Para todos, un feliz Año Nuevo, y que se cumplan todos sus deseos en este año 2008
Me ven ahora
31 de diciembre de 2007
30 de diciembre de 2007
La mitad de una manta
En una humilde casa vivía un hombre, su mujer, su padre y su hijo, que todavía era un niño. El viejo padre no servía para nada. Estaba demasiado débil para trabajar. Comía y fumaba sentado de la puerta. Entonces el hombre decidió sacarlo de la casa, dejarlo tirado a su suerte en las calles, como a veces se hacía, en las época más duras, con las bocas inútiles.
La esposa intentó interceder en favor del anciano, pero fue en vano.
-Como mínimo dale una manta -dijo ella.
-No. Le daré la mitad de una manta. Eso es suficiente.
La esposa le suplicó. Finalmente consiguió convencerlo para que le diese la manta entera. De repente, en el momento en que el viejo estaba a punto de salir llorando de la casa, se oyó la voz del niño en la cuna. Y el niño le decía a su padre:
-¡No! ¡No le des la manta entera! Dale sólo la mitad.
-¿Por qué? -preguntó el padre anonadado, acercándose a la cuna.
-Porque -contestó el niño- yo necesitaré la otra mitad para dártela el día que te eche de aquí.
La esposa intentó interceder en favor del anciano, pero fue en vano.
-Como mínimo dale una manta -dijo ella.
-No. Le daré la mitad de una manta. Eso es suficiente.
La esposa le suplicó. Finalmente consiguió convencerlo para que le diese la manta entera. De repente, en el momento en que el viejo estaba a punto de salir llorando de la casa, se oyó la voz del niño en la cuna. Y el niño le decía a su padre:
-¡No! ¡No le des la manta entera! Dale sólo la mitad.
-¿Por qué? -preguntó el padre anonadado, acercándose a la cuna.
-Porque -contestó el niño- yo necesitaré la otra mitad para dártela el día que te eche de aquí.
20 de diciembre de 2007
Cincuenta maneras de tener un orgasmo (Sólo para Mujeres)
1. Que te den muchas muestras gratis de perfumes y cremas.
2. Hablar con un amiga por teléfono hasta la madrugada.
3. Entrar a tu casa el día que fue la empleada doméstica y que todo esté inmaculado.
4. Llegar a una cita a ciegas y que el tipo sea de tu tipo.
5. Quedarte todo el fin de semana en casa, sin bañarte, en jogging, comiendo chatarra, tomando coca cola light y viendo películas malas por cable.
6. Que te corresponda el hombre del que estuviste perdidamente enamorada mucho tiempo.
7. Ver el par de zapatos de tus sueños en una vidriera.
8. Lavarte la cabeza en la peluquería, sentir el masaje de la yema de los dedos y el agua tibia que cae, lenta, desde el nacimiento del pelo.
9. Salir de compras, cargarte de bolsas y luego desparramar todo en la cama para mirarlo detalladamente.
10. Llegar a casa y que él, de casualidad, no haya ensuciado todo.
11. Aterrizar en la cama borracha y con los pies doloridos por culpa de unos zapatos nuevos.
12. Que te hagan masajes cuando te duelen los pies o la espalda.
13. Tomar café y comer torta con una amiga, leer revistas, criticar gente, ponerse al tanto de las novedades de la otra.
14. Que tus hijos tengan un cumpleaños que dure desde el mediodía hasta la noche.
15. Descubrir que la nueva novia de tu ex novio es horrible.
16. Mirar vidrieras e inspeccionar minuciosamente todos los productos que no vas a comprar sin que nadie te apure.
17. Subirte a la balanza y haber bajado de peso luego de matarte de hambre durante la semana.
18. Ver a al hombre que secretamente te encanta.
19. Darle el primer beso a alguien que te gusta mucho.
20. Ir a tomar el té a lugares lindos.
21. Planear un viaje
22. Viajar sola.
23. Dormir la siesta muy abrigada en un día de lluvia.
24. Ver maratones de series y sit coms hasta la madrugada.
25. Acostarse en una cama con sábanas recién lavadas y planchadas, con mucho olor a suavizante para ropa.
26. Tirar cosas viejas (tirar cosas viejas y feas de tu novio que nunca habías podido tirar, por ejemplo, una campera vieja y repugnante que él adoraba).
27. Nadar desnuda.
28. Quedar atrapada con un libro y terminarlo compulsivamente de una sentada.
29. Ganar una discusión y escuchar "tenías razón".
30. Alzar cachorritos en brazos, pellizcar bebés, ver fotos de tu novio cuando era chico, comer tomates cherry y zanahorias baby.
31. Ir a comprar algo y que haya una promoción o un descuento inesperado sobre ese ítem.
32. Lograr cerrar la puerta de tu departamento justo antes de que la vecina abra la suya.
33. Ducharte con agua bien caliente después de hacer actividad física.
34. Estar recién depilada o con las manos recién hechas.
35. Que te cuenten con lujo de detalles toda la historia de otra mujer, que ni siquiera conoces ni vas a conocer.
36. Que te agarren la mano en el cine.
37. Todo lo que tenga perfume: los baños con sales y espuma, la ropa limpia, los lápices de colores nuevos, las figuritas con olor, los jabones y las velas.
38. Ir a comer afuera.
39. Dormir en posición cucharita.
40. Leer revistas chatarra gratis en la peluquería, casas ajenas o bares.
41. Vestirte con ropa nueva.
42. Que te lleven el desayuno a la cama.
43. Ver películas de amor tristísimas y llorar descontroladamente
44. Poner en loop una misma canción y escucharla una y otra vez.
45. Fantasear con personajes de películas, series o libros.
46. Llamar a una amiga después de una cita y escuchar toda la crónica.
47. Que te abrace un hombre grandote, con brazos pesados y espalda ancha.
48. Comer chocolate
49. Encontrar un programa que adorabas cuando eras chica en la televisión.
50. ... Y TENER SEXO...
15 de diciembre de 2007
Julio Cortázar (Final del juego, 1956)
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le
llamaban la guerra florida
llamaban la guerra florida
La Noche boca arriba
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado donde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo sobre la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia más próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la maquina de costado...'' Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con un guardapolvo dándole a beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas a la policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. ''Natural'', dijo él. ''Como que me la ligué encima...''. Los dos se rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvió poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros cerró los ojos y deseo estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta en el pecho, como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso, porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y, en cambio, vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se rebelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. ''Huele a guerra'', pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de la lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama - dijo el enfermo del lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes, como estar viendo una película aburrida y pensar que, sin embargo, en la calle es peor, y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba del cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. ''La calzada'', pensó. ''Me salí de la calzada.'' Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo a encontrarla. La mano, que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó una plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre-dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo, como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban de suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia bajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizás pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas.
Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente a él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen translúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó, buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vació otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente por que el techo iba a acabarse, subía abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad, asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo sobre la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia más próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la maquina de costado...'' Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con un guardapolvo dándole a beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas a la policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. ''Natural'', dijo él. ''Como que me la ligué encima...''. Los dos se rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvió poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros cerró los ojos y deseo estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta en el pecho, como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso, porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y, en cambio, vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se rebelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. ''Huele a guerra'', pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de la lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama - dijo el enfermo del lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes, como estar viendo una película aburrida y pensar que, sin embargo, en la calle es peor, y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba del cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. ''La calzada'', pensó. ''Me salí de la calzada.'' Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo a encontrarla. La mano, que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó una plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre-dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo, como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban de suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia bajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizás pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas.
Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente a él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen translúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó, buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vació otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente por que el techo iba a acabarse, subía abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad, asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.
