Me ven ahora

30 de abril de 2011

Kenneth Rexroth (1905-1982)



Wolf


Never believe all you hear.
Wolves are not as bad as lambs.
I've been a wolf all my life,
And have two lovely daughters
To show for it, while I could
Tell you sickening tales of
Lambs who got their just deserts.


EL LOBO

No confíes en todo lo que escuchas.
Los lobos no son tan malos como los corderos.
Yo he sido un lobo toda mi vida
y poseo dos hijas adorables
para testimoniarlo; en cambio, podría
dejarte hastiado con historias
de tantos corderos que recibieron su merecido.



Lion

The lion is called the king
Of beasts. Nowadays there are
Almost as many lions
In cages as out of them.
If offered a crown, refuse.


EL LEÓN

El león es considerado el rey
de las bestias. Hoy por hoy existen
casi tantos leones
en las jaulas como fuera de ellas.
Ya lo sabes: si te es ofrecida una corona, deséchala

26 de abril de 2011

Gonzalo Rojas / Oscuridad Hermosa


El libro estaba inédito y llevaba un año esperando. En 1946, Gonzalo Rojas ganó el concurso literario de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) con La miseria del hombre, su primer poemario. El premio consistía en la edición del volumen. Pero pasaban los meses y no había publicación. Entonces el autor fue a ver a Manuel Rojas, presidente de la Sech. "Por ahí están tus papeles", le dijo el escritor de Lanchas en la bahía. Rojas, el poeta, decidió retirarlos y publicarlos por su cuenta. Así, en 1948, apareció La miseria del hombre, publicado por la imprenta Roma de Valparaíso, un taller pequeño, especializado en afiches de circos. El volumen de Rojas era el primer trabajo grande que hacían. "Es el libro más feo del mundo", diría el poeta.

El episodio grafica de alguna manera la trayectoria de Gonzalo Rojas: desde sus inicios su obra fue respaldada por los premios y a lo largo de su vida se relacionó con autores y personajes protagonistas del siglo XX.

Así lo recordaba él en 1998, en su estilo, cuando recibió el Premio Octavio Paz: "Dialogué los arcanos con Breton en la Rue Fontaine; con Mao, que alguna vez dijo: 'Deseo medirme con los dioses'; bajé a las minas del carbón de Chile, en el submar de Lota, allá abajo, con ese loco de Allen Ginsberg; vi el rostro de Vallejo entre las nubes de ese avión a 10 mil metros; discutí en mis infancias con Huidobro; dialogué largo con Neruda, quien durmió tantas veces en mi casa; así y así habré visto a tantos".

Convertido en el poeta chileno más premiado en el extranjero desde Neruda, Rojas murió ayer a los 93 años, dos meses después de sufrir un derrame cerebral en Chillán. Desde entonces se mantenía en estado "de sopor". Había sido trasladado a una clínica de Santiago y el domingo su hijo Gonzalo Rojas-May dijo a La Tercera que su padre "se apaga lenta y dignamente".

El gobierno decretó dos días de duelo. Los restos del vate fueron trasladados al Museo Nacional de Bellas Artes, donde están siendo velados. Hasta allí llegaron ayer escritores como Pedro Lastra, Arturo Fontaine y Germán Carrasco. Allí recibirá también un homenaje mañana. Sus funerales se realizarán el jueves, en Chillán. Según adelantó su hijo, el poeta deja poemas y prosas inéditas que pasarán a edición.

Americanista


Su figura constaba de gorro marinero, camisa y corbata, suspensores o bufanda roja. Entre viajes y homenajes, vivió hasta los últimos años en su casa del centro de Chillán. Tenía un retiro cercano, camino a las termas, llamado el Torreón del Renegado, nombre de uno de sus poemas. Dormía en una cama china con espejos de tres siglos, que compró en Beijing en 1971, cuando era consejero cultural del gobierno de Allende, junto al embajador y poeta Armando Uribe. De China partió a Cuba, donde relevó al novelista Jorge Edwards como encargado de negocios. Luego se exilió en la ex RDA, salió de allí rumbo a Venezuela y volvió a Chile en 1979.

Por entonces estrechó amistad con Octavio Paz y el grupo ligado a la revista Vuelta, que sería fundamental en la difusión de su poesía. Su red de amigos iba de Roberto Matta a Claudio Bunster, de Luis Hermosilla a Delfina Guzmán. A ella la conoció en 1958, cuando trabaja en la Universidad de Concepción. Allí, Gonzalo Rojas inició su importante y prolífica actividad cultural, ligada a la acción política -"de un izquierdismo abierto, nunca sectario", según dijo- y a los grandes escritores contemporáneos. En 1960 organiza el Primer Encuentro de Escritores Americanos. Asistieron, entre otros, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Ernesto Sabato, Nicanor Parra, Luis Oyarzún y Volodia Teitelboim. En 1962 repite la jornada y recibe a Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos y Carlos Fuentes. El mexicano dijo que ahí nació de verdad el boom latinoamericano.

De Lebu a China


Gonzalo Rojas nació en Lebu, Arauco, el 20 de diciembre de 1917. Su padre, profesor devenido en minero del carbón, murió cuando tenía cuatro años. A los 16 años escribe sus primeros versos y viaja a Iquique, donde colabora con el diario El Tarapacá, que dirigía Eduardo Frei. A los 20 entra a estudiar Derecho en Santiago. Se cambia a Pedagogía y se une al grupo surrealista La Mandrágora, de Braulio Arenas y Teófilo Cid, y conoce a Vicente Huidobro: lo valora más como vividor que como poeta. Pronto deja a los surrealistas, porque le parecen más librescos que vitales.

Tras vivir unos años en Valparaíso, en 1952 entra a la Universidad de Concepción. En 1953 viaja a Europa y conoce a André Breton; en 1959 vuelve a París para escribir becado por la Unesco y visita China por primera vez, donde conoce a Mao.

En 1964 publica su segundo libro, Contra la muerte, y vuelve a China, donde ejercerá como consejero cultural de la UP. Tras el golpe militar, publica su tercer libro, Oscuro, en Venezuela. La década de los 80 marca el ritmo de su vida futura: ediciones variadas de su obra en diferentes países, invitaciones a universidades, premios y homenajes, en México, Nueva York, Alemania y España. "Soy un sagitariano y, por sagitariano, condenado al viaje, como la flecha al espacio, al vuelo", declaró al crítico peruano Julio Ortega.

