En el lecho desnudo, en la caverna de Platón
las luces se deslizaban furtivas por el muro
mientras los carpinteros martillaban bajo las persianas
y el viento bamboleaba el cortinaje a lo largo de la noche;
ahí estaban los camiones remontando la colina, agobiantes,
atiborrados de bultos, como de costumbre.
El cielo raso se iluminaba de nuevo; su diseño encorvado
se insinuaba discretamente.
Al oír los golpes del lechero,
su penosa ascensión por la escalera, el entrechoque de la botellas
me levante de la cama, encendí un cigarrillo
y me abalancé hacia la ventana. La quietud
de la calle pedregosa envolvía edificios
y alumbrados insomnes y caballos serenos.
La pureza inmaculada del cielo invernal
me invita a la cama con los ojos exhaustos
¡Que bello Francisco¡.Es como si estuviera alli contemplandolo todo.Besos inmensos de luz.
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