9 de diciembre de 2007
Arte Poética Vicente Huidobro
Dibujo de Vicente Huidobro por PicassoUn poema tres traduccionesArte PoéticaQue el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando; cuanto miren los ojos creado sea, y el alma del oyente quede temblando. Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata. Estamos en el ciclo de los nervios. El músculo cuelga, como recuerdo, en los museos; mas no por eso tenemos menos fuerza: el vigor verdadero reside en la cabeza. Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema; Sólo para vosotros viven todas las cosas bajo el Sol. El Poeta es un pequeño Dios.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
Arte PoéticaQue o verso seja como uma chaveQue abra mil portas. Uma folha cai; algo passa voando; Quanto fitem os olhos criado seja, E a alma de quem ouve fique tremendo. Inventa mundos novos e cultiva a palavra; O adjetivo, quando não dá vida, mata. Estamos no ciclo dos nervos. O músculo pende, Como lembrança, nos museus; Mas nem por isso temos menos força: O vigor verdadeiro Reside na cabeça. Por que cantais a rosa, ó Poetas! Fazei-a florescer no poema. Somente para nós Vivem as coisas sob o sol.ARS POETICA O Poeta é um pequeno deus ARS POETICALet the line be like a waveLet it open a thousand doors A leaf falls; something flies by; Whatever the eyes would see would be created, And the soul of the hearer would keep trembling. Invent new worlds and care for your word; The adjective kills when it doesn’t give life. We are in the cycle of nerves. The muscle hangs, Like a memory, in the museums; But we do not have less strength because of that: True vigor Dwells in the head. Why do you sing the rose, oh Poets! Make it flower in the poem All things live under the Sun Just for us. The poet is a little God. |
2 de diciembre de 2007
Instrucciones para subir una escalera- Julio Cortázar
Instrucciones para subir una escalera
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
27 de noviembre de 2007
Discurso al Alimón sobre Rubén Darío
Por Federico García Lorca y Pablo Neruda
Hacia el año 1933, Pablo Neruda es enviado al Consulado de Chile en Buenos Aires. Ahí comenzará a conocer la resonancia internacional de su poesía. Además intimará con destacados escritores argentinos. Pero el encuentro más importante como relata Emir Rodríguez Monegal en su Neruda: El viajero inmóvil "ocurrirá un día de octubre de 1933, cuando es presentado a Federico García Lorca, de paso en el Río de la Plata para asistir al estreno de Bodas de sangre, por Lola Membrives, y para dar algunas conferencias. La fecha está marcada con piedra blanca en la poesía hispánica de este siglo, porque la personalidad avasalladora de Federico (seis años mayor, y ya famosísimo) y la calidad recién alumbrada de Neruda se reconocen a primera vista, fundan una amistad que sólo corregirá la muerte y establecen un puente perdurable entre las dos orillas de la nueva poesía en lengua española. Para marcar este encuentro , el P.E.N. Club argentino organiza un banquete de homenaje a ambos poetas y ellos agradecen con un discurso en colaboración, sobre Rubén Darío, "el padre americano de la lírica hispánica de este siglo."
Más tarde, Neruda habría de recordar que: "tanto García Lorca como yo, sin que se nos pudiera sospechar de modernistas, celebrábamos a Rubén Darío como uno de los grandes creadores del lenguaje poético en el idioma español".
Lorca:
Y señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada "toreo al alimón" en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.N.:
Federico y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear y a responder esta recepción muy decisiva.
L.:
Es costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su palabra viva, plata o madera, y saluden con su voz propia a sus compañeros y amigos.
N.:
Pero nosotros vamos a establecer entre vosotros un muerto, un comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte más grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien fuera en su hora marido deslumbrante. Nos vamos a esconder bajo su sombra ardiendo, vamos a repetir su nombre hasta que su poder salte del olvido.
L.:Nosotros vamos, después de enviar nuestro abrazo con ternura de pingüino al delicado poeta Amado Villar, vamos a lanzar un gran hombre sobre el mantel, en la seguridad de que se han de romper las copas, han de saltar los tenedores, buscando el ojo que ellos ansían y un golpe de mar ha de manchar los manteles. Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y de España: Rubén...
N.:
Darío.Porque, señoras...
L.:
y señores...
N.:Dónde está, en Buenos Aires, la plaza de Rubén Darío?
L.:
Dónde está la estatua de Rubén Darío?
N.:
El amaba los parques. Dónde está el parque Rubén Darío?
L.:
Dónde está la tienda de rosas de Rubén Darío?
N.:
Dónde esta el manzano y las manzanas de Rubén Darío?
L.:
Dónde está la mano cortada de Rubén Darío?
N.:
Dónde está el acento la resina, el cisne de Rubén Darío?
L.:
Rubén Darío duerme en su "Nicaragua natal" bajo su espantoso león de marmolina, como esos leones que los ricos ponen en los portales de sus casas.
N.:
Un león de botica, a él, fundador de leones, un león sin estrellas a quien dedicaba estrellas.
L.:
Dio el rumor de la selva con un adjetivo, y como fray Luis de Granada, jefe de idioma, hizo signos estelares con el limón, y la pata de ciervo, y los moluscos llenos de terror e infinito: nos puso al mar con fragatas y sombras en las niñas de nuestros ojos y construyó un enorme paseo de Gin sobre la tarde más gris que ha tenido el cielo, y saludó de tú a tú el ábrego oscuro, todo pecho, como un poeta romántico, y puso la mano sobre el capitel corintio con una duda irónica y triste, de todas las épocas.
N.:
Merece su nombre rojo recordarlo en sus direcciones esenciales con sus terribles dolores del corazón, su incertidumbre incandescente, su descenso a los hospitales del infierno, su subida a los castillos de la fama, sus atributos de poeta grande, desde entonces y para siempre e imprescindible.
L.:
Como poeta español enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo no había tenido el español fiestas de palabras, choques de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de Velázquez y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al culto color manzana de las payesas mallorquinas, Darío paseó la tierra de España como su propia tierra.
N.:
Lo trajo a Chile una marea, el mar caliente del Norte, y lo dejó allí el mar, abandonado en costa dura y dentada, y el océano lo golpeaba con espumas y campanas, y el viento negro de Valparaíso lo llenaba de sal sonora. Hagamos esta noche su estatua con el aire, atravesada por el humo y la voz y por las circunstancias, y por la vida, como ésta su poética magnífica, atravesada por sueños y sonidos.
L.:
Pero sobre esta estatua de aire yo quiero poner su sangre como un ramo de coral, agitado por la marea, sus nervios idénticos a la fotografía de un grupo de rayos, su cabeza de minotauro, donde la nieve gongorina es pintada por un vuelo de colibrís, sus ojos vagos y ausentes de millonario de lágrimas, y también sus defectos. Las estanterías comidas ya por los jaramagos, donde suenan vacíos de flauta, las botellas de coñac de su dramática embriaguez, y su mal gusto encantador, y sus ripios descarados que llenan de humanidad la muchedumbre de sus versos. Fuera de normas, formas y escuelas queda en pie la fecunda substancia de su gran poesía.
N.:
Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que pisamos.
L.:
Pablo Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta, nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío.
N.: y L.:
Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
(Publicado en El Sol, Madrid, 1934)
23 de noviembre de 2007
¿Cómo hacer feliz a una mujer?
Hacer feliz a una mujer es fácil...Sólo se necesita ser......
1) Amigo
2) Compañero
3) Amante
4) Hermano
5) Padre
6) Maestro
7) Educador
8) Cocinero
9) Mecánico
10) Plomero
11) Decorador de interiores
12) Estilista
13) Electricista
14) Sexólogo
15) Gineco - obstetra
16) Psicólogo
17) Psiquiatra
18) Terapeuta
19) Audaz
20) Simpático
21) Atlético
22) Cariñoso
23) Atento
24) Caballeroso
25) Inteligente
26) Imaginativo
27) Creativo
28) Dulce
29) Fuerte
30) Comprensivo
a) No ser celoso, pero tampoco desinteresado.
b) Llevarse bien con su familia, pero no dedicarles más tiempo que a ella.
c) Darle su espacio, pero mostrarse preocupado por dónde estuvo. Y muy importante es:
No olvidar las fechas de cumpleaños, aniversario de novios, de boda, graduación, santo, menstruación, fecha del primer beso, cumpleaños de la tía y del hermano o hermana más querida, cumpleaños de los abuelos, de la mejor amiga.