Las camarillas

A Rojas sólo le faltó obtener el Premio Nobel. En 2006 fue postulado, luego de obtener el Cervantes 2003. Con Nicanor Parra, era el poeta vivo más importante de la lengua. Y sintomáticamente , mantenían diferencias estéticas y políticas: Rojas le dedicó un ataque poético en 1968, que luego reeditó en su libro Metamorfosis de lo mismo (2000). Nunca se reconciliaron.

En realidad, Rojas fue lo opuesto a Parra: además de publicar profusamente, sus versos son verborrágicos, barrocos, a menudo herméticos, antes que sintéticos, desafiantes y humorísticos. Más lírico, Rojas se sentía heredero de César Vallejo y hermano de Pablo de Rokha, "por la materialidad y ruralidad trascendente".

Desde 1992, los premios y homenajes se multiplicaron: obtuvo el Nacional de Literatura, el primer premio a la poesía iberoamericana Reina Sofía, de España; luego, el José Hernández de Argentina y el Octavio Paz de México. Aunque parecía un campeón de la sociabilidad, solía aconsejar a los jóvenes: "Aléjese, muchacho, de las camarillas, de los cócteles y de los aplausos. Eso no sirve para nada, dedíquese a la rigurosidad del oficio mayor".

Fuente: La Tercera


OSCURIDAD HERMOSA


Anoche te he tocado y te he sentido

sin que mi mano huyera más allá de mi mano,

sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:

de un modo casi humano

te he sentido.



Palpitante,

no sé si como sangre o como nube

errante,

por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,

oscuridad que baja, corriste, centelleante.


Corriste por mi casa de madera

sus ventanas abriste

y te sentí latir la noche entera,

hija de los abismos, silenciosa,

guerrera, tan terrible, tan hermosa

que todo cuanto existe,

para mí, sin tu llama, no existiera.

22 de abril de 2011

Shoichiro Aizawa [Tokio, 1950] Yo me acuerdo

Yo me acuerdo
de donde estaba antes
el cielo azul del otro día
árboles mojados
telas de araña debajo del alero
olor a pan quemado
olor del agua al atardecer
lo abultado de la arena debajo de los pies
lo terso de la baldosa del baño
la piel erizada después de una lluvia torrencial
el aliento de la vegetación
el silbido del tren
Me acuerdo
de donde estás ahora
donde prendías fuego donde mamabas
jugabas pisando sombras comías queso frío de soja
cortabas cebollas y te salían lágrimas
donde volcaste una olla y diste gritos
¿Sigue sonando la campana en la colina?
¿Sigue fluyendo ese río en que flotaban como una tristeza las
costillas de un perro blanco?¿Este año también la higuera en
el jardín de atrás ha dado frutos?
¿No se ha secado todavía el pozo cuya polea está oxidada?

Traducción  de Akiko Misumi.

20 de abril de 2011

Czeslaw Milosz Cuando ella llegue...

Czeslaw Milosz (1911-2004) nació en Lituania. Su infancia fue todo menos apacible: sacudida por la guerra de 1914, la Revolución soviética sorprendió a su familia en Rusia y la obligó a volver a la patria en una nueva guerra entre rusos y polacos. Se licenció en Derecho, pero prefirió dedicarse a la literatura, ganándose la vida como redactor literario en la radio. En 1946 es enviado a Estados Unidos en calidad de agregado cultural, y en 1951 rompe con el gobierno de Varsovia y se establece en Francia. Profesor de literaturas eslavas en la Universidad de Berkeley, Milosz obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1980.

Cuando ella llegue...

Habrá entonces otro hoy y ruidos de ciudad
tal como los de hoy y siempre - ¡duras
experiencias! -,
y olores - según la estación - de septiembre o
de abril.
Y un falso cielo, y nubes sobre el río.

Y palabras - según la ocasión- alegres o
sollozantes
porque nosotros habremos vivido y simulado
cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre
el río!
Y habrá también (voz del hastío, risa de la
impotencia)
el viejo, el estéril, el seco momento presente,
pulsación de una eternidad hermana del silencio;

el momento presente, tal como este momento-
Ayer, hace diez años, hoy, dentro de un mes,
horribles expresiones, pensamientos muertos, pero,

¡que importa!
Bebe, duerme, muere, es preciso librarse de sí mismo
de una u otra manera ...
Traducción de Lyzandro Z. D. Galtier.

19 de abril de 2011

Toriko Takarabe [Niigata, 1933] La muerte que siempre veo


La muerte que siempre veo


Vestida de azul celeste,
mi hermana aparecía y desaparecía en un bosquecillo.
Con una flor de peonía, casi del tamaño de su cara,
mi hermana, ay, se cae debajo del puente.
Al fondo de ese río del valle lejano,
permanezco despierto,
para recogerla en mis brazos.
Una herida azul
atraviesa mis brazos
Desorientadas por un fuego corredizo que viene del campo,
ya ni mi hermana ni yo nos encontramos allí.
Un grito sollozante que se escucha
en medio de los maíces no es mío.
Al despertarme,
me doy cuenta:
abandoné a mi hermana
en la inmensa garganta del sueño.
Ya no volveré,
no volveré jamás
Pero ¡corre, corre!
Se me abre la herida a medida que corro,
se me abre con color de peonía,
y me muero, me muero muchas veces.
Tras mi muerte,
mi hermana se esconde en el bosquecillo,
donde hay un nido de pájaros.
Se la tragó la corriente amarilla del Río Tangwang
De repente me despierto.
No podré volver, no quiero escuchar un disparo
en medio del sueño con los restos de un grito sollozante.
A mi hermana pequeña, que murió como refugiada

17 de abril de 2011

Kenzaburo Oe: Un amor especial 1° capítulo

Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literatura en 1994, tuvo en 1963 un hijo que nació con hidrocefalia. Esta circunstancia, esencial en su vida, ha recorrido con elocuencia toda su obra a partir de entonces y centrado una buena parte de las reflexiones vitales y sociales que aparecen en ella. En un buen número de sus libros aparece la figura de un personaje, de un hijo con discapacidad, integrado en la historia. Hay, sin embargo, un libro no novelado, una especie de diario personal de Oé, que me gusta mucho. Lo encontré, - me lo encontró, mejor dicho, Chema Lera - en un mercadillo de Carrefour donde vendían los libros a peso. Se titula "Un amor especial" y habla de la vida familiar de los Oé y de algunas cosas particulares de Hikari, su hijo "especial". Incluí hace un tiempo un pequeño fragmento de este libro. Vuelvo a él, porque lo he releído estos días, y siguen pareciéndome impresionantes la naturalidad, la sencillez y el sentido del humor a la hora de hablar de las cosas cotidianas, a menudo complicadas, que han vivido los Oé, mezcladas con pensamientos muy claros por parte del escritor acerca de cuál ha de ser la actitud de la sociedad con las personas con discapacidades.

