Efraín Barquero, nació en Piedra Blanca, Curicó el 3 de mayo de 1931. Es uno de los poetas más significativos de la llamada generación del 50, a la que pertenecen entre otros Enrique Lihn, Jorge Tellier y Armando Uribe Arce; actualmente reside en Francia (aunque no descarta la posibilidad de volver a afincarse en Chile). Hay que decir que la producción de Barquero no es extensa, pero ha sido esencial su aporte al desarrollo de la poesía chilena contemporánea.
La poesía de Barquero está cargada de situaciones sencillas y cotidianas, por estar presentes en la realidad del hombre común, el poeta les da una belleza a estas situaciones, convirtiendo el poema en sí, en una imagen total, donde debemos descubrir y recrear todos esos elementos, para darle a la vida del hombre una calidad indiscutible; Barquero extrae todos estos elementos de una cultura dominada y les da un nuevo valor y jerarquía.
Tengamos presente que en poesía los elementos lingüísticos poéticos tienen un valor autónomo, porque cada palabra poética está llena de sentido, significación, sonido y emoción, que la diferencia de los elementos lingüísticos comunes, usados para comunicarnos, que carecen de valor autónomo. Así, Barquero, nos entrega otra dimensión de la vida cotidiana.
En esta poética, se refleja la vitalidad del poeta y su esencial concepción de la vida. Quizás toda la música en los poemas barquerianos, está más allá de la disposición de los términos y conceptos preestablecidos que puedan tenerse para leer esta poesía.
Puertas de China
Extranjero, detente en mis murallas
contengo tantos muertos que entera soy de cal y espinas
mi tempestad será de cenizas extinguidas hace siglos
te quemaré como al caballo de la estepa.
Sarmentosa soy como la más pura claridad
fiera como un terrible leprosario
no verás mi desnudez que el viento cuida
conmigo dormirás sin conocerme
en mis rodillas dormirás el sueño devastado del invierno
oirás sólo el tifón
el puñado de los huesos enemigos que en mí no encuentran el reposo.
Para ti seré ausencia de raíces
un río turbio, un fruto descarnado
en mi manto hay un tambor que batiré por ti mientras existas
hueso contra hueso morderás el arroz podrido del esclavo.
Olvidarán los hijos y los padres
todo aquel que en mi pecho exprimido se formó
en ti seré siempre este fragor del tifón en las estepas milenarias
la sequedad, el frío de mis uñas
el coro de mi hambriento en tus oídos.
En el hombre encontrarás refugio
en el templo hallarás el aire que te niego
junto a Buda la oscuridad de mi memoria
de mí saldrás como has venido
no verás sino mi anchura inabarcable
no tendrás otra cosa que el silencio.
(Del libro "El Viento de los Reinos")
Así es mi compañera
Así es mi compañera.
La he tomado de entre los rostros pobres
con su pureza de madera sin pintar,
y sin preguntar por sus padres
porque es joven, y la juventud es eterna,
sin averiguar donde vive
porque es sana, y la salud es infinita como el agua,
y sin saber cuál es su nombre
porque es bella, y la belleza no ha sido bautizada.
Es como las demás muchachas
que se miran con apuro en el espejo trizado de la aurora
antes de ir a sus faenas. Así es,
y yo no sé si más bella o más fea que las otras,
si el vestido de fiesta le queda mal,
o la ternura equivoca a menudo sus palabras,
yo no sé,
pero sé que es laboriosa.
Como los árboles, teje ella misma sus vestidos,
y se los pone la naturalidad del azahar
como si los hiciera de su propia sustancia,
sin preguntarle a nadie, como si la tierra,
sin probárselos antes, como el sol,
sin demorarse mucho, como el agua.
Es una niña del pueblo,
y se parece a su calle en un día de trabajo
con sus caderas grandes como las artesas o las cunas,
así es, y es más dulce todavía,
como agregar más pan a su estatura,
más carbón a sus ojos ardientes,
más uva a su ruidosa alegría.
La compañera (1956)