-Desgraciadamente, el cumplir al pie de la letra estas instrucciones no garantiza al 100% la felicidad de ella, porque podría sentirse inmersa en una vida de sofocante perfección y fugarse con el primer desgraciado vividor que encuentre.
Dios dijo: ¡¡¡¡Amarlas!!!! ...PERO, ... NUNCA DIJO QUE HABÍA QUE ENTENDERLAS.
¿Cómo hacer feliz a un hombre?
1) Sexo
2) Comida
¿Somos... o no somos una ganga?
1) Amigo
2) Compañero
3) Amante
4) Hermano
5) Padre
6) Maestro
7) Educador
8) Cocinero
9) Mecánico
10) Plomero
11) Decorador de interiores
12) Estilista
13) Electricista
14) Sexólogo
15) Gineco - obstetra
16) Psicólogo
17) Psiquiatra
18) Terapeuta
19) Audaz
20) Simpático
21) Atlético
22) Cariñoso
23) Atento
24) Caballeroso
25) Inteligente
26) Imaginativo
27) Creativo
28) Dulce
29) Fuerte
30) Comprensivo
a) No ser celoso, pero tampoco desinteresado.
b) Llevarse bien con su familia, pero no dedicarles más tiempo que a ella.
c) Darle su espacio, pero mostrarse preocupado por dónde estuvo. Y muy importante es:
No olvidar las fechas de cumpleaños, aniversario de novios, de boda, graduación, santo, menstruación, fecha del primer beso, cumpleaños de la tía y del hermano o hermana más querida, cumpleaños de los abuelos, de la mejor amiga.
-Desgraciadamente, el cumplir al pie de la letra estas instrucciones no garantiza al 100% la felicidad de ella, porque podría sentirse inmersa en una vida de sofocante perfección y fugarse con el primer desgraciado vividor que encuentre.
Dios dijo: ¡¡¡¡Amarlas!!!! ...PERO, ... NUNCA DIJO QUE HABÍA QUE ENTENDERLAS.
¿Cómo hacer feliz a un hombre?
1) Sexo
2) Comida
¿Somos... o no somos una ganga?
21 de noviembre de 2007
Alfredo Valenzuela Puelma
Alfredo Valenzuela Puelma nace en Valparaíso en 1856. Estudia en la Academia de Pintura, teniendo como maestro a Ernesto Kirchbach, y con posterioridad al maestro Juan Mocchi.
Pertenece al llamado "Grupo de los Cuatro Maestros", junto a Pedro Lira, Juan Francisco González y Alberto Valenzuela LLanos. También a la "Generación del Medio Siglo", que incluía a los artistas nacidos en la década de 1850.
En 1881, recién egresado, marcha a París, becado por el Gobierno. Sus amigos los describen como "vivaz" y "alocado". Copia algo de Ribera, de Julio Bretón, Rembrant y Tiziano.
En 1885 regresa a Chile. Ese año, su cuadro "La Perla del Mercader", queda en exhibición en el Salón de París.
Nuevamente becado, vuelve a París en 1887. Es el momento en que Tolouse Lautrec pinta en Montmartre y Gaugin ha viajado a Panamá y La Martinica.
Cultiva el desnudo femenino como un factor de estilización. Se destaca como su desnudo mejor logrado "Las Ninfas de las Cerezas", atendiendo a su transparencia y lirismo. Otras obras que incursionan en el tema son "La Magdalena" y "Náyade cerca del Agua".
Es laureado en París y Madrid.
Tuvo dos hijos hombres y una niña, pero la pequeña muere a los seis meses de vida.
Se dice que es su hijo menor, Alfredo, quien fue su modelo para "La Lección de Geografía", una de sus obras más conocidas.
Aparte de "La Magdalena", tiene otras obras de carácter religioso, como "Jesús y Santo Tomás". No obstante, en el contexto político chileno, se le sitúa como anticlerical y balmacedista.
Su último viaje a París lo realiza en 1907, sin beca y por sus propios medios. Debió trabajar en actividades ajenas a la pintura y falleció el 27 de Octubre de 1909 en un asilo para insanos mentales, en Villejuif, un pueblo cercano a París.
Pertenece al llamado "Grupo de los Cuatro Maestros", junto a Pedro Lira, Juan Francisco González y Alberto Valenzuela LLanos. También a la "Generación del Medio Siglo", que incluía a los artistas nacidos en la década de 1850.
En 1881, recién egresado, marcha a París, becado por el Gobierno. Sus amigos los describen como "vivaz" y "alocado". Copia algo de Ribera, de Julio Bretón, Rembrant y Tiziano.
En 1885 regresa a Chile. Ese año, su cuadro "La Perla del Mercader", queda en exhibición en el Salón de París.
Nuevamente becado, vuelve a París en 1887. Es el momento en que Tolouse Lautrec pinta en Montmartre y Gaugin ha viajado a Panamá y La Martinica.
Cultiva el desnudo femenino como un factor de estilización. Se destaca como su desnudo mejor logrado "Las Ninfas de las Cerezas", atendiendo a su transparencia y lirismo. Otras obras que incursionan en el tema son "La Magdalena" y "Náyade cerca del Agua".
Es laureado en París y Madrid.
Tuvo dos hijos hombres y una niña, pero la pequeña muere a los seis meses de vida.
Se dice que es su hijo menor, Alfredo, quien fue su modelo para "La Lección de Geografía", una de sus obras más conocidas.
Aparte de "La Magdalena", tiene otras obras de carácter religioso, como "Jesús y Santo Tomás". No obstante, en el contexto político chileno, se le sitúa como anticlerical y balmacedista.
Su último viaje a París lo realiza en 1907, sin beca y por sus propios medios. Debió trabajar en actividades ajenas a la pintura y falleció el 27 de Octubre de 1909 en un asilo para insanos mentales, en Villejuif, un pueblo cercano a París.
La "Perla del Mercader"
Su Cuadro "La Perla del Mercader", se encuentra en la exposición permanente del Museo de Bellas Artes de Santiago. En el Salón de París fue conocida como "El Mercader de Esclavas".
Los temas orientales gozaban de gran prestigio en París, a fines del siglo pasado. En el pintor están influyendo estilos que conoció en dicha ciudad y la pintura española, polos opuestos que se esfuerza en hacer compatibles.
No lo tocan los trazos de Manet, que por entonces ejercía un fuerte atractivo. Prefiere las soluciones vigorosas. Su concepción naturalista lo acerca a Benjamín Constant, orientalista e hispanizante.
Tratándose de una obra cuya perspectiva no parece alcanzar más allá de los cinco o seis metros de profundidad, de hecho posee una dimensión hacia adelante, hacia donde se encuentra el espectador.
En efecto, allí, sin hacerse presentes en la pintura, están sin duda los compradores. Ricamente vestidos, portan joyas, oro y gemas, además de dracmas, rupias, piastras y dinares, en busca de una buena adquisición. También forman parte de la obra y le añaden espacio y extensión.
El Mercader es elocuente, habla en tono grave, apodera cada detalle de lo que está ofreciendo: la juventud, la belleza de las formas, su piel blanca, la educación, la inteligencia y la virginidad. La vehemencia se refleja en el gesto de sus manos.
La vida del artista fue particularmente dramática, más allá de lo expuesto en la breve síntesis histórica, y ésto debió gravitar en su actividad creadora.