El título del capítulo del que extraigo el fragmento que voy a copiar es "La década de las personas minusválidas". Comienza este capitulo con algunas indicaciones de Oé acerca del trabajo cotidiano del escritor y de sus obligaciones públicas, y sigue:

"Esto explica por qué he llegado al punto en que ya no acepto solicitudes de conferencias o discursos a menos que procedan de amigos íntimos o de mis editores; o por qué, cuando alguien me llama, tengo el hábito de pedirle que me envíe su solicitud por escrito, con una explicación de los objetivos del acto, antes de decidirme. La conferencia que pronuncié en la ciudad de Sakai a finales del año pasado es un ejemplo feliz de este procedimiento. Creo que me llamaron a comienzos del verano y, como respuesta a mi petición, me llegó una carta firmada por el señor M. del Departamento de Bienestar de los Minusválidos de aquella localidad. La carta tenía una resonancia especial para personas que se encuentran en nuestra situación:

Al finalizar esta década especial de los discapacitados establecida por las Naciones Unidas, durante la cual hemos oído llamadas a la igualdad e integración social de todos los minusválidos, quienes están más estrechamente relacionados con estas cuestiones contemplan el futuro con una mezcla de esperanza y aprensión. ¿Continuarán el interés popular y la inquietud que han despertado en los últimos diez años? ¿O bien, como ha sucedido siempre en el pasado, volverán a ponerlos fuera de la vista, relegándolos a algún rincón prácticamente invisible a la conciencia colectiva?

Durante los últimos diez años, la conciencia cada vez más amplia de su existencia ha realzado nuestra tendencia a perder de vista lo que significa sentir una auténtica solidaridad con el prójimo; los discapacitados nos han mostrado, con toda claridad, la estrechez de nuestras miras. Se ha dicho que la "sociedad que excluye a los discapacitados es por definición débil y frágil". Creo que deberíamos examinar de nuevo lo que significa esto y ver de qué manera exactamente la sociedad es débil.

La carta se ocupaba entonces de una conferencia en la que me invitaban a intervenir.

Creo que esta idea de la "aceptación de los discapacitados como un problema para la comunidad", sobre la que le pedimos a usted que hable, inevitablemente rebasa la condición de "problema" para el individuo o la familia y aborda la cuestión de cómo el conjunto de la sociedad aprenderá a aceptar la vida en común con sus miembros discapacitados. El hecho es que, en el mismo acto de aprender a hacer esto, todos nosotros, y no sólo los discapacitados, nos hacemos más libres, lo cual, a mi modo de ver, sugiere una oportunidad para la creación de la "nueva clase de humanidad" a la que usted se ha referido con frecuencia.

No es sorprendente que aceptara participar y enviara un resumen de lo que me proponía decir."
"Ya había reflexionado un tanto en las cuestiones planteadas por M.; en primer lugar, por qué una sociedad que excluye a esa parte de sí misma puede ser considerada débil y frágil. Sólo puedo hablar sobre la base de mi experiencia del único modelo que he visto de una comunidad que no excluye a los discapacitados, la de la Universidad de California, en Berkeley, donde pasé cierto tiempo. El campus está construido en la ladera de una montaña, y la diferencia de altitud de un extremo al otro es tan grande que casi parecía imaginable que hubieran de importar vegetación adecuada a cada altura para asegurar que creciera en los diversos microclimas. Pero si bien esta topografía peculiar proporciona unos panoramas espectaculares, uno no puede dejar de pensar que será un obstáculo enorme para las personas con minusvalías físicas. Sin embargo, en Berkeley es habitual ver personas que se desplazan por el campus en sillas de ruedas motorizadas y a unas velocidades considerables.

Solía preguntarme adónde irían aquellos estudiantes minusválidos (entre ellos algunos con discapacidades mentales) si Berkeley los hubiera excluido. Sin duda algunos de ellos habrían vivido recluidos en sus casas, mientras que a otros los habrían encerrado en instituciones. Soy el primero en reconocer que a veces las instituciones son necesarias y, si están bien dirigidas, incluso pueden servir como campo de pruebas para la integración de los discapacitados en la sociedad. Además, si los minusválidos son capaces de llevar una vida activa y útil en tales instituciones, eso constituye una prueba de lo vital que es la sociedad que las establece. No hay duda de que siempre ha existido esta clase de centros, y es evidente que debemos considerar tales lugares como modelos de una sociedad abierta, pero no es menos cierto que han existido y probablemente todavía existen lugares cuyo objetivo expreso, o cuyo resultado efectivo, es el aislamiento de los minusválidos, y por lo tanto funcionan como los complementos necesarios de una sociedad cerrada.

Flannery O´Connor escribió cierta vez que las actitudes sentimentales hacia los niños minusválidos, que estimulan el hábito de ocultar su dolor a la gente, pertenecen a la misma clase de pensamiento que hizo humear las chimeneas de Auschwitz. Por mi parte, me aventuraría a suponer que muchos padres de hijos discapacitados vacilarían antes de rechazar esta comparación, considerándola una exageración grotesca. Estas personas con conscientes de que su envejecimiento o muerte repentina sólo puede significar que sus hijos serán enviados a una institución, y la idea de que son unas instituciones abiertas y bien dirigidas les ofrece escaso consuelo.

A un nivel más personal, imagino un ejemplo muy concreto de lo que le sucede a una sociedad que excluye a sus minusválidos, preguntándome cómo nos habríamos vuelto nosotros, los Oe, si no hubiéramos hecho de Hikari un miembro indispensable de nuestra familia. Imagino una casa sin alegría, en la que soplarían frías corrientes a través de las grietas dejadas por su ausencia y, después de su exclusión, sería una familia con unos vínculos cada vez más débiles. En nuestro caso, sé que sólo gracias a que incluimos a Hikari en la familia, conseguimos capear nuestras diversas crisis, tales como el gradual declive mental de mi suegra.

