Me ven ahora

30 de abril de 2011

Kenneth Rexroth (1905-1982)



Wolf


Never believe all you hear.
Wolves are not as bad as lambs.
I've been a wolf all my life,
And have two lovely daughters
To show for it, while I could
Tell you sickening tales of
Lambs who got their just deserts.


EL LOBO

No confíes en todo lo que escuchas.
Los lobos no son tan malos como los corderos.
Yo he sido un lobo toda mi vida
y poseo dos hijas adorables
para testimoniarlo; en cambio, podría
dejarte hastiado con historias
de tantos corderos que recibieron su merecido.



Lion

The lion is called the king
Of beasts. Nowadays there are
Almost as many lions
In cages as out of them.
If offered a crown, refuse.


EL LEÓN

El león es considerado el rey
de las bestias. Hoy por hoy existen
casi tantos leones
en las jaulas como fuera de ellas.
Ya lo sabes: si te es ofrecida una corona, deséchala

26 de abril de 2011

Gonzalo Rojas / Oscuridad Hermosa


El libro estaba inédito y llevaba un año esperando. En 1946, Gonzalo Rojas ganó el concurso literario de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) con La miseria del hombre, su primer poemario. El premio consistía en la edición del volumen. Pero pasaban los meses y no había publicación. Entonces el autor fue a ver a Manuel Rojas, presidente de la Sech. "Por ahí están tus papeles", le dijo el escritor de Lanchas en la bahía. Rojas, el poeta, decidió retirarlos y publicarlos por su cuenta. Así, en 1948, apareció La miseria del hombre, publicado por la imprenta Roma de Valparaíso, un taller pequeño, especializado en afiches de circos. El volumen de Rojas era el primer trabajo grande que hacían. "Es el libro más feo del mundo", diría el poeta.

El episodio grafica de alguna manera la trayectoria de Gonzalo Rojas: desde sus inicios su obra fue respaldada por los premios y a lo largo de su vida se relacionó con autores y personajes protagonistas del siglo XX.

Así lo recordaba él en 1998, en su estilo, cuando recibió el Premio Octavio Paz: "Dialogué los arcanos con Breton en la Rue Fontaine; con Mao, que alguna vez dijo: 'Deseo medirme con los dioses'; bajé a las minas del carbón de Chile, en el submar de Lota, allá abajo, con ese loco de Allen Ginsberg; vi el rostro de Vallejo entre las nubes de ese avión a 10 mil metros; discutí en mis infancias con Huidobro; dialogué largo con Neruda, quien durmió tantas veces en mi casa; así y así habré visto a tantos".

Convertido en el poeta chileno más premiado en el extranjero desde Neruda, Rojas murió ayer a los 93 años, dos meses después de sufrir un derrame cerebral en Chillán. Desde entonces se mantenía en estado "de sopor". Había sido trasladado a una clínica de Santiago y el domingo su hijo Gonzalo Rojas-May dijo a La Tercera que su padre "se apaga lenta y dignamente".

El gobierno decretó dos días de duelo. Los restos del vate fueron trasladados al Museo Nacional de Bellas Artes, donde están siendo velados. Hasta allí llegaron ayer escritores como Pedro Lastra, Arturo Fontaine y Germán Carrasco. Allí recibirá también un homenaje mañana. Sus funerales se realizarán el jueves, en Chillán. Según adelantó su hijo, el poeta deja poemas y prosas inéditas que pasarán a edición.

Americanista


Su figura constaba de gorro marinero, camisa y corbata, suspensores o bufanda roja. Entre viajes y homenajes, vivió hasta los últimos años en su casa del centro de Chillán. Tenía un retiro cercano, camino a las termas, llamado el Torreón del Renegado, nombre de uno de sus poemas. Dormía en una cama china con espejos de tres siglos, que compró en Beijing en 1971, cuando era consejero cultural del gobierno de Allende, junto al embajador y poeta Armando Uribe. De China partió a Cuba, donde relevó al novelista Jorge Edwards como encargado de negocios. Luego se exilió en la ex RDA, salió de allí rumbo a Venezuela y volvió a Chile en 1979.