Obras deslumbrantes como la que se examina, y en general, las del autor, son producto de la boyante actividad artística de París; del talento sobresaliente del pintor; de la riqueza del medio local proveniente del salitre; del entusiasmo con que se construían palacios en Santiago y provincias, los que debían ser engalanados con obras maestras. Se vivía el optimismo de un esplendor cuyos límites no se vislumbraban.
Hacia ese ámbito -mercado, se diría hoy-, estaban dirigidas las obras del artista.
Esta situación pudo contribuir significativamente en su rechazo a las tendencias más innovadoras, y su adhesión a las normas académicas.
A su funeral asistió una sola persona: un arquitecto chileno de apellido Thauby, que recibió y acompañó sus restos, los que 30 años después fueron repatriados gracias a una campaña efectuada por el diario "El Mercurio", con la colaboración de la Compañía Sudamericana de Vapores.
Se le rindió un justo homenaje en el Palacio de Bellas Artes.
Había llegado el momento de redescubrir al maestro en su obra.
Fuentes: Walter Abdul-Malak
13 de noviembre de 2007
Claudio Bravo
Nació el 8 de noviembre de 1936 en Valparaíso. Bravo, que se mantiene independiente de las vanguardias, utiliza el óleo, el dibujo al carboncillo, el pastel y el grabado, como técnicas con las que aspira a una precisión casi fotográfica, con la que las formas representadas adquieren una realidad superior a la de sus propios modelos. Bravo constituye una de las cimas del hiperrealismo universal, convirtiéndose en paradigma de ese género y junto con Matta, es uno de los artistas chilenos más famosos en el mundo.
El Turbante Rojo
Papel Rojo
Venus
Montadura de Caballo Chilena
Cojines
Babuchas
El Velo
La Oracion Árabe
A sugerencia de Laura Berra y Sureando agrego los cuatro últimos cuadros
6 de noviembre de 2007
Konstantinos Petros Kavafis (1863-1933) Ítaca (Ιθάκη) 1911
Constantinos Petros Kavafis nació en 1863, en Alejandría, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida. Fue agente de bolsa y funcionario del servicio estatal de riegos. Kavafis es una de las figuras más importantes de la poesía contemporánea por la originalidad y universalidad de su escritura. Poeta de refinada elegancia, con un lenguaje prosaico y exquisito, en su obra desarrolla un sutil análisis de los sentimientos y de la vida interior. Sus poemas fueron publicados después de su muerte, que tuvo lugar en 1933.
Transcribo una traducción al castellano, del poema mas conocido: Ítaca, además de la versión original en griego. Por si alguno de los lectores lo desea leer .
Aquí está el enlace a wikipedia de Constantino Kavafis y la página web aquí (en inglés)
ÍTACA
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes,
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante tí.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Ιθάκη
Σα βγεις στον πηγαιμό για την Ιθάκη,
να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος,
γεμάτος περιπέτειες, γεμάτος γνώσεις.
Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,
τον θυμωμένο Ποσειδώνα μη φοβάσαι,
τέτοια στον δρόμο σου ποτέ σου δεν θα βρεις,
αν μεν' η σκέψις σου υψηλή, αν εκλεκτή
συγκίνησις το πνεύμα και το σώμα σου αγγίζει.
Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,
τον άγριο Ποσειδώνα δεν θα συναντήσεις,
αν δεν τους κουβανείς μες στην ψυχή σου,
αν η ψυχή σου δεν τους στήνει εμπρός σου.
Να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος.
Πολλά τα καλοκαιρινά πρωϊά να είναι
που με τι ευχαρίστησι, με τι χαρά
θα μπαίνεις σε λιμένας πρωτοειδωμένους,
να σταματήσεις σ' εμπορεία Φοινικικά,
και τες καλές πραγμάτειες ν' αποκτήσεις,
σεντέφια και κοράλλια, κεχριμπάρια κ' έβενους,
και ηδονικά μυρωδικά κάθε λογής,
όσο μπορείς πιο άφθονα ηδονικά μυρωδικά,
σε πόλεις Αιγυπτιακές πολλές να πας,
να μάθεις και να μάθεις απ' τους σπουδασμένους.
Πάντα στον νου σου νάχεις την Ιθάκη.
Το φθάσιμον εκεί ειν' ο προορισμός σου.
Αλλά μη βιάζεις το ταξείδι διόλου.
Καλλίτερα χρόνια πολλά να διαρκέσει
και γέρος πια ν' αράξεις στο νησί,
πλούσιος με όσα κέρδισες στο δρόμο,
μη προσδοκώντας πλούτη να σε δώσει η Ιθάκη.
Η Ιθάκη σ'έδωσε τ' ωραίο ταξείδι.
Χωρίς αυτήν δεν θάβγαινες στον δρόμο.
Άλλα δεν έχει να σε δώσει πια.
Κι αν πτωχική την βρεις, η Ιθάκη δε σε γέλασε.
Έτσι σοφός που έγινες, με τόση πείρα,
ήδη θα το κατάλαβες οι Ιθάκες τι σημαίνουν.
Κωνσταντίνος Π. Καβάφης
1 de noviembre de 2007
Gabriela Mistral - Los sonetos de la muerte
Mural en homenaje a Gabriela Mistral, realizado en cerámica. Cerro santa Lucía |
I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura,
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: «Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
»¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
26 de octubre de 2007
Pedro Lira "La Carta de Amor"
La Carta de Amor, óleo/tela, 116 x 58 cm |
Pedro Francisco Lira Rencoret (Santiago, 17 de mayo de 1845 — 20 de abril de 1912), Pintor chileno. Extenso promotor del arte en el país y considerado como uno de los principales artistas del siglo XIX en Chile, fue uno de los fundadores del Museo Nacional de Bellas Artes.
Hacia 1900 presentó en sociedad el retrato de una mujer que no tenía rostro. La pintura perteneció a la colección Luis Álvarez Urquieta y su título es Carta de Amor, según consta en su ingreso a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes en 1939.
En un interior aristocrático se representa a una mujer que gira bruscamente y arremolina la seda de su vestido, para impedir que la mirada de quien ingresa a la habitación descubra la carta que oculta a su espalda: una borrosidad pictórica convierte al papel en una penumbra.
La carta,
por Juan Antonio Massone
Alguien ha enviado sus deseos y esperas
en esa carta que tus dedos oprimen.
Mendigas de los ojos, ¿qué promesas
o memorias de amor? ¿ cuáles palabras?
A tu mano vino el amor a dar su desnuda alarma
para luego quedarse a solas en tu mirada casi feliz,
casi completamente feliz, sin aprender a olvidarse.
Roto el silencio, la indiscreción exige girar el rostro.
La mano está a la puerta; inminentes los pasos.
Se cierne la amenaza, pálido temor de espantable día.
Vamos, vamos ya, acuda alguna ocurrencia.
Es tan distinta la verdad con su piel dentro del cuerpo.
Apresura algún decir; no harán falta promesas.
Alguien no querido está ahí y tu carta solloza.
en esa carta que tus dedos oprimen.
Mendigas de los ojos, ¿qué promesas
o memorias de amor? ¿ cuáles palabras?
A tu mano vino el amor a dar su desnuda alarma
para luego quedarse a solas en tu mirada casi feliz,
casi completamente feliz, sin aprender a olvidarse.
Roto el silencio, la indiscreción exige girar el rostro.
La mano está a la puerta; inminentes los pasos.
Se cierne la amenaza, pálido temor de espantable día.
Vamos, vamos ya, acuda alguna ocurrencia.
Es tan distinta la verdad con su piel dentro del cuerpo.
Apresura algún decir; no harán falta promesas.
Alguien no querido está ahí y tu carta solloza.
21 de octubre de 2007
Inicios de novelas en español
Mejores inicios de algunos cuentos y novelas en Español, he dejado afuera muchas. Pero es una selección arbitraria.