Resulta interesante que el mismo hecho de que uno de nosotros sea minusválido nos haya permitido a los demás, como si de una compensación se tratara, aprender a improvisar de una manera bastante creativa. Por ejemplo, en el transcurso de los años la hermana de Hikari ha tenido que idear innumerables maneras de estimularle para que saliera de sus estados de ánimo desagradables. Sin embargo, a pesar de este largo aprendizaje, se ofreció voluntaria para trabajar con los discapacitados en la universidad, y esta experiencia fuera de casa le ayudó a enfocar de un modo más experto y sistemático el cuidado de su hermano, al tiempo que le enseñaba a distanciarse de él cuando era necesario a fin de plantearle las cosas difíciles que es preciso decirle. En resumen, creo que no sólo llegó a verle como un miembro discapacitado de la familia, sino también como un miembro discapacitado de la sociedad. En su manera de relacionarse con Hikari hay, incluso ahora, una sombra de su infancia compartida, de la chiquilla que ideaba toda clase de estratagemas para que él accediera a dar un paseo. No obstante, si negar en modo alguno ese pasado, se ha convertido en una mujer madura y capacitada, y quizá lo ha hecho sobre todo en lo que concierne a su hermano.

Así pues, mientras preparaba mi respuesta a la carta del señor M. para la conferencia, vi cuán estrechamente integrados están los problemas de la aceptación pública y privada de una minusvalía. Me pareció que todo resultaba más fácil de comprender cuando consideraba a la sociedad como una gran familia. El truco, por así decirlo, consistía en modelar las acciones de una sociedad, sus mejores esfuerzos, basándose en las de la familia que ha acogido activamente a un niño minusválido en su seno. Al final, esa clase de familia, mediante su propio proceso de aceptación, puede llegar a desempeñar un papel especial en la comunidad inmediata que la rodea, y con el tiempo es posible que el mensaje llegue a un grupo mucho más amplio."
*Con mucha razón, Chema Lera me ha recordado en un comentario que no había mencionado las bellísimas acuarelas de Yakari Oé, esposa de Kenzaburo y madre de Hikari, cuyas reproducciones se integran también en el libro. Traigo hoy una de esas reproducciones aquí. Yo creo que ambos, madre y padre, han deseado en este libro dejar conjuntamente constancia de su amor y su agradecimiento a su hijo. Quien, por cierto, ha editado un par de discos con composiciones realizadas por él, pues en la música, como bien explica su padre, encontró su auténtico medio de expresión. Por eso la acuarela le representa en el hotel de Salzsburgo, durante un viaje que hicieron a esta ciudad y a Viena

En Siena Aizawa Keiwo

Aizawa Ketwo

En Siena



Mi ángel cruza la plaza con un helado,
deslizándose junto a un auto,
en la sombra oscura de un castaño.
La cara de un niño que revienta de felicidad,
mi ángel se acerca aquí,
hacia un viejo que se desmorona,
que se cae en los escalones de una catedral donde duerme Santa Catalina.
Sonriendo, se acerca cruzando campos y montañas
en medio del verano, llevando mucho tiempo aquí,
yo, con el pelo veteado de gris,
el corazón rebosando de gratitud y calor.
Como si me dijera que él, también, está agotado por este largo viaje,
mi ángel conciliador se acerca
con un helado en ambas manos,
aún tan fresco como el lejano día en el que nos conocimos.
Con el tiempo, la aparición del viejo desaparecerá de los peldaños de la plaza,
el otoño, después el invierno. Para que no caiga una helada,
por favor, tiernísima banda de ángeles, abran sus alas de siete colores,
y por mi ángel que sostiene un helado,
apóyense con amor.


14 de abril de 2011

La bella de las bellas en el jardín Odysséas Elýtis

Odysséas Alepoudélis (Οδυσσέας Αλεπουδέλης, Heraklion, 2 de noviembre de 1911 - Atenas, 18 de marzo de 1996), conocido por su seudónimo Odysséas Elýtis (en griego, Οδυσσέας Ελύτης), fue un poeta griego, Premio Nobel de Literatura en 1979, considerado como uno de los renovadores de la poesía griega a lo largo del siglo XX.



La bella de las bellas en el jardín


Despertaste la gota del día
Sobre el comienzo del canto de los árboles
¡Oh qué bella que estás
Con tus alegres cabellos desplegados
Y con la fuente donde viniste abierta
Para que te oyera que vives y que avanzas!

¡Oh qué bella que estás
Corriendo con el plumón de la alondra
En torno a las fragancias que te soplan
Como sopla el suspiro la pluma
Con un gran sol en los cabellos
Y con una abeja en el resplandor de tu danza!

¡Oh qué bella que estás
Con la nueva tierra que sufres
Desde la raíz hasta la cima de las sombras
Entre las redes de los eucaliptos
Con la mitad del cielo en tus ojos
Y con la otra en los ojos que amas!

¡Oh qué bella que eres
Según despiertas el molino de los vientos
E inclinas tu nido a la izquierda
Para que no vaya perdido tanto amor
Para que no se lamente ni una sombra
En la mariposa griega que encendiste!

Arriba con tu matinal delectación
Colmada del césped del amanecer
Colmada de los pájaros oídos por primera vez!
¡Oh qué bella que estás
'Tirando la gota del día
Sobre el comienzo del canto de los árboles!


De "Orientaciones"
Ediciones del oriente y del mediterráneo 1996
Versión de Ramón Irigoyen

8 de abril de 2011

Buen tiempo, mal tiempo Constantino Kavafis


No me importa si esparce
el invierno afuera bruma nubes y frío
Dentro de mí es primavera, verdadera alegría.
La risa es un rayo de sol, todo de oro,
como el amor no hay otro jardín,
el calor de la canción derrite todas las nieves.