Por entonces estrechó amistad con Octavio Paz y el grupo ligado a la revista Vuelta, que sería fundamental en la difusión de su poesía. Su red de amigos iba de Roberto Matta a Claudio Bunster, de Luis Hermosilla a Delfina Guzmán. A ella la conoció en 1958, cuando trabaja en la Universidad de Concepción. Allí, Gonzalo Rojas inició su importante y prolífica actividad cultural, ligada a la acción política -"de un izquierdismo abierto, nunca sectario", según dijo- y a los grandes escritores contemporáneos. En 1960 organiza el Primer Encuentro de Escritores Americanos. Asistieron, entre otros, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Ernesto Sabato, Nicanor Parra, Luis Oyarzún y Volodia Teitelboim. En 1962 repite la jornada y recibe a Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos y Carlos Fuentes. El mexicano dijo que ahí nació de verdad el boom latinoamericano.

De Lebu a China


Gonzalo Rojas nació en Lebu, Arauco, el 20 de diciembre de 1917. Su padre, profesor devenido en minero del carbón, murió cuando tenía cuatro años. A los 16 años escribe sus primeros versos y viaja a Iquique, donde colabora con el diario El Tarapacá, que dirigía Eduardo Frei. A los 20 entra a estudiar Derecho en Santiago. Se cambia a Pedagogía y se une al grupo surrealista La Mandrágora, de Braulio Arenas y Teófilo Cid, y conoce a Vicente Huidobro: lo valora más como vividor que como poeta. Pronto deja a los surrealistas, porque le parecen más librescos que vitales.

Tras vivir unos años en Valparaíso, en 1952 entra a la Universidad de Concepción. En 1953 viaja a Europa y conoce a André Breton; en 1959 vuelve a París para escribir becado por la Unesco y visita China por primera vez, donde conoce a Mao.

En 1964 publica su segundo libro, Contra la muerte, y vuelve a China, donde ejercerá como consejero cultural de la UP. Tras el golpe militar, publica su tercer libro, Oscuro, en Venezuela. La década de los 80 marca el ritmo de su vida futura: ediciones variadas de su obra en diferentes países, invitaciones a universidades, premios y homenajes, en México, Nueva York, Alemania y España. "Soy un sagitariano y, por sagitariano, condenado al viaje, como la flecha al espacio, al vuelo", declaró al crítico peruano Julio Ortega.

Las camarillas

A Rojas sólo le faltó obtener el Premio Nobel. En 2006 fue postulado, luego de obtener el Cervantes 2003. Con Nicanor Parra, era el poeta vivo más importante de la lengua. Y sintomáticamente , mantenían diferencias estéticas y políticas: Rojas le dedicó un ataque poético en 1968, que luego reeditó en su libro Metamorfosis de lo mismo (2000). Nunca se reconciliaron.

En realidad, Rojas fue lo opuesto a Parra: además de publicar profusamente, sus versos son verborrágicos, barrocos, a menudo herméticos, antes que sintéticos, desafiantes y humorísticos. Más lírico, Rojas se sentía heredero de César Vallejo y hermano de Pablo de Rokha, "por la materialidad y ruralidad trascendente".

Desde 1992, los premios y homenajes se multiplicaron: obtuvo el Nacional de Literatura, el primer premio a la poesía iberoamericana Reina Sofía, de España; luego, el José Hernández de Argentina y el Octavio Paz de México. Aunque parecía un campeón de la sociabilidad, solía aconsejar a los jóvenes: "Aléjese, muchacho, de las camarillas, de los cócteles y de los aplausos. Eso no sirve para nada, dedíquese a la rigurosidad del oficio mayor".

Fuente: La Tercera


OSCURIDAD HERMOSA


Anoche te he tocado y te he sentido

sin que mi mano huyera más allá de mi mano,

sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:

de un modo casi humano

te he sentido.



Palpitante,

no sé si como sangre o como nube

errante,

por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,

oscuridad que baja, corriste, centelleante.


Corriste por mi casa de madera

sus ventanas abriste

y te sentí latir la noche entera,

hija de los abismos, silenciosa,

guerrera, tan terrible, tan hermosa

que todo cuanto existe,

para mí, sin tu llama, no existiera.

