Todos
sabemos de la importancia de un buen inicio para engancharnos a una
novela. A nuestra mente acuden frases tan conocidas como: "Todas las familias felices se parecen..." de Tolstói, "Al despertar Gregorio Samsa una mañana..." de Kafka, "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." de García Márquez, o "En un lugar de la Mancha..." de Cervantes. Todos ellos míticos, aunque la cotidianidad y la reiteración haya hecho que pierdan parte de su magia original.
Dejando de lado los ejemplos citados arriba, aquí tienen una lista de los mejores comienzos de novelas según mi opinión.
Cada uno tendrá sus preferencias, ¿agregarían alguno?, ¿sacarían uno?,el orden en que están es aleatorio. Comenten.
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13. Una rosa para Emily (1930), de William Faulkner
“Cuando murió la señorita Emily Grierson, todo nuestro pueblo fue a su funeral: los hombres por una especie de respetuoso afecto hacia un monumento caído, las mujeres sobre todo por la curiosidad de ver el interior de su casa, que nadie, excepto un viejo criado —mezcla de jardinero y cocinero— había visto, por lo menos, en los últimos diez años”.
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12. Queremos tanto a Glenda (1980), de Julio Cortázar
“En
aquel entonces era difícil saberlo. Uno va al cine o al teatro y vive su
noche sin pensar en los que ya han cumplido la misma ceremonia,
eligiendo el lugar y la hora, vistiéndose y telefoneando y fila once o
cinco, la sombra y la música, la tierra de nadie y de todos allí donde
todos son nadie, el hombre o la mujer en su butaca, acaso una palabra
para excusarse por llegar tarde, un comentario a media voz que alguien
recoge o ignora, casi siempre el silencio, las miradas vertiéndose en la
escena o la pantalla, huyendo de lo contiguo, de lo de este lado.
Realmente era difícil saber, por encima de la publicidad, de las colas
interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos los que
queríamos a Glenda”.
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11. El extranjero (1942), de Albert Camus
Hoy
ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo:
«Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no
quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
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10. Historia de dos ciudades (1859), de Charles Dickens
"Era
el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la
sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la
incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la
esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no
teníamos nada; caminábamos directos al cielo y nos extraviábamos por el
camino opuesto".
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9. Si una noche de invierno un viajero (1979), de Italo Calvino
Estás
a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una
noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti
cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo
indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la
televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: "¡No, no quiero ver
la televisión!". Alza la voz, si no te oyen: "¡Estoy leyendo! ¡No quiero
que me molesten!"
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Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-,
teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que
me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí,
para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar
fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo
poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo
noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin
querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la
hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio
moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar
metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es
más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto
de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo
aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello
nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en
alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a
los míos respecto del océano.
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7. El gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitzgerald
En
mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no
ha cesado de darme vueltas por la cabeza."Cada vez que te sientas
inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el
mundo ha tenido tus ventajas..."
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6. Pregúntale al Polvo (1939), de John Fante
Cierta
noche me encontraba sentado en la cama de la habitación de la pensión
de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles.
Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que tomar una
decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la
nota, la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta.
Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví
apagando la luz y echándome a dormir.
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5. La ciudad y los perros (1963) Mario Vargas Llosa
-Cuatro –dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el
globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de
vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los
dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrataba con el suelo
sucio.
-Cuatro –repitió el Jaguar-. ¿Quién?
-Yo –murmuró Cava-. Dije cuatro.
-Apúrate –replicó el Jaguar-. Ya sabes, el
segundo de la izquierda.
Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo
de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no
tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de
los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era
agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las
noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez
acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido
y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que
erizaba su piel.
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«Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los
muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir
que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La
enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia
y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos
interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan
de comer las conquistas interiores?»
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3. "El Aleph" (1949), de Jorge Luis Borges
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
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2. El guardián entre el centeno (1951), de J.D. Salinger
Si
de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán
saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían
mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David
Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero
porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque
si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada.
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1. Lolita (1955), de Vladimir Nabokov (*)
Lolita,
luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la
punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del
paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes.
Lo.Li.Ta.
Era Lo,
sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura
con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela.
Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
(*) Lolita,
light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip
of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at
three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.
She
was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock.
She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the
dotted line. But in my arms she was always Lolita.