Inicios
- En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.
- Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez.
- ¿Encontraría a La Maga? Rayuela, Julio Cortázar.
- La mañana del día en que lo iban a matar, Santiago Nassar…Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez
- Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne…El túnel, Ernesto Sabato.
- Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. El dinosaurio, Augusto Monterroso (texto completo)
- Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. La casa de Asterión, Jorge Luis Borges
- - CUATRO -dijo el Jaguar. La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa
18 de octubre de 2007
La Trama Jorge Luis Borges (El Hacedor 1960)
Uno de los cuentos mas breves del gran escritor argentino Jorge Luis Borges. (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 - Ginebra, 14 de junio de 1986).
A pesar de su enorme prestigio intelectual y el reconocimiento universal que ha merecido su obra, no fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura, a pesar de haber sido nominado por muchos años consecutivos
La trama
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito. Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
17 de octubre de 2007
Hoy estoy de Cumpleaños
11 de octubre de 2007
Premio Nobel Literatura (2007)
ESTOCOLMO (Reuters) - La novelista británica Doris Lessing ganó el jueves el Premio Nobel de Literatura 2007 por una obra que mira decidida en los males de la sociedad y que ha inspirado a una generación de escritoras.
La Academia Sueca, que concede el prestigioso galardón dotado con 10 millones de coronas suecas (alrededor de un millón de euros), calificó a la escritora de 87 años de una "transmisora de la experiencia épica femenina que, con escepticismo, pasión y poder visionario ha sometido al escrutinio a una civilización dividida".
También deseo recordar a los
José Echegaray
Jacinto Benavente
Gabriela Mistral
Juan Ramón Jiménez
Miguel Angel Asturias
Pablo Neruda
Vicente Aleixandre
Gabriel García Márquez
Camilo José Cela
Octavio Paz
La Academia Sueca, que concede el prestigioso galardón dotado con 10 millones de coronas suecas (alrededor de un millón de euros), calificó a la escritora de 87 años de una "transmisora de la experiencia épica femenina que, con escepticismo, pasión y poder visionario ha sometido al escrutinio a una civilización dividida".
También deseo recordar a los
premios Nobel de Literatura Hispanoamericanos:
José Echegaray
Jacinto Benavente
Gabriela Mistral
Juan Ramón Jiménez
Miguel Angel Asturias
Pablo Neruda
Vicente Aleixandre
Gabriel García Márquez
Camilo José Cela
Octavio Paz
9 de octubre de 2007
Juan Francisco González (1853-1933)
Juan Francisco González es el único artista chileno capaz de pintar, con honestidad, los temas más disímiles, que pueden ir desde un grupo de callampas en el suelo hasta el retrato más académico. Sus obras hablan de barcos, paisajes, retratos, un sin fin de proposiciones distintas, que hacen imposible la pretensión de dar una estructura única a su trabajo, y menos de clasificarlo en algún movimiento artístico.
5 de octubre de 2007
Pablo Neruda Alturas de Macchu Picchu (música: Los jaivas)
Poema: Las Alturas de Macchu Picchu de Pablo Neruda
De la obra Canto General (Canto XII)(1950) Presentado por el escritor Mario Vargas Llosa, grabado en Macchu PicchuSube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Hablad por mis palabras y mi sangre
3 de octubre de 2007
Rubén Darío- A Margarita Debayle (1908)
El Doctor Luis Henry Debayle Pallais, fue un gran amigo del poeta Nicaragüense Rubén Darío, éste le dedicaría el famoso poema a Margarita Debayle, a una de sus hijas.
Este fue uno de los primeros poemas que aprendí de memoria en mi infancia
A Margarita Debayle
Margarita está linda la mar,y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
* * *
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
22 de septiembre de 2007
Marxismos
Groucho Marx
(n. 2 de octubre de 1890 - 19 de agosto de 1977) fue un Actor, comediante y escritor Estadounidense , conocido principalmente por ser uno de los miembros de la familia cómica Hermanos Marx.Groucho Marx ha demostrado un gran ingenio en cualquier situación.
Aquí hay una pequeña recopìlacion de algunas de sus mejores frases:
Eres la mujer más bella que yo haya visto nunca, lo cual no dice mucho a tu favor.
Recuerden, caballeros, que estamos peleando por el honor de esta mujer, que es, probablemente, más de lo que ella nunca hizo.
Fijaos en mí: he conseguido pasar de la nada a la más absoluta pobreza.
No quiero pertenecer a ningún club que me admita como socio.
Nunca olvido una cara, pero haré una excepción en su caso.
Un hombre sólo es tan viejo como la mujer que ama.
Conozco a centenares de maridos que serían felices de volver al hogar si no hubiese una esposa esperándoles.
¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!.
Debo confesar que nací a una edad muy temprana.
El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución.
La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados
Groucho Marx fue incinerado, sus cenizas se guardan en el Eden Memorial Park, siendo falso el epitafio "Perdonen que no me levante" que popularmente se cree que está en su tumba
17 de septiembre de 2007
El Juicio de Paris ( El Eterno Femenino 1ª Parte)
El primer concurso de belleza
Un amigo y una amiga han encontrado este post un poco largo, así es que lo dividiré en partes para que sea mas legible
Un divertidísimo dialogo entre las diosas y Paris, en el primer concurso de belleza.
¿Por qué Hera y Atenea quieren la destrucción de Troya?
Se trata del famoso Juicio de Paris , que por orden de los dioses tiene que elegir a la diosa más bella, y entregarle la manzana de oro, que la Discordia, no invitada a la boda de Tetis y Peleo (los padres de Aquiles) arrojó a las tres diosas; Hera, Atenea y Afrodita. Los dioses no quisieron dirimir en tal caso, pues no querían problemas con ninguna de ellas.
Pero ¿como había comenzado todo?
La leyenda más famosa protagonizada por Eris ( la diosa de la discordia) cuenta cómo inició la Guerra de Troya. Tanto los dioses y diosas como diversos mortales fueron invitados a la boda de Peleo y Thetis (que luego serían padres de Aquiles). Sólo la diosa Eris no fue invitada debido a su naturaleza problemática. Así que Eris (en un fragmento de la "Cipria"), como parte de un plan urdido por Zeus y Temis apareció en la fiesta con la Manzana de la Discordia, una manzana dorada con la palabra Kallisti («para la más hermosa» o «para la más guapa») inscrita, que arrojó entre las diosas provocando que Afrodita, Hera y Atenea la reclamasen para sí, iniciándose una riña. Zeus, para no tener que elegir entre las diosas, puesto que una era su esposa y otra su hija, encargó ser juez a Paris
Zeus: Hermes, toma esta manzana y vete a Frigia junto al pastor hijo de Priamo -que apacienta sus bueyes en el Gárgaro del Ida-, y dile: "Paris, Zeus te ordena que, por ser tú hermoso y entendido en asuntos de amores, juzgues cuál de estas diosas es la más hermosa; y que la vencedora reciba, como premio al juicio, la manzana". En cuanto a vosotras, es hora ya de que acudáis al lado del juez. Porque yo renuncio a a juzgaros, ya que os amo por igual y, si fuera posible, me gustaría veros vencedoras a las tres. Además, es fuerza que, al otorgar el premio a una sola, me ganara el odio de las demás. Por esta razón yo no soy un juez apropiado para vosotras, mas este joven frigio al que vais a acudir es de estirpe real y pariente de Ganimedes; es, además, sencillo y rústico, y nadie lo podría considerar indigno de contemplaros.
Afrodita: Por lo que a mí respecta, oh Zeus, aunque nos dieras por juez al mismo Mono, me sentiría confiada a su arbitraje. Porque ¿Qué podría censurar en mí? Pero es preciso que también éstas acepten a esta persona.