22 de abril de 2011

Shoichiro Aizawa [Tokio, 1950] Yo me acuerdo

Yo me acuerdo
de donde estaba antes
el cielo azul del otro día
árboles mojados
telas de araña debajo del alero
olor a pan quemado
olor del agua al atardecer
lo abultado de la arena debajo de los pies
lo terso de la baldosa del baño
la piel erizada después de una lluvia torrencial
el aliento de la vegetación
el silbido del tren
Me acuerdo
de donde estás ahora
donde prendías fuego donde mamabas
jugabas pisando sombras comías queso frío de soja
cortabas cebollas y te salían lágrimas
donde volcaste una olla y diste gritos
¿Sigue sonando la campana en la colina?
¿Sigue fluyendo ese río en que flotaban como una tristeza las
costillas de un perro blanco?¿Este año también la higuera en
el jardín de atrás ha dado frutos?
¿No se ha secado todavía el pozo cuya polea está oxidada?

Traducción  de Akiko Misumi.

20 de abril de 2011

Czeslaw Milosz Cuando ella llegue...

Czeslaw Milosz (1911-2004) nació en Lituania. Su infancia fue todo menos apacible: sacudida por la guerra de 1914, la Revolución soviética sorprendió a su familia en Rusia y la obligó a volver a la patria en una nueva guerra entre rusos y polacos. Se licenció en Derecho, pero prefirió dedicarse a la literatura, ganándose la vida como redactor literario en la radio. En 1946 es enviado a Estados Unidos en calidad de agregado cultural, y en 1951 rompe con el gobierno de Varsovia y se establece en Francia. Profesor de literaturas eslavas en la Universidad de Berkeley, Milosz obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1980.

Cuando ella llegue...

Habrá entonces otro hoy y ruidos de ciudad
tal como los de hoy y siempre - ¡duras
experiencias! -,
y olores - según la estación - de septiembre o
de abril.
Y un falso cielo, y nubes sobre el río.

Y palabras - según la ocasión- alegres o
sollozantes
porque nosotros habremos vivido y simulado
cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre
el río!
Y habrá también (voz del hastío, risa de la
impotencia)
el viejo, el estéril, el seco momento presente,
pulsación de una eternidad hermana del silencio;

el momento presente, tal como este momento-
Ayer, hace diez años, hoy, dentro de un mes,
horribles expresiones, pensamientos muertos, pero,

¡que importa!
Bebe, duerme, muere, es preciso librarse de sí mismo
de una u otra manera ...
Traducción de Lyzandro Z. D. Galtier.

19 de abril de 2011

Toriko Takarabe [Niigata, 1933] La muerte que siempre veo


La muerte que siempre veo


Vestida de azul celeste,
mi hermana aparecía y desaparecía en un bosquecillo.
Con una flor de peonía, casi del tamaño de su cara,
mi hermana, ay, se cae debajo del puente.
Al fondo de ese río del valle lejano,
permanezco despierto,
para recogerla en mis brazos.
Una herida azul
atraviesa mis brazos
Desorientadas por un fuego corredizo que viene del campo,
ya ni mi hermana ni yo nos encontramos allí.
Un grito sollozante que se escucha
en medio de los maíces no es mío.
Al despertarme,
me doy cuenta:
abandoné a mi hermana
en la inmensa garganta del sueño.
Ya no volveré,
no volveré jamás
Pero ¡corre, corre!
Se me abre la herida a medida que corro,
se me abre con color de peonía,
y me muero, me muero muchas veces.
Tras mi muerte,
mi hermana se esconde en el bosquecillo,
donde hay un nido de pájaros.
Se la tragó la corriente amarilla del Río Tangwang
De repente me despierto.
No podré volver, no quiero escuchar un disparo
en medio del sueño con los restos de un grito sollozante.
A mi hermana pequeña, que murió como refugiada

