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9 de marzo de 2013

"El Jarrón Hung Wu" Robert Graves

Robert Graves


The Hung Wu Vase.


With women like Marie no holds are barred.

How do they get the gall? How can they do it?

She stormed out, slamming the hall door so hard

That a vase on a gilt shelf above - you knew it,

Loot from the Summer Palace at Pekin

And worth the entire contents of my flat -

Toppled and fell ...

I poured myself a straight gin,

Downing it at a gulp. 'So that was that!'


The bell once more ... Marie walked calmly in,


Observed broken red porcelain on the mat,


Looked up, looked down again with condescension,


Then, gliding past me to retrieve a glove


(Her poor excuse for this improper call),


Muttered: 'And one thing I forgot to mention:


Your Hung Wu vase was a phony, like your love!'


How can they do it? Where do they get the gall?

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El jarrón Hung Wu *

Con mujeres como Marie no hay reglas que valgan.

¿De dónde sacan su desvergüenza? ¿Cómo pueden hacerlo?

Salió con furia, golpeando la puerta con fuerza tal
que un jarrón, en el estante dorado de arriba -tú lo viste,
botín del Palacio de Verano de Pekín
que valía por todos los bienes de mi apartamento-
se bamboleó y cayó...

Yo me serví un trago de ginebra,
apurándolo de un golpe. "Qué le íbamos a hacer?"

Otra vez la campana... Marie entró serena,
observó sobre la alfombra los pedazos de porcelana roja,
miró hacia arriba, otra vez hacia abajo, condescendiente,
y luego, deslizándose a mi lado para recoger un guante
(su pobre excusa por esa visita inoportuna)
susurró: "Y una cosa que olvidé mencionar:
¡tu jarrón Hung Wu era tan falso como tu amor!"


¿Cómo pueden hacerlo? ¿De dónde sacan su desvergüenza?

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*Hung Wu, el primer emperador de la dinastía Ming

23 de enero de 2008

Jorge Luis Borges / La Casa de Asterión"

Jorge luis Borges
George Frederick Watts (1817-1904)



La Casa de Asterión

Y la reina dió a luz un hijo que se
llamó Asterión

APOLODORO, Biblioteca, III, I



Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)* están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quienes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

