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16 de septiembre de 2011

Memorias de Christopher Hitchens

Christopher Hitchens repasa su vida de impenitente polemista en 'Hitch-22'



Christopher Hitchens (1949), de quien se publican en España sus memorias, Hitch-22 (Debate), es un bicho raro y conviene saberlo antes de enfrentarse a él: un señor de izquierdas, bebedor profesional, admirador de Trotsky, azote de Noah Chomsky y Michael Moore. Capaz de presentarse voluntario a una sesión de tortura (el famoso waterboarding, una simulación de ahogamiento que el Gobierno de George W. Bush reconoció haber utilizado con profusión) para saber qué se sentía o de ser invitado a un congreso de los laboristas británicos para acabar hablando a favor de la guerra de Irak y apelando a la valentía de los demócratas.
En 2010, al autor le fue diagnosticado un cáncer contra el que aún lucha
Hitchens es, posiblemente, el polemista más temido del mundo, atacado por ambos flancos por predicadores, evangelistas y conservadores así como por pensadores y teóricos de todo tipo y pelaje, especialmente en Estados Unidos, país donde aterrizó en 1981 cansado de su Gran Bretaña natal y de la pereza de sus partidos políticos. Articulista incansable con una monumental base cultural, el inglés reflexiona en Hitch-22 sobre el suicidio de su madre o la gélida actitud de su padre, además de repasar una vida que le ha llevado desde la legendaria Ruta 66 a las montañas de Afganistán pasando por Irak, la España de la transición, Irán o los lodos de la Argentina de Videla.
Por sus páginas van desfilando los rostros de sus colegas Ian McEwan y Martin Amis, así como nombres fundamentales de la literatura (Borges) o hermanos de sangre del escritor, como Salman Rushdie, uno de los hombres que cimentó en Hitchens una furibunda vocación antirreligiosa (especialmente cuando altos miembros de la jerarquía católica y protestante justificaron la fetua contra Rushdie por sus Versos satánicos apelando al concepto de "blasfemia").
El autor fue también un martillo contra Bill Clinton: declaró en el proceso para echarle de la Casa Blanca. También se postuló como uno de los máximos defensores de la invasión de Irak, lo que le enfrentó con la influyente izquierda estadounidense.
Calificado en multitud de ocasiones de "disidente", definición que Hitchens rechaza a favor de otro epíteto -más acertado, según él-, el de "mosca cojonera", si algo se le reconoce unánimemente es su talla intelectual: licenciado en Filosofía, Ciencias Políticas y Economía por la Universidad de Oxford, su precisión y profundidad tanto en su labor de ensayista como en la de periodista y entrevistador, hacen del británico una de las plumas más destacadas de las últimas tres décadas.
Su impresionante volumen Amor, belleza y guerra (editado también por Debate), que aúna artículos realizados para publicaciones como National Geographic, Vanity Fair o The Nation, es una auténtica delicia donde pueden leerse, por ejemplo, piezas como la dedicada a la Madre Teresa de Calcuta. La religiosa, uno de los objetivos preferidos de Hitchens junto a Henry Kissinger, es la protagonista en off de un relato en el que el autor recuerda cuando el propio Vaticano le entrevistó como "abogado del diablo" (una institución que servía para que los detractores pudieran expresar su opinión en los procesos de beatificación y santificación y que fue abolida por Juan Pablo II en 1996). The missionary position: Mother Teresa in theory and practice es el título del provocador libro sobre la figura, nunca publicado en España, que fue la semilla de Dios no es bueno (Debate), una suerte de biblia del ateísmo que Hitchens publicó en 2008.
Hitch-22, que juega con el título del clásico de la literatura estadounidense Catch-22 (Trampa 22), de Joseph Heller, se lee como una novela a partes ácida y a partes nostálgica que retrata a un tipo excepcional en su inquebrantable voluntad de cuestionarlo todo. El propio autor no podía prever que en junio de 2010 debería interrumpir la promoción de sus memorias por culpa de un agresivo cáncer de esófago contra el que lucha desde entonces. Atrás quedan sus juergas alcohólicas y su pasión por el humo, pero la mosca cojonera, que quede claro, sigue ahí.

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