17 de abril de 2011

Kenzaburo Oe: Un amor especial 1° capítulo

Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literatura en 1994, tuvo en 1963 un hijo que nació con hidrocefalia. Esta circunstancia, esencial en su vida, ha recorrido con elocuencia toda su obra a partir de entonces y centrado una buena parte de las reflexiones vitales y sociales que aparecen en ella. En un buen número de sus libros aparece la figura de un personaje, de un hijo con discapacidad, integrado en la historia. Hay, sin embargo, un libro no novelado, una especie de diario personal de Oé, que me gusta mucho. Lo encontré, - me lo encontró, mejor dicho, Chema Lera - en un mercadillo de Carrefour donde vendían los libros a peso. Se titula "Un amor especial" y habla de la vida familiar de los Oé y de algunas cosas particulares de Hikari, su hijo "especial". Incluí hace un tiempo un pequeño fragmento de este libro. Vuelvo a él, porque lo he releído estos días, y siguen pareciéndome impresionantes la naturalidad, la sencillez y el sentido del humor a la hora de hablar de las cosas cotidianas, a menudo complicadas, que han vivido los Oé, mezcladas con pensamientos muy claros por parte del escritor acerca de cuál ha de ser la actitud de la sociedad con las personas con discapacidades.

El título del capítulo del que extraigo el fragmento que voy a copiar es "La década de las personas minusválidas". Comienza este capitulo con algunas indicaciones de Oé acerca del trabajo cotidiano del escritor y de sus obligaciones públicas, y sigue:

"Esto explica por qué he llegado al punto en que ya no acepto solicitudes de conferencias o discursos a menos que procedan de amigos íntimos o de mis editores; o por qué, cuando alguien me llama, tengo el hábito de pedirle que me envíe su solicitud por escrito, con una explicación de los objetivos del acto, antes de decidirme. La conferencia que pronuncié en la ciudad de Sakai a finales del año pasado es un ejemplo feliz de este procedimiento. Creo que me llamaron a comienzos del verano y, como respuesta a mi petición, me llegó una carta firmada por el señor M. del Departamento de Bienestar de los Minusválidos de aquella localidad. La carta tenía una resonancia especial para personas que se encuentran en nuestra situación:

Al finalizar esta década especial de los discapacitados establecida por las Naciones Unidas, durante la cual hemos oído llamadas a la igualdad e integración social de todos los minusválidos, quienes están más estrechamente relacionados con estas cuestiones contemplan el futuro con una mezcla de esperanza y aprensión. ¿Continuarán el interés popular y la inquietud que han despertado en los últimos diez años? ¿O bien, como ha sucedido siempre en el pasado, volverán a ponerlos fuera de la vista, relegándolos a algún rincón prácticamente invisible a la conciencia colectiva?

Durante los últimos diez años, la conciencia cada vez más amplia de su existencia ha realzado nuestra tendencia a perder de vista lo que significa sentir una auténtica solidaridad con el prójimo; los discapacitados nos han mostrado, con toda claridad, la estrechez de nuestras miras. Se ha dicho que la "sociedad que excluye a los discapacitados es por definición débil y frágil". Creo que deberíamos examinar de nuevo lo que significa esto y ver de qué manera exactamente la sociedad es débil.

La carta se ocupaba entonces de una conferencia en la que me invitaban a intervenir.

Creo que esta idea de la "aceptación de los discapacitados como un problema para la comunidad", sobre la que le pedimos a usted que hable, inevitablemente rebasa la condición de "problema" para el individuo o la familia y aborda la cuestión de cómo el conjunto de la sociedad aprenderá a aceptar la vida en común con sus miembros discapacitados. El hecho es que, en el mismo acto de aprender a hacer esto, todos nosotros, y no sólo los discapacitados, nos hacemos más libres, lo cual, a mi modo de ver, sugiere una oportunidad para la creación de la "nueva clase de humanidad" a la que usted se ha referido con frecuencia.

No es sorprendente que aceptara participar y enviara un resumen de lo que me proponía decir."
"Ya había reflexionado un tanto en las cuestiones planteadas por M.; en primer lugar, por qué una sociedad que excluye a esa parte de sí misma puede ser considerada débil y frágil. Sólo puedo hablar sobre la base de mi experiencia del único modelo que he visto de una comunidad que no excluye a los discapacitados, la de la Universidad de California, en Berkeley, donde pasé cierto tiempo. El campus está construido en la ladera de una montaña, y la diferencia de altitud de un extremo al otro es tan grande que casi parecía imaginable que hubieran de importar vegetación adecuada a cada altura para asegurar que creciera en los diversos microclimas. Pero si bien esta topografía peculiar proporciona unos panoramas espectaculares, uno no puede dejar de pensar que será un obstáculo enorme para las personas con minusvalías físicas. Sin embargo, en Berkeley es habitual ver personas que se desplazan por el campus en sillas de ruedas motorizadas y a unas velocidades considerables.

