Heridas.
Ya sabes,
no es sencillo
caminar todo el día con las heridas puestas.
Donde acaba el dolor
-si es que termina-
nace el cansancio de arrastrar las cicatrices
a la vista de todos.
Pero no aceptes nunca
la ofrenda fraudulenta
de aliviarte del peso
que te harán muchas veces.
Nadie quiere cargarse con heridas extrañas.
Guárdalas en bolsillos,
tápalas con sonrisas
o exhíbelas, si las piernas te respaldan,
con sus muescas
y con sus desniveles.
Sin esconder ni un solo palmo de fracaso.
Ya lo sé, es complicado
moverse por el mundo con las heridas puestas.
Aún así,
no te las quieras despegar como si fueran
una calcomanía.
Algún día, te pasarás la mano por la piel
y no sabrás distinguir lo que está liso
una calcomanía.
Algún día, te pasarás la mano por la piel
y no sabrás distinguir lo que está liso
de lo que está mordido.
HAMBRE
No me preguntes por qué no tengo hambre.Pregúntale al cerezo,
al granjero que cuida las gallinas,
a las migas que caen desde el mantel
al suelo
y se arrepienten en el último segundo.
Pregúntales a las cajeras del supermercado,
al repartidor de pizzas,
al temporero que viaja cada año
a recoger tomates
a Almería.
A mi no me preguntes.
Si el hambre se me escurre
entre las comisuras de los labios,
no es por falta de ganas de comerme
tres veces
el centro de la tierra.
Es que desde hace tiempo,
todo me sabe a miel de alcantarilla
y al agua que remueven
en los charcos
las ruedas de los coches.
A mi no me preguntes.
Mi lengua sigue viva.
JULIA CONEJO
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