¡De que sirve que haga brotar
la primavera y que siembre verdor!
Tengo el invierno dentro de mí cuando sufre el corazón.
Cubre el gemido el más brillante sol,
si tienes pena , mayo con diciembre se asemeja,
mas frías son las lágrimas que la nieve fría

Versión de Miguel Castillo Didier

6 de abril de 2011

Fragmento "Los Anillos de Saturno"W G Sebald

Escritor alemán nacido Allgäu (Baviera). Su nombre completo era Winfried Georg Sebald. Con 26 años llegó a Norwich (Inglaterra) para dar clases en la Universidad de East Anglia y dónde, desde 1987, ocupó la cátedra de literatura europea. Fue fundador del prestigioso British Centre for Literary Translation, del que fue director hasta 1994. Escritor tardío, su primera novela Vértigo (1990), la escribió cuando contaba 46 años, fijó las formas y los territorios de una narrativa que en sólo diez años y otros tres libros, Los emigrados (1996), Los anillos de Saturno (2000) y Austerlitz (2002), le convirtieron en autor de culto. Sebald poseedor de una prosa exquisita donde es patente cómo cada palabra es amada por lo que es y cada frase por su música, se dedicó sistemáticamente, durante años, a tratar de entender el peso especificó que tiene la cultura de los muertos sobre la cultura de los vivos. El caso de su patria fue el mejor ejemplo que pudo haber escogido. Como parte de la mal llamada "literatura del Holocausto", la figura de Sebald es decisiva para todo aquel que esté realmente interesado en la historia de la cultura reciente. Su literatura transgenérica, riquísima y compleja mezcla de ensayo, novela, libro de viajes y poesía situarán a Sebald, si es que no lo está ya, en la cumbre de los escritores llamados universales. Max Sebald, como así le llamaban sus amigos, y que solía ocultar su presencia tras la figura de un caminante más de las tierras desoladas de Norwich, murió víctima de un accidente automovilístico, tras sufrir un infarto y estrellarse contra un camión, el 16 de diciembre del 2001. 

«En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin, emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí después de haber concluido un trabajo importante. Esta esperanza se cumplió hasta cierto punto, ya que raras veces me he sentido tan independiente como entonces, caminando horas y días enteros por las comarcas, en parte pobladas sólo escasamente, junto a la orilla del mar. Por otra parte, sin embargo, ahora me parece como si la antigua creencia de que determinadas enfermedades del espíritu y del cuerpo arraigan en nosotros bajo el signo de Sirio, preferentemente, tuviese justificación. En cualquier caso, en la época posterior me mantuvo ocupado tanto el recuerdo de la bella libertad de movimiento como también aquel del horror paralizante que varias veces me había asaltado contemplando las huellas de la destrucción, que, incluso en esta remota comarca, retrocedían a un pasado remoto. Tal vez este era el motivo por el que, justo en el mismo día, un año después del comienzo de mi viaje, fui ingresado, en un estado próximo a la inmovilidad absoluta, en el hospital de Norwich, la capital de la provincia, donde después, al menos de pensamiento, comencé a escribir estas páginas. Aún recuerdo con exactitud cómo justo después de que me ingresaran, en mi habitación del octavo piso del hospital, estuve sometido a la idea de que las distancias de Suffolk, que había recorrido el verano pasado, se habían contraído definitivamente en un único punto ciego y sordo. De hecho, desde mi postración, no podía verse del mundo más que el trozo de cielo incoloro en el marco de la ventana.»

5 de abril de 2011

Octavio Paz (México, 1914-1988)


Más allá del amor


Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

4 de abril de 2011

La experiencia no es nunca limitada Henry James (EEUU, 1843-1916)


La experiencia no es nunca limitada, y no es jamás completa; es una sensibilidad inmensa, una especie de enorme tela de araña, de los más finos hilos de seda, suspendida en la cámara de la conciencia, y que capta en su tejido todas las partículas llevadas por el aire.

Es la atmósfera misma de la inteligencia; y cuando ésta es imaginativa, y más aún cuando ocurre que es la de un hombre genial, trae hacia sí los más débiles asomos de vida, convierte las vibraciones del aire en revelaciones.

30 de marzo de 2011

Wislawa Szymborska (12 poemas)


Bajo una pequeña estrella

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

Descubrimiento

Creo en el gran descubrimiento.
Creo en el hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el terror del hombre que hará el descubrimiento.
Creo en la palidez de su rostro,
la náusea, el sudor frío en su labio.
Creo en la quema de las notas,
quema hasta las cenizas,
quema hasta la última.
Creo en la dispersión de los números,
su dispersión sin remordimiento.
Creo en la rapidez del hombre,
la precisión de sus movimientos,
su libre albedrío irreprimido.
Creo en la destrucción de las tablillas,
el vertido de los líquidos,
la extinción del rayo.
Afirmo que todo funcionará
y que no será demasiado tarde,
y que las cosas se develarán en ausencia de testigos.
Nadie lo averiguará, no me cabe duda,
ni esposa ni muralla,
ni siquiera un pájaro, porque bien puede cantar.
Creo en la mano detenida,
creo en la carrera arruinada,
creo en la labor perdida de muchos años.
Creo en el secreto llevado a la tumba.
Para mí estas palabras se remontan por encima de las reglas.
No buscan apoyo en ejemplos de ninguna clase.
Mi fe es fuerte, ciega y sin ningún fundamento.

Un encanto

Con que quiere felicidad,
con que quiere la verdad,
con que quiere eternidad,
¡vaya, vaya!
Apenas si acaba de distinguir el sueño de la vigilia,
apenas si acaba de darse cuenta de que él es él,
apenas si acaba de labrar su mano, descendiente de una aleta,
el pedernal y el cohete,
es fácil ahogarlo en la cuchara del océano,
demasiado poco ridículo incluso como para hacer reír al vacío,
con los ojos sólo ve,
con los oídos sólo oye,
el récord de su habla es el modo potencial,
con la razón vitupera a la razón,
en una palabra: casi nadie,
pero con la cabeza llena de libertad, de omnisciencia
y de existencia
más allá de la estúpida carne,
¡vaya, vaya!
Porque quizá sí exista,
haya sucedido de verdad
bajo una de las pueblerinas estrellas.
A su modo, dinámico y movido.
Para ser una miserable degeneración del cristal,
bastante sorprendido.
Para haber tenido una difícil infancia en la obligatoriedad
de la manada,
no está mal como individuo.
¡Vaya, vaya!
A seguir así, así aunque sea un instante,
¡a través del abrir y cerrar de ojos de una pequeña galaxia!
A ver si tenemos por fin una idea, aproximada al menos,
de qué va a ser, ya que ya es,
Y es obstinado.
Obstinado, hay que admitirlo, mucho.
Con ese aro en la nariz, con esa toga, con ese suéter.
Queramos o no, un encanto.
Pobrecito.
Un verdadero hombre.

