El semáforo cambia a ámbar,
no me va a dar tiempo
a pasarlo,
acelero,
pero es inútil:
rojo.
Freno,
y me entretengo mirandoa una deliciosa pelirroja
que empieza a cruzar
la calle,
y que me mira
a su vez,
que no me quita ojo,
y que resulta ser
-trágame tierra-
una amiga de mi hija.
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