En este libro de enfermedades caninas encontramos artículos
sobre casi todas las afecciones humanas, desde la anemia hasta la
ictericia. Los perros sufren y mueren de lo mismo que las personas.
Incluso en esto se esfuerzan por acompañarnos. Naturalmente, sufren de
un modo mucho más discreto: no nos hablan de su malestar, no mueren como
consecuencia de una hipocondría insoportable, ni tampoco acortan sus
vidas fumando cigarrillos o bebiendo vodka. Esto no significa que su
salud sea estadísticamente mejor que la humana, ya que, además de las
enfermedades que comparten con nosotros, hay otras que las sufren
únicamente ellos. El libro, no sin motivo, tiene mas de cuatrocientas
paginas y da la impresión de tratarse de una obra exhaustiva. Sin
embargo, no lo es. El autor pasa por alto las enfermedades mas comunes
entre los perros, es decir, todos los tipos de neurosis y psicosis. La
medicina veterinaria antigua ni se molestaba en estudiarlas, pero, hoy
en día, la vida psíquica de los animales domésticos se ha convertido en
un campo de investigación muy interesante. Lástima que no podamos leer
nada sobre ello en esta obra. Probablemente nos enteraríamos de que a
nuestras mascotas no les resulta nada fácil vivir con nosotros. Durante
toda su vida tratan de comprendernos, de adaptarse a unas normas de
comportamiento que les son impuestas, de captar a través de nuestras
palabras y gestos un sentido que les concierne. Esto supone un esfuerzo
inmenso, una tensión constante. Cada vez que salimos de casa, el perro
se desespera, pues cree que nos marchamos para siempre. Cada vez que
volvemos es para el perro una alegría que linda con la conmoción: como
si un milagro nos hubiese salvado. Estas bienvenidas y despedidas nos
conmueven, pero deberían asustarnos también. Cuando nos marchamos
durante algunas semanas, no podemos comunicar a nuestro perro qué día
volveremos, como tampoco podemos consolarlo con una postal del viaje o
una llamada telefónica. El perro esta condenado a una exasperación y
eterna espera. Y no todo se acaba aquí: hay un centena de situaciones
diferentes en las que el perro pierde ese equilibrio que sirve de
constante balanza entre las exigencias de su propia naturaleza y un
mundo humano que le es extraño. Al final, tarde o temprano, comienza a
corretear detrás de su propia cola, circunstancia que, al contrario de
lo que nos han dicho, no es un juego divertido, sino una señal de que
nuestro pupilo esta perdiendo contacto con la realidad. En los humanos,
dado que no tenemos cola, esta etapa de la enfermedad pasa inadvertida.
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