La realidad exige

La realidad exige
que lo digamos bien claro:
la vida sigue su curso.
Sucede así en Cannas y en Borodinó,
en los llanos de Kosovo y en Guernica.
Hay una gasolinera
en una pequeña plaza de Jericó,
hay bancos recién pintados
cerca de Bila Hora.
Las cartas van y vienen
entre Pearl Harbor y Hastings,
pasa un camión de muebles
bajo la mirada del león de Queronea
y solo un frente atmosférico amenaza
los florecientes jardines cercanos a Verdún.
Hay tanto de Todo
que lo que hay de Nada queda muy bien cubierto.
De los yates de Accio
llega la música
y en la cubierta, al sol, bailan las parejas.
Pasan siempre tantas cosas
Que seguro tienen que pasar en todas partes.
Donde hay piedra sobre piedra
hay un carro de helados
cercado por los niños.
Donde estaba Hiroshima
de nuevo está Hiroshima
y se siguen produciendo
objetos de uso cotidiano.
No le faltan encantos a este hermoso mundo
ni tampoco amaneceres
para los que merece la pena despertar.
En los campos de Macejowice
La hierba es verde,
y en la hierba, como pasa en la hierba,
la escarcha, transparente.
Quizá no haya un lugar que no haya sido un campo de batalla,
los aún recordados,
los hoy ya olvidados,
bosques de cedros y bosques de abedules,
nieves y arenas, pantanos irisados
y barrancos de negro fracaso
donde en caso de urgencia
satisfacemos ahora nuestras necesidades.
Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna.
Lo que de verdad sale es la sangre que seca rápida
y siempre algunos ríos, algunas nubes.
En esos desfiladeros trágicos
el viento se lleva los sombreros,
y es inevitable:
la imagen nos da risa.

Discurso en el depósito de objetos perdidos

Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte,
y también muchos dioses en el camino de este a oeste.
Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo.
Se me hundió en el mar una isla, otra.
Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras,
quién trae mi piel, quién vive en mi concha.
Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla
y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario.
Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas,
me alejé de mis sentidos muchísimas veces.
Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto,
me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas.
Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos.
Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó
de mí:
un individuo aislado, del género humano por ahora,
que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía.

La habitación del suicida

Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?
Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.
No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.
Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.
Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

Las cartas de los difuntos

Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses,
pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas
posteriores.
Sabemos qué dinero no ha sido devuelto.
Con quién se casaron rápidamente las viudas.
Pobres difuntos, inocentes difuntos,
engañados, falibles, ineptamente precavidos.
Vemos los gestos y las señas que hacen a sus espaldas.
Cazamos con el oído el rumor de los testamentos rotos.
Están sentados frente a nosotros, ridículos, como en panecillos
con mantequilla,
o se echan a correr tras los sombreros que vuelan de sus cabezas.
Su mal gusto, Napoleón, el vapor y la electricidad,
sus mortales curas para enfermedades curables,
el insensato Apocalipsis según San Juan,
el falso paraíso en la tierra según Juan Jacobo…
Observamos en silencio sus peones en el tablero,
sólo que tres casillas más allá.
Todo lo previsto por ellos salió de una manera totalmente
diferente,
o un poco diferente, es decir, también totalmente diferente.
Los más diligentes nos miran ingenuamente a los ojos,
porque hacían cuenta de que encontrarían en ellos la perfección.

Las tres palabras más extrañas

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

Nada sucede dos veces…

Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.
No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.
Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.
Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?
Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.
Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.

Opinión sobre la pornografía

No hay mayor lujuria que el pensar.
Se propaga este escarceo como la mala hierba
en el surco preparado para las margaritas.
No hay nada sagrado para aquellos que piensan.
Es insolente llamar a las cosas por su nombre,
los viciosos análisis, las síntesis lascivas,
la persecución salvaje y perversa de un hecho desnudo,
el manoseo obsceno de delicados temas,
los roces al expresar opiniones; música celestial en sus oídos.
A plena luz del día o al amparo de la noche
unen en parejas, triángulos y círculos.
Aquí cualquiera puede ser el sexo y la edad de los que juegan.
Les brillan los ojos, les arden las mejillas.
El amigo corrompe al amigo.
Degeneradas hijas pervierten a su padre.
Un hermano chulea a su hermana menor.
Otros son los frutos que desean
del prohibido árbol del conocimiento,
y no las rosadas nalgas de las revistas ilustradas,
pornografía esa tan ingenua en el fondo.
Les divierten libros que no están ilustrados.
Sólo son más amenos por frases especiales
marcadas con la uña o con un lápiz.

Posibilidades

Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

Si acaso

Podía ocurrir.
Tenía que ocurrir.
Ocurrió antes. Después.
Más cerca. Más lejos.
Ocurrió; no a ti.
Te salvaste porque fuiste el primero.
Te salvaste porque fuiste el último.
Porque estabas solo. Porque la gente.
Porque a la izquierda. Porque a la derecha.
Porque llovía. Porque había sombra.
Porque hacía sol.
Por fortuna había allí un bosque.
Por fortuna no había árboles.
Por fortuna una vía, un gancho, una viga, un freno,
un marco, una curva, un milímetro, un segundo.
Por fortuna una cuchilla nadaba en el agua.

Debido a, ya que, y en cambio, a pesar de.
Qué hubiera ocurrido si la mano, el pie,
a un paso, por un pelo,
por casualidad,
¡Ah, estás? ¿Directamente de un momento todavía entreabierto?
¿La red tenía un solo punto, y tú a través de ese punto?
No dejo de asombrarme, de quedarme sin habla.
Escucha
cuán rápido me late tu corazón.

28 de marzo de 2011

Vicente Huidobro

Contacto externo


Mis ojos de plaza pública
Mis ojos de silencio y de desierto
El dulce tumulto interno
La soledad que se despierta
Cuando el perfume se separa de las flores y emprende el viaje
Y el río del alma largo largo
Que no dice más ni tiempo ni espacio
Un día vendrá ha venido ya
La selva forma una sustancia prodigiosa
La luna tose
El mar desciende de su coche
Un jour viendra est déjà venu
Y Yo no digo más ni primavera ni invierno
Hay que saltar del corazón al mundo
Hay que construir un poco de infinito para el hombre

De Ver y palpar, 1941

27 de marzo de 2011

Domingo a domingo Jorge Teiller (Chile, 1935-1996), El cielo cae con las hojas, 1958




Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese último chispazo de la hoguera del verano
flotando en el silencio del bosque.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.