Solía preguntarme adónde irían aquellos estudiantes minusválidos (entre ellos algunos con discapacidades mentales) si Berkeley los hubiera excluido. Sin duda algunos de ellos habrían vivido recluidos en sus casas, mientras que a otros los habrían encerrado en instituciones. Soy el primero en reconocer que a veces las instituciones son necesarias y, si están bien dirigidas, incluso pueden servir como campo de pruebas para la integración de los discapacitados en la sociedad. Además, si los minusválidos son capaces de llevar una vida activa y útil en tales instituciones, eso constituye una prueba de lo vital que es la sociedad que las establece. No hay duda de que siempre ha existido esta clase de centros, y es evidente que debemos considerar tales lugares como modelos de una sociedad abierta, pero no es menos cierto que han existido y probablemente todavía existen lugares cuyo objetivo expreso, o cuyo resultado efectivo, es el aislamiento de los minusválidos, y por lo tanto funcionan como los complementos necesarios de una sociedad cerrada.

Flannery O´Connor escribió cierta vez que las actitudes sentimentales hacia los niños minusválidos, que estimulan el hábito de ocultar su dolor a la gente, pertenecen a la misma clase de pensamiento que hizo humear las chimeneas de Auschwitz. Por mi parte, me aventuraría a suponer que muchos padres de hijos discapacitados vacilarían antes de rechazar esta comparación, considerándola una exageración grotesca. Estas personas con conscientes de que su envejecimiento o muerte repentina sólo puede significar que sus hijos serán enviados a una institución, y la idea de que son unas instituciones abiertas y bien dirigidas les ofrece escaso consuelo.

A un nivel más personal, imagino un ejemplo muy concreto de lo que le sucede a una sociedad que excluye a sus minusválidos, preguntándome cómo nos habríamos vuelto nosotros, los Oe, si no hubiéramos hecho de Hikari un miembro indispensable de nuestra familia. Imagino una casa sin alegría, en la que soplarían frías corrientes a través de las grietas dejadas por su ausencia y, después de su exclusión, sería una familia con unos vínculos cada vez más débiles. En nuestro caso, sé que sólo gracias a que incluimos a Hikari en la familia, conseguimos capear nuestras diversas crisis, tales como el gradual declive mental de mi suegra.

Resulta interesante que el mismo hecho de que uno de nosotros sea minusválido nos haya permitido a los demás, como si de una compensación se tratara, aprender a improvisar de una manera bastante creativa. Por ejemplo, en el transcurso de los años la hermana de Hikari ha tenido que idear innumerables maneras de estimularle para que saliera de sus estados de ánimo desagradables. Sin embargo, a pesar de este largo aprendizaje, se ofreció voluntaria para trabajar con los discapacitados en la universidad, y esta experiencia fuera de casa le ayudó a enfocar de un modo más experto y sistemático el cuidado de su hermano, al tiempo que le enseñaba a distanciarse de él cuando era necesario a fin de plantearle las cosas difíciles que es preciso decirle. En resumen, creo que no sólo llegó a verle como un miembro discapacitado de la familia, sino también como un miembro discapacitado de la sociedad. En su manera de relacionarse con Hikari hay, incluso ahora, una sombra de su infancia compartida, de la chiquilla que ideaba toda clase de estratagemas para que él accediera a dar un paseo. No obstante, si negar en modo alguno ese pasado, se ha convertido en una mujer madura y capacitada, y quizá lo ha hecho sobre todo en lo que concierne a su hermano.