Hera: Tampoco, nosotras, Afrodita, abrigamos temor alguno, aunque tu Ares fuera el encargado del fallo; sino que aceptamos al tal Paris, sea quien sea.
Zeus: Y tú, hija mía, ¿Estás de acuerdo con ésto? ¿Qué contestas? ¿Vuelves la cabeza y enrojeces? Es propio de vosotras, las doncellas, de sentir vergüenza en tales casos. No obstante, haces un gesto afirmativo con la frente. Id, pues, y que las vencidas no se enfaden con el juez ni hagan daño alguno al muchacho, porque no es posible que seáis igualmente hermosas.
Hermes: Marchemos directamente en dirección a Frigia, yo delante, y vosotras seguidme sin retrasaros y sin temer. Yo conozco a Paris: es un hermoso mancebo aficionado al amor y muy apropiado para dirimir tales lances. No emitirá fallo desacertado.
Afrodita: Lo que tú dices está muy bien y juega a mi favor que nuestro juez sea imparcial. ¿Es soltero o hay alguna mujer que vive con él?
Hermes: Parece que vive con él una mujer del Ida, bastante bonita, pero rústica y terriblemente montaraz. Mas creo que no la aprecia mucho. ¿Por qué lo preguntas?
Afrodita:Te lo pregunté porque sí.
Atenea: ¡Eh tú, no haces bien en hablar tanto rato a solas con ésta!
Hermes: Nada malo decimos, Atenea, ni hablamos contra vosotras; me preguntaba simplemente si Paris es soltero.
Atenea: ¿Y qué significa, entonces, esta indiscreción?
Hermes: Lo ignoro, dice que se le ocurrió por casualidad, y que lo preguntó sin una finalidad concreta.
Atenea: Y qué, ¿es soltero?
Hermes: Parece que no.
Atenea: Entonces, ¿ama la guerra y la gloria, o es simplemente un pastor?.
Hermes: Exactamente no puedo decirlo, pero es de esperar que, siendo joven, aspire a alcanzar esta gloria y a ser el primero en el combate.
Afrodita: ¿Ves? Yo no te reprocho ni te echo en cara el que hables a solas con ella. Esta actitud es propia de personas quejumbrosas, no de Afrodita.
Hermes: Me preguntaba casi lo mismo que tú; así que no debes preocuparte ni considerarte en desventaja si yo le he contestado con la misma simplicidad que a ti. Pero con nuestra conversación nos hemos alejado de los astros y estamos casi en Frigia. Yo veo perfectamente el Ida y todo el Gárgaro, y aun, si no me engaño, a vuestro mismo juez, Paris.
Hera: ¿Dónde está? Porque yo no lo veo.
Hermes: Mira aquí, a la izquierda, Hera, no en la cima del monte, sino en la falda, donde está la gruta y donde ves el rebaño.
Hera: Pues no veo el rebaño.
Hermes: ¿Qué dices? ¿No ves, junto a mi dedo, unos bueyes que salen de entre las rocas, y un hombre que baja por los riscos, cavando en mano, y procura impedir que las reses se dispersen?Hera: Ahora lo veo, si es él.
Hermes: Pues es él. Y ya que estamos cerca, si os parece bien, bajemos a tierra y caminemos a pie, para no asustarle si caemos súbitamente ante él del cielo.
Hera: Tienes razón, hagámoslo así. Y ahora que ya hemos puesto el pie a tierra, es el momento, Afrodita, de ponerte a la cabeza y mostrarnos el camino ya que tú, como es natural, conoces bien el lugar por haber bajado muchas veces, según se dice, a ver a Anquises.
Afrodita: Tus chismes, Hera, no me hacen mucho efecto.
Hermes: No, yo os guiaré; porque yo también frecuente el Ida cuando Zeus estaba enamorado del muchacho frigio y en muchas ocasiones vine aquí enviado por él, para observar al mancebo; y cuando hubo tomado la figura de águila yo volaba a su lado y le ayudaba a sostener al bello mozo; y si mal no recuerdo, fue de esta roca de donde lo apresó, él se hallaba entonces tocando la flauta junto al rebaño; y Zeus se abalanzó sobre él por la espalda, lo asió muy suavemente con las uñas, cogió con el pico el gorro que llevaba en la cabeza y remontó al muchacho que, lleno de espanto y torciendo el cuello, dirigía su mirada a él. Entonces, yo tomé la flauta (pues la había dejado caer de temor) y ... Mas, he aquí cerca a vuestro juez, abordemóslo. Salud, pastor.
Paris: Salud a ti también, joven. ¿Quién eres? ¿Qué te lleva a mi país? ¿Quienes son esas mujeres que conduces? Porque no han nacido para recorrer los montes con lo bellas que son.
Hermes: ¡Pero si no son mujeres, Paris! Estás viendo a Hera, a Atenea y Afrodita; y yo soy Hermes a quien Zeus ha enviado aquí. Pero ... ¿Por qué tiemblas y palideces? No temas, no se trata de nada malo: te ordena que seas el juez de la belleza de estas diosas. Ya que tú eres hermoso, ha dicho, y entendido en asuntos de amor, a ti te confía la decisión. El premio del lance lo conocerás leyendo la inscripción de esta manzana.
El Juicio de Paris (El Eterno Femenino 2ª Parte y Final)
termina en guerra
Paris: Dame, pues lo que dice: "La más hermosa -dice- debe recibirla" Pero ¿Cómo podría yo, mi señor Hermes - un mortal, un campesino-, convertirse en el juez de un espectáculo tan maravilloso, que supera las posibilidades de un pastor? Juicios de esta clase son más bien propios de ciudadanos elegantes. En lo que a mi respecta, acaso supiera juzgar, con los medios de mi arte, qué cabra supera en belleza a otra cabra, qué ternera a otra. Mas éstas son todas igualmente hermosas y no sé cómo podría apartar la mirada de una y dirigirla a otra; la mía no puede apartarse fácilmente, sino que se mantiene fija allí donde primero se ha dirigido y alaba lo que ve. Y si se posa en otra parte, le parece igualmente hermosa, se extasía ante ella y con todo se siente atraída igualmente por las bellezas vecinas. En una palabra, su hermosura me ha invadido y cautivado por entero y lo que siento es no tener, como Argos, ojos en todo el cuerpo. Creo que emitiré un buen fallo dando a todas la manzana. Y, además, se añade a todo ello que ésta es hermana y esposa de Zeus, y esta otra su hija. ¿Cómo no va a resultar, en este caso, difícil el fallo?
Hermes: No lo sé. Pero no es posible inhibirse ante la orden de Zeus.
Paris: Convéncelas, al menos, de una cosa: que las dos que queden vencidas no se irriten contra mí, sino que consideren que la culpa es sólo de mis ojos.
Hermes: Así prometen hacerlo. Mas ya es hora que procedas al juicio.
Paris: Vamos a intentarlo. ¿Qué remedio me queda? Pero antes quiero saber una cosa: ¿bastará examinarlas tal y como están, o será preciso que se desnuden para una mayor exactitud en el examen?Hermes: Eso debes decidirlo tú, que eres el juez. Ordena lo que te plazca.
Paris: ¿Lo que me plazca? Quiero verlas desnudas.
Hermes: Vosotras, desnudáos, y tú examínala, que yo me vuelvo ya de espaldas.
Hera: Muy bien, Paris. Yo voy a desnudarme la primera para que veas que no tengo blancos sólo los brazos y que no me envanezco porque me llaman "la de ojos grandes", sino que en todas y cada una de mis partes soy igualmente hermosa.
Paris: Desnúdate también tú, Afrodita.
Atenea: Paris, no permitas que se desnude sin antes quitarse el ceñidor -pues es una hechicera-; no vaya a embrujarte con él. Y, además, no debería presentarse tan compuesta ni tocada con tanto colorete como una cortesana cualquiera, sino exhibir pura y simplemente su natural belleza.