Domingo a domingo se sucedieron
rostros besados
junto a ramos de nomeolvides,
sueños secretos que se espían
entre un confuso murmullo de grillos y relojes.

Ahora no sabemos qué hacer.
La mañana es tan vieja,
y su rocío se evapora en las manos.
No sabemos qué hacer entre los muros desolados.
Damos inútiles pasos a lo largo de la casa.

Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese débil chispazo de la hoguera del verano
más breve que la memoria de una ola.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo

26 de marzo de 2011

Pablo Neruda (Chile, 1904-1973) Si no fuera…

Si no fuera…


Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,
De día con arcilla, con trabajo, con fuego,
Y aprisionada tienes la agilidad del aire,
Si no fuera porque eres una semana de ámbar.
Si no fuera porque eres el momento amarillo
En que el otoño sube por las enredaderas
Y eres aún el pan que la luna fragante
Elabora paseando su harina por el cielo.
¡Oh bienamada, yo no te amaría!.
En tu abrazo yo abrazo lo que existe,
La arena, el tiempo, el árbol de la lluvia,
Y todo vive para que yo viva,
Sin ir tan lejos puedo verlo todo,
veo en tu vida todo lo viviente.

25 de marzo de 2011

Carta del suicida Gonzalo Rojas (Chile, 1917-)




Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre, así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi cítara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.

24 de marzo de 2011

Diálogo entre Rabindranath Tagore y el profesor Albert Einstein, en la tarde del 14 de julio de 1930, en la residencia del profesor Einstein en Kaputh, Berlín.

Dialogo
.

 Diálogo 

Einstein: ¿Cree usted en lo divino aislado del mundo?

Tagore : Aislado no. La infinita personalidad del Hombre incluye el Universo. No puede haber nada que no sea clasificado por la personalidad humana, lo cual prueba que la verdad del Universo es una verdad humana. He elegido un hecho científico para explicarlo. La materia está compuesta de protones y electrones, con espacios entre sí, pero la materia parece sólida sin los enlaces interespaciales que unifican a los electrones y protones individuales. De igual modo, la humanidad está compuesta de individuos conectados por la relación humana, que confiere su unidad al mundo del hombre. Todo el universo está unido a nosotros, en tanto que individuos, de modo similar. Es un universo humano. He seguido la trayectoria de esta idea en arte, en literatura y en la conciencia religiosa humana.

Einstein: Existen dos concepciones distintas sobre la naturaleza del Universo: El mundo como unidad dependiente de la humanidad, y el mundo como realidad independiente del factor humano

Tagore: Cuando nuestro universo está en armonía con el hombre eterno, lo conocemos como verdad, lo aprehendemos como belleza.

Einstein: Esta es una concepción del universo puramente humana.

Tagore: No puede haber otra. Este mundo es un mundo humano, y la visión científica es también
la del hombre científico. Por lo tanto, el mundo separado de nosotros no existe; es un mundo relativo que depende,para su realidad, de nuestra conciencia. Hay cierta medida de razón y de gozo que le confiere certidumbre, la medida del Hombre Eterno cuyas experiencias están contenidas en nuestras experiencias.

Einstein: Esto es una concepción de entidad humana.

Tagore: Sí, una entidad eterna. Tenemos que aprehenderla a través de nuestras emociones y acciones. Aprehendimos al Hombre Eterno que no tiene limitaciones individuales mediadas por nuestras limitaciones.
La ciencia se ocupa de lo que no está restringido al individuo; es el mundo humano impersonal de verdades. La religión concibe esas verdades y las vincula a nuestras necesidades más íntimas, nuestra conciencia individual de la verdad cobra significación universal. La religión aplica valores a la verdad, y sabemos, conocemos la bondad de la verdad merced a nuestra armonía con ella.

Einstein: Entonces, la Verdad, o la Belleza, ¿no son independientes del hombre?

Tagore: No

Einstein: Si no existiera el Hombre, el Apolo de Belvedere ya no sería bello.

Tagore: No

Einstein: Estoy de acuerdo con esta concepción de la Belleza, pero no con la de la Verdad.

Tagore: ¿Por qué no? La verdad se concibe a través del hombre.

Einstein: No puedo demostrar que mi concepción es correcta, pero es mi religión.

Tagore: La belleza es el ideal de la perfecta armonía que existe en el Ser Universal; y la Verdad, la
comprensión perfecta de la mente universal. Nosotros, en tanto que individuos, no accedemos a ella sino a través de nuestros propios errores y desatinos, a través de nuestras experiencias acumuladas, a través de nuestra conciencia iluminada; ¿cómo si no, conoceríamos la verdad la Verdad?

Einstein: No puedo de mostrar que la verdad científica deba concebirse como verdad válida independientemente de la humanidad, pero lo creo firmemente. Creo, por ejemplo, que el teorema de Pitágoras en geometría afirma algo que es aproximadamente verdad, independientemente de la existencia del hombre. De cualquier modo, si existe una realidad independiente del hombre, también hay una verdad relativa a esta realidad; y, del mismo modo, la negación de aquella engendra la negación de la existencia de ésta.

Tagore: La verdad, que es una con el Ser Universal, debe ser esencialmente humana, si no aquello que los individuos conciban como verdad no puede llamarse verdad, al menos en el caso de la verdad denominada científica y a la que sólo puede accederse mediante un proceso de lógica, es decir, por medio de un órgano reflexivo que es exclusivamente humano. Según la filosofía hindú, existe Brahma, la Verdad absoluta, que no puede concebirse por la mente individual aislada, ni descrita en palabras, y sólo es concebible mediante la absoluta integración del individuo en su infinitud. Pero es una verdad que no puede asumir la ciencia. La naturaleza de la verdad que estamos discutiendo es una apariencia - es decir, lo que aparece como Verdad a la mente humana y que, por tanto, es humano, se llama maya o ilusión.

Einstein: Luego, según su concepción, que es la concepción hindú, no es la ilusión del individuo, sino de toda la humanidad...

Tagore: En ciencia, aplicamos la disciplina para ir eliminando las limitaciones personales de nuestras mentes individuales y, de este modo acceder a la comprensión de la Verdad que es la mente del Hombre Universal.