Así pues, mientras preparaba mi respuesta a la carta del señor M. para la conferencia, vi cuán estrechamente integrados están los problemas de la aceptación pública y privada de una minusvalía. Me pareció que todo resultaba más fácil de comprender cuando consideraba a la sociedad como una gran familia. El truco, por así decirlo, consistía en modelar las acciones de una sociedad, sus mejores esfuerzos, basándose en las de la familia que ha acogido activamente a un niño minusválido en su seno. Al final, esa clase de familia, mediante su propio proceso de aceptación, puede llegar a desempeñar un papel especial en la comunidad inmediata que la rodea, y con el tiempo es posible que el mensaje llegue a un grupo mucho más amplio."
*Con mucha razón, Chema Lera me ha recordado en un comentario que no había mencionado las bellísimas acuarelas de Yakari Oé, esposa de Kenzaburo y madre de Hikari, cuyas reproducciones se integran también en el libro. Traigo hoy una de esas reproducciones aquí. Yo creo que ambos, madre y padre, han deseado en este libro dejar conjuntamente constancia de su amor y su agradecimiento a su hijo. Quien, por cierto, ha editado un par de discos con composiciones realizadas por él, pues en la música, como bien explica su padre, encontró su auténtico medio de expresión. Por eso la acuarela le representa en el hotel de Salzsburgo, durante un viaje que hicieron a esta ciudad y a Viena

En Siena Aizawa Keiwo

Aizawa Ketwo

En Siena



Mi ángel cruza la plaza con un helado,
deslizándose junto a un auto,
en la sombra oscura de un castaño.
La cara de un niño que revienta de felicidad,
mi ángel se acerca aquí,
hacia un viejo que se desmorona,
que se cae en los escalones de una catedral donde duerme Santa Catalina.
Sonriendo, se acerca cruzando campos y montañas
en medio del verano, llevando mucho tiempo aquí,
yo, con el pelo veteado de gris,
el corazón rebosando de gratitud y calor.
Como si me dijera que él, también, está agotado por este largo viaje,
mi ángel conciliador se acerca
con un helado en ambas manos,
aún tan fresco como el lejano día en el que nos conocimos.
Con el tiempo, la aparición del viejo desaparecerá de los peldaños de la plaza,
el otoño, después el invierno. Para que no caiga una helada,
por favor, tiernísima banda de ángeles, abran sus alas de siete colores,
y por mi ángel que sostiene un helado,
apóyense con amor.


14 de abril de 2011

La bella de las bellas en el jardín Odysséas Elýtis

Odysséas Alepoudélis (Οδυσσέας Αλεπουδέλης, Heraklion, 2 de noviembre de 1911 - Atenas, 18 de marzo de 1996), conocido por su seudónimo Odysséas Elýtis (en griego, Οδυσσέας Ελύτης), fue un poeta griego, Premio Nobel de Literatura en 1979, considerado como uno de los renovadores de la poesía griega a lo largo del siglo XX.



La bella de las bellas en el jardín


Despertaste la gota del día
Sobre el comienzo del canto de los árboles
¡Oh qué bella que estás
Con tus alegres cabellos desplegados
Y con la fuente donde viniste abierta
Para que te oyera que vives y que avanzas!

¡Oh qué bella que estás
Corriendo con el plumón de la alondra
En torno a las fragancias que te soplan
Como sopla el suspiro la pluma
Con un gran sol en los cabellos
Y con una abeja en el resplandor de tu danza!

¡Oh qué bella que estás
Con la nueva tierra que sufres
Desde la raíz hasta la cima de las sombras
Entre las redes de los eucaliptos
Con la mitad del cielo en tus ojos
Y con la otra en los ojos que amas!

¡Oh qué bella que eres
Según despiertas el molino de los vientos
E inclinas tu nido a la izquierda
Para que no vaya perdido tanto amor
Para que no se lamente ni una sombra
En la mariposa griega que encendiste!

Arriba con tu matinal delectación
Colmada del césped del amanecer
Colmada de los pájaros oídos por primera vez!
¡Oh qué bella que estás
'Tirando la gota del día
Sobre el comienzo del canto de los árboles!


De "Orientaciones"
Ediciones del oriente y del mediterráneo 1996
Versión de Ramón Irigoyen

8 de abril de 2011

Buen tiempo, mal tiempo Constantino Kavafis


No me importa si esparce
el invierno afuera bruma nubes y frío
Dentro de mí es primavera, verdadera alegría.
La risa es un rayo de sol, todo de oro,
como el amor no hay otro jardín,
el calor de la canción derrite todas las nieves.