Paris: Tienes razón en lo del ceñidor. ¡Quitatelo!.
Afrodita: ¡Y por qué, pues, no te quitas tú el casco, Atenea, y muestras desnuda la cabeza, sino que agitas el peinado e intentas atemorizar a nuestro juez? ¡Temes acaso que el brillo de tus ojos deje de surtir su efecto si se ve privado de su expresión terrorífica?
Atenea: Pues, mira, ya me he quitado el casco.
Afrodita: Pues, mira, yo también el ceñidor.
Hera: Y, ahora, ¡a desnudarse!.
Paris: ¡Oh, Zeus portentoso! ¡Qué espectáculo! ¡Qué belleza! ¡Qué placer! ¡Qué doncella, esta! ¡Qué esplendor, el de esta otra, tan regio, tan majestuoso, tan digno en verdad de Zeus! Y aquella, ¡Qué mirar tan dulce! ¡Qué sonrisa tan tierna y seductora! Me siento más que dichoso. Pero, si os parece bien, me gustaría examinaros una a una por separado, porque, ahora, por lo menos, estoy perplejo y no sé hacia dónde dirigir la mirada, pues mis ojos se sienten atraídos en todas direcciones.
Afrodita: Hagámoslo así.
Paris: Retiraos, pues, vosotras dos; y tú, Hera, quédate.
Hera: Me quedo. Y una vez me hayas examinado con toda detención, habrá llegado el momento de considerar, además, si te parece la recompensa por tu voto a mi favor. Porque si me proclamas la más bella, serás dueño del Asia entera.
Paris: Yo no juzgo esperando recompensas. Ea, retírate, que el fallo se emitirá según mi criterio. ¡Acércate tú Atenea!
Atenea: Heme ya a tu presencia. Y si me declaras la más hermosa, Paris, nunca saldrás vencido de un combate, sino que serás siempre victorioso. Pues yo te haré aguerrido e invicto.
Paris: No tengo, Atenea, ninguna necesidad de guerras ni de batallas. Porque, como ves, la paz impera en Frigia y en Lidia y en el reino de mi padre no hay conflictos. Mas no te preocupes, pues no serás postergada aunque emitiera mi fallo sin considerar recompensa alguna. Pero cúbrete ya, y ponte el casco, que te he visto lo bastante. Ahora le toca a Afrodita acercarse.
Afrodita: Aquí me tienes, a tu lado. Examíname con atención y sin prisas, sino deteniéndote en cada uno de mis miembros. Y ahora, si quieres, hermoso muchacho, escucha lo que voy a decirte; desde hace ya tiempo, viéndote tan joven y tan bello, como no sé si hay otro igual en Frigia, te vengo alabando por tu belleza. Mi único reproche es que no abandones estos riscos y peñascos y no te vayas a vivir a la ciudad, en lugar de malgastar tu belleza en el desierto. Porque ¿qué bien puedes obtener de las montañas? ¿De qué les sirve a las vacas tu belleza? Además, deberías estar ya casado, y no ciertamente con alguna ruda campesina, como son las mujeres del Ida, sino con una griega del Argos, de Corinto o de Esparta como Helena, por ejemplo, que es joven hermosa -en nada inferior a mí misma- y, lo más importante, apasionada. Con sólo verte -lo sé muy bien- esta mujer lo abandonaría todo, se te entregaría por entero, y te seguirá para vivir contigo. Pero sin duda ya has oído hablar de ella.
Paris: En absoluto, Afrodita. Y ahora, me gustaría oír de tus labios toda su historia.
Afrodita: Es hija de la famosa Leda, la bella mujer a cuyos brazos voló Zeus convertido en cisne.
Paris: ¿Qué aspecto tiene?
Afrodita: Es blanca, como es lógico habiendo sido engendrada por un cisne; tierna, como quien se ha formado en el interior de un huevo, ejercitada en la palestra y de tal modo requerida, que incluso se originó una guerra por haberla raptado Teseo cuando era niña todavía. Y, al llegar a la flor de la edad, los más noble Aqueos pretendieron su mano y el escogido fue Menelao, del linaje de los pelópidas. Si lo deseas, yo haré que tu boda con ella se convierta en realidad.
Paris: ¿Qué dices? ¿Mi boda con una mujer casada?
Afrodita: Eres un niño inexperto. Yo sé como hay que obrar en estos casos.
Paris: Cómo. También yo quiero saberlo.
Afrodita: Emprenderás un viaje con el pretexto de visitar Grecia y cuando llegues a Lacedemonia, Helena te verá. El resto, enamorarse de tí y seguirte, es asunto mio.
Paris: Esto es precisamente lo que me parece increíble, que abandone a su esposo y quiera hacerse a la mar con un hombre bárbaro y extraño.
Afrodita: No te inquietes por ello. Yo tengo dos hijos muy bellos, Hímeros y Eros. Te los entregaré para que te guíen durante tu viaje. Eros se apoderará completamente de ella y obligará a esta mujer a enamorarse. Hímeros, envolviéndote, te convertirá en lo mismo que es él, un ser deseable e irresistible. Yo misma colaboraré con mi presencia, y además, pediré a las Gracias que me acompañen, para que entre todos consigamos seducirla.
Paris: Cómo tendrá éxito la empresa, no lo veo claro, Afrodita. Pero yo me estoy ya enamorando de Helena, y sin saber cómo, me parece estar viéndola ya navegar rumbo a Grecia, hallarme en Esparta, regresar con ella; y me desespera en que en realidad no esté ya realizado todo esto.
Afrodita: No te empieces a enamorar, Paris, antes de premiar con tu fallo a tu valedora y madrina de boda. Porque conviene que yo os acompañe victoriosa, y que celebremos juntos tus nupcias y mi triunfo. Pues en tu mano está adquirido todo, amor, belleza, boda, a cambio de esta simple manzana.Paris: Temo que te olvides de mí después del fallo.
Afrodita: ¿Quieres que te preste juramento?
Paris: Eso no, pero formula otra vez tu promesa
Afrodita: Muy bien, te prometo entregarte a Helena como esposa; que ella te seguirá e irá a Ilión, a tu hogar, y que yo estaré a tu lado y te auxiliaré en todo.
Paris: Y ¿Traerás a Eros, Hímeros y las Gracias?
Afrodita: No te preocupes. Y, además, tomaré conmigo a Potos y a Himeneo.
Paris: Pues bajo estas condiciones te entrego la manzana; acéptala bajo las mismas.
Este rapto fue la causa (o excusa) de La Guerra de Troya (derecha foto de Orlando Bloom y Diane Kruger, Helena y Paris, según la película "Troya" de la Warner Bros)
La Guerra de Troya fue una guerra contra la ciudad de Troya en Asia Menor por los ejércitos griegos, tras el rapto (o fuga) de Helena de Troya (o Ilión) por Paris. Esta guerra es la figura central de la épica grecolatina y fue narrada en un ciclo de poemas épicos de los que solo dos nos han llegado intactos, La Ilíada y La Odisea de Homero. La Ilíada describe un episodio de esta guerra, y La Odisea narra el viaje de vuelta a casa de uno de los líderes griegos.
Hermes: No lo sé. Pero no es posible inhibirse ante la orden de Zeus.
Paris: Convéncelas, al menos, de una cosa: que las dos que queden vencidas no se irriten contra mí, sino que consideren que la culpa es sólo de mis ojos.
Hermes: Así prometen hacerlo. Mas ya es hora que procedas al juicio.
Paris: Vamos a intentarlo. ¿Qué remedio me queda? Pero antes quiero saber una cosa: ¿bastará examinarlas tal y como están, o será preciso que se desnuden para una mayor exactitud en el examen?Hermes: Eso debes decidirlo tú, que eres el juez. Ordena lo que te plazca.
Paris: ¿Lo que me plazca? Quiero verlas desnudas.
