sigmun Freud


Gracias doctor por ofrecerme el diván, que es bien acogedor y además con su exquisita blandura incita a que uno afloje al subconsciente. Tiene usted razón, para un psicótico como yo no hay nada como regalarse con una buena sesión de psicoanálisis. Perdone usted la agitación de mis patas, es que estoy nervioso, y bueno, creo que lo mejor es que ya de una vez le diga cuál es mi problema. Resulta doctor que yo, un escarabajo muy racional y decente, a cada rato tengo la pesadilla de que, horror, me he convertido en un monstruoso señor que es viajante de comercio y dice llamarse Gregorio Samsa ¡Ay doctor, ¿no será que sufro de complejo de inferioridad?

La Metamorfosis, por La de la Voz


La de la voz desea hacer constar ante el señor juez que reconoce que ella mató a su esposo Gregorio Samsa, apodado Goyo el Salsa, pero no lo hizo ni por instinto asesino ni por sucios intereses, sino porque ya estaba cansada de sufrir jaloneos y moquetes y hasta patadas a todas horas del día, y que todos los fines de semana el tal Goyo llegaba a la madrugada muy tomado de sus tanguarnises y que cuando la de la voz le solicitaba el dinero para el gasto del humilde hogar, él le sorrajaba una paliza a la de la voz, que es mujer que, la mera verdad, aunque otra cosa digan los moretones que muestra, no nació para ser mujer sufrida, y que ya el colmo fue cuando una noche el tal Goyo, o séase el hoy occiso, llegó ebrio hasta las manitas y ya tumbado en la cama se puso a sufrir del delirium tremens, y gritaba todo espantado diciendo que estaba volviéndose escarabajo, y que entonces la de la voz, aprovechó la ocasión (que la pintan calva, ¿no?) y agarró un periódico y lo enrolló y entonces, ¡zas!, que Dios perdone a la de la voz, pero sí, eso hizo: de una vez aplastó al escarabajo del tal Goyo para que el canijo hijo de su escarabaja madre no sea desconsiderado ni abusivo y de una vez aprenda a respetar a la de la voz.

La Metamorfosis, en “El Aviso Oportuno”


Hombre de 28 años, con mediano sueldo de viajante de comercio, con aspecto y hábitos de escarabajo, busca escarabaja joven, bonita y hacendosa pero sin grandes ambiciones de carácter monetario. Escribir a Gregorio Samsa, calle Kafka número 1001, apartamento 1001, Praga.

13 de agosto de 2008

Microrelatos- José de la Colina


Mitos revisitados -1

ORFEO BUSCA A EURÍDICE

Habiendo perdido a Eurídice, Orfeo la lloró largo tiempo, y su llanto fue volviéndose canciones que encantaban a todos los ciudadanos, quienes le daban monedas y le pedían encores. Luego fue a buscar a Eurídice al infierno, y allí cantó sus endechas ante Plutón.

Plutón escuchó con placer y le dijo:

—Te devuelvo a tu esposa, pero sólo podrán los dos salir de aquí si en el camino ella te sigue y nunca te vuelves a verla, porque la perderías para siempre.

Y echaron los dos esposos a andar, él mirando hacia delante y ella siguiendo sus pasos...

Mientras andaban y a punto de llegar a la salida, recordó Orfeo aquello de que los Dioses infligen desgracias a los hombres para que tengan asuntos que cantar, y sintió nostalgia de los aplausos y los honores y las riquezas que le habían logrado las elegías motivadas por la ausencia de su esposa.

Y entonces con el corazón dolido y una sonrisa de disculpa volvió el rostro y miró a Eurídice.

Ardiente


¿Quieres soplarme en este ojo? -me dijo ella-. Algo se me metió en él que me molesta.
Le soplé en el ojo y vi su pupila encenderse como una brasa que acechara entre cenizas.


Mitos revisitados -2

LA LIEBRE Y LA TORTUGA

Jadeante hasta la agonía y poco antes de desplomarse al suelo, la Liebre le preguntó a la Tortuga:

— ¿Cómo es posible? ¿Tú? ¿Tú ganarme la carrera?

Y la Tortuga, mirándose las uñas, susurró:

— Lo siento, pero olvidé decirte que mi otro nombre es Muerte.

7 de agosto de 2008

Micro relato - José de la Colina


Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado "El dinosaurio".
-Ah, es una delicia -me respondió- ya estoy leyéndolo.

Augusto Monterroso- El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Ana María Shua - Naufragio

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

1 de mayo de 2008

El silencio de las sirenas Franz Kafka- Marco Denevi -José de la Colina -Jorge Luis Borges


Franz Kafka

(Praga, 1883 - Viena, 1924)

El silencio de las sirenas

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos.

El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas.

Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contorneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera, a modo de escudo.
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«Yo he escrito también algunos cuentos en los cuales traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka.»
JORGE LUIS BORGES
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Marco Denevi

(Buenos Aires, 1922 - Buenos Aires, 1998)

Silencio de sirenas (1996)

Cuando las Sirenas vieron pasar el barco de Ulises y advirtieron que aquellos hombres se habían tapado las orejas para no oírlas cantar (¡a ellas, las mujeres más hermosas y seductoras!), sonrieron desdeñosamente y se dijeron: ¿Qué clase de hombres son estos que se resisten voluntariamente a la Sirenas? Permanecieron, pues, calladas, y los dejaron ir en medio de un silencio que era el peor de los insultos.
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José de la Colina

(Santander, 1934)

Las Sirenas

Otra versión de la Odisea cuenta que la tripulación se perdió porque Ulises había ordenado a sus compañeros que se taparan los oídos para no oír el pérfido si bien dulce canto de las sirenas, pero olvidó indicarles que cerraran los ojos, y como además las sirenas, de formas generosas, sabían danzar...
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Bibliografia:
Franz Kafka (1983): Obras Completas. Editorial Teorema. Barcelona.
Meri Lao (1995): Las Sirenas, historia de un símbolo. Ediciones Era. Mèxico.
Benito Arias García (2004): Grandes minicuentos fantásticos. Alfaguara. Madrid.

Gracias A Irlanda...por su bello poema.