*El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos

El relato se abre, precisamente, con una referencia directa al mito mediante una cita de Apolodoro. El juego con referencias literarias, apócrifas o reales, es un procedimiento típico de Borges. En este caso, la cita es real. Se trata, por lo tanto, de una alusión que indica que, muy probablemente, el relato constituirá una reescritura de la historia clásica.
Para un cristiano fue Cristo quien murió para redimir al hombre, concebido como esencialmente bueno pero accidentalmente contaminado por el pecado original. En el cuento de Borges el redentor mata al hombre-monstruo, esencialmente malo, para salvar a los demás hombres. Tal interpretación puede resultar poco convincente. Sin embargo, si se acepta que Asterión simboliza al hombre, difícilmente vamos a separar un eventual "redentor" del contexto del cristianismo. Pasemos ahora al aspecto técnico del cuento. Hay que hacer hincapié en que todo cuento de Borges es un mecanismo, un artefacto artístico en el que todos los elementos están puestos a causa de su funcionalidad. Alguien cuenta en primera persona, pero no sabemos quién es. Una voz desconocida hace afirmaciones extraordinarias en un tono quejumbroso e indignado. Con gran eficacia Borges se apodera de nuestra atención mediante la técnica del escondido. Salvo que, y hay que tenerlo bien presente, cada uno de los elementos del primer párrafo funciona no sólo como parte de la auto-presentación del narrador, sino también como parte del simbolismo del texto. Y las dos funciones están en perfecto equilibrio. A propósito de "La Casa de Asterión" A este punto lo que le interesa primordialmente es la identidad del narrador. Es decir, el cuento funciona como un rompecabezas o como un acertijo, y es así que sostiene nuestro interés. Se trata de una técnica de postergación sistemática, seguida por la solución: Asterión es el Minotauro. El lector tendrá sus sospechas desde temprano, pero seguirá leyendo para confirmarlas. Al lector menos familiarizado con el mundo clásico se la proporciona la solución al final. En ambos casos sacaremos cierta satisfacción del proceso de ir enterándonos de lo que ignoramos al principio. El cuento emplea el modelo del acertijo porque el mundo para Borges constituye un acertijo. La técnica simboliza el tema; la forma subraya el fondo. Sin embargo, hay que precaverse. Borges no escribe para el lector pasivo sino para el lector alerta. Pero aquél, una vez que ha descubierto que Asterión es el Minotauro, ha dado con la solución. Todo queda claro. Se relaja. Y se equivoca. En cambio, el lector alerta relee el cuento (¡siempre hay que releer los cuentos de Borges!) para ver si, ahora que cree haberlo comprendido, se le ha escapado algo. Y hace un descubrimiento interesante. Desde la tercera frase del párrafo inicial el cuento se bifurca. Por una parte nos fascina el misterioso narrador; por la otra, su igualmente misteriosa morada. Ahora, si Asterión es el Minotauro, ¿qué significa su casa? Reparemos en que el cuento no se llama "Asterión y su Casa" sino "La Casa de Asterión"; y Borges lo hace todo intencionadamente. Entonces, habiendo solucionado un acertijo, se nos presenta al instante otro, más difícil. Los indicios que nos señalan la identidad del narrador resultan claros, como la solución misma del acertijo. Y si no los comprendemos, se nos proporciona la solución al final. Es como si leyésemos un relato en el que todo finalmente encaja perfectamente. Queda implícita la idea de que comprendemos el relato, los personajes, nuestra propia sicología y el mundo exterior. Pero los indicios relacionados con el segundo acertijo, (¿y qué significa la casa de Asterión?), resultan extremamente ambiguos. Es como si, tras haber reforzado nuestra confianza en nuestra capacidad de entender, Borges nos hubiera echado una ágil zancadilla. Eso significa, claro está, que lo que comprendemos, con o sin esfuerzo, es sólo la superficie de la realidad. Lo que se esconde por debajo de este nivel superficial resulta mucho más incomprensible. La contraprueba la ofrecen las diversas interpretaciones de Luego, característicamente en medio de un párrafo, sin previo aviso, todo cambia otra vez. "La Casa de Asterión" consta de sólo seis párrafos. Al leer el cuento por segunda o tercera vez, se nos ocurre que los cuatro primeros forman como una secuencia más o menos descriptiva de la situación del narrador. Pero luego ocurre algo nuevo: penetran otros seres en el laberinto. De pronto topamos con las palabras "mi redentor", palabras que no tienen que ver para nada con el mito clásico del monstruo cretense. Resulta que, al reconocer en Asterión al Minotauro, tuvimos la sensación (falaz) de haber dado con la solución del misterioso cuento. Pero no: luego tuvimos que enfrentarnos con el significado del laberinto. Y cuando habíamos sacado algunas conclusiones acerca de este problema, de nuevo parecía que habíamos comprendido el significado del cuento. Tampoco. Ahora nos toca preguntarnos por qué Teseo se manifiesta a Asterión nada menos que como un "redentor", pero un redentor que en vez de morir, mate. Hemos sugerido una solución. Pero mucho más importante es la estrategia narrativa que he tratado ahora de explicar. El cuento funciona como una caja china: un acertijo lleva a otro y luego a otro, y cada uno resulta más difícil del anterior. Cada fase del cuento enmarca la próxima y se nos lleva de una a otra sin que nos demos cuenta. El todo constituye una metáfora de la visión del mundo que tiene Borges: es un secreto dentro de un misterio dentro de un enigma. Conforme solucionamos los misterios más fáciles de la existencia humana, se nos presentan otros más enigmáticos todavía. Por no haberse atenido a los detalles del texto. Nótese, por ejemplo, que el término laberinto no aparece en ningún momento del relato. Únicamente el lector conocedor del mito puede deducirlo. A este propósito hay que destacar un guiño importante del autor hacia el lector: en la mención al “templo de las Hachas” subyace una referencia implícita a la raíz griega de la palabra laberinto: “El Laberinto es, efectivamente, el «palacio de la doble Hacha» (en griego, λάβρυς), símbolo que aparece repetidamente en los monumentos minoicos.” En su lugar se encuentra, empezando por el título, la palabra casa. El lenguaje es la única manera de construir la realidad, pero es una convención y, como en este caso, puede fallar. El Minotauro no conoce otra morada que no sea su laberinto, carece de referencias externas para darse cuenta de ello, de la misma manera que el ser humano no conoce otro universo que el suyo. Ocurre lo mismo con la concepción que tiene Asterión de la plebe (palabra altisonante que remite directamente al mito clásico). Erróneamente, deduce que el pueblo huye de él por su sangre real (al fin y al cabo es hijo de la reina Pasifae y un toro divino), siendo incapaz de comprender su propia monstruosidad: “Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones […] son irrisorias.” Resulta una verdadera ironía que un monstruo que vive encerrado en un laberinto pretenda afirmar que carece de misantropía. A este propósito Borges aplica una subversión importante respecto a la historia original. Mientras en los textos de los mitógrafos apenas se menciona el nombre de Asterión, en el relato aparece únicamente cuando la voz narrativa salta a la tercera persona. Por un lado, se intenta eludir el aspecto monstruoso de Asterión para destacar esa identificación con el ser humano que recorre todo el cuento. Por otro lado, el hecho de que Asterión no tenga conciencia de lo que verdaderamente es indica de nuevo la ignorancia del Minotauro (y de la humanidad por extensión) para comprender la verdad de su existencia.

Nota: Un lector que conozca de mitología griega, sabría de antemano que Asterión era el minotauro, por ejemplo:

Robert Graves "Los mitos griegos"

En compensación por la muerte de Androgeo, Minos ordenó que los atenienses enviaran siete muchachos y siete doncellas cada nueve años —es decir a la terminación de cada Gran Año— al Laberinto de Creta, donde esperaba el Minotauro para devorarlos. Este Minotauro, que se llamaba Asterio, o Asterión, era el monstruo con cabeza de toro que Pasífae había tenido con el toro blanco[1].


[1] Diodoro Sículo: iv.61; Higinio: Fábula 41; Apolodoro: iii.1.4; Pausanias: ii.31.1.
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La cita completa de Apolodoro mencionada al comienzo, en griego y su traducción:


Y ella [Pasífae] dio a luz a Asterión, al que se conocía también por el nombre de Minotauro pues tenía el rostro de toro y lo demás de hombre. Minos quiso cuidarse de ciertos oráculos encerrándolo en un laberinto. Era el laberinto, obra de Dédalo, una construcción de enmarañadas revueltas que extraviaban de la salida