Hermes: Vosotras, desnudáos, y tú examínala, que yo me vuelvo ya de espaldas.
Hera: Muy bien, Paris. Yo voy a desnudarme la primera para que veas que no tengo blancos sólo los brazos y que no me envanezco porque me llaman "la de ojos grandes", sino que en todas y cada una de mis partes soy igualmente hermosa.
Paris: Desnúdate también tú, Afrodita.
Atenea: Paris, no permitas que se desnude sin antes quitarse el ceñidor -pues es una hechicera-; no vaya a embrujarte con él. Y, además, no debería presentarse tan compuesta ni tocada con tanto colorete como una cortesana cualquiera, sino exhibir pura y simplemente su natural belleza.
Paris: Tienes razón en lo del ceñidor. ¡Quitatelo!.
Afrodita: ¡Y por qué, pues, no te quitas tú el casco, Atenea, y muestras desnuda la cabeza, sino que agitas el peinado e intentas atemorizar a nuestro juez? ¡Temes acaso que el brillo de tus ojos deje de surtir su efecto si se ve privado de su expresión terrorífica?
Atenea: Pues, mira, ya me he quitado el casco.
Afrodita: Pues, mira, yo también el ceñidor.
Hera: Y, ahora, ¡a desnudarse!.
Paris: ¡Oh, Zeus portentoso! ¡Qué espectáculo! ¡Qué belleza! ¡Qué placer! ¡Qué doncella, esta! ¡Qué esplendor, el de esta otra, tan regio, tan majestuoso, tan digno en verdad de Zeus! Y aquella, ¡Qué mirar tan dulce! ¡Qué sonrisa tan tierna y seductora! Me siento más que dichoso. Pero, si os parece bien, me gustaría examinaros una a una por separado, porque, ahora, por lo menos, estoy perplejo y no sé hacia dónde dirigir la mirada, pues mis ojos se sienten atraídos en todas direcciones.
Afrodita: Hagámoslo así.
Paris: Retiraos, pues, vosotras dos; y tú, Hera, quédate.
Hera: Me quedo. Y una vez me hayas examinado con toda detención, habrá llegado el momento de considerar, además, si te parece la recompensa por tu voto a mi favor. Porque si me proclamas la más bella, serás dueño del Asia entera.
Paris: Yo no juzgo esperando recompensas. Ea, retírate, que el fallo se emitirá según mi criterio. ¡Acércate tú Atenea!
Atenea: Heme ya a tu presencia. Y si me declaras la más hermosa, Paris, nunca saldrás vencido de un combate, sino que serás siempre victorioso. Pues yo te haré aguerrido e invicto.
Paris: No tengo, Atenea, ninguna necesidad de guerras ni de batallas. Porque, como ves, la paz impera en Frigia y en Lidia y en el reino de mi padre no hay conflictos. Mas no te preocupes, pues no serás postergada aunque emitiera mi fallo sin considerar recompensa alguna. Pero cúbrete ya, y ponte el casco, que te he visto lo bastante. Ahora le toca a Afrodita acercarse.
Afrodita: Aquí me tienes, a tu lado. Examíname con atención y sin prisas, sino deteniéndote en cada uno de mis miembros. Y ahora, si quieres, hermoso muchacho, escucha lo que voy a decirte; desde hace ya tiempo, viéndote tan joven y tan bello, como no sé si hay otro igual en Frigia, te vengo alabando por tu belleza. Mi único reproche es que no abandones estos riscos y peñascos y no te vayas a vivir a la ciudad, en lugar de malgastar tu belleza en el desierto. Porque ¿qué bien puedes obtener de las montañas? ¿De qué les sirve a las vacas tu belleza? Además, deberías estar ya casado, y no ciertamente con alguna ruda campesina, como son las mujeres del Ida, sino con una griega del Argos, de Corinto o de Esparta como Helena, por ejemplo, que es joven hermosa -en nada inferior a mí misma- y, lo más importante, apasionada. Con sólo verte -lo sé muy bien- esta mujer lo abandonaría todo, se te entregaría por entero, y te seguirá para vivir contigo. Pero sin duda ya has oído hablar de ella.
Paris: En absoluto, Afrodita. Y ahora, me gustaría oír de tus labios toda su historia.
Afrodita: Es hija de la famosa Leda, la bella mujer a cuyos brazos voló Zeus convertido en cisne.
Paris: ¿Qué aspecto tiene?
Afrodita: Es blanca, como es lógico habiendo sido engendrada por un cisne; tierna, como quien se ha formado en el interior de un huevo, ejercitada en la palestra y de tal modo requerida, que incluso se originó una guerra por haberla raptado Teseo cuando era niña todavía. Y, al llegar a la flor de la edad, los más noble Aqueos pretendieron su mano y el escogido fue Menelao, del linaje de los pelópidas. Si lo deseas, yo haré que tu boda con ella se convierta en realidad.
Paris: ¿Qué dices? ¿Mi boda con una mujer casada?
Afrodita: Eres un niño inexperto. Yo sé como hay que obrar en estos casos.
Paris: Cómo. También yo quiero saberlo.
Afrodita: Emprenderás un viaje con el pretexto de visitar Grecia y cuando llegues a Lacedemonia, Helena te verá. El resto, enamorarse de tí y seguirte, es asunto mio.
Paris: Esto es precisamente lo que me parece increíble, que abandone a su esposo y quiera hacerse a la mar con un hombre bárbaro y extraño.
Afrodita: No te inquietes por ello. Yo tengo dos hijos muy bellos, Hímeros y Eros. Te los entregaré para que te guíen durante tu viaje. Eros se apoderará completamente de ella y obligará a esta mujer a enamorarse. Hímeros, envolviéndote, te convertirá en lo mismo que es él, un ser deseable e irresistible. Yo misma colaboraré con mi presencia, y además, pediré a las Gracias que me acompañen, para que entre todos consigamos seducirla.
Paris: Cómo tendrá éxito la empresa, no lo veo claro, Afrodita. Pero yo me estoy ya enamorando de Helena, y sin saber cómo, me parece estar viéndola ya navegar rumbo a Grecia, hallarme en Esparta, regresar con ella; y me desespera en que en realidad no esté ya realizado todo esto.
Afrodita: No te empieces a enamorar, Paris, antes de premiar con tu fallo a tu valedora y madrina de boda. Porque conviene que yo os acompañe victoriosa, y que celebremos juntos tus nupcias y mi triunfo. Pues en tu mano está adquirido todo, amor, belleza, boda, a cambio de esta simple manzana.Paris: Temo que te olvides de mí después del fallo.
Afrodita: ¿Quieres que te preste juramento?
Paris: Eso no, pero formula otra vez tu promesa
Afrodita: Muy bien, te prometo entregarte a Helena como esposa; que ella te seguirá e irá a Ilión, a tu hogar, y que yo estaré a tu lado y te auxiliaré en todo.
Paris: Y ¿Traerás a Eros, Hímeros y las Gracias?
Afrodita: No te preocupes. Y, además, tomaré conmigo a Potos y a Himeneo.
Paris: Pues bajo estas condiciones te entrego la manzana; acéptala bajo las mismas.
Este rapto fue la causa (o excusa) de La Guerra de Troya (derecha foto de Orlando Bloom y Diane Kruger, Helena y Paris, según la película "Troya" de la Warner Bros)
La Guerra de Troya fue una guerra contra la ciudad de Troya en Asia Menor por los ejércitos griegos, tras el rapto (o fuga) de Helena de Troya (o Ilión) por Paris. Esta guerra es la figura central de la épica grecolatina y fue narrada en un ciclo de poemas épicos de los que solo dos nos han llegado intactos, La Ilíada y La Odisea de Homero. La Ilíada describe un episodio de esta guerra, y La Odisea narra el viaje de vuelta a casa de uno de los líderes griegos.
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