Einstein: El problema se plantea en si la Verdad es independiente de nuestra conciencia.

Tagore: Lo que llamamos verdad radica en la armonía racional entre los aspectos subjetivos y objetivos de la realidad, ambos pertenecientes al hombre supra-personal.

Einstein: Incluso en nuestra vida cotidiana, nos vemos impelidos a atribuir una realidad independiente del hombre a los objetos que utilizamos. Lo hacemos para relacionar las experiencias de nuestros sentidos de un modo razonable. Aunque, por ejemplo, no haya nadie en esta casa, la mesa sigue estando en su sitio.

Tagore: Sí, permanece fuera de la mente individual, pero no de la mente universal. La mesa que percibo es perceptible por el mismo tipo de conciencia que poseo.

Einstein: Nuestro punto de vista natural respecto a la existencia de la verdad al margen del factor humano, no puede explicarse ni demostrarse, pero es una creencia que todos tenemos, incluso los seres primitivos. Atribuimos a la Verdad una objetividad sobrehumana, nos es indispensable esta realidad que es independiente de nuestra existencia, de nuestras experiencias y de nuestra mente, aunque no podamos decir qué significa.

Tagore: La ciencia ha demostrado que la mesa, en tanto que objeto sólido, es una apariencia y que, por lo tanto, lo que la mente humana percibe en forma de mesa no existiría si no existiera esta mente. Al mismo tiempo, hay que admitir que el hecho de que la realidad física última de la mesa no sea más que una multitud de centros individuales de fuerza eléctricas en movimiento es potestad también de la mente humana. En la aprehensión de la verdad existe un eterno conflicto entre la mente universal humana y la misma mente circunscrita al individuo. El perpetuo proceso de reconciliación lo llevan a cabo la ciencia, la filosofía y la ética. En cualquier caso, si hubiera alguna verdad totalmente desvinculada de la humanidad, para nosotros sería totalmente inexistente. No es difícil imaginar una mente en la que la secuencia de las cosas no sucede en el espacio, sino sólo en el tiempo, como la secuencia de las notas musicales. Para tal mente la concepción de la realidad es semejante a la realidad musical en la que la geometría pitagórica carece de sentido. Está la realidad del papel, infinitamente distinta a la realidad de la literatura. Para el tipo de mente identificada a la polilla, que devora este papel, la literatura no existe para nada; sin embargo, para la mente humana, la literatura tiene mucho mayor valor que el papel en sí. De igual manera, si hubiera alguna verdad sin relación sensorial o racional con la mente humana, seguiría siendo inexistente mientras sigamos siendo seres humanos.

Einstein: ¡Entonces, yo soy más religioso que usted!

Tagore: Mi religión es la reconciliación del Hombre Suprapersonal, el espíritu humano Universal y mi propio ser individual. Ha sido el tema de mis conferencias en Hibbert bajo el título de "La religión del hombre".

Publicado por primera vez en el diario "Modern Review" de Calcuta en 1931

Tomado de "Gaceta Literaria Universitaria" N°48, México 2003

23 de marzo de 2011

Mario Benedetti; ( Uruguay, 1920 - 2009) Desde los afectos


Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo?

Que uno tiene que buscarlo y dárselo...
Que nadie establece normas, salvo la vida...
Que la vida sin ciertas normas pierde formas...
Que la forma no se pierde con abrirnos...
Que abrirnos no es amar indiscriminadamente...
Que no está prohibido amar...
Que también se puede odiar...
Que la agresión porque sí, hiere mucho...
Que las heridas se cierran...
Que las puertas no deben cerrarse...
Que la mayor puerta es el afecto...
Que los afectos, nos definen...
Que definirse no es remar contra la corriente...
Que no cuanto más fuerte se hace el trazo, más se dibuja...
Que negar palabras, es abrir distancias...
Que encontrarse es muy hermoso...
Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida...
Que la vida parte del sexo...
Que el por qué de los niños, tiene su por qué...
Que querer saber de alguien, no es sólo curiosidad...
Que saber todo de todos, es curiosidad malsana...
Que nunca está de más agradecer...
Que autodeterminación no es hacer las cosas solo...
Que nadie quiere estar solo...
Que para no estar solo hay que dar...
Que para dar, debemos recibir antes...
Que para que nos den también hay que saber pedir...
Que saber pedir no es regalarse...
Que regalarse en definitiva no es quererse...
Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos...
Que para que alguien sea, hay que ayudarlo...
Que ayudar es poder alentar y apoyar...
Que adular no es apoyar...
Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara...
Que las cosas cara a cara son honestas...
Que nadie es honesto porque no robe...
Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo...
Que para sentir la vida hay que olvidarse que existe la muerte...
Que se puede estar muerto en vida..
Que se siente con el cuerpo y la mente...
Que con los oídos se escucha...
Que cuesta ser sensible y no herirse...
Que herirse no es desangrarse...
Que para no ser heridos levantamos muros...
Que sería mejor construir puentes...
Que sobre ellos se van a la otra orilla y nadie vuelve...
Que volver no implica retroceder...
Que retroceder también puede ser avanzar...
Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol...
Cómo hacerte saber que nadie establece normas, salvo la vida?

21 de marzo de 2011

Thomas Pynchon Fragmento de "El arco iris de la gravedad"

Su obra cumbre parece ser "El arco iris de la gravedad".  He encontrado un fragmento que ha despertado aún más mi interés.


Por encima de ellos vibra una escuadrilla de B-17, hoy con rumbo desacostumbrado, fuera de los habituales corredores de vuelo. Detrás de estas fortalezas volantes, la superficie inferior de las frías nubes es azul y sus suaves ondas están veteadas también de azul, con toques de rosa grisáceo o de color púrpura...Las alas y los estabilizadores sombreados de gris oscuro. Sombras ligeramente horizontales alrededor de las curvas del fuselaje y las barquillas. Los conos de las hélices -invisibles éstas por la rotación- emergen de la encapotada oscuridad del interior de las cubiertas. La luz del cielo transforma todas las superficies vulnerables en un uniforme y crudo gris. Los aviones zumban, estáticamente, en el cielo cero, derramando escarcha recién formada, sembrando el cielo de surcos de hielo blanco, color que armoniza con algunas capas de nubes, las minúsculas aberturas y ventanillas en suave negrura, el brillante morro de perspex para siempre en un fluir de nubes y sol.
El interior, negro obsidiana.