¡De que sirve que haga brotar
la primavera y que siembre verdor!
Tengo el invierno dentro de mí cuando sufre el corazón.
Cubre el gemido el más brillante sol,
si tienes pena , mayo con diciembre se asemeja,
mas frías son las lágrimas que la nieve fría

Versión de Miguel Castillo Didier

6 de abril de 2011

Fragmento "Los Anillos de Saturno"W G Sebald

Escritor alemán nacido Allgäu (Baviera). Su nombre completo era Winfried Georg Sebald. Con 26 años llegó a Norwich (Inglaterra) para dar clases en la Universidad de East Anglia y dónde, desde 1987, ocupó la cátedra de literatura europea. Fue fundador del prestigioso British Centre for Literary Translation, del que fue director hasta 1994. Escritor tardío, su primera novela Vértigo (1990), la escribió cuando contaba 46 años, fijó las formas y los territorios de una narrativa que en sólo diez años y otros tres libros, Los emigrados (1996), Los anillos de Saturno (2000) y Austerlitz (2002), le convirtieron en autor de culto. Sebald poseedor de una prosa exquisita donde es patente cómo cada palabra es amada por lo que es y cada frase por su música, se dedicó sistemáticamente, durante años, a tratar de entender el peso especificó que tiene la cultura de los muertos sobre la cultura de los vivos. El caso de su patria fue el mejor ejemplo que pudo haber escogido. Como parte de la mal llamada "literatura del Holocausto", la figura de Sebald es decisiva para todo aquel que esté realmente interesado en la historia de la cultura reciente. Su literatura transgenérica, riquísima y compleja mezcla de ensayo, novela, libro de viajes y poesía situarán a Sebald, si es que no lo está ya, en la cumbre de los escritores llamados universales. Max Sebald, como así le llamaban sus amigos, y que solía ocultar su presencia tras la figura de un caminante más de las tierras desoladas de Norwich, murió víctima de un accidente automovilístico, tras sufrir un infarto y estrellarse contra un camión, el 16 de diciembre del 2001. 

«En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin, emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí después de haber concluido un trabajo importante. Esta esperanza se cumplió hasta cierto punto, ya que raras veces me he sentido tan independiente como entonces, caminando horas y días enteros por las comarcas, en parte pobladas sólo escasamente, junto a la orilla del mar. Por otra parte, sin embargo, ahora me parece como si la antigua creencia de que determinadas enfermedades del espíritu y del cuerpo arraigan en nosotros bajo el signo de Sirio, preferentemente, tuviese justificación. En cualquier caso, en la época posterior me mantuvo ocupado tanto el recuerdo de la bella libertad de movimiento como también aquel del horror paralizante que varias veces me había asaltado contemplando las huellas de la destrucción, que, incluso en esta remota comarca, retrocedían a un pasado remoto. Tal vez este era el motivo por el que, justo en el mismo día, un año después del comienzo de mi viaje, fui ingresado, en un estado próximo a la inmovilidad absoluta, en el hospital de Norwich, la capital de la provincia, donde después, al menos de pensamiento, comencé a escribir estas páginas. Aún recuerdo con exactitud cómo justo después de que me ingresaran, en mi habitación del octavo piso del hospital, estuve sometido a la idea de que las distancias de Suffolk, que había recorrido el verano pasado, se habían contraído definitivamente en un único punto ciego y sordo. De hecho, desde mi postración, no podía verse del mundo más que el trozo de cielo incoloro en el marco de la ventana.»

5 de abril de 2011

Octavio Paz (México, 1914-1988)


Más allá del amor


Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

4 de abril de 2011

La experiencia no es nunca limitada Henry James (EEUU, 1843-1916)


La experiencia no es nunca limitada, y no es jamás completa; es una sensibilidad inmensa, una especie de enorme tela de araña, de los más finos hilos de seda, suspendida en la cámara de la conciencia, y que capta en su tejido todas las partículas llevadas por el aire.

Es la atmósfera misma de la inteligencia; y cuando ésta es imaginativa, y más aún cuando ocurre que es la de un hombre genial, trae hacia sí los más débiles asomos de vida, convierte las vibraciones